La casa maldita
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La casa maldita

H. P. Lovecraft

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  1. 38 pages
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La casa maldita

H. P. Lovecraft

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Lovecraft, en su habitual forma de juntar el suspenso con lo inexplicable y terrorĂ­fico, escribe en esta pequeña novela, sobre la casa abandonada del barrio a la que siempre le tuvimos miedo. Han pasado varios años desde que la casa ha dejado de ser habitable por los rumores que la rondan; rumores que no han sido de a gratis, pues en esa casa han ocurrido mĂșltiples muertes inexplicables, personas que se han rendido a la locura, embarazos interrumpidos, fĂ©tidos olores que la rodean. Encantados por los misterios que emana la casa, tĂ­o y sobrino se aventuran a encontrar una respuesta, sin importarles lo que puedan perder en el camino.

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Informations

Année
2020
ISBN
9786074570540
Sous-sujet
Classics

CapĂ­tulo 1


Rara vez deja de haber ironĂ­a, incluso, en el mayor de los horrores. Algunas veces forma parte directa de la trama de los sucesos, mientras que otras sĂłlo atañen a la posiciĂłn fortuita de Ă©stos entre las personas y los lugares. Un magnĂ­fico ejemplo de este Ășltimo caso puede encontrarse en la antigua ciudad de Providence, donde acostumbraba a ir Edgar Allan Poe, a mediados del siglo pasado, durante su infructuoso galanteo a Mrs. Whitman, Poeta de excelentes dotes. Poe solĂ­a parar en la MansiĂłn House –nuevo nombre de la HosterĂ­a de la Bola de Oro, cuyo techo cobijĂł a Washington, a Jefferson y a Lafayette–, y su paseo preferido era hacia el Norte, por la misma calle, donde se encontraban la casa de Mrs. Whitman y el vecino cementerio de St. John, situado en la falda de la colina cuyo recoleto recinto, con abundancia de lĂĄpidas del siglo XVIII, le fascinaba de manera especial.
Lo irĂłnico del caso es que en el curso de aquel paseo, tantas veces repetido, el mĂĄs grande maestro de lo terrible y de lo fantĂĄstico tenĂ­a que pasar por delante de cierta casa situada en el lado oriental de la calle, un edificio deslucido y anticuado que se hallaba posado sobre la brusca subida de la ladera de la colina, con un amplio y descuidado jardĂ­n que databa de la Ă©poca en que la regiĂłn era en parte campo abierto. No parece que Poe escribiera o hablara nunca de la casa, ni se tiene noticia de que hubiera reparado en ella. Y, sin embargo, aquella morada para las dos personas en posesiĂłn de cierta informaciĂłn, iguala o supera en horror a las mĂĄs descabelladas fantasĂ­as del genio que con tanta frecuencia pasĂł por delante de ella sin saber lo que ocultaba y se alza con mirada maliciosa y rĂ­gida como sĂ­mbolo de todo lo que es indeciblemente espantoso.
La casa era –en realidad, continĂșa siendo– de las que atraen el interĂ©s de los curiosos. Originalmente granja, por lo menos en parte, tenĂ­a el habitual aspecto colonial de las casas prĂłsperas de tejado puntiagudo de la Nueva Inglaterra de mediados del siglo XVIII, con dos pisos y ĂĄtico, pĂłrtico georgiano y paredes interiores recubiertas de madera, como dictaba la evoluciĂłn del gusto en esa Ă©poca. Estaba orientada hacia el Sur y tenĂ­a un elevado tejado cuyos dos aleros daban, respectivamente, a la ladera de la colina y a la calle. Su construcciĂłn, de hace mĂĄs de siglo y medio, se habĂ­a adaptado al nivelado y al enderezamiento del camino en aquella vecindad particular, pues Benefit Street, llamada originalmente Back Street, se trazĂł como sinuoso sendero entre los sepulcros de los primeros colonos y sĂłlo se enderezĂł cuando el traslado de los cadĂĄveres al Cementerio del Norte permitiĂł abrir camino a travĂ©s de los antiguos predios familiares.
En un principio, el muro posterior se alzaba sobre un campo de hierba que quedaba como a veinte pies por encima del nivel de la calle, pero un ensanchamiento de Ă©sta, aproximadamente en tiempos de la Guerra de la Independencia, absorbiĂł casi todo el espacio intermedio y dejĂł los cimientos al aire, por lo que hubo que construir en Ă©l sĂłtano un muro de ladrillo, que dio a esta hundida parte de la casa una fachada dotada de puerta y dos ventanas por encima del nivel del suelo, casi a la altura de la calle nueva. Cuando se construyĂł la acera hace un siglo, se eliminĂł el resto del espacio intermedio y, en sus paseos, Poe debiĂł de ver sĂłlo un muro vertical de ladrillo que nacĂ­a del borde de la acera, coronado a una altura de diez pies por la pesada silueta de la antigua casa entejada propiamente dicha.
Los terrenos, propiedad de la familia, se extendĂ­an por la parte trasera y subĂ­an un buen trecho por la loma, hasta casi llegar a Wheaton Street. El espacio al sur de la casa, el que lindaba con Benefit Street, quedaba, naturalmente, muy por encima del nivel de la actual acera, formando una plataforma que acababa en un muro de guijas hĂșmedas y mohosas horadado por un tramo muy inclinado de estrechos escalones que conducĂ­a al interior, entre paredes que formaban una especie de desfiladero, y desembocando en la parte superior en un despeinado macizo de cĂ©sped, muros de ladrillo rezumantes y jardines descuidados, cuyas desmanteladas urnas de cemento, tiestos herrumbrosos caĂ­dos de trĂ­podes de nudosas patas y objetos parecidos hacĂ­an parecer mĂĄs atractiva, por contraste, la puerta principal, maltratada por la intemperie, con su montante roto, pilastras jĂłnicas podridas y carcomida cornisa triangular.
Lo que oĂ­ de muchacho acerca de la Casa Maldita fue simplemente que la gente morĂ­a en ella en cantidad alarmante. Esa habĂ­a sido la razĂłn, me decĂ­an, por la que sus primeros propietarios la habĂ­an abandonado unos veinte años despuĂ©s de haberla construido. La casa era, evidentemente, malsana, tal vez a causa de la humedad y de los hongos que crecĂ­an en el sĂłtano, del tufo enfermizo que lo contaminaba todo, de las corrientes de los pasillos o de la calidad del agua de la bomba y del pozo. Estas cosas ya eran lo bastante malas y a ellas culpaban, las personas que yo conocĂ­a, de las desgracias de la casa. Únicamente los cuadernos de notas de mi tĂ­o el anticuario, Dr. Elihu Whipple, me revelaron detalladamente las mĂĄs oscuras y vagas suposiciones que formaban una corriente folklĂłrica subterrĂĄnea entre los sirvientes mĂĄs antiguos y la gente humilde, conjeturas que nunca llegaron muy lejos y fueron en su mayor parte olvidadas cuando Providence se convirtiĂł en ciudad importante con una poblaciĂłn moderna y cambiante.
En realidad, los habitantes serios de la ciudad nunca consideraron la casa como «encantada» exactamente. No se hablaba de ruidos de cadenas, ni de heladas corrientes de aire, ni de apagones de luces, ni de caras en las ventanas. Los extremistas decĂ­an que traĂ­a «mala suerte», pero no pasaban de ahĂ­. Lo indiscutible era que en ella morĂ­an gran nĂșmero de personas, o, mejor dicho, que en ella habĂ­an muerto un gran nĂșmero de personas, pues despuĂ©s de ciertos peculiares acontecimientos ocurridos allĂ­ hace mĂĄs de sesenta años, el edificio habĂ­a quedado abandonado debido a la imposibilidad de alquilarlo. Aquellas personas no murieron todas repentinamente por una causa determinada; parecĂ­a mĂĄs bien que su vitalidad iba siendo minada de un modo insidioso y que su resistencia dependĂ­a de su mayor o menor fortaleza natural. Y las que no morĂ­an mostraban en diversos grados un tipo de anemia o consunciĂłn, y a veces una decadencia de las facultades mentales, que no hablaban a favor de la salubridad del edificio. Debe añadirse que, las casas vecinas parecĂ­an estar completamente libres de aquella perniciosa condiciĂłn.
Esto es cuanto sabía antes que mis insistentes preguntas llevaran a mi tío a mostrarme las notas que finalmente nos embarcaron en nuestra espantosa investigación. En mi niñez, la Casa Maldita estaba vacía, con sus årboles desnudos, nudosos y viejos, su alta hierba de una palidez extraña y cizaña de aspecto de pesadilla en el abandonado patio en el que jam...

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