¿Quién alimenta realmente al mundo?
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¿Quién alimenta realmente al mundo?

El fracaso de la agricultura industrial y la promesa de la agroecología

Vandana Shiva, Amelia Pérez de Villar

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  1. 352 pages
  2. Spanish
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¿Quién alimenta realmente al mundo?

El fracaso de la agricultura industrial y la promesa de la agroecología

Vandana Shiva, Amelia Pérez de Villar

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Desacreditando la noción de que nuestra actual crisis alimentaria debe abordarse a través de la agricultura industrial y la modificación genética, la autora y activista Vandana Shiva sostiene que esas fuerzas son, de hecho, las responsables del problema del hambre en primer lugar.En lugar de depender de la modificación genética y del monocultivo a gran escala para resolver la crisis alimentaria mundial, propone que consideremos la agroecología, el conocimiento de la interconexión que crea los alimentos, como una alternativa real y posible frente al paradigma industrial.

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Informations

Année
2020
ISBN
9788412191493
Édition
1
Sous-sujet
Literary Essays
imagen

Monocultivos de la Mente
Sistemas de conocimiento «desaparecidos»
En Argentina, cuando el sistema político dominante se enfrenta a la disensión, su respuesta es hacer desaparecer a los disidentes. Los «desaparecidos» disidentes han vivido el mismo destino que los sistemas de conocimiento locales de todo el mundo: han sido conquistados por la política de la desaparición, no la del debate y el diálogo.
La desaparición del conocimiento local a través de la interacción con el conocimiento occidental dominante se da en muchos planos, y hacen falta unos cuantos pasos: en primer lugar, se hace desaparecer el conocimiento simplemente no viéndolo, negando su existencia misma. Los sistemas occidentales de conocimiento se han considerado, en general, universales. Sin embargo, el sistema dominante es también un sistema local, con su base social en una cultura, una clase y un género concretos. No es universal en sentido epistemológico, sino una versión globalizada de una tradición muy restringida a lo local, a la aldea. Y al surgir de una cultura del dominio y la colonización, los modernos sistemas de conocimiento son por sí mismos colonizadores.
El nexo entre el conocimiento y el poder es inherente al sistema dominante porque, como marco conceptual, se asocia con una serie de valores basados en el poder que surgieron del auge del capitalismo comercial. Genera desigualdades y dominación por la forma en que se genera y estructura, por la forma en que se legitima —al tiempo que se deslegitiman todas sus alternativas— y por la forma en que ese conocimiento transforma la naturaleza y la sociedad. El poder también se incluye en la perspectiva que contempla el sistema dominante no como una tradición global localizada, sino como una tradición universal, superior por naturaleza a los sistemas locales. Sin embargo, el sistema dominante también es producto de una cultura determinada. Como observa Hardy: «Podemos distinguir los efectos de estas marcas culturales en las discrepancias que hay entre los métodos de conocimiento y las interpretaciones del mundo que nos ofrecen los creadores de la actual cultura occidental y lo que nos caracteriza al resto. Las creencias favoritas de la cultura occidental reflejan, a veces de forma clara y otras más distorsionada, no el mundo como es o como nosotros querríamos que fuese, sino una serie de proyectos sociales de sus creadores, que resulta fácil identificar en el contexto histórico».[200] La dicotomía universal-local queda fuera de su sitio cuando se aplica a las tradiciones del conocimiento occidental e indígena, porque la occidental es una tradición local que se ha extendido por todo el mundo mediante la colonización intelectual. Lo universal se expande libremente, lo local globalizado se expande mediante la violencia y la representación errónea. El primer nivel de violencia que se desencadena en los sistemas locales de conocimiento no contempla estos como conocimiento, estrictamente hablando. La invisibilidad es la primera razón por la que los sistemas locales se vienen abajo sin más cuando se los compara con el conocimiento occidental dominante. La distancia, por sí misma, evita que nos fijemos en los sistemas locales. Cuando el conocimiento local aparece en el campo de la visión globalizadora, se lo hace desaparecer negándole el estatus de conocimiento sistemático y asignándole adjetivos como primitivo o acientífico. De la misma forma el sistema occidental se considera el único «científico» y universal. Sin embargo, definir como «científico» cualquier sistema moderno y «acientífico» todo sistema de conocimiento tradicional es algo que tiene más que ver con el poder que con el conocimiento. Los modelos de la ciencia moderna que han fomentado esta percepción no se derivaron tanto de la práctica científica actual como de las versiones idealizadas que dotaron a la ciencia de un estado especial, epistemológico. El positivismo, el verificacionismo o el falsacionismo se basan en el supuesto de que a diferencia de las creencias locales del mundo, tradicionales, construidas sobre una base social, se creyó que el conocimiento científico moderno venía determinado sin mediación social alguna. Los científicos, en virtud de un método científico abstracto, parecían ofrecer estamentos que correspondían a las realidades de un mundo que podía observarse directamente. Los conceptos teóricos de su discurso se vieron al principio como algo que podía reducirse a la afirmación de una observación verificable. Las nuevas tendencias de la filosofía, la sociología y la ciencia desafiaron a los supuestos positivistas, pero no cuestionaron la superioridad de los sistemas occidentales, que se daba por segura. De este modo, Kuhn, que ha demostrado que la ciencia no es en absoluto tan abierta como se creyó popularmente, sino consecuencia del compromiso de una comunidad de científicos y especialistas con una serie de metáforas y paradigmas previamente supuestos que determinan el significado de los términos y conceptos que la constituyen, y que aún sostienen que el conocimiento paradigmático moderno es superior al conocimiento preparadigmático, que representa una especie de estado primitivo del conocimiento.[201]
Horton, que se opone a la visión que suele prevalecer del conocimiento dominante, aún habla de «poderes cognitivos superiores» de cualquier modo de pensamiento de la cultura científica moderna, que constituye una forma de explicación, predicción y control de un poder sin parangón en todo momento y lugar. Según él, esta superioridad cognitiva surge del carácter abierto del pensamiento científico moderno y de la cerrazón del conocimiento tradicional. Según su interpretación, «en las culturas tradicionales no hay una conciencia desarrollada de las alternativas existentes al corpus establecido de niveles teóricos, mientras en las culturas de orientación científica esa conciencia está muy desarrollada».[202]
Pero la experiencia histórica de la cultura no occidental sugiere que los sistemas occidentales de conocimiento están ciegos ante cualquier alternativa. La etiqueta «científico» dota de un carácter sagrado o de cierta inmunidad social al sistema occidental. Al elevarse por encima de la sociedad y de otros sistemas de conocimiento, y excluir al mismo tiempo a otros sistemas de conocimiento del dominio del conocimiento fiable y sistemático, el sistema dominante crea un monopolio que es exclusivamente suyo. Paradójicamente son los sistemas de conocimiento que se consideran más abiertos los que en realidad están cerrados al escrutinio y la evaluación. La ciencia occidental moderna no se ofrece a la evaluación: simplemente, se acepta. Como ha dicho Sandra Harding, «ni a Dios ni a la tradición se les ha concedido el privilegio de la credibilidad del que goza la racionalidad científica en las culturas modernas […] el proyecto que el carácter sagrado de la ciencia convierte en tabú es el examen al que se somete la propia ciencia, de la misma manera que puede examinarse cualquier otra institución o juego de prácticas sociales».[203]
Las grietas de la fragmentación
Antes de reducir el conocimiento local a algo invisible, declarándolo inexistente o ilegítimo, el sistema dominante hace desaparecer las alternativas borrando y destruyendo la realidad que estas intentan representar. La linealidad fragmentada del conocimiento dominante impide la integración de los distintos sistemas. El conocimiento local se va colando por las grietas de la fragmentación, y queda eclipsado junto con el mundo al que hace referencia. De este modo, el conocimiento científico dominante alimenta un Monocultivo de la Mente y prepara el terreno para la desaparición de las alternativas locales, de forma muy parecida a cómo se introducen los monocultivos de ciertas variedades de plantas con el fin de desplazar y destruir la diversidad local. El conocimiento dominante también destruye las condiciones necesarias para que existan alternativas, de forma muy parecida a cómo la introducción de los monocultivos destruye las condiciones para que puedan existir especies diversas.[204]
Como metáfora, el Monocultivo de la Mente queda perfectamente ilustrado en el conocimiento y la práctica de la silvicultura y la agricultura. La silvicultura y la agricultura «científicas» distribuyen las plantas en ámbitos separados artificialmente, que no se superponen, tomando como base unos mercados también separados donde se venden productos de consumo y a donde llegan materias primas y recursos. En los sistemas de conocimiento local el mundo de las plantas no se separa artificialmente, por ejemplo, poniendo a un lado un bosque que suministra madera para la venta y un terreno agrícola que suministra productos alimenticios. El bosqu...

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