Pensar sistémico
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Pensar sistémico

Una introducción al pensamiento sistémico

José Antonio Garciandía Imaz

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Una introducción al pensamiento sistémico

José Antonio Garciandía Imaz

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Hay una forma de pensar diferente y complementaria a la ciencia; este libro trata de las bases coceptuales para ello. El autor se da a la tarea de ordenar la ideas y conceptos diversos sobre los que se sustenta la teoría sistémica, de manera tal que el lecxtor encontrará una obra que congrega por primera vez los pilares para utilizar en su pensamiento las herramientas sistémicas. Con ello tendrá acceso a la comprensión de los fenómenos desde un ángulo relacional, que entiende el universo como una colosal y sorprendente trama de conexiones y relaciones en la cual los seres humanos estamos sumergidos como los peces lo están en el agua. Para comprender desde esta perspectiva se necesita una manera distintiva de contemplar la realidad que nos envuelve, cuyos alcances sopbrepasen los límites de la ciencia.

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VII LA IDEA DEL CONTEXTO

INTRODUCCIÓN

El concepto de contexto, a pesar de ser muy utilizado en múltiples situaciones, no ha sido lo suficientemente desarrollado y no existen explicaciones someras y detalladas del concepto, sin embargo, es una palabra de uso común que se utiliza permanentemente en muchos ámbitos. Se trata de una palabra comodín cuya naturaleza se adapta a una multiplicidad de referenciaciones y, por ello, en muchos campos del conocimiento se recurre a ella. Desde una perspectiva sistémica, la idea de contexto adquiere una importancia fundamental en la medida en que para un sistema las interacciones e interrelaciones conectan los fenómenos y, como consecuencia, emerge un tejido de conexiones donde adquieren sentido. El contexto como un orden de relaciones en las que suceden acontecimientos, como una red de conexiones o una maraña de sucesos es de extraordinaria transcendencia para comprender muchas de las vicisitudes del sistema.
En muchos sectores la idea de contexto es un referente permanente que enmarca los acontecimientos. Pero, ¿qué es el contexto? ¿Cómo lo entendemos? He ahí uno de los aspectos más difíciles de dilucidar puesto que no parece haber muchas reflexiones en relación con esta idea. Incluso en los diccionarios es una palabra poco desarrollada, tanto así que en algunos ni siquiera aparece.
La red de acontecimientos, conexiones, interacciones, sucesos, circunstancias, etc., en las que se ve involucrado algo, es lo que en un sentido genérico denominamos contexto. Quizás una de las áreas de conocimiento donde más se utiliza la palabra contexto y donde más se ha teorizado al respecto es en la lingüística y en la filosofía del lenguaje.
Hablar de contexto evoca, en primera instancia, una red de conexiones entre fenómenos o cosas y es precisamente el concepto de red el que nos permite introducirnos en esta idea.
¿Qué es una red?, “una pregunta siempre es polisémica” decía Heidegger y, por tanto, es inevitable pensar que la respuesta también lo será. Si hacemos un recorrido etimológico del concepto de red, hemos de remitirnos hasta la palabra latina retineo compuesta por re y teneo (tener) cuyo significado está referido a retener, retardar, no dejar marchar, no soltar, tener por detrás, algo que agarra y atrapa. Por ello deriva en sentidos como mantener, conservar, sostener, cautivar y defender. Esta palabra tan pletórica de significados ha dado origen a un término más exiguo que integra de manera sintética todos ellos, rete, una red y un lazo en primera instancia pero también, un engaño, falacia y astucia. Desde aquí, emerge en castellano el vocablo red, un aparejo hecho de hilos, cuerdas o alambres trabados en mallas y convenientemente dispuesto para pescar o cazar. Adicionalmente, convoca otros sentidos, un ardid o engaño del que se sirve para atraer a otros. Se trata de un término que en última instancia evoca la idea de una confluencia; así, en la red confluyen muchas cosas que de otra manera no entrarían en contacto.
Una red es un tejido en el cual hay huecos, espacios, y ello la ubica en torno a expresiones creativas de la naturaleza como una tela de araña, una atarraya o una malla. En todo caso es un tejido selectivo, pues deja pasar unas cosas y otras son retenidas o atrapadas. En cierto modo una red parece comportarse como un elemento de intermediación en doble sentido, entre los hilos existe un espacio y entre los espacios existen hilos. Podría decirse que una red es un espacio con agujeros, un lugar de conexiones. Su ánimo conector fluctúa entre la función de atrapar como lo puede hacer una tela de araña o una atarraya, evocando el aspecto engañoso y falaz en forma de un ardid al servicio de someter lo que caiga en ella. Por otro lado, la red es un conector, une cosas, construye vínculos entre fenómenos y las cosas involucradas en los mismos. Por tanto, en su versión de ardid, la red genera sometimiento y hasta aniquilación, de hecho saca al individuo o la cosa atrapada en ella del entorno, del mundo original en el que se halla o lo salva de un entorno hostil o amenazante. En su vertiente de conector es el elemento simbólico básico para co-construir colaborativamente, cosas y fenómenos que, bajo ciertas circunstancias, nunca entrarían en contacto y merced a una red pueden construir nuevos acontecimientos y fenómenos. Solo hace falta ver cómo operan las redes virtuales. Una red es un lugar de dualidad, ambivalencia, que posee un carácter dialógico, de lo cual nos es imposible huir, en virtud de nuestra condición de seres relacionales. Por ello, las redes sociales son una realidad de la que no podemos huir: construimos nuestras vidas en ellas, con ellas, para ellas y a través de ellas, al tiempo que nos atrapan y aprisionan. Como consecuencia, desde una perspectiva sistémica, por ejemplo, podemos observar que tanto la creatividad y la patología emergen en conexión con las redes sociales en las que los individuos participan.
Si los hilos de una red tienden a acercarse y con este movimiento a estrechar los espacios entre ellos, la red se constituirá en un tejido. Este sustantivo que describe un objeto, deriva del término latino, texere: entrelazar, trenzar y construir. Tejer como acto de conexión puede expresarse, según el diccionario, como entrelazar hilos, cordones, espartos o bien como el acto de formar sus telas y capullos ciertos animales articulados. En un sentido menos concreto, tejer es también componer, ordenar, articular y poner con método una cosa o cruzar, mezclar con orden y también alude a los lazos y las cabriolas en el baile. En un sentido imaginario se trata de discurrir, imaginar con variedad de ideas o bien trampear, no obrar con lisura (como cuando se dice: “le tendió o le tejió una trampa”). Tejer puede extenderse hacia otras dimensiones como una narración o un relato en los que el autor logra mezclar y entrelazar palabras, frases, ideas, historias a la manera de un extenso tejido que se confecciona en la forma de un texto.
Un texto es un tejido que llega de un recorrido etimológico que se origina en tego, proteger, cubrir, envolver, ocultar, que deriva hacia texo, urdir, tramar, formar, disponer, y nos conduce a texus, serie o narración de hechos. Finalmente, el texto que es lo dicho o escrito por un autor se refiere a todo lo que se dice en el cuerpo de una obra narrativa o impresa. Es un tejido de datos al que le decimos relato y que como tal enfatiza su carácter relacional, puesto que un relato es una relación de acontecimientos que se materializa en el texto escrito como un tejido de hilos de tinta o una narración oral, un tejido de sonidos.
Es inevitable pensar en este momento en el hecho de que un texto de alguna manera mediante su contenido establece unas condiciones de los fenómenos, un tiempo y un espacio en el que los acontecimientos suceden. Esas coordenadas son el contexto, concepto que viene de un interesante recorrido etimológico que nos remite a las palabras latinas, cum y texo, tejer con otro, cuya esencia está en el acto narrativo donde el relator y quien escucha co-construyen el texto puesto que este adquiere una dimensión de realidad justo cuando se conectan en la escucha o en la lectura ambos partícipes: el autor y su público. En el relato o en la narración ambos se juntan y en su unión conforman una acción, contexo, entretejer, encadenar, componer, inventar y construir. Y lo que se construye con el otro es un contextus, término referido a una tela que no ha salido aún del telar, pero que, además, extiende sus acepciones a palabras como unido, entretejido, apretado, expresiones que denotan la intensidad de la conexión y se complementan con otro de los sentidos, continuado, no interrumpido, matices de aquello que conecta sin soluciones de continuidad, como lo es el tejido de una narración, el hilo de una historia o la serie del discurso. El contexto, el contenido textual, hace referencia al orden de composición o tejido de ciertas obras, o es el enredo, maraña, unión de cosas que se entrelazan y entretejen. Una condición de los seres vivos es que son capaces de urdir acontecimientos en el tiempo y en el espacio mediante los cuales entretejen conexiones que organizan un contexto.
Esa condición en los seres humanos adquiere una dimensión fundamental que, a través de palabras intercambiadas en conversaciones, hila la trama de un tejido que es un texto de historias las cuales al conectarse con las de otros seres humanos generarán un contexto que sostendrá una red social de conexiones. En un capítulo anterior habíamos planteado la existencia de un principio conector en el universo, todo está conectado y todo es susceptible de ser conectado. El concepto de la conexión está íntimamente ligado al del contexto, y para que se constituya un contexto son necesarias las conexiones y para que estas tengan algún sentido es necesario un contexto. El término latino conexio del cual proviene, es una decantación de connexus, enlazado, unido, originado a su vez de conectio, enlazar, unir. Este sentido de unión es consecuencia de su matriz compuesta cum y necto, atar, unir, enlazar, juntar, que se referían en un principio al acto de formar un nudo, elaborar una cadena o entrelazar los brazos bailando. De ahí que la conexión congregue este sentido esencial de la unión en sus significados que fluctúan entre la atadura, enlace, ligazón, trabazón, concatenación o, en un sentido más sutil, afinidad, analogía y en un sentido más acorde con nuestro propósito, relación. Pero conexión en el sentido más complejo es una mancomunidad de ideas e intereses. Sin embargo, el concepto de conexión tiene un carácter dialógico que se evidencia cuando lo vemos como una confluencia de filamentos en el nudo, nodo o intersección y, por otra parte lo concebimos como el punto de partida de una serie de hilos alejándose del punto de encuentro. Cada ser humano es un nudo, un nodo, una intersección en medio del universo desde donde se construye un mundo.

ONTOLOGÍA DEL CONTEXTO

La idea del contexto, manida y usada como una palabra comodín hasta la saciedad en muchos ámbitos, nos induce una inquietud, ¿qué tipo de fenómeno es?, ¿cuál es su naturaleza?, ¿qué tipo de cosa es? En términos ontológicos, ¿tiene sentido hablar del contexto?, ¿podemos decir si es o no es una realidad? Tal vez lo que podemos decir en este punto es que se trata de una nebulosa ontológica. Con ello quiero decir que el contexto es una distinción que hacemos en el lenguaje para expresar una multiplicidad de fenómenos, hablamos de un contexto económico, social, fisiológico, emocional, político, mundial, local, colectivo, particular, etc. El concepto es utilizado en una ingente cantidad de situaciones y siempre con un sentido de aquello que acompaña a un fenómeno (individuo, cosa o hecho) y que no es el fenómeno mismo. Sin embargo, no parece ser claro su estatuto cuando pretendemos definirlo y responder a la pregunta: ¿ el contexto es un fenómeno, una cosa, un concepto? Por ello, lo que más se acerca a favorecer su comprensión es la metáfora de una encrucijada en la que se congregan las tres vías ontológicas que hemos heredado en Occidente desde los griegos para comprender la realidad.
La vía física o naturalista, que desarrollaron los filósofos presocráticos, intenta encontrar en el interior de la naturaleza el principio de todas las cosas al que llamaron el arché, mediante una regla en la que las explicaciones de los fenómenos naturales se logran a través de los fenómenos naturales. Esta forma de explicar los fenómenos es la que dio origen al pensamiento científico, cuyas explicaciones están arraigadas en la naturaleza y sus fenómenos. Por ello, cuando una explicación transciende los fenómenos de la naturaleza deja de ser científica, lo cual no la descalifica como pensamiento, pero sí abre el entendimiento de los fenómenos hacia una vía que se dirige a dimensiones de comprensión que está más allá del mundo físico.
La vía de la metafísica, transitada por algunos presocráticos, se inicia con Parménides quioen postula la idea de que el principio de todo lo que existe es el ser, al cual le da una condición de inmutabilidad. Y adquiere su mayor desarrollo con Platón y Aristóteles. Desde esta posición ontológica se explica la unidad de la multiplicidad de los fenómenos de la realidad en espacios de comprensión que van más allá (meta) de la física, de la naturaleza, donde encontraremos la esencia última de las cosas. Así, en el afán de migrar a esos espacios de comprensión que exceden los límites de la física, la metafísica plantea un interrogante sobre la realidad del mundo sensorial, el cual llega a postularse como una apariencia diversa y múltiple de esa realidad transcendente no física.
La tercera vía ontológica es la que desarrolló un grupo de filósofos griegos, los sofistas, alrededor del siglo V a. C., la ontología antropológica. Protágoras, uno de ellos postulaba que el hombre es la medida de todas las cosas. Para los sofistas la unidad de la multiplicidad de los fenómenos y de las cosas no se halla ni en el arché, ni más allá de la física en un mundo transcendente, ni dentro ni fuera de la naturaleza, esa unidad se encuentra en la mirada del hombre, es este quien le confiere la unidad a las cosas y los fenómenos. En este sentido, Heráclito contribuye a consolidar esta posición ontológica puesto que no se limita a explorar en la naturaleza externa al hombre, sino que indaga en el interior de su propia naturaleza y con ello lo incluye entre los fenómenos de la naturaleza. “Todo es mutable -proclama- todo se transforma”. El fenómeno que rige todo lo que existe es el logos, la palabra. Esta introduce orden, sentido y razón a todo lo que existe. Es la palabra como expresión de ese extraordinario acontecimiento que es el hombre, la que media en el difícil tránsito entre el caos y el orden.
Si somos coherentes lo máximo que podemos decir es que el contexto es tributario de estas tres dimensiones ontológicas: la física, por cuanto el contexto nos remite a unas coordenadas espacio-temporales; la metafísica, en la medida en que es una idea, una abstracción que representa un mundo más allá de los límites del individuo; y la antropología, ya que está definido por un observador que determina sus alcances y sus dimensiones. En el concepto de contexto por tanto se entrelazan el individuo, el mundo y las relaciones que los convocan como un guión que un observador puede percibir.

EL CONTEXTO COMO CATEGORÍA

Hablar del contexto nos impele a preguntarnos si desde el punto de vista ontológico es una categoría. Y si vamos a categorizar el contexto nos preguntamos, ¿qué tipo de categoría es?, ¿individual en sí misma o es una categoría que es una característica de algo individual? Para responder a estas preguntas es preciso decir que el contexto no es una categoría individual, en cuanto que un contexto solo no existe, lo es para alguien o algo, en un tiempo y un espacio de alguien o de algo. Luego en ese sentido no es una entidad que tenga tiempo y espacio per se, forma parte del tiempo y el espacio de alguien o de algo. Si bien las cosas concretas son temporales y/o espaciales, como lo puede ser un perro, una piedra, una casa un burro, un hombre, un árbol, un pensamiento, etc.; las cosas que no son temporales ni espaciales, no son cosas concretas, son cosas abstractas. En este sentido, el contexto emerge como una cosa abstracta, no tiene tiempo, ni espacio per se, sino que su tiempo y espacio cuando los tiene, son siempre derivados de la existencia de alguien o de algo de los cuales se predica como una característica o propiedad. Lo que hasta ahora podemos decir del contexto es que se trata de un entramado que acompaña en el tiempo y el espacio de alguien o algo, sin los cuales no tiene estatuto de existencia. Ahora bien, el contexto suele adscribirse no sin frecuencia a una realidad concreta, se dice, X nació en un contexto Y. Con Y se significa, el tiempo de su nacimiento, el lugar físico en el que sucedió el nacimiento y las circunstancias (los acontecimientos o hechos presentes en ese tiempo y lugar). Hablamos de contexto como si fuere algo muy concreto, identificable y perfectamente delimitado en el tiempo y el espacio. Desde esta perspectiva podría decirse que el contexto es una cosa concreta y, por tanto, goza de un estatuto ontológico físico. De esta manera tenemos una doble identidad ontológica del contexto, es algo concreto y es algo abstracto, es físico y es metafísico. Adicionalmente es algo individual con su propia identidad y es algo que es propiedad o característica de algo. Podría decirse que el contexto tiene las claves del sentido, las claves que nos permiten explicar, entender y comprender algo.
La pregunta en este punto es, ¿existe algo individual sin un contexto? Y, ¿existe un contexto que no esté acompañando a algo o alguien? Vemos que la naturaleza del individuo y el contexto es indisoluble, no es posible imaginar algo o alguien desligado de un contexto, y no es posible imaginar un contexto no referido a alguien o algo. Nada es en el vacío. Por tanto, el contexto nos coloca en la t...

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