Nuestro grupo podrĂ­a ser tu vida
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Nuestro grupo podrĂ­a ser tu vida

Escenas del indie underground norteamericano 1981-1991

Michael Azerrad, Pablo Martín Badosa, Xevi Solé Muñoz

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Escenas del indie underground norteamericano 1981-1991

Michael Azerrad, Pablo Martín Badosa, Xevi Solé Muñoz

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"Nuestro grupo podrĂ­a ser tu vida" ("Our Band Could Be Your Life"), que toma el tĂ­tulo de un verso de un tema de The Minutemen y estĂĄ considerado unĂĄnimemente como uno de los mejores libros sobre la mĂșsica rock jamĂĄs escritos, relata la trayectoria musical de trece grupos norteamericanos capitales que dieron lo mejor de sĂ­ mismos en la dĂ©cada de los 80. Fueron años convulsos que coincidieron con el mandato del presidente Reagan y su polĂ­tica conservadora y nacionalista, y que, en lo musical, dieron lugar a la particular lectura del punk britĂĄnico y su consigna del "hazlo tĂș mismo" por parte de algunos grupos del Nuevo Continente que produjeron un sonido agresivo y a un volumen y velocidad de vĂ©rtigo.Profusamente documentado a partir de entrevistas con los mĂșsicos y los principales actores de la escena musical, Azerrad narra con pulso y pasiĂłn los avatares de trece grupos cuyo sonido inaugurĂł no solo una nueva tendencia musical que se consolidarĂ­a mundialmente con el encumbramiento de Nirvana y su ĂĄlbum "Nevermind", sino tambiĂ©n la eclosiĂłn de toda una red de sellos discogrĂĄficos, distribuidoras independientes, fanzines, radios universitarias y underground, clubs, locales de conciertos y tiendas de discos, que nacieron para vehicular la urgencia generada por la nueva mĂșsica. Pronto, abanderado por Black Flag, el germen del hardcore se extendiĂł y permitiĂł la apariciĂłn de nuevos grupos y una nueva comunidad de fans que los seguĂ­an y apoyaban en sus interminables giras. Las trece historias incluidas en este monumental libro son el relato inolvidable de cĂłmo unos jĂłvenes sin apenas conocimientos musicales pero embebidos de la energĂ­a y urgencia del punk hicieron posible su sueño comunal de tocar en un grupo. Su periplo no estuvo exento de incomodidades y obstĂĄculos vivĂ­an y viajaban en condiciones muy precarias y extremas, y algunos se arrojaron al abismo del consumo desaforado de alcohol y drogas (otros, como Minor Threat, optaron por una conducta diametralmente opuesta, el llamado "straight edge", que reivindicaba un estilo de vida "limpio" que les permitĂ­a acometer los intensos conciertos que daban).Algunos de los discos que grabaron se encuentran entre los mejores de la historia del rock, y su influencia llega hasta nuestros dĂ­as. Muchos grupos desaparecieron, otros se vendieron a multinacionales, algunos de sus miembros murieron, pero su mĂșsica ha pervivido. Los trece grupos, en orden de apariciĂłn, son: BLACK FLAG, THE MINUTEMEN, MISSION OF BURMA, MINOR THREAT, HÜSKER DÜ, THE REPLACEMENTS, SONIC YOUTH, BUTTHOLE SURFERS, BIG BLACK, DINOSAUR JR, FUGAZI, MUDHONEY y BEAT HAPPENING.

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Informations

Éditeur
Contra
Année
2020
ISBN
9788418282102
Édition
1
Sous-sujet
Cultura popular

CAPÍTULO 1 BLACK FLAG

ENTREVISTADOR DE FLIPSIDE: ¿TENÉIS BENEFICIOS?
GREG GINN: INTENTAMOS NO MORIRNOS DE HAMBRE.
No debe sorprender a nadie que el movimiento indie empezara, en gran parte, en el sur de California; al fin y al cabo, esa zona contaba con la infraestructura necesaria: los fanzines Slash y Flipside se fundaron en 1977, y sellos indie como Frontier, Posh Boy y Dangerhouse se crearon poco despuĂ©s. Rodney Bingenheimer, un disc jockey de la emisora de radio KROQ, pinchaba la mĂșsica punk local en su programa; los oyentes podĂ­an comprar lo que oĂ­an gracias a varios distribuidores y tiendas de discos de la zona y podĂ­an ver a los grupos en sitios como el Masque, el Starwood, el Whisky, el Fleetwood y varios locales improvisados. Y allĂ­ tocaban grandes grupos como The Germs, Fear, The Dickies, The Dils, X y muchĂ­simos mĂĄs. Ninguna otra regiĂłn del paĂ­s contaba con tan buenos cimientos.
Pero en 1979 la escena punk original prĂĄcticamente habĂ­a desaparecido. Los hipsters habĂ­an pasado a seguir a grupos post-punk arty como The Fall, Gang of Four y Joy Division. Les sustituyeron un puñado de tipos duros procedentes de los barrios perifĂ©ricos que estaban empezando a descubrir la velocidad, el poder y la agresividad del punk. No les importaba que el punk rock ya se considerara un estilo agotado, con grupos infantiles jugando a ser los Ramones unos cuantos años demasiado tarde. Carentes de cualquier pretensiĂłn artĂ­stica, esos chicos redujeron la mĂșsica a su esencia, luego aceleraron los tempos hasta la velocidad de un lĂĄpiz tamborileando impacientemente sobre un pupitre de escuela y llamaron «hardcore» al resultado. Tal y como dijo el escritor Barney Hoskyns, esa nueva mĂșsica era «mĂĄs joven, mĂĄs rĂĄpida y mĂĄs colĂ©rica, llena de la rabia contenida de adolescentes disfuncionales del condado de Orange que estaban hartos de vivir en un insĂ­pido paraĂ­so republicano».
El hardcore se extendiĂł por todo el paĂ­s con bastante rapidez y consolidĂł una comunidad pequeña aunque robusta. Del mismo modo que «hip hop» era un tĂ©rmino genĂ©rico para la mĂșsica, el arte, la moda y el baile de una incipiente subcultura urbana, tambiĂ©n lo era «hardcore». El artwork hardcore lo componĂ­an imĂĄgenes muy crudas y caricaturescas, un collage de toscas fotocopias y caligrafĂ­as violentamente garabateadas; la moda era, bĂĄsicamente, la vestimenta tĂ­pica de extrarradio aunque rasgada y desaliñada, coronada con peinados cortos de estilo militar; la forma preferida de expresiĂłn terpsicorea era algo nuevo llamado slam dancing, en la cual los participantes se empujaban y golpeaban como autos de choque humanos.
El hardcore punk creĂł una divisiĂłn entre los fans del rock experimental —mĂĄs viejos— y una nueva generaciĂłn de chavales. En un bando estaban aquellos que pensaban que la mĂșsica era desagradable, ruidosa e incoherente (tambiĂ©n pensaban eso de sus seguidores); para los del otro bando, el hardcore era la Ășnica mĂșsica que importaba. HabĂ­a surgido una extraña brecha generacional en la mĂșsica rock. Y es en esos momentos cuando suceden cosas emocionantes.
Black Flag era algo mĂĄs que el grupo insignia de la escena hardcore del sur de California. Era incluso algo mĂĄs que el grupo insignia del propio hardcore norteamericano. Era de escucha obligatoria para cualquiera que se interesara por la mĂșsica underground. Y gracias a sus incansables giras, el grupo hizo mĂĄs que cualquier otro para abrir la senda a travĂ©s de AmĂ©rica que otros grupos pudieran seguir. No solo establecieron nĂșcleos de punk rock en todos los rincones del paĂ­s, sino que ademĂĄs motivaron a muchĂ­simos otros grupos a formarse y a empezar a hacer lo mismo. La abnegada Ă©tica de trabajo del grupo fue un modelo para la dĂ©cada siguiente, superando la indiferencia, la falta de locales, la pobreza e incluso el acoso de la policĂ­a.
Black Flag fue uno de los primeros grupos en sugerir que si no te gustaba «el sistema», debĂ­as sencillamente crearte uno propio. Y asĂ­ lo hizo Greg Ginn, el guitarrista del grupo, quien tambiĂ©n fundĂł y dirigiĂł el sello de Black Flag, SST Records. Ginn consiguiĂł que su sello, un pequeño negocio sin apenas recursos y acosado por la policĂ­a, se convirtiera, de largo, en el sello indie underground mĂĄs influyente y popular de los 80, donde publicaron clĂĄsicos del calado de Bad Brains, The Minutemen, Meat Puppets, HĂŒsker DĂŒ, Sonic Youth, Dinosaur Jr y muchos mĂĄs.
SST y Black Flag en concreto hurgaron en una herida profunda de la cultura norteamericana. Sus seguidores estaban tan descontentos con el main-stream como los grupos.
—Black Flag, como muchos de esos grupos, tocaban para la gente que quizĂĄ se sentĂ­a desplazada, marginada —cuenta el cuarto cantante del grupo, Henry Rollins—. Cuando dices «SĂ© todo lo que puedas ser», sĂ© que no hablas conmigo, hijo de puta. SĂ© que no me voy a enrolar en la marina y sĂ© que las leyes no significan una mierda para mĂ­ porque no puedo soportar la hipocresĂ­a que las sustenta. Hay mucha gente con mucha rabia acumulada en este paĂ­s: AmĂ©rica siempre estĂĄ furiosa. Es como una franja de Gaza de mĂĄs de cuatro mil kilĂłmetros de extensiĂłn.
Cuando era un chaval, a Greg Ginn jamĂĄs le gustĂł la mĂșsica rock.
—Pensaba que era un poco tonta —explica—. CreĂ­a que intentaba dotar de algĂșn tipo de legitimidad al simple hecho de hacer anuncios pop de tres minutos.
Ginn no tuvo ningĂșn disco hasta que cumpliĂł dieciocho años, cuando recibiĂł el American Gothic, una obra maestra del art-folk de 1972 de David Ackles, como regalo por suscribirse a una emisora de radio pĂșblica local. Ese disco abriĂł un nuevo mundo para Ginn; al cabo de un año, empezĂł a tocar la guitarra acĂșstica para «liberar tensiones» tras pasarse todo el dĂ­a estudiando EconĂłmicas en UCLA.
Ginn había vivido los primeros años de infancia con sus padres y cuatro hermanos en una pequeña comunidad granjera en las afueras de Bakersfield, California. Su padre tenía el mísero sueldo de un profesor de escuela, de modo que Ginn se acostumbró a vivir con estrecheces y medios limitados.
—Nunca tenĂ­a ropa nueva —explica Ginn—. Mi padre iba al EjĂ©rcito de SalvaciĂłn, a Goodwill, y siempre pensaba que esas tiendas de segunda mano eran caras: «¥QuĂ© caro es el EjĂ©rcito de SalvaciĂłn!». Siempre encontraba los sitios mĂĄs baratos.
En 1962, cuando Ginn tenía ocho años, su familia se trasladó a Hermosa Beach, California, en la zona de South Bay, una comunidad eminentemente blanca y de clase media a unos treinta kilómetros al sur de Los Ángeles. Hermosa Beach había sido una meca beatnik en los 50, pero para cuando Ginn llegó allí era un paraíso para surfistas (de hecho inspiró el clåsico de 1963 «Surf City» de Jan & Dean).
Pero aunque a los chicos de su edad les gustaba montar las olas, Ginn menospreciaba la conformidad y el materialismo del surf; era un chico muy alto y callado que prefería escribir poesía y hacer de radioaficionado. Si hubiera nacido una generación después, habría sido un loco de los ordenadores. Cuando tenía doce años, publicó un fanzine para radioaficionados llamado The Novice y fundó Solid State Turners (SST), un negocio de venta por correo de equipos de radio modificados de tiempos de la Segunda Guerra Mundial; se convirtió en un negocio pequeño pero floreciente que Ginn dirigió hasta los veintitantos años.
Tras aprender a tocar la guitarra acĂșstica, Ginn cogiĂł una guitarra elĂ©ctrica y empezĂł a componer canciones agresivas, vagamente inspiradas en el blues.
—JamĂĄs fui el tĂ­pico adolescente que se sienta en su habitaciĂłn y sueña en convertirse en una estrella del rock —cuenta Ginn—, de modo que solo tocaba lo que me gustaba y pensaba que estaba bien.
La mĂșsica de Ginn no tenĂ­a nada que ver con el clima musical de mediados de los 70, sobre todo en Hermosa Beach, donde a todo el mundo parecĂ­a gustarle un grupo britĂĄnico de rock de masas llamado Genesis.
—La percepciĂłn general era que el rock era tĂ©cnico y limpio y que no se podĂ­a tocar como se tocaba en los 60 —explica—. ÂĄOjalĂĄ hubiera sido todo como en los 60!
No es extraño que Ginn se emocionara cuando empezĂł a leer en Village Voice sobre una nueva mĂșsica llamada «punk rock» que se tocaba en clubs de Nueva York como el Max’s Kansas City y el CBGB. Incluso antes de oĂ­r siquiera una nota, estaba seguro de que el punk era lo que estaba buscando.
—Veía el punk rock como una forma de romper con el conformismo imperante —afirma Ginn—. Al principio del punk rock no existía un sonido específico ni un look específico ni nada por el estilo: parecía un lugar al que podía ir cualquiera que no encajara en la moda del rock convencional.
Ginn comprĂł por correo a un sello diminuto llamado Ork Records el clĂĄsico single «Little Johnny Jewel» de Television, un grupo de Nueva York. La mĂșsica era potente, brillante y nada tenĂ­a que ver con Genesis o el facilĂłn rock de masas que dominaba la industria musical a mediados de los 70; esa mĂșsica era consistente por cĂłmo se tocaba y grababa pero tambiĂ©n por cĂłmo se difundĂ­a. DifĂ­cilmente se podĂ­a catalogar de «anuncio pop de tres minutos».
Ginn estaba enganchado.
Por entonces, Ginn habĂ­a desarrollado unos gustos musicales muy amplios. Le gustaban artistas de la Motown, disco o country, como Merle Haggard y Buck Owens, y le encantaba todo tipo de jazz, desde las grandes bandas a los principios del jazz fusiĂłn; en los 70, frecuentaba el Lighthouse, un legendario club de jazz de Hermosa Beach, donde vio a leyendas como Yusef Lateef y Mose Allison. Pero ademĂĄs de su adorado B. B. King, habĂ­a un grupo que a Ginn le gustaba mĂĄs que ningĂșn otro.
—Los Grateful Dead: si tuviera que escoger solamente un grupo preferido, seguramente sería ese —explica Ginn—. Los vi unas setenta y cinco veces.
Pero como Ginn solo era un guitarrista novato, ninguna de esas influencias incidiĂł en su modo de tocar; sencillamente, utilizaba la mĂșsica para descargar su energĂ­a y frustraciĂłn. Del mismo modo que lo habĂ­an descubierto generaciones antes que Ă©l, el camino mĂĄs corto para un buen sonido de guitarra era la distorsiĂłn sucia y brutal. Entonces, cuando vio tocar a los Ramones, «fue como un subidĂłn de anfetaminas», explicĂł, «y decidĂ­ ir un poco mĂĄs lejos». El siguiente paso lĂłgico fue formar un grupo.
A finales de 1976, un amigo comĂșn le presentĂł a un fiestero lenguaraz llamado Keith Morris; hicieron buenas migas y decidieron formar un grupo. Morris querĂ­a tocar la baterĂ­a, pero Ginn estaba convencido de que Morris debĂ­a cantar. Morris se quejĂł, aduciendo que no escribĂ­a letras y que, ademĂĄs, no era precisamente Freddie Mercury. Pero el punk habĂ­a demostrado a Ginn que no necesitabas unas amĂ­gdalas de terciopelo para hacer mĂșsica rock. Morris acabĂł cediendo. Reclutaron a algunos amigos de Morris: «unos playeros desaliñados mĂĄs interesados en follar y pillar drogas que en tocar en serio», dijo Morris, y empezaron a ensayar en la minĂșscula casa de Ginn, al lado de la playa. En honor a sus tempos frenĂ©ticos, llamaron al grupo Panic.
En esa Ă©poca existĂ­a un pequeño y precioso punk rock que imitar, de modo que el grupo reproducĂ­a los sonidos agresivos que oĂ­an en Black Sabbath, The Stooges y MC5, solo que mĂĄs deprisa. «Nuestra declaraciĂłn de principios fue que serĂ­amos ruidosos e incendiarios», dijo Morris. Â«Ăbamos a pasarlo bien y no serĂ­amos como nada que hubieras oĂ­do antes. PodĂ­amos parecer Deadheads por el hecho de llevar el pelo largo, pero tambiĂ©n lo llevaban los Ramones, y nosotros Ă­bamos en serio.» Tocaban en fiestas para un pĂșblico prĂĄcticamente inexistente.
Pronto se fueron a ensayar al espacio que Ginn tenía en «la Iglesia», un templo destartalado de Hermosa Beach que habían reconvertido en talleres para artistas pero que en realidad era un garito lleno de fugitivos e inadaptados. Les echaron por hacer demasiado ruido y encontraron un nuevo local de ensayos en la primavera de 1977. Ensayaban todos los días, pero como su bajista generalmente se saltaba los ensayos, Ginn tenía que llevar gran parte del ritmo él solito y empezó a desarrollar un estilo sencillo y muy rítmico que no conseguía disimular su limitada técnica.
Un grupo llamado Wurm también ensayaba en la Iglesia, y los dos grupos empezaron a tocar juntos en fiestas. Al bajista de Wurm, un tipo intenso e ingenioso llamado Gary McDaniel, le gustó el estilo catårtico y agresivo de Panic y empezó a frecuentarlos. McDaniel y Ginn conectaron enseguida.
—Él siempre tenía muchas teorías sobre la vida, sobre esto y aquello: era un individuo que le daba vueltas a las cosas —explica Ginn—. No quería encajar en la sociedad convencional, pero tampoco en la hippie.
Como Ginn, a McDaniel, cuyo nombre artĂ­stico era Chuck Dukowski, le repugnaban los cantantes folk melifluos como James Taylor y los rockeros arty afectados. Estudiaba en la UC Santa Barbara cuando vio a los Ramones. «JamĂĄs habĂ­a visto a un grupo tocar tan rĂĄpido», dijo. «De pronto, podĂ­as señalar a un grupo y decir: “Si ellos lo pueden hacer, Âżpor quĂ© no nosotros?”.»
Durante los dos primeros años, Panic tocaba exclusivamente en fiestas y centros juveniles de la zona de South Bay porque el Masque, el club punk clave de Los Ángeles, se negaba a contratarles. «Dijeron que no molaba vivir en Hermosa Beach», explicó Ginn, lo que era una forma de decir que el vestuario de camiseta, deportivas y tejanos de barrio residencial del grupo no se ajustaba a la estética de imperdible y chupa de ...

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