Breve intento de explicación del curso y de la continuidad de la historia de la civilización occidental (Tomo II)
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Breve intento de explicación del curso y de la continuidad de la historia de la civilización occidental (Tomo II)

Juan Alberto Díaz Wiechers

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Juan Alberto Díaz Wiechers

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La Historia es un proceso continuo, que fluye como el agua de un río. Nunca se detiene realmente, hasta que llega al mar. Puede que los ríos se separen del tronco principal, pero por mucho tiempo seguirán portando las mismas aguas que alguna vez salieron del fluyente original. Pues así como los ríos lo son, también la historia es efectivamente continua, un perpetum mobile inclasificable.Los especialistas de la Historia tienen claro lo anterior, pero no así los legos. Esta obra está enfocada a ellos, a quienes sin ser historiadores desean entender y hacerse de una idea simplificada, explicativa, estructurada y lógica del curso de la evolución de nuestra Civilización Occidental. Al escribirla pienso en mis hijos, a los que me gustaría explicarles mi interpretación del proceso histórico global del que nosotros y nuestros antepasados formamos parte. Ojalá sirva a los lectores para hacerse una idea cabal de cuál fue su pasado, cuáles son las bases culturales de su presente, y el origen de su futuro.El lector podrá considerar que se ha dado preferencia a algunos temas por sobre otros; es posible que así haya sido. Pero recordemos que ésta es una obra bastante personal, y que por lo tanto puede caer en subjetividades involuntarias. Pero, de cualquier forma, es un trabajo que puede ayudar a mucha gente a interesarse por recorrer el río continuo de nuestra propia Historia. Esperemos que así sea.

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Informations

Année
2019
ISBN
9788417799267
SÉPTIMA PARTE
LA BAJA EDAD MEDIA
210.- El Mundo Cristiano hacia el Año 1.000 de Nuestra Era.
Para el Año 1.000 de Nuestra Era, o un poco después, la civilización cristiana europea ya estaba fuertemente afianzada. Una cosa esa su extensión política; otra era su extensión geográfica. Veamos por qué.
Políticamente hablando, las fronteras de esta civilización corrían, por los siguientes límites: en el Este, a lo largo del sector oriental de la región de Anatolia, esto es, por sorprendente que hoy pudiera parecer, dejando toda la actual Turquía dentro del mundo cristiano-bizantino, y llegando -de hecho incorporando- hasta la histórica Antioquía y las islas de Creta y Chipre; en el Oeste, pasaba por el quinto más septentrional de España; en el Mediterráneo, el estrecho de Messina era límite, dejando a la isla de Sicilia fuera de sus fronteras.
Pero culturalmente, había una extensión mayor frente al Islam, pues en realidad todavía la parte musulmana de España, Sicilia, las islas Baleares y demás islas del Mediterráneo conservaban una mayoría cristina europea. Adicionalmente, algo de Cristianismo latino quedaba todavía en el Norte de África, aunque no podemos saber cuánto. Por otra parte, todavía en Siria, Palestina, y Egipto existía aún una mayoría cristiana, esencialmente oriental, más bien de las raigambres autóctonas del Cristianismo, pero de cualquier forma con un vínculo todavía común con la Europa cristiana. Es más, los cristianos orientales que aún seguían la corriente greco-ortodoxa continuaban manteniendo un vínculo muy especial con el emperador romano de Constantinopla, al que seguían viendo como cabeza político-religiosa. Y los dominadores musulmanes estaban conscientes de esto, e inclusive lo respetaban.
Lo anterior se daba en cuanto a los límites mediterráneos del mundo occidental. Pero toca analizar, y muy interesantemente, cómo estaba la situación hacia el Norte. Ya hemos visto como el Cristianismo latino se estaba afianzado entre los pueblos romano-germánicos. Al comienzo del segundo milenio en el Norte de Europa la expansión del Cristianismo iba de la mano de la cultura alemana. Desde el momento en que los germanos se convirtieron en alemanes, en un proceso fusionante determinante para la historia mundial, empezaría un proceso de expansión cultural y religiosa sin precedentes, que se conocería como Drang nach Osten o Impulso hacia el Este. Lo analizaremos algo más en detalle un poco más adelante. El hecho es que de la mano de este proceso, se produciría la incorporación al Cristianismo latino-germánico de los pueblos eslavos y bálticos de Europa central.
Así como los búlgaros eslavizados, los serbios y los pueblos del gran espacio ruso habían sido convertidos a la forma cristiana de Bizancio, otros grupos eslavos estaban siendo receptores directos de la influencia católico-romana. Los polacos, los checos (bohemios y moravos), los eslovacos, los eslovenos y los croatas ya para el año 1.000 habían recibido, o estaban recibiendo, básicamente de los alemanes, el Cristianismo latino, en un proceso de conversión bastante fulminante. Además, para el Año 1.000 Escandinavia era ya en mayor o medida –dependiendo del país- cristiana: Dinamarca, Noruega, Suecia, y sus variados territorios dependientes, habían aceptado o estaban aceptando definitivamente la fe católica. Es más, los vikingos que dirigidos por Leif Ericsson hacia dicho año había descubierto la costa americana partiendo de Groenlandia, eran ya cristianos. También, hacia el Año 1.000 San Esteban, Rey de Hungría, por la influencia alemana, había aceptado el Cristianismo latino. El Cristianismo aún tenía que afianzarse en el Báltico: en Pomerania, Prusia, Lituania, y en las regiones ahora llamadas Finlandia, Estonia y Letonia. Mucho de esto lo veremos en mayor detalle en capítulos posteriores dedicados a cada pueblo.
Entonces, por el lado occidental, encontramos ya diversos Estados cristianos, algunos en formación, otros nominalmente existentes pero todavía no consolidados. Como cabeza estaba el Sacro-Imperio Romano-Germánico, que ocupaba el espacio de la parte germánica de Europa Central: era una combinación amorfa de ducados, pero entonces se lo consideraba como un Imperio alemán homogéneo. Sus límites los veremos después. En el Norte estaban los reinos ya cristianos de Noruega (con su zona de expansión en Islandia y hacia Groenlandia), Dinamarca y Suecia (extendiéndose hacia Finlandia). Los Países Bajos, esto es, las actuales Holanda y Bélgica constituían regiones del Sacro Imperio, y para esos momentos el idioma holandés –o más propiamente neerlandés- todavía no se separaba oficialmente de su dialecto bajo-alemán madre.
En la región británica encontrábamos un reino de Inglaterra, que ya hablaba inglés, que todavía bogaba por expandir su influencia a las últimas regiones celtas de la isla: Gales y Escocia. Gales era una región de feroces príncipes independientes, mientras que Escocia se convirtió en un reino organizado, si bien atrasado culturalmente. Pero tales regiones luchaban aún por su independencia, y su unión a Inglaterra demoraría todavía mucho tiempo, lo que les permitiría en gran medida mantener su cultura propia. Por su parte, en Irlanda, la resistencia contra los ingleses continuaría también por mucho tiempo. Pero, claro está, en todas estas regiones, la influencia inglesa, y su idioma, crecían día a día.
El reino de «Francia», sito en la Galia, existía más de nombre que de hecho. Poderosos ducados se mantenían abiertamente ajenos al poder real: Normandía, Aquitania, Bretaña, etc. El dominio real se restringía a las regiones cercanas a París, que eran las que realmente se conocían como «Francia». Además, existían dos idiomas distintos en el país, sin ser el del Norte el más importante. Es cierto, era el idioma de la casa real, pero no era ni remotamente más influyente que la ahora llamada lengua provenzal, que dominaba en la mitad sur del país y sería el idioma de los juglares y trovadores. Además, gran parte de la Francia que ahora conocemos, las regiones de Borgoña y Provenza, en realidad no estaban asociadas al rey residente en París, sino más bien al Sacro Emperador alemán. Una de las misiones nacionales de la autoridad real francesa sería, entonces, por una parte, extender su autoridad a sus ducados autónomos, y por la otra, traspasar a su soberanía las regiones de la Galia Oriental. En algún momento se intentaría extenderse más allá de las regiones de lengua romance post-romana, llegando a una frontera ideal en el Rhin, para lo cual habría que ocupar territorio de etnia y lengua alemana, como Alsacia. Pero eso ya es otro capítulo.
Italia estaba dividida de una manera bastante similar a Alemania. Al reemplazarse la soberanía del emperador constantinopolitano por un emperador franco, todo el territorio de la península al Norte de Roma quedó oficialmente comprendido dentro del territorio del Sacro Imperio Romano-Germánico. En un comienzo la autoridad de los sucesores de Carlomagno fue realmente efectiva, pero luego, al igual que en Alemania, su poder comenzó a ceder ante los señores locales. De cualquier forma, la corona de Italia, o de la parte de Italia nominalmente sujeta a la autoridad imperial occidental, como luego veremos, sería era uno de los tres cetros que ceñía el Sacro Emperador Romano-Germánico. Luego veremos esta importante estructura paneuropea medieval. Pero no toda Italia formaba parte de ella.
En el Norte de Italia, la República de Venecia había ya surgido como un Estado abiertamente independiente. Ella nunca había estado ligada al Imperio de Carlomagno, sino que siempre fue un territorio que tras la desintegración de la autoridad imperial romana en Occidente mantuvo una relación estrecha con Constantinopla. De hecho, fue dependencia imperial hasta muy avanzada la Alta Edad Media. Cuando finalmente se desligó de la autoridad de la Roma oriental, se constituyó en república soberana.
En la mitad meridional de la península se encontraban territorios que nunca llegaron a formar parte del Imperio de Carlomagno, por haber permanecido como Estados lombardos independientes o por continuar siendo territorios dependientes del emperador de Oriente. Apulia y Calabria eran todavía dependencias del Imperio Romano, y su población seguía siendo de habla griega, como en los mejores tiempos de la Edad de Oro de la Magna Grecia. Un efímero intento de conquista árabe había sido exitosamente detenido. Sicilia se había perdido para el Imperio de Oriente y estaba en manos de árabes norafricanos, pero todavía una parte muy importante de su población, si es que no mayoritaria, era de lengua griega y religión ortodoxa. Las islas italianas del Mediterráneo (Córcega y Cerdeña) estaban en proceso de reconquista cristiana.
Esta era, en términos generales, la situación político territorial de la civilización cristiano-occidental.
Además, a la medida Europa Occidental se reorganizaba después de la debacle que significó el fin de la Antigüedad, comenzaba nuevamente el proceso de recuperación de las ciudades, que habían quedado prácticamente despobladas y abandonadas después del siglo V. Algunas ciudades de la época romana renacieron poco a poco, y muchas nuevas surgieron casi de la nada, partiendo de castillos feudales a cuyo alrededor se fueron juntando viviendas. Sería el origen de los «burgos» medievales. No serían las grandes ciudades romanas, sino villas de casas apiñadas, insalubres, relativamente poco pobladas, generalmente amuralladas, pero en las cuales resurgiría la vida eminentemente comercial. Estas villas en muchos casos desarrollarían instituciones de carácter democrático, o por lo menos aristocrático, que les permitirían un alto grado de autogobierno frente a los grandes señores feudales o sus monarcas. Algunas de ellas inclusive se sacudirían la autoridad de sus monarcas convirtiéndose en repúblicas soberanas. Pero la mayor parte no iría más allá de la simple autonomía municipal. Al amparo de las ciudades surgirían los Gilden o Gremios, que serían asociaciones especializadas de profesionales dedicados a rubros diversos de la economía, como los carpinteros, los zapateros, etc. Comenzaba el renacer de la economía urbana.
Un punto histórico muy importante es que a partir de comienzos del Siglo XI la historia de la Civilización Occidental comienza a tomar un nuevo giro. Los nuevos reinos romances o germánicos que estaban surgiendo en Europa Occidental empezaban finalmente a agarrar autoconfianza histórica. Habiendo pasado 500 años desde el derrumbe romano transcurrida la larga época de reestructuración que ahora conocemos como Antigüedad Tardía y Alta Edad Media, nuevas estructuras cohesionadas surgían paralelamente, como complemento del Imperio Romano Tardío afincado en Constantinopla. Habrá entonces una multiplicidad de actores mucho mayor que la que hemos contemplado anteriormente, que, poco a poco, paulatinamente, irán acercándose al poderío de la Roma Tardía, en algún momento la sobrepasarán, e inclusive, tanto voluntaria como involuntariamente, la llevarán a la ruina.
211.- El Declive y Final de la Dinastía Macedonia.
Como ya hemos visto, a comienzos del Siglo XI el Imperio Romano de Oriente era una nuevamente una gran potencia político militar. Esta grandeza duraría muy poco, en realidad. Desde el siglo VII hasta el siglo IX había sido un Imperio Romano en retroceso; entre los siglos IX y XI había logrado una consolidación definitiva ante sus enemigos eslavos y árabes. Pero a poco andar el tiempo los síntomas de un nuevo declive empezaron a hacerse notar. La gran catástrofe se estaba avecinando.
Muerto en 1025 Basilio II, sin hijos, fue sucedido por su hermano Constantino VIII, quien reinaría por sólo tres años (1025-1028), aunque en realidad había sido también co-emperador gran parte de su vida. Pero el reinado de Constantino VIII no fue fructífero, pues éste carecía de la capacidad de su hermano para enfrenar los problemas internos y externos de un imperio tan extenso y complejo. Al fallecer, y no contando con hijos varones, ascendió al trono su hija Zoe (1028-1050), también llamada Zoe Porfirogénita, la cual, para reinar, asociaría al trono consecutivamente a sus tres maridos: Romano III (1028-1034), Miguel IV (1034-1041) y Constantino IX Monómaco (1042-1055).
Romano III, admirador de sus predecesores Marco Aurelio y Trajano, procuró hacer un buen gobierno, pero ni su política interna ni externa fue exitosa. Una grave derrota militar ante los árabes de Aleppo, sin mayores consecuencias afortunadamente, disminuyó su popularidad. Al apoyar los intereses de la nobleza, de la cual formaba parte, afectó mucho a los pequeños propietarios, la base del Imperio. Además, entró en problemas con su esposa Zoe, de la cual derivaba su propia legitimidad. Así que en 1034 fue asesinado, muy posiblemente a instancias de Zoe.
La Augusta entonces puso en el trono a su amante, ahora Miguel IV, miembro de una familia campesina de Paflagonia, cuyo hermano mayor, Juan, era uno de los eunucos más importantes de la corte imperial. Fue un hombre magnánimo y bueno, pero carente de mayor educación y epiléptico. En gran medida la administración del imperio quedó a cargo de su eunuco hermano, quien actuó muy capazmente. Generalmente los eunucos de la corte eran hombres muy preparados, y aunque sabían que por su condición nunca podían aspirar al trono, procuraban hacer ascender a sus parientes.
De cualquier forma, en el campo militar se obtuvieron importantes victorias militares contra los árabes en Odessa -en Mesopotamia- y especialmente en Sicilia. Entre los años 1037-1040 las tropas imperiales, a cargo de Jorge Maniaces, apoyado por contingentes vikingos noruegos, lombardos suditalianos y normandos francófonos, prácticamente habían reconquistado Sicilia para el imperio. Pero el progreso dio al traste cuando el capaz comandante, enfrentando problemas con sus aliados, tuvo que abandonar la campaña. Con ello se derrumbó la reconquista de Sicilia.
Además, en los Balcanes, la Roma del Bósforo tuvo que hacer frente a una rebelión de los búlgaros, que Miguel pudo contener el año 1041 con apoyo de los vikingos noruegos, encabezados por el líder la guardia varenga, Harald Sigurdson, el futuro rey Harald III Hardrada de Noruega. Miguel IV regresó en triunfo a Constantinopla, pero, muy enfermo, falleció poco después.
Tras esto ascendió al trono Miguel V, sobrino de Miguel IV e hijo adoptivo de éste y la emperatriz Zoe. Reinaría sólo en el período 1041-1042. Una de sus primeras medidas fue enviar a un monasterio a su tío Juan El Eunuco, y revertir diversas políticas sociales de su difunto padre adoptivo. En el campo militar, Miguel V tuvo que enfrenar ahora seriamente el nuevo y gravísimo peligro que estaban ya representando unos advenedizos aventureros recién llegados a la península itálica, cuya fuerza y número crecía día a día: los insaciables normandos franceses. Inicialmente aliados poco confiables, estaban pronto por acabar para siempre con las últimas posiciones del Imperio Romano en Italia. Miguel V reenvió a Italia a Jorge Maniaces, a enfrentar a los normandos.
Pero lo que provocó la caída de Miguel V fue el intento de derrocar y desterrar a su madre adoptiva Zoe y convertirse en emperador único. Una revolución popular restituyó a Zoe y ésta declaró depuesto a Miguel V, a quien cegó, castró y encerró en un monasterio. Así que durante los meses siguientes Zoe reino como emperatriz única, conjuntamente con su hermana menor Teodora, hasta que encontró un nuevo candidato a esposo, y ordenó traer de regreso del exilio al elegido: Constantino IX Monómaco. Cuando Zoe falleció, en 1050, su marido siguió reinando hasta su muerte, acaecida en 1055.
Recién ascendido al poder, en 1042, Constantino IX relevó a Jorge Maniaces de su comando en Italia, lo que provocó la sublevación del capaz general, quien apoyado por sus tropas se autoproclamó emperador. Desembarcó en los Balcanes y estaba derrotando a Constantino en batalla, cuando cayó mortalmente herido. Así se salvó en 1043 el trono de Constantino IX. Tras esto el afianzado emperador pudo derrotar un ataque naval de los rusos de Kiev, cuya flota fue incendiada gracias al Fuego Griego. En 1045 el imperio anexo partes de Armenia, pero esto trajo conflictos con los vecinos. Y en 1046 por primera vez en la historia las tropas romanas debieron afrontar la amenaza de un nuevo pueblo asiático, los turcos selyúcidas. Si bien los romanos no tuvieron problemas en contener a los turcos en combate en 1048, Constantino IX cometió en 1053 el error -el tremendo error- de, por motivos presupuestarios, debilitar las tropas estacionadas en la frontera de Armenia. Esto tendría terribles consecuencias menos de un cuarto de siglo después.
En el curso del reinado de Constantino XI, el año 1054, tuvo lugar el ya famoso enfrentamiento epistolar entre el Patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario, y el Papa León XI, como consecuencia del cual los legados papales excomulgaron al patriarca, y éste contestó excomulgando al Papa. Es la fecha normalmente mencionada como correspondiente al cisma definitivo entre las Iglesias Romana y Constantinopolitana. Esto afectó mucho al Imperio, en momentos en que precisamente los normandos franceses amenazaban ahora sí frontalmente a los territorios imperiales en el Sur de Italia y era muy importante para Constantinopla llegar a un acuerdo con el Papa. Constantino trató de mediar, pero murió poco después, sin haber conseguido regularizar la situación. Falleció en 1055, dejando un imperio que ya estaba en franca retirada de Italia, y sin capacidad militar en el Este para afrontar la amenaza turca.
Estando ya muerta Zoe, como hemos visto, el trono pasó entonces automáticamente a su hermana menor Teodora, la cual ya había sido de hecho anteriormente co-emperatriz junto con Zoe en el año 1042. En esta segunda etapa Teodora, que ascendió a trono ya de 70 años, efectuó un gobierno sólido, pero que por su edad no podía durar. A su muerte al año siguiente, en 1056, y no teniendo ni hijos ni parientes que pudieran heredar el trono, se extinguió la gran Dinastía Macedonia, tras casi 200 años en el trono.
212.- La Pérdida Romana de Anatolia y sus Consecuencias.
Antes de fallecer Teodora, en su lecho de muerte, designó como sucesor a Miguel VI Bringas, a instancias de sus asesores. Pero Miguel VI careció desde el primer momento de apoyo. El año 1057 la nobleza lo desconoció y proclamó emperador a Isaac Comneno, que a la sazón se encontraba en Plafagonia. Aunque Miguel VI pensó en huir, sus cortesanos se mantuvieron firmes, simplemente para no perder su elevada posición. Los sublevados llegaron a las puertas de Constantinopla, y aunque existía la razonable posibilidad de que Miguel designara César a Isaac, la intransigencia proveniente de los partidarios de ambos evitó cualquier arreglo. Finalmente, el Patriarca de Constantinopla, el mismo Miguel Cerulario ya mencionado, convenció a Miguel de abdicar. Se ordenó monje y se retiró a vivir a su hogar, donde murió pacíficamente tiempo después. Así es como en 1057 Isaac I Comneno ascendió oficialmente al trono imperial. Sería el primer representante, aunque no todavía el verdadero fundador, de tal vez la más brillante dinastía de Augustos de todo el Imperio Romano Tardío.
En su corto reinado Isaac condujo una exitosa campaña contra el Reino de Hungría, que ahora era ...

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