Globalización y Región
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Globalización y Región

Transformaciones en la sociedad, política y economía latinoamericanas

Paola Ruiz Aycardi, Mariángela Rueda Fiorentino

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  1. 136 pages
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Transformaciones en la sociedad, política y economía latinoamericanas

Paola Ruiz Aycardi, Mariángela Rueda Fiorentino

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Esta obra se presenta como un estudio de la globalización y sus efectos en Latinoamérica. Los autores, haciendo uso de la metodología de estudio de casos, esperan contribuir a enriquecer los debates en torno a dicho proceso, profundizando en el análisis de hechos locales con impacto global en Costa Rica, Colombia, México y Brasil. En el caso de Costa Rica, se examinan las nuevas dinámicas económicas y de intercambio de servicios a nivel internacional, y se presenta el caso de la movilización defensiva contra la globalización neoliberal. Desde la perspectiva política, los casos de Colombia y México examinan el rol de los nuevos actores de la sociedad internacional, su impacto y participación en los procesos de toma de decisión. Además, en esta misma línea, se ilustra el rol de Brasil en términos de liderazgo y seguridad regional suramericana.

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Informations

Année
2018
ISBN
9789587890068
Édition
1
Sujet
Diritto
CAPÍTULO IV
LIDERAZGO Y SEGURIDAD REGIONAL SURAMERICANA: CONVERGENCIAS Y DIVERGENCIAS ENTRE COLOMBIA Y BRASIL EN EL SIGLO XXI
Héctor Galeano David *
Gladys Zubiría Fuentes**

I. INTRODUCCIÓN

La globalización es un fenómeno que ha afectado a la sociedad en todas sus dimensiones, principalmente en la economía, el comercio, las finanzas y la política. En este último espectro, el derrumbe del bipolarismo acentuó las dinámicas globalizantes, iniciando una interesante etapa de transformaciones en la arena global.
En tal sentido, además de desmoronarse la URSS como uno de los dos protagonistas de la Guerra Fría y la corta hegemonía de los Estados Unidos en el escenario internacional, con la llegada del siglo XXI, nuevos actores emergentes le dieron la bienvenida a un multipolarismo que hoy sigue siendo incuestionable.
En ese orden de ideas, se comenzó a hablar de los BRIC, luego del artículo que Jim O’Neill publicara en 2001, titulado Building Better Global Economic BRICs, en el cual hacía referencia a cuatro economías emergentes, caracterizadas por un gigantesco territorio, gran población, interesante desarrollo tecnológico-económico y un creciente liderazgo en su entorno regional y global.
Fue así como a partir de esa coyuntura, Brasil, Rusia, India y China se convirtieron en protagonistas del escenario internacional, proyectándose como países de obligatoria atención y análisis. Considerando lo anterior, el capítulo analiza las dinámicas en materia de seguridad regional suramericana, y el rol de Brasil en el contexto geográfico y su proyecto de posicionarse como líder global.
En el texto también son estudiados los Estados Unidos como líder mundial y potencia hegemónica continental que en su histórico accionar en materia de política exterior ha mantenido una permanente participación en todos los procesos políticos y económicos suramericanos, y por otra parte, Colombia, en su condición de país fronterizo de Brasil, que a lo largo del tiempo se ha alineado irrestrictamente a los proyectos de los Estados Unidos, distanciándose de Brasil en diversos temas tanto de carácter binacional como regional y global.
Enmarcado en el periodo de la posguerra fría, este trabajo pone especial atención a las transformaciones que ha sufrido la región en el siglo XXI, luego del ascenso democrático de presidentes postulados por la izquierda, y que han cambiado el otrora inamovible escenario pronorteamericano del siglo pasado con la sólida dinámica de los procesos de liderazgo de ambos países identificados hasta el 2014, año que aquí se toma como referente temporal.

II. SURAMÉRICA, COMPLEJO DE SEGURIDAD REGIONAL

El mundo de la posguerra fría se ha caracterizado por una permanente dinámica transformadora en el sistema internacional. Con el aumento de la interdependencia, los centros de poder se han desplazado paulatinamente hacia actores sin tradición protagónica, lo que ha obligado a reestudiar su rol regional y global debido a la creciente ascendencia sobre los demás Estados y los organismos internacionales.
Para entender la propuesta que como región tiene América Latina frente a problemas comunes tipo narcotráfico, inestabilidad política y crimen organizado, es necesario identificar los procesos de interdependencia entre los Estados latinoamericanos. De la solidez de una propuesta en tal sentido, se derivaría el desarrollo de una política de Estado, más que una política de Gobierno, que haga factible y le dé perdurabilidad a la lucha contra estos asuntos que afectan la seguridad en la región, y por lo cual tendría el apoyo de las organizaciones internacionales existentes o de las relaciones bilaterales o multilaterales entre los países producto de ese aumento de la interdependencia.
Sin embargo, en el caso latinoamericano, aunque existe ese grado de interdependencia entre los Estados alimentado por factores de historia común, procesos culturales y tradiciones similares, economías dinámicas entre los países vecinos de la región y una realidad social común, el fortalecimiento de la región como un todo en la política exterior de estos países no es una prioridad en la agenda (Ahcar, Galofre y González, 2013).
Individualmente, los países de América Latina tienden a enfocar los procesos de interdependencia no tanto en una relación de la comunidad de países latinoamericanos que priorice la región en materia de política exterior, sino como una tendencia a fortalecer los acuerdos bilaterales con actores que no hacen parte de ese difuso sistema regional latinoamericano, entre ellos Estados Unidos conforme siempre lo ha hecho; la Unión Europea como un organismo de cooperación internacional para el desarrollo, y Asia en especial en el ámbito comercial (Ahcar et al., 2013). Esta perspectiva reafirma el hecho de que los países latinoamericanos en materia de política exterior tienen un enfoque más individual (aterrizado al Estado como tal) que regional, es decir, que América Latina no tiene interés predominante por realizar propuestas frente a temas económicos, comerciales, sociales y políticos sino solo desde una iniciativa interna de los Estados hacia otros países o actores que no pertenecen a la región.
Sin embargo, Brasil ha intentado jugar un papel de liderazgo en la región al mismo tiempo que ha fortalecido su economía interna. El siglo XXI ha sido testigo del desarrollo de las potencias emergentes, caracterizadas por un rápido crecimiento en las últimas dos décadas. Su posicionamiento se ha apuntalado en un notable desarrollo económico, que les ha permitido mayor injerencia en la toma de decisiones a nivel regional y en algunos casos de carácter global. El caso brasileño es un ejemplo. Luego de la redemocratización y los Gobiernos de Cardozo y Lula da Silva (1994-2010), el gigante suramericano asumió proyectos regionales enfocados a fortalecer su liderazgo regional que paulatinamente ha ido perfilando hacia un contexto global.
En este orden de ideas, Brasil propuso el Mercosur (Mercado Común del Sur) y posteriormente la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), mostrando con este último un proyecto de integración de carácter regional sustentado en el consenso y una visión trasversal del tema. Unasur no solo mantiene el tradicional concepto económico y comercial, sino que también contempla las variables sociales, educativas, energéticas, de infraestructura, y de medio ambiente, lo cual le permite ser una organización de coordinación regional que busca presentarse al mundo como una sola entidad (Arroyave, 2012).
Los antecedentes tanto de Unasur como Mercosur pasan a conformar un abanico de acuerdos que emergieron o se fortalecieron en el presente siglo como una estrategia para generar cohesión regional. En este sentido, Unasur, ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) y Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) asumen que Suramérica es una región y, por ende, los lazos que interconectan a sus Estados van más allá del tema económico.
Buzan y Wæver (2003) realizan dos aportes teóricos en el tema de regiones. Por una parte, el vaso comunicante entre los Estados está demarcado por la limitación geográfica; por otra, aunque no es necesario que tengan en el sistema una representación propia cada uno como actor, sí poseen una identidad que permite su estudio integral enmarcado en unas raíces ontológicas muy particulares.
Tanto lo primero como lo segundo son características propias de Suramérica: los lazos históricos, sociales, culturales, religiosos e idiomáticos que ascienden hasta la Colonia misma la convierten en una unidad integral de estudio y análisis.
Otra variable determinante en el concepto de región está fundamentada en la toma de decisiones individuales en materia de política internacional, con capacidad de afectar al vecindario y crear situaciones problemáticas que no pueden solucionarse de manera independiente, por lo que requieren de soluciones multilaterales (Lemke, 2010). Es decir, un tema como la Amazonía, por ejemplo, concierne a la región en general, dada su capacidad para llegar a desestabilizar el conjunto en general.
En este orden de ideas, la seguridad se convierte en factor importante de estabilidad para los países miembros de la región. Buzan y Wæver (2003) afirman que los complejos de seguridad se caracterizan por conformar un conjunto de unidades cuyos procesos principales de securitización o desecuritización, o ambos, están tan interrelacionados de manera tal que razonablemente no pueden ser analizados o resueltos distanciados uno del otro.
Además, los autores, fundamentados en el marco teórico de la escuela de Copenhague, concluyen que las dinámicas de seguridad en los complejos regionales de seguridad pueden ser vistas desde tres ángulos que denominan “tipos de complejo de seguridad”. Por una parte, aquellos que llaman formación en conflicto, que en esencia refleja un contexto que lo propende, carente de reglas o mecanismos que disminuya esta tendencia. En segundo término, el régimen de seguridad, caracterizado porque los Estados acuerdan la generación de instituciones y reglas conducentes a la resolución de los conflictos. Por último, las comunidades de seguridad, en la cual los miembros descartan por completo la solución armada al conflicto (Buzan & Waever, 2003).
Por consiguiente, en el contexto teórico del tema se pueden observar varias aristas e interpretaciones en su estudio. Por una parte, el tradicional concepto de seguridad nacional, entendido como “aquellas amenazas que puedan pesar sobre los valores esenciales que hacen a la existencia e identidad del Estado: independencia, soberanía e integridad territorial de un Estado” (Ugarte, 2001). Por otra, en un significado que es más amplio, y traspasa la protección del daño físico, pues a través de una variedad de medios, en su estudio abarca la protección de intereses vitales políticos y económicos cuya pérdida amenaza valores fundamentales y la vitalidad del Estado (Ugarte, 2001).
A partir de la década de los ochenta, el abanico conceptual se hizo más amplio y comenzó a incluir nuevos parámetros en su conceptualización. Es así como el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en el Informe sobre Desarrollo Humano de 1994, amplió el concepto (PNUD, 1994). La visión del documento se plasma en el siguiente párrafo:
En éste se definen cuatro características esenciales del mismo: es una preocupación universal, sus componentes son interdependientes, se da primacía a la prevención y está centrado en el ser humano. Adicionalmente, se definen siete categorías de amenazas a la seguridad humana: económicas, alimentarias, de salud, ambientales, personales, comunitarias y políticas (Alzate, Soza, Galeano y González, 2012, p. 209).
Luego es claro que el concepto de seguridad en el siglo XXI sobrepasa la concepción de soberanía. Hoy desde una visión transversal, además del tradicional recelo al resguardo de los límites fronterizos, incluye temas fundamentales como la calidad de vida del ser humano.
Adicionalmente, es importante resaltar que la escuela de Copenhague le da un sentido multidimensional al concepto de la seguridad, ya que en ciertos momentos será primordial la preservación de la seguridad del Estado frente a amenazas externas que lo puedan vulnerar; en otros casos será el individuo el epicentro de atención, y en algunos otros se securitizará la identidad de grupos sociales cuando se ven en peligro (Orozco, 2000).
En sentido general, el analizar históricamente la región sudamericana podemos afirmar que no es prolífera en conflictos bélicos interestatales, aunque se destacan el colombo-venezolano, por el golfo de Coquivacoa; Perú y Chile, por límites marítimos; Bolivia y Chile, por la salida al mar del primero. Uno muy reciente fue originado por el fallo de la Corte Internacional de Justicia, que transformó las fronteras entre Colombia y Nicaragua1, y que por sus connotaciones, trasciende a otros Estados debido a que afecta los límites fronterizos, como es el caso de Costa Rica; además, agita la disputa política debido a la intervención de terceras potencias.
Esta participación de potencias externas a la región y los nuevos alineamientos de la posguerra fría son precisamente los que han contribuido a generar un espectro de securitización regional. Aunque no podemos hablar de carreras armamentistas, algunos Estados argumentan la renovación de su equipo militar (Brasil, Chile y Perú); otros buscan justificación bajo nuevas perspectivas de doctrina de seguridad que considera a Estados Unidos como una amenaza (Venezuela); el caso colombiano, basándose en su conflicto interno y el problema del narcotráfico, ha incrementado sus presupuestos de inversión militar (Vargas, 2012).
Adicionalmente, variables como el tema amazónico, el conflicto interno colombiano y su resolución, y la oposición a la derecha regional en cabeza del Socialismo del Siglo XXI hacen pensar en una zona vulnerable a la regionalización de los conflictos, que requiere de estrategias consistentes en materia de desecuritización. No obstante, para llegar a ese punto es necesario, en primera instancia, el fortalecimiento de un liderazgo regional y la generación de un marco institucional apropiado que subsane el vacío que tanto el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) como la OEA (Organización de Estados Americanos) han ido presentando. El primero, desacreditado totalmente luego de la guerra de las Malvinas, y el segundo ha sido incapaz de responder efectivamente ante los recientes retos regionales en materia de seguridad, como son, los cinco sucesos que denotaron vulnerabilidad para el entorno en materia de seguridad. Primero, los movimientos autonómicos bolivianos, que tuvieron su punto más álgido en 2008. Segundo, el bombardeo por parte de las fuerzas militares colombianas a territorio ecuatoriano en 2008. Tercero, el fracasado acuerdo militar entre Colombia y Estados Unidos. Cuarto, el fallido golpe de Estado en contra del presidente Correa de Ecuador en el año 2010, y, por último, la inestabili...

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