Comenzó entonces el cadáver a corromperse y a exhalar olores pestilentes; lo cual acrecentó la aversión que le había tomado y tuvo deseos de no verlo más.
Observó entre tanto a dos cuervos que luchaban y cómo uno de
ellos abatía muerto al otro. Después el superviviente se puso a
escarbar el suelo hasta que hizo un hoyo, en el cual enterró al
cadáver. «¡Qué bien está -dijo entre sí el niño- lo que hace este
cuervo enterrando el cadáver de su compañero, aunque realmente haya
obrado mal en matarlo! ¡Con cuánta más razón debo yo realizar este
acto con mi madre!». Y cavó una fosa, poniendo en ella los restos
de la gacela y cubriéndolos después con tierra.
Hayy toma cariño a las gacelas; no halla en la isla ningún
individuo de su propia especie, y cree que todo el mundo se reduce
a aquella isla
Siguió meditando acerca de aquel algo que gobierna el cuerpo,
sin comprender lo que era. Pero como había observado a todas las
gacelas individualmente, viendo que eran de la misma forma y figura
que su madre, dominaba en él la idea de que cada una de ellas era
movida y dirigida por algo semejante a lo que había movido y
dirigido a su madre; y de frecuentar el trato de las gacelas, les
tomó cariño a causa de tal semejanza.
Así continuó durante un largo espacio de tiempo, examinando
cuidadosamente todas las especies de animales y de plantas.
Recorrió las playas de la isla, para buscar si existía algún
semejante suyo, según había visto que los tenían todos los
individuos, animales o vegetales, y no encontró ninguno. Y habiendo
observado que el mar rodeaba la isla por todas partes, creyó que no
existía más tierra que aquélla.
Conoce Hayy el fuego y lo mantiene vivo en su cueva; aprende a
comer carne asada y se ejercita en la caza y en la pesca
Ocurrió cierto día que, al frotar por acaso unas cañas secas,
prendióse fuego en el montón. Cuando se dio cuenta, quedó aterrado
ante el espectáculo, y observó que era de una naturaleza
desconocida para él. Detúvose lleno de admiración, aunque sin dejar
de acercarse a él lentamente. Vio el resplandor de su llama, su
irresistible acción, hasta el punto de que todo lo que se le
acercaba era atraído y convertido prestamente a su propia
naturaleza. La admiración que sentía por el fuego, acuciada por el
natural ingenio y audacia con que Dios le dotara, lleváronle a
extender las manos hacia la llama para cogerla; pero cuando la
tocó, quemóse los dedos sin lograr sujetarla. Entonces pensó
agarrar un tizón que el fuego no hubiese consumido por completo; lo
tomó por el extremo intacto, mientras que el otro estaba ardiendo,
y llevóle al lugar que le servía de abrigo, una cueva profunda,
escogida para habitación tiempos atrás. No cesó desde entonces de
alimentar la hoguera con hierbas secas y trozas de ramas,
permaneciendo a su lado día y noche, alegre y admirado de verla.
Aumentaba durante la noche el agrado de su compañía, puesto que
reemplazaba al sol en la luz y en el calor; y en la oscuridad
nocturna, agrandándose, lo iluminaba; llegó a creer que era la cosa
más excelente que había a su alrededor. Al notar que siempre se
movía verticalmente, tendiendo hacia arriba, robustecíase su
creencia de que el fuego era una de las sustancias celestiales, que
vagamente percibía. Experimentaba la fuerza de acción del fuego
respecto de las demás cosas: si las arrojaba en él, veíalo
adueñarse de todo, rápida o lentamente, según que el cuerpo echado
a su seno fuera más o menos combustible.
Para experimentar la energía del fuego, le echó, entre otras
cosas, varias especies de animales marinos, que las olas habían
arrojado a la playa. Cuando se hubieron asado y Hayy aspiró su
olor, excitósele el apetito. Comiólos y le gustaron, con lo cual
fue acostumbrando su paladar a la carne. Desde entonces se ingenió
para la pesca y la caza, llegando a ser habilísimo en ambas. Y
aumentó cada vez más el afecto que tenía al fuego, ya que mediante
su acción había encontrado alimentos buenos que antes
desconocía.
Sospecha que el ser desaparecido del corazón de la gacela fuera
de la misma naturaleza del fuego
Habiendo crecido su pasión hacia este elemento, por la
excelencia de sus efectos y por la grandeza de su poder, que Hayy
observara, llegó a pensar si lo [94] que había desaparecido del
corazón de la gacela, su nodriza, sería una sustancia de la misma
naturaleza o del propio género. Le confirmó en esta idea lo que
había visto en los animales: o sea, que tienen calor en vida y frío
después de muertos; y esto siempre, sin excepción alguna; y también
lo que en sí mismo había notado: a saber, la fuerza del calor en su
pecho, en el lugar correspondiente a aquel por el cual él abriera a
la gacela. Imaginó que si cogía a un animal vivo, le abría el
corazón y observaba el compartimento que hallara vacío cuando abrió
el de su nodriza, acaso lo encontrase lleno de aquel algo que en él
reside, y podría comprobar si efectivamente era de la misma
sustancia del fuego y si tenía o no luz y calor.
Después de hacer la disección de animales vivos, se convence de
la existencia del alma animal, que gobierna al cuerpo
Cogió un animal, atóle por las paletillas y lo abrió, de la
misma forma que había hecho con la gacela, hasta llegar al corazón.
Buscó primeramente el lado izquierdo y, al abrirlo, encontró ese
compartimiento lleno de un aire vaporoso, semejante a una niebla
blanquecina. Metió en él su dedo, notando tal calor, que estuvo a
punto de quemarse; el animal murió en seguida.
Entonces se convenció [de varias cosas]: de que este vapor
caliente era el que movía a aquel animal; de que los demás tenían
otro semejante, y de que cuando se retiraba de ellos, perecían.
Sintió, pues, el deseo de examinar los restantes miembros del
animal, su organización, sitios, número y modo de estar unidos
entre sí; cómo este vapor caliente se extiende por ellos hasta
darles la vida; cómo se conserva mientras el cuerpo subsiste; por
dónde se expande; por qué no se pierde su calor. Siguió
[estudiando] todas estas cosas por la disección de los animales
vivos y muertos, y no dejó de observarlas atentamente y de
reflexionar sobre ellas, hasta llegar a saber de estos asuntos
tanto como los grandes físicos. Adquirió la certeza de que todo
animal, individualmente, a pesar de la multiplicidad de sus
miembros y de la variedad de su sensaciones y movimientos, es uno
por causa de esta alma, que desde un centro fijo se reparte por
todos los miembros, que no son, respecto de ella, otra cosa sino
sus servidores o instrumentos; y que el papel de ella en la
gobernación del cuerpo venía a ser igual que el del propio Hayy, al
manejar los instrumentos, que le servían, unos, para luchar con los
animales, otros para cazarlos, para descuartizarlos alguno. Los
primeros se dividían [en dos clases]:
aquellos con que se evitan las heridas del contrario, y aquellos
con que se les hiere [defensivos y ofensivos]. También los de caza
se dividían [en dos grupos]: según fuesen para los animales
acuáticos (marinos) o para los terrestres. Los instrumentos
cortantes tenían tres aplicaciones: unos para rajar, otros para
descuartizar, y perforadores otros. Pero el cuerpo era uno solo y
manejaba estos útiles de diversas maneras, según convenía a cada
uno de ellos y según los fines perseguidos. Del mismo modo, esta
alma animal es una, y si obra con el instrumento ojo, su acción
será la vista; sin con el oído, la audición; si con la nariz, el
olfato; si con la lengua, el gusto; si actúa por medio de la piel y
de la carne, ejercitará el tacto; si por medio de los miembros, su
acción será el movimiento, y, finalmente, si lo hace por medio del
hígado, dará lugar a la nutrición y la digestión. Cada una de estas
funciones tiene, pues, un miembro propio que la ejecuta; pero
ninguna de ellas se perfecciona, sino mediante la parte que del
alma les llega, por los conductos llamados nervios. Cuando estos
conductos se cortan u obstruyen, paralízase la acción del miembro
[correspondiente]. Los nervios reciben el alma exclusivamente de
las cavidades del cerebro, el cual, a su vez, la adquiere del
corazón. En el cerebro hay muchas almas, porque es un lugar
dividido en múltiples compartimientos.
Cualquier miembro, privado del alma, sea por la causa que fuere,
deja de funcionar, y queda como un instrumento abandonado, al que
nadie gobierna, y con el cual no se obtiene utilidad alguna. Si el
alma sale por completo del cuerpo, o se aniquila, o se disuelve por
alguna razón, entonces todo el cuerpo se paraliza y le sobreviene
la muerte.
Al llegar al tercer septenario de su vida, Hayy se había hecho
vestidos, armas y choza y había domesticado ciertos animales
Llegó al término de tales consideraciones en el momento de
alcanzar el tercer septenario de su vida, o sea a los veintiún años
de edad. En este intervalo desarrollóse mucho su ingenio. Se vestía
y calzaba con las pieles de los animales por él cazados; hacía
hilos con pelos, y con corteza de malvavisco, malva, cáñamo o
cualquier otra planta filamentosa; alcanzó este resultado, después
de haber utilizado el esparto; preparaba leznas con espinas fuertes
y cañas afiladas con piedras. Había llegado hasta la construcción,
según lo que veía hacer a las golondrinas; fabricóse una choza y
asimismo alacena para las provisiones sobrantes, defendiéndola con
una puerta, hecha de cañas unidas, para que ningún animal entrase
en ella mientras él anduviese fuera, ocupado por otros quehaceres.
Había domesticado aves de rapiña, para emplearlas en la caza, y
cogido gallinas, para aprovechar sus huevos y sus pollos. Utilizaba
los cuernos de los bueyes salvajes como puntas de lanza, atándolas
a cañas fuertes, en ramas de encina o de otros árboles, y,
ayudándose en esta operación con el fuego y con hachas de piedra,
llegó a fabricar rudimentarios lanzones. Se había arreglado un
escudo con pieles superpuestas. Llegó a hacer todo esto, cuando
observó que carecía de armas naturales y comprobó que su mano le
podía procurar todas las que le faltasen.
No le hacía frente ningún animal, de cualquier especie que
fuere, sino que, por el contrario, lo evitaban y huían de él. Pensó
en medio para [cogerlos] y no halló treta más afortunada que
amaestrar a algunos, rápidos en la carrera, y atraérselos, dándoles
una comida que les conviniese, hasta que le permitieran montarlos y
dar así caza a los animales de otras especies. Había en esta isla
caballos silvestres y asnos salvajes. Cogió algunos y los domó,
hasta conseguir su propósito. Con correas y pieles, hízoles una
especie de bocados y sillas, pudiendo de esta forma, según
esperaba, dar caza a aquellos animales, para cuya captura no
hallaba [antes] medio.
Solamente se había ocupado en estos asuntos, durante el tiempo
en que se dedicó a la disección de los animales y en que tuvo
pasión por conocer las particularidades y diferencias de sus
órganos, o sea, según dijimos, hasta los veintiún años.
Hayy observa las coincidencias y diferencias en las distintas
clases de seres del mundo
Interesóse luego por otros temas; examinó todos los cuerpos que
existen en el mundo de la generación y de la corrupción: los
animales en sus distintas especies, las plantas, los minerales y
clases de piedras, la tierra, el agua, el vapor, el hielo, la
nieve, el frío, el humo, la llama, la brasa. Vio que tenían
propiedades numerosas, acciones distintas y movimientos
concordantes y divergentes. Reflexionó con atención sobre todo ello
durante algún tiempo, y observó que en unas cualidades coinciden y
en otras difieren, y que consideradas en cuanto que coinciden, no
son más que una cosa, y en cuanto que difieren, diversas y
múltiples. Estudiaba las particularidades de los seres, aquello que
diferencia a unos de otros, y los veía múltiples, innumerables y
extendiendo su existencia hasta lo infinito. Incluso su misma
esencia le parecía múltiple, al ver Hayy la diversidad de sus
miembros, cómo cada uno de ellos se distinguía por un acto o por
una cualidad especial, y cómo admitía una división en muchísimas
partes. Por lo cual juzgaba que su esencia era múltiple, y que
también lo era la esencia de todo ser. Luego, volviendo a otro
aspecto por diferente camino, veía que sus miembros, aunque
múltiples, estaban todos juntos entre sí, sin ninguna separación y
bajo una sola ley [directiva]; que no se distinguían más que por
las diferencias de sus actos, y que éstas sólo tenían su origen en
la [distinta] fuerza que cada uno de los [miembros] recibía del
alma animal, a cuya comprensión había llegado al principio; esta
alma, una en su esencia, era además la realidad de la esencia, y
todos los órganos venían a ser como instrumentos [suyos]. Su propia
esencia pareció entonces a Hayy una, en virtud de este método.
Encuentra la unidad de cada especie, a pesar de la multiplicidad
de sus individuos, y comprende la unidad del reino animal
Paró mientes después en todas las especies de animales y vio que
cualquier individuo es uno, considerado desde el punto de vista
anterior. Los observó luego especie por especie, como gacelas,
caballos, asnos y las distintas clases de pájaros una por una, y
encontró que los individuos de cada especie eran semejantes entre
sí en los miembros exteriores e interiores, en las percepciones, en
los movimientos, en los instintos; no encontró diferencia entre
ellos sino en pocas cosas en relación a las otras en que convenían.
Y juzgaba que el alma, que cada especie tiene, es sólo una, y que
no se diversifica sino en cuanto se divide entre muchos corazones;
que si fuese posible reunir todo lo que está repartido entre estos
corazones, y colocarlo en uno solo, acaso sería una sola cosa, así
como el agua o el vino, que siendo uno, se reparte en muchos
recipientes, y después vuelve a reunirse: en cada estado, de
dispersión o de reunión es una sola cosa, y sólo le sobreviene la
multiplicidad per accidens.
Veía que toda la especie, bajo este aspecto, era una, y
comparaba la multiplicidad de sus individuos a la de los miembros
de cada uno de ellos, que en realidad no es tal multiplicidad.
Después reflexionaba, recorriendo mentalmente todas las especies de
animales y observando que convenían en sentir, en nutrirse, en
moverse voluntariamente en la dirección que quieren; pero ya sabía
Hayy que estos actos son característicos del alma animal, y que las
demás cosas que diferencian a las especie, fuera de estas comunes,
ya citadas, no le son verdaderamente peculiares. Esta reflexión le
hizo ver claramente que tal alma, propia de todo el reino animal,
es una en realidad, aunque tenga pequeñas diferencias de una
especie a otra, así como un agua repartida en varios recipientes,
unos más fríos que otros, en su origen es una; así todas las partes
de agua que tienen un mismo grado de frío representan lo que es
peculiar del alma animal en una especie; por consiguiente, de la
misma manera que toda el agua es una, así también el alma animal es
una, aunque la multiplicidad le sobrevenga per accidens.
Considerándolo en tal manera, todo el reino animal le parecía
uno.