La firma de Dios
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La firma de Dios

La prueba de que existe un Creador

Willy M. Olsen

  1. 166 pages
  2. Spanish
  3. ePUB (adapté aux mobiles)
  4. Disponible sur iOS et Android
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La firma de Dios

La prueba de que existe un Creador

Willy M. Olsen

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Este libro es resultado de una investigación inédita que presenta conclusiones que, como poco, invitarán a una profunda reflexión. No se trata de un ensayo sobre religión, si bien será necesario referirse a algunos aspectos postulados por algunas religiones.El nombre de Dios es una matriz de números que configuran realidades tan diversas como el ADN, los pilares de las matemáticas y antiguos sistemas de creencias que siguen vigentes hoy en día. No hace falta ser una persona versada en matemáticas para seguir estos desarrollos. El hecho de verificar la firma de un Creador tiene importantes consecuencias para dar un sentido a nuestra existencia.El nombre de Dios, además resulta ser también una poderosa fórmula para transformar nuestra realidad. Su correcta invocación permite que nuestros deseos se cumplan.

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Informations

Éditeur
Kolima Books
Année
2020
ISBN
9788418263132
1. Veo, veo… ¿Qué ves?
Tiempos de mucha ciencia
Vivimos en la época de la ciencia. El paradigma científico impregna nuestras creencias y nuestro modo de vida. Culturalmente sentimos que dominamos nuestro entorno y que las respuestas a cualquier pregunta ya no dependen de la metafísica, sino que es cuestión de tiempo que los avances científicos y tecnológicos nos ofrezcan una solución a casi cualquier problema. ¡Craso error!
Nuestra cultura científica quedó anclada en el siglo XIX, en una física newtoniana y mecánica que es absolutamente correcta y además fácil de entender, al menos conceptualmente, en la que las cosas que suben bajan, la materia es sólida, líquida o gaseosa, se toca y se puede trastear con ella. Sin embargo, desde hace más de un siglo, la física newtoniana descubrió que no avanzaba sobre tierra firme sino que patinaba sobre una capa de hielo en la que se ha pegado unos buenos resbalones. ¡Sí! Lo has adivinado. ¡La física cuántica!
Hoy la palabra «cuántica» está de moda, a pesar de que mentes brillantes arremetieron contra ella por considerarla una aberración anti-conceptual. «Dios no juega a los dados» afirmaba incómodo el mismísimo Albert Einstein cuando le preguntaban por el principio de incertidumbre. Pero no, este libro no es un tratado de física cuántica. Por ahí no van los tiros para desvelar la firma de Dios, aunque sus bases forman parte del camino.
El gran problema de la física cuántica es que se escapa de los patrones conceptuales que estructuran nuestro cerebro y con los que la mente interpreta la realidad. Se entiende bien que un electrón orbite dando vueltas alrededor de un núcleo atómico, pero no se visualiza tan bien cuando se explica que en realidad el electrón no orbita, sino que «está» presente en toda la órbita al mismo tiempo y que solo cuando le sacamos una foto se detiene en un punto, como posando para saludar al observador. Los electrones cambian de órbita cuando reciben o pierden energía. ¿Cambian? Realmente dejan de estar en una órbita y aparecen en la siguiente como por arte de magia. ¿Y dónde se meten durante el tránsito de una órbita a otra? Si usted consigue que un electrón le cuente su secreto podrá recibir un premio Nobel.
“Nuestra percepción de la realidad está anclada culturalmente en la ciencia newtoniana del S. XIX”.
La física cuántica desafía nuestra noción de realidad porque juega con reglas que se burlan de nuestra escala de lo conocido. Entonces… ¿cómo sabemos que es cierta? Los primeros que llegaron a vislumbrar algo a través de esa niebla de incertidumbre fueron unos pocos matemáticos. Les habrían tachado de locos si no hubiera sido porque las consecuencias de sus postulados se podían aplicar. Muy pocos entendían sus teorías pero sus afirmaciones revolucionaron la tecnología que nos rodea: la bomba atómica, el microondas, los ordenadores y las telecomunicaciones avanzadas son algunos ejemplos de la aplicación de la física cuántica. Así que mucho ojito con lo que nos parece científico o no.
Hace algunos años, algunos científicos comenzaron a darse cuenta de que los Upanishads –los textos místicos de la India antigua– utilizaban metáforas que encajaban bastante bien en la descripción y comprensión de aspectos de la física cuántica. La religión hindú expone un panteón de dioses con tantos personajes y enrevesadas aventuras que dejan a cualquier culebrón latinoamericano a la altura de un cuento infantil. Lo digo con todos los respetos. Por el contrario, los Upanishads compilan la esencia de toda su sabiduría metafísica, que forma el sustrato común de su amplia variedad de cultos. Cuando sus primeras traducciones llegaron a Occidente en el siglo XVIII, filósofos del calado de Schopenhauer afirmaron que aquellos versos conformaban lo más sublime del conocimiento humano. Todas las corrientes de mística y sanación cuántica, tan populares hoy, se justifican con estos paralelismos.
Volvamos a ese selecto club de matemáticos que comenzaron a desarmar la bonita maquinaria que nos hizo creer a los seres humanos que estábamos por encima de todo. El descubrimiento de América nos alentó a desafiar a Dios, ya que La Biblia no mencionaba ninguna pista sobre el nuevo continente. ¿Acaso el ser supremo no sabía de su existencia? ¿Por qué no lo dijo entonces? El mundo dejó de ser del Creador y pasó a ser nuestro para explorarlo y poseerlo. La física de Newton nos llevó a creer que el Universo funcionaba como un gigantesco reloj, cuyas piezas acabaríamos dominando con tiempo suficiente. La evolución de Darwin puso la ley del más fuerte a la cabeza de la moral. La revolución industrial empujó el poder de los cetros de los reyes y los obispos a manos de la economía. Las guerras por el reparto del mundo se apoderaron del siglo XIX y XX bajo estas nuevas premisas. Y, para colmo, unos pocos físicos y matemáticos demostraron que con unos pocos kilos de material radiactivo podían desintegrar una ciudad de la faz de la Tierra. La bomba atómica dejó al mundo atónito, depositando de un golpe la responsabilidad de nuestra propia supervivencia en nuestras manos. Dios se había quedado fuera del juego; había perdido su papel protagonista en la ordenación del planeta y en la preservación del ser humano.
Habíamos dejado de ser aquellos niños temerosos del gran padre omnipotente del lejano pasado y nos convertimos en alocados adolescentes, peleándonos por el protagonismo, hasta que constatamos que la muerte ejercía su función de forma tan inexorable como siempre. Nuestro mundo había cambiado demasiado rápido. La nueva física solo se comunicaba con unos pocos escogidos. Todos los demás dejamos de entender las nuevas fuerzas que regían el Universo, así que nos anclamos culturalmente en la física clásica, que era más fácil. Esa ciencia funciona, es afín a nuestra medida de la realidad y nos mantiene libres del yugo moral del Creador de antaño.
Sabemos que existe otra ciencia más compleja, que no se comprende bien y ¡desde hace más de un siglo! ¿Y qué? Al fin y al cabo la ciencia es ciencia. Es lo mismo, ¿no? Lo cierto es que no pero no nos lo planteamos, simplemente nos dejamos seducir por las comodidades que se derivan de su tecnología, poniendo de paso nuestros destinos en manos de quienes nos hacen creer que saben lo que hacen.
El problema de la nueva ciencia es que se expresa solo con números y ecuaciones. ¿Y eso quién lo entiende? Pues claro está, un matemático, y no todos, porque no se trata de ser bueno calculando sino de enterarse de cómo las ecuaciones describen la realidad, realizar predicciones basadas en dichas interpretaciones y diseñar experimentos que las confirmen. Y aquí reside el quid de la cuestión.
La mecánica cuántica y la astrofísica brujulean entre conceptos frecuentemente más afines a la ciencia-ficción y a la metafísica que a los paradigmas del método científico clásico. Ese al que estamos tan acostumbrados y que pinta nuestra realidad de aparente solidez.
Es complejo diseñar experimentos en la escala de lo infinitamente pequeño o de lo inmensamente grande. La creatividad de muchos científicos para probar sus hipótesis supera con creces las capacidades deductivas de Sherlock Holmes; sin embargo, la realidad invisible se resiste a ser vilmente desnudada por mirones. Por suerte, hay investigadores que sin perder el rigor aceptan las deficiencias de la ciencia para asomarse a lo intangible y optan por otras opciones que conducen a conclusiones increíbles como que nos encontramos inmersos en un campo de información que interconecta el Universo y la vida.
Esta es nuestra ciencia de hoy.
“La física cuántica y la astrofísica nos presentan una realidad más afín a la brujería que a la ciencia clásica”.
Repasemos ahora cómo ha evolucionado la relación entre Dios y la ciencia.
Bien pasado el año 1.000 d. C, puesto que en esa época se tenía poca consciencia de la fecha en la que se vivía, las personas constataron que no les había llegado el juicio final y comenzaron a tomar las riendas de su destino. Este renacimiento dio protagonismo a una nueva estrella: ¡la mente! Sin embargo, las lagunas que los descubrimientos de la filosofía y la incipiente ciencia no eran capaces de llenar recurrían a un comodín infalible: ¡Dios! La omnipotencia del Creador tenía a bien dar sentido a cualquier incertidumbre.
Isaac Newton, el padre de la física clásica, murió frustrado porque su teoría de la gravedad podía explicar el movimiento de los planetas pero no podía explicar quién los ponía en movimiento. Newton fue un gran creyente; pasó buena parte de sus días estudiando las ciencias ocultas en busca del conocimiento definitivo. La ley de la gravedad constituyó un análisis marginal entre sus investigaciones. Albert Einstein, el padre de la física moderna, consideraba que la ciencia sin religión estaba coja y que la religión sin ciencia estaba ciega. A pesar de estas relevantes referencias, la gran mayoría de los científicos actuales se guardan muy mucho de revelar en público sus creencias personales sobre lo trascendente. Les preocupa quedar denostados por la severidad y la intransigencia del método científico. Hoy en día, jugar la carta de Dios no solo se considera hacer trampas, sino que te expulsa irremediablemente del juego.
Así que actualmente nos encontramos inmersos en una tremenda paradoja. Los científicos más avanzados plantean propuestas cuya osadía hace palidecer a muchos postulados religiosos: todo es energía, universos paralelos, la vida proviene del espacio, comunicación instantánea entre partículas separadas millones de kilómetros, múltiples dimensiones o singul...

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Olsen, W. (2020). La firma de Dios (1st ed.). Kolima Books. Retrieved from https://www.perlego.com/book/1928538/la-firma-de-dios-la-prueba-de-que-existe-un-creador-pdf (Original work published 2020)

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Olsen, Willy. (2020) 2020. La Firma de Dios. 1st ed. Kolima Books. https://www.perlego.com/book/1928538/la-firma-de-dios-la-prueba-de-que-existe-un-creador-pdf.

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Olsen, W. (2020) La firma de Dios. 1st edn. Kolima Books. Available at: https://www.perlego.com/book/1928538/la-firma-de-dios-la-prueba-de-que-existe-un-creador-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Olsen, Willy. La Firma de Dios. 1st ed. Kolima Books, 2020. Web. 15 Oct. 2022.