Los esclavos de YucatĂĄn
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Los esclavos de YucatĂĄn

John Kenneth Turner, HĂ©ctor "Eko" de la Garza

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  1. 61 pages
  2. Spanish
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Los esclavos de YucatĂĄn

John Kenneth Turner, HĂ©ctor "Eko" de la Garza

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Los esclavos de YucatĂĄn es el primero de los reportajes que forman MĂ©xico BĂĄrbaro, en Ă©l, Kennet Turner describe la brutal explotaciĂłn en las haciendas henequeneras de la penĂ­nsula del sureste mexicano."Una y otra vez comparĂ©, en la imaginaciĂłn, el estado de los esclavos de nuestros estados del Sur, antes de la Guerra Civil, y siempre resultĂł favorecido el negro. Nuestros esclavos del Sur estaban casi siempre bien alimentados; por regla general no trabajaban con exceso; en muchas de las plantaciones rara vez se les pegaba; de cuando en cuando era costumbre darles algo de dinero para pequeños gastos y se les permitĂ­a salir de la finca por lo menos una vez por semana. Éstos, como los esclavos de YucatĂĄn, eran ganado perteneciente a la finca; pero, a diferencia de aquĂ©llos, se les trataba tan bien como al ganado". —John Kenneth Turner

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Informations

Année
2020
ISBN
9786071664211
Sujet
History
Sous-sujet
Mexican History
ÂżQUÉ ES MÉXICO? Los norteamericanos comĂșnmente llaman a MĂ©xico “nuestra repĂșblica hermana”. La mayorĂ­a de nosotros la describimos vagamente como una repĂșblica muy parecida a la nuestra, habitada por gente un poco diferente en temperamento, un poco mĂĄs pobre y un poco menos adelantada, pero que disfruta de la protecciĂłn de leyes republicanas: un pueblo libre en el sentido en que nosotros somos libres.
Algunos que hemos visto el país a través de la ventanilla del tren, o que lo hemos observado un poco en las minas o haciendas, describimos esta tierra al sur del río Bravo como regida por un paternalismo benevolente, en el que un hombre grande y bueno todo lo ordena bien para su tonto pero adorado pueblo.
Yo encontrĂ© que MĂ©xico no era ninguna de esas cosas. DescubrĂ­ que el verdadero MĂ©xico es un paĂ­s con una constituciĂłn y leyes escritas tan justas en general y democrĂĄticas como las nuestras; pero donde ni la ConstituciĂłn ni las leyes se cumplen. MĂ©xico es un paĂ­s sin libertad polĂ­tica, sin libertad de palabra, sin prensa libre, sin elecciones libres, sin sistema judicial, sin partidos polĂ­ticos, sin ninguna de nuestras queridas garantĂ­as individuales, sin libertad para conseguir la felicidad. Es una tierra donde durante mĂĄs de una generaciĂłn no ha habido lucha electoral para ocupar la presidencia; donde el Poder Ejecutivo lo gobierna todo por medio de un ejĂ©rcito permanente; donde los puestos polĂ­ticos se venden a precio fijo. EncontrĂ© que MĂ©xico es una tierra donde la gente es pobre porque no tiene derechos; donde el peonaje es comĂșn para las grandes masas y donde existe esclavitud efectiva para cientos de miles de hombres. Finalmente, encontrĂ© que el pueblo no adora a su presidente; que la marea de la oposiciĂłn, hasta ahora contenida y mantenida a raya por el ejĂ©rcito y la policĂ­a secreta, llegarĂĄ pronto a rebasar este muro de contenciĂłn. Los mexicanos de todas clases y filiaciones se hallan acordes en que su paĂ­s estĂĄ a punto de iniciar una revoluciĂłn en favor de la democracia; si no una revoluciĂłn en tiempo de DĂ­az, puesto que Ă©ste ya es anciano y se espera que muera pronto, sĂ­ una revoluciĂłn despuĂ©s de DĂ­az.
Mi interés especial en el México político se despertó por primera vez a principios de 1908, cuando establecí contacto con cuatro revolucionarios mexicanos que entonces se hallaban encerrados en la cårcel municipal de Los Ángeles, Cal. Eran cuatro mexicanos educados, inteligentes, universitarios todos ellos, que estaban detenidos por las autoridades de los Estados Unidos bajo la acusación de planear la invasión de una nación amiga: México, con una fuerza armada desde territorio norteamericano.
ÂżPor quĂ© unos hombres cultos querĂ­an tomar las armas contra una repĂșblica? ÂżPor quĂ© necesitaron venir a los Estados Unidos a preparar sus maniobras militares? HablĂ© con esos detenidos mexicanos. Me aseguraron que durante algĂșn tiempo habĂ­an agitado pacĂ­ficamente en su propio paĂ­s para derrocar sin violencia y dentro del marco constitucional a las personas que controlaban el gobierno.
Pero por esto mismo —declararon— habĂ­an sido encarcelados y sus bienes destruidos. La policĂ­a secreta habĂ­a seguido sus pasos, sus vidas fueron amenazadas y se habĂ­a empleado toda clase de mĂ©todos para impedirles continuar su trabajo. Por Ășltimo, perseguidos como delincuentes mĂĄs allĂĄ de los lĂ­mites nacionales, privados de los derechos de libertad de palabra, de prensa y de reuniĂłn, privados del derecho de organizarse pacĂ­ficamente para promover cambios polĂ­ticos, habĂ­an recurrido a la Ășnica alternativa: las armas. ÂżPor quĂ© deseaban derrocar a su gobierno? Porque Ă©ste habĂ­a dejado a un lado la ConstituciĂłn; porque habĂ­a abolido los derechos civiles que, segĂșn consenso de todos los hombres ilustrados, son necesarios para el desarrollo de una naciĂłn; porque habĂ­a desposeĂ­do al pueblo de sus tierras, porque habĂ­a convertido a los trabajadores libres en siervos, peones y algunos de ellos hasta en verdaderos esclavos.
—¿Esclavitud? ¿Quieren hacerme creer que todavía hay verdadera esclavitud en el hemisferio occidental? —respondí burlonamente—. ¡Bah! Ustedes hablan como cualquier socialista norteamericano. Quieren decir “esclavitud del asalariado”, o esclavitud de condiciones de vida miserables. No querrán significar esclavitud humana.
Pero aquellos cuatro mexicanos desterrados insistieron:
—SĂ­, esclavitud —dijeron—, verdadera esclavitud humana. Hombres y niños comprados y vendidos como mulas, exactamente como mulas, y como tales pertenecen a sus amos: son esclavos.
—¿Seres humanos comprados y vendidos como mulas en AmĂ©rica? ÂĄEn el siglo XX! Bueno —me dije—, si esto es verdad, tengo que verlo.
Así fue como, a principios de septiembre de 1908, crucé el río Bravo en mi primer viaje, atravesando las garitas del México viejo.
En este mi primer viaje fui acompañado por L. Gutiérrez de Lara, mexicano de familia distinguida, a quien también conocí en Los Ángeles. De Lara se oponía al gobierno existente en México, hecho que mis críticos han señalado como prueba de parcialidad en mis investigaciones. Por el contrario, yo no dependí de De Lara ni de ninguna otra fuente interesada para obtener información, sino que tomé todas las precauciones para conocer la verdad exacta, por medio de todos los caminos posibles. Cada uno de los hechos fundamentales apuntados respecto a la esclavitud en México lo vi con mis propios ojos o lo escuché con mis propios oídos, y casi siempre de labios de personas quizås inclinadas a empequeñecer sus propias crueldades: los mismos capataces de los esclavos.
Sin e...

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