Marta Grau Rafel
La mente narradora
La neurociencia aplicada al arte de escribir guiones
Agradecimientos
Al Dr. Xavier Pérez, por sus consejos, su visión siempre acertada y, muy en especial, por su generosidad, no sólo de sus conocimientos sino también de su tiempo en este último tramo lleno de suspense.
A Coral Cruz, compañera de andanzas, de pasión y visión sobre el cine y la narrativa. Por saber escuchar y aconsejar, por la lectura final de este libro, por haberme también animado en momentos en que el relato se volvía excesivamente confuso.
Al tribunal que evaluó y criticó este estudio, ofreciendo motivantes nuevas líneas de investigación y me animó a la publicación de este libro: a la Dra. Glòria Salvadó, al Dr. Iván Gómez y al Dr. Antonio Penedo.
A los analistas de guion que han colaborado con entrevistas a esta investigación, a Ana Sanz-Magallón, Elena Serra, Amelia Mora, Julia Fontana, Pablo Gómez-Castro y, especialmente, a Carles Mallol, por tener siempre a mano su inestimable ayuda, por ser el mejor co-protagonista de cualquier buddy-film que se empiece.
A Alan Salvadó que me animó y aconsejó para que el conflicto no se complicara en exceso al final del Tercer Acto. A Fernando, Iván, Anna, Carla y Monte, con los que hemos intercambiado pareceres o angustias de peripecias de Segundo Acto durante esta escritura.
A los que me habéis escuchado día a día en el APIC, que os habéis interesado en mis hallazgos, fueran o no de vuestro interés, que habéis sido las mejores espectadoras de este relato; a Lucía, Anna, Elena, Cinta y Ona.
A los amigos y familia que habéis aguantado las vicisitudes del personaje y sus dilemas durante los últimos diez años: a los amigos noruegos siempre dispuestos a resolver cualquier duda; a Nona y June, lingüistas acérrimas y mejores compañeras; a Jordi, Ximo y Anna, por vuestra paciencia y escucha mientras viajábamos, al igual que a Chus, Berta, Eneko, Laura y Marta, que hicieron del mar un lugar ideal para que el personaje tuviera su anagnórisis final. A Bruno por tantas charlas iluminadoras que sin saberlo abrieron tramas secundarias. A Marina, por compartir y debatir tantas teorías sobre la mente, por saber sugerir inacabables caminos para la transformación del personaje. A Mireia Galofré, por tener siempre tantas ganas de leerme hasta en las tediosas lecturas de capítulos inacabados, por haberlos contrastado con sus conocimientos neurocientíficos. A mi abuelo y a mi tía Tete, por siempre creer que acabaría esta peripecia; a Bernat por tantos puntos de giro inesperados en la historia, por haber creído desde el inicio que llegaría tarde o temprano a este desenlace.
A mi madre, por su energía inagotable y vitalidad envidiable, por haberme enseñado el valor del esfuerzo y que siempre hay un camino para salvar cualquier obstáculo.
A mi padre, por saber dar sin decir y, muy en especial, por haberme enseñado a querer las historias y a fascinarme desde pequeña por la manera de contarlas.
Prefacio
Live, learn... then write about it.
Syd Field (1935-)
Mi historia con los relatos nace, como en la mayoría de los niños, cuando empecé a tener uso de razón: la fascinación por los cuentos antes de ir a dormir dieron paso a la glotonería por libros y más libros con los que fui alimentando mi imaginación. Mi pasión por el relato fue creciendo hasta el punto en que, a día de hoy, no concibo la vida sin poder contar historias.
Con el tiempo, me di cuenta de que no sólo me fascinaban las historias, sino también las personas. Lo que me contaban me interesaba casi tanto —o más— que las películas que veía en el cine o las aventuras que leía en los libros. De ello se nutren la mayoría de los escritores: de lo que viven, escuchan, conocen y sienten. Comprender al ser humano es el primer peldaño para poder escribir sobre él. Y de ahí surgió mi pasión por la Psicología y la Neurociencia: mi fascinación por el cerebro, por comprender cómo éramos, empezó a tomar dimensiones de igual magnitud que mi pasión por los relatos. En cierto modo, tenía sentido, pero todavía no lo sabía. En ese momento, me veía como un dragón de dos cabezas.
Posteriormente, llegó la oportunidad de impartir clases en la Universidad y explicar cómo crear y construir narraciones cinematográficas. Y ahí surgieron las grandes dudas, siempre las más buenas, las que venían de los alumnos y me obligaron a replantear todo lo que había aprendido sin haberme parado a pensar, en profundidad, por qué esas reglas funcionaban tan bien en las narraciones que ahora enseñaba.
La voluntad de romper con el canon y con los esquemas impuestos es propia de todos aquellos que no se quedan satisfechos con fórmulas impuestas. Estaba claro que mis respuestas no podían sólo quedarse ancladas en los férreos manuales de guion que a menudo la industria —especialmente la estadounidense— ha utilizado como si fueran verdades absolutas. Llevaba tiempo trabajando como analista de guiones y había empezado a elaborar en paralelo mi tesis doctoral. Sabía que había unas mínimas reglas que se repetían para que las historias pudieran conectar con el espectador, unas normas ni dichas ni escritas que compartíamos con gran parte de los compañeros de profesión. Algunas ni tan sólo habían sido estrictamente formuladas por ningún manual. Se llamaba, simplemente, sentido común.
Y ahí el dragón de dos cabezas comenzó a tomar sentido. La manera cómo el ser humano piensa estaba estrechamente vinculada a cómo cuenta las historias. Mi interés por saber cómo somos y por qué pensamos como lo hacemos no sólo revertía en la construcción de personajes, sino que finalmente ayudaba a comprender por qué las historias funcionaban tan bien como lo hacían; simplemente, porque tenían las mismas características que nuestra manera de comprender y organizar el mundo.
Empecé a revisar aquellas películas de la filmografía americana que, analizadas, rompían (aparentemente) los esquemas clásicos pero que mantenían una fuerte conexión con el público. Me di cuenta de como la subversión de algunas de las características clásicas en realidad eran suplidas a través de otros recursos. El sentido común hacía que estos narradores no llevaran al límite sus relatos, querían seguir conectados a su público, esa voluntad clave de la industria americana desde el nacimiento del cine.
En este punto acabó de tomar forma este estudio, del deseo de dar respuesta a las cuestiones que se escapaban de los férreos manuales de guion, con el afán de iluminar y ordenar el sentido común que todos tenemos cuando analizamos si un guion «funciona».
En todo caso, espero que este libro pueda servir a estudiantes del ámbito de la Comunicación o las Humanidades, así como a los interesados por la Psicología y la Neurociencia, con cierto interés por el uso de las historias y su vinculación a estas disciplinas. Sin embargo, este libro no sólo quiere dirigirse a estudiosos de estas áreas, sino también quisiera llegar a productores, directores, guionistas y escritores, o a simples amantes del cine y de las historias que, como la misma autora, tengan interés por saber por qué escribimos como lo hacemos. Así pues, espero que el viaje por los derroteros de la mente humana y por la construcción de las historias resulte tan placentero y fascinante como lo fue para mí poder domesticar, finalmente, al dragón de dos cabezas.
1. Introducción
Para mí, el cine son 400 butacas que llenar.
Alfred Hitchcock (1899-1980)
El funcionamiento de nuestra mente y su reflejo en la narrativa cinematográfica del siglo xxi
Neuroeconomía, neuropolítica, neuromarketing... parece como si la neurociencia y el funcionamiento del cerebro hayan empezado a rociar gran parte de las áreas del conocimiento y de la actividad socioeconómica del siglo xxi, a habitar más allá de los límites de los laboratorios. Y es que la neurociencia y sus investigaciones han avanzado a pasos de gigante los últimos años. No en vano el 17 de junio de 1990 el Congreso de los Estados Unidos y el entonces presidente George Bush designaron la década de los noventa como «la década del cerebro» (Library of Congress, s.f.), lo cual reflejaba la importancia que tendría esta disciplina y el estudio de la cognición para los avances en cuestiones de medicina, salud y en tantas otras áreas sobre las que cada día que pasa se están realizando grandes descubrimientos.
Pero, ¿y la narración? ¿Puede estar también estrechamente vinculada a la neurociencia? ¿Cuál es la relación existente entre un acto diario como el de contar un chiste, una anécdota, ver un anuncio, una película o explic...