
- 48 páginas
- Spanish
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- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Libro de la erudición poética
Descripción del libro
El Libro de la erudición poética (1611), de Luis Carrillo y Sotomayor, es el texto que mejor describe los principios del culteranismo. Según Carrillo, los lectores cultos y minuciosos deberían interpretar, con extrema paciencia, las referencias y metáforas del texto en una y otra lectura. Cabe añadir que no se trataba de "oscurecer" la literatura, sino que se suponía que ésta era "oscura" debido a su profundidad.
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
PoesíaLiber unus de eruditione poetica, seu tela musarum, in exules indoctos a sui patrocinio numinis
Libro de la erudición poética o lanzas de las musas contra los indoctos, desterrados del amparo de su deidad. Dirigido a don Alonso Carrillo Laso, su hermano
Al argumento deste libro, por don Alonso, su hermano
O ya, divinas ninfas, de oro el cielo
o del suelo habitéis cristal y selvas,
con laureles y olivas a porfía,
coronad sienes de un patrón famoso;
que los Castalios coros 5
jamás deidad plebeya,
con casto celo y sin profanas voces,
honra; y en tierno amor de España y ocio,
antigua reverencia
de sus sagradas lenguas 10
robando, restituye a su alto trono,
y la vil osadía
castiga de los rudos
—que sin colmada ciencia, enfurecidos,
infamaron la patria— así diciendo: 15
«De España las camenas
respetarán dichosas
de un hijo padre anciano a nueva gloria».
Aunque las claras aficiones y los años de estudio en Salamanca prometan, hermano mío —o por la grande autoridad de los maestros o honesta demasía de ejemplos—, más que colmados frutos de buenas letras, ni el amor de hermano, ni el acostumbrado camino consienten en mí el uno no lo olvide y el otro no lo ejercite; pues, según el padre de la humana elocuencia (acerca de lo cual será nuestra disputa), costumbres conocidas en los primeros alimentos, es dificultoso el olvidallas, imposible el no apetecellas.
Amigas son del ocio las Musas, y ellas, madres del compuesto hablar.
Esto parece me obliga a profanar sus no comunes secretos; pues va muy fuera de mí el arrogancia de presumir lo que le era lícito a una persona puesta en las obligaciones de su profesión, que solo en tan grandes hazañas como las del primer monarca de los romanos, pudo (y aun en él tuvo ésta gran lugar) allanar la mano, hecha al peso de una batalla y a las alas de una victoria, a la llaneza de una pluma y a sus desarmados niervos.
No quiero ser corto en solo el ejemplo de C. César, si ilustrísimo en su persona, mucho más en tantos y tan grandes varones. Descubrióse la providencia divina en la luz de la imitación de los príncipes. Y para que abrazándolo todo, con aventajada gloria, éstos: basten Moysén, padre de la historia, sabio de las divinas letras, gran general; el rey David, primero soldado con fuertes brazos, después con prudentes consejos capitán, resplandecieron sus versos y abrió el camino a la gala de su lengua; compuso el Salterio con la dulzura lírica, como en aquel verso:
Psalterium lyrici composuere pedes.
El Salterio pies líricos hicieron.
Convenció el mismo Dios en la virtud de sus escogidos varones las rudas lenguas de envidiosos, mostró —o ya fuese mayor virtud que humana, o a nuestra flaqueza gloriosísima— caber en un mismo entendimiento la ciencia de contemplar y el ánimo de pelear. En las fábulas de los antiguos halló por admiración en deidad su ejemplo esta virtud. También los mártires, o fuese ya afición suya o el espíritu encendido de Dios, despreciando los fuegos y el tormento, cantaron himnos; ni solo en este espíritu igualaron a su alegría, su amor, sino en las alabanzas su deseo.
Y así no será en esta parte muy desconocido este trabajo, no muy desviado a la profesión de las armas. Sirvan de ejemplo los que han acompañado con los desasosiegos de las ocasiones militares los sosiegos de las letras. Valerosas son las Musas, animosas son, no rehusaron los pesados brazos de Héctor, no los valerosos de Aquiles, no solo (como digo) aquestos hazañosos varones no las espantaron, antes ellas añadieron nervios a sus fuerzas y ruido (si así se puede decir) a sus golpes. Mientras más desacostumbrado en la naturaleza, mayor es la admiración. Responda Plutarco por mí: «Tersilla, argiva, muy bien nacida, como, por consejo de los médicos, para remedio de su mal, pidiese a los dioses socorro, se le respondió que sanaría si se diese a las Musas. A las cuales como con ejercicio ordinario se allegase, luego convaleció, y no solo buena salud, pero fortaleza y ánimo de un capitán alcanzó. No solo las Musas cantan, sino las armas también encienden». Por eso el gran Macedón, no en lira de convites, sino en trompeta de guerra apetecía oír su generosa envidia en los bonísimos versos de Homero. Y aquella valerosa mujer —de quien Plutarco, atreviendo su amor a igual alabanza de canto ardiente y de ánimo invencible—, «a Cleomenes, rey de los Lacedemonios, que con ordenado ejército a la ciudad de Argos se acercaba, con un escuadrón de mujeres, matando muchos, apartó; y al Rey Demarato, que estaba dentro, echó por fuerza de armas».
Eternidad y valor prometen las Musas, joyas, por cierto, bien preciosas; dos blancos o (por mejor decir) uno, donde tiran todos los honestos y valerosos deseos de este mundo. Con el tiempo andan olvidadas, y lo anduvieron tanto, que se atrevieron a profanar de sus sagrados templos las más preciosas joyas. Presume el vulgo de entendellas, él mismo pretende juzgallas. Contra éstos enderezo mis razones; contra éstos se atreven a desencerrarse estas pocas palabras. Mas, ¡qué mucho haya quien con semejante insolencia pretenda escurecer verdad tan conocida, si no falta quien le levante a Horacio la imitación, preciosísimo, o el más rico y costoso arreo de su cuerpo habérselo usurpado! Eurípides dio en los suyos alguna ocasión, más a los que maliciosamente se acuerdan de ellos, que no a los que presumimos de tan grandes poetas lo que sus mismas obras nos obligan.
Nuestra madre España, después de haber encubierto las antiguas desgracias con tan desacostumbradas vitorias al valor de los hombres, acordóse de sí, o (por mejor decir) sus hijos, colgando las espadas, tuvieron memoria de ella. Atreviéronse las plumas a hacer alardes de los ingenios. Tan parecida en esto a la antigua madre del valor antiguo, que no se sabe hubiese poeta en Roma ante...
Índice
- Créditos
- Brevísima presentación
- Liber unus de eruditione poetica, seu tela musarum, in exules indoctos a sui patrocinio numinis
- Libros a la carta