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Nellie Campobello

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Nellie Campobello

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Cartucho es una serie de relatos a través del retrato de su experiencia directa; Las manos de mamá conjuga la figura protectora de la madre con el tema de la revolución y el villismo; en Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa, Campobello incursiona en la crónica, y deja atrás el relato breve. Se incluyen también sus poemas, de un modernismo preciosista.

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Informations

APUNTES SOBRE LA VIDA MILITAR
DE FRANCISCO VILLA

1940
Al mejor escritor revolucionario
y de la Revolución, Martín Luis Guzmán
Primeros encuentros.—Villa y sus amigos.—La Acordada.—Don Francisco I. Madero.—Orozco.—Garibaldi.—Toma de Ciudad Juárez.—Los oficiales prisioneros.—Trabajos de Villa.—Traición al Presidente.
NOTA PRELIMINAR
Conviene aclarar que habiendo nacido yo en tiempo de la Revolución, no pude conocer al general don Francisco Villa y menos aún darme cuenta de su vida. Quien me habló de él por primera vez fue su viuda, la señora Austreberta Rentería de Villa. Ella me ha hecho conocerlo tanto en lo físico como en lo moral. Y me permitió leer el archivo de su difunto esposo, siendo allí donde me pude dar cuenta de las andanzas del guerrero. Durante una larga temporada asistí diariamente a la calle de Abraham González 31, aquí en México, y pude hacer apuntes. Hazañas de guerra en todos sus aspectos; su vida de soldado. Después hablé con algunos de sus dorados, José Nieto, Ismael Máynez, quienes me dieron todos los datos que les pedí. Por carta, otro dorado, Pedro Dávila, me dio información valiosísima. El distinguido y famoso escritor norteño señor Martín Luis Guzmán, quien ahora tiene parte del archivo, y fue villista, me ha aclarado y dado datos importantísimos para estos apuntes.
He ido a conocer varios lugares donde se dieron algunas de las batallas que se relatan aquí. Mi deseo era saberlo todo —imposible deseo—. Aquí sólo constan algunos de los hechos de armas de la vida de un guerrero; única que vivió Francisco Villa, conductor de hombres de guerra; en otro aspecto no existe. La verdad de sus batallas es la verdad de su vida.
Al acercarme a través de la historia a los hechos de armas de los grandes generales del mundo, encuentro situado a Francisco Villa como el único genio guerrero de su tiempo, uno de los más grandes de la historia; el mejor de América y después de Gengis Kan, el más grande guerrero que ha existido.
Hago constar que este Francisco Villa nada tiene que ver con el protagonista de tantas historias falsas y leyendas ridículas. La persona a la que se refieren estos apuntes tuvo una vida ejemplar como soldado. Dio batallas gloriosas las más y las mejores habidas en México. Hizo innovaciones prácticas de la caballería en batalla y le dio nuevas formas a la infantería, enriqueciendo los recursos de la guerra.
DE DÓNDE SURGE EL HOMBRE DE GUERRA
Leva. Cuerda. La Acordada. El Chaco. Los hombres de los poblados huían al oír estos nombres y la Acordada se iba detrás de ellos. Villa sabía esto y otras cosas más, por eso a los diecisiete años pagaba con su sangre el haber nacido fuerte y rebelde. El monte fue su refugio: sus amigos, otros hombres jóvenes que huían por la misma causa. Entre ellos estaban José Beltrán, Rosendo Gallardo, Sabás Martínez y otros cuyos nombres se oscurecen allá lejos en las arrugas de la sierra donde los lobos aúllan. Su rebeldía era clara y limpia; las aves también la sienten cuando la mano del hombre las aprisiona. Ellos la demostraban con el rifle en la mano, en momentos en que las gentes de ideas, los intelectuales, los escritores, no podían hablar, ni estar unificados, como sucedió después.
Aquellos pequeños grupos peleaban por acabar con las injusticias que cometían las autoridades en los pobres de las rancherías. Mataban rurales, asustaban a los jefes políticos y a los ricos. Robaban animales sin dueño, el ganado salvaje nacido allí, perteneciente a quien primero lo tomaba. De estas mismas manadas se surtían los Terrazas, los Creel y demás ricos privilegiados que sólo cumplían con el requisito de estamparles el fierro de la familia.
Así vivían y así comían: todo en defensa propia, como los rebeldes de cualquier época. Bandidos los llamaban los hombres del Gobierno, así se moteja a cuantos luchan contra una dictadura.
La calumnia contra Francisco Villa ha cundido. Su vida solitaria y miserable, de constante rebeldía, ha sido tema de las mentes inquietas que insisten en explicar lo inexplicable para el mismo Villa. Villa huyó por ese miedo que todos los jóvenes pobres tuvieron a la leva. Después era imposible regresar. La vida de los hombres contrae compromisos que sólo ellos entienden y resuelven, compromisos incomprensibles como la vida misma que son porque la vida es.
En 1910 Francisco Villa continuó su rebeldía en las ciudades. Vino sonriente, con la seguridad que sólo tienen las gentes que han sufrido. México presentaba el aspecto de una cárcel: sus hijos estaban encadenados. Los hombres que gobernaban eran fuertes. Villa, siguiendo a Francisco I. Madero, supo que con palabras y manifiestos nada se haría, porque el pueblo no sabía leer, los esclavos ignoraban la palabra libertad. Los mineros sabían que sus pulmones se les salían por la boca, que sus piernas se les encogían por el reuma, que sus hijos tenían las canillas flacas y los ojos pelones, sabían muchas cosas tristes.
Aunque la leyenda recompuesta diga y afirme, antes de esa época no existió Francisco Villa. Indudablemente, del muchacho rebelde de 1893 nacía el bravo coronel de 1911, pero Francisco Villa, el que conociera el mundo, el que vino a defender los ideales del pueblo y a ser el jefe militar de la Revolución armada de México, ése nació en 1910, vestido de amarillo y llevando un sombrero ancho, con listón tricolor en la copa y unas cananas fajadas en cruz.
La Revolución lo utilizó primero como capitán, que a su vez junta a otros capitanes que han de ayudarlo a formar, dos años después, el primer gran ejército nacido del pueblo de México. Sus valientes capitanes iban por todos lados levantando gente; unos traían diez hombres, otros veinte, otros cincuenta; los mismos capitanes daban facultades a sus amigos para que reunieran gente, caballos, rifles.
Poco a poco fue creciendo aquella columna. Era 1911. El soldado Pancho Villa, el rebelde de 1893, estaba allí encabezando a sus hombres. Por fin, sus sueños de libertad iban a discutirse con baterías potentes. Por fin, su rebeldía de quince años había encontrado eco: ahora ya no estaba solo, tenía ochocientos hombres que llevaban ocho cananas por cabeza, pertrechados y vestidos de amarillo; eran una columna dorada: así decía la blanca tierra del desierto de Chihuahua y cada uno valía por diez de los mejores. En sus manos traían la vida de sus enemigos. Los soldados del pueblo pedían venganza. “Podían temblar los caciques, los elegidos, los enriquecidos con los dolores del pueblo.” Estas o parecidas palabras repiten ahora los patriotas, los viejos que hoy pasean su cabeza blanca por los campos que ayer regaron con su sangre de adolescentes e idealistas.
En 1911 lo hicieron Coronel, aunque él ya lo era de hecho. En este año libró varios combates y tuvo difíciles encuentros: el de Las Escobas, el de Tecolote, Cerro Prieto, Satevó, Camargo y San Andrés. Amagó las guarniciones de Parral, Jiménez, Chihuahua. Hostilizó las vías de comunicación entre los federales de todo aquel estado.
En 1911 Villa sufre, lucha. Es mentira que apenas alzado en armas, de todas partes brotaron hombres, carabinas, caballos. Ni tampoco le entregaron soldados pertrechados, listos para que él los guiara. Él supo responder al momento, vio que México necesitaba quien derrocara al ejército de un tirano. Su primer pensamiento fue juntar hombres, y así lo hizo.
Empezaron sus acciones tan desproporcionadas que nadie comprendía cómo las empeñaba: con su estrategia propia lograba pequeños triunfos. Engaños al enemigo, como el de amarrar ramas en la cola de los caballos y hacerlos correr; encender lumbres que fingían grandes campamentos; poner sombreros en hileras para simular hombres; hacer que los caballos dieran vueltas a un cerro indefinidamente. De este modo lograba derrotar destacamentos, aumentar sus armas, hacerse de provisiones y demás pertrechos.
Todo iba sucediendo en forma rápida; aumentaban aquellos temibles capitanes. Vinieron los combates importantes. Al sufrir el descalabro de Casas Grandes, Madero manda decir a Pancho Villa que venga en el acto. De la llegada de éste nace el ataque a Ciudad Juárez, con Madero derrotado y herido de un brazo. Cuentan los supervivientes que Villa, al llegar, traía ochocientos hombres. Dicen que en un momento treparon por los cerros y que, cuando todos acordaron, aquellos hombres se habían posesionado de las alturas, listos y ágiles para pelear. Se les calmó en su desconfianza y su jefe les ordenó que bajaran de los cerros; ya casi tenían sitiado el campamento del señor Madero.
La envidia comenzó. A todos molestaba la agilidad guerrera de aquellos hombres y su jefe Villa. Orozco, Garibaldi y otros intentaron molestarlos. Así fue como un día que pasó un villista por el campamento de Garibaldi lo desarmaron por puro gusto. Villa escribió a Garibaldi un papelito donde le suplicaba devolver al soldado sus armas. Garibaldi le contestó al reverso “que fuera él a recogerlas si era tan hombre”. Villa se presentó a caballo con unos cuantos de sus soldados, Garibaldi tenía cerca de él doscientos. En un momento, Villa y los suyos los desarmaron. Garibaldi se quejó con Madero. Éste llamó a Pancho Villa y lo interrogó. Villa, por toda respuesta, mostró el papel. Madero vio que él no tenía la culpa, y de un modo amable le pidió que devolviera las armas y que los dos se dieran un abrazo de compañeros. De allí salieron Villa y Garibaldi del brazo, riéndose como dos grandes y viejos amigos.
Orozco se hizo muy amigo de Villa. Así fue como se les vio juntos antes de la toma de Ciudad Juárez, y tan de acuerdo que a ellos se debe la resolución del ataque. Madero no quería que se rompiera el fuego porque, según él, era imposible el triunfo y juzgaba aquello una locura. Pero un día Villa y Orozco se decidieron a aconsejar a sus muchachos que provocaran a las avanzadas federales. Primero uno de los revolucionarios les tiraría un balazo. Si los federales contestaban, mandarían ocho o más balazos. Se acercarían diez hombres a las avanzadas enemigas. Si la balacera cundía, irían por cincuenta hombres más y de este modo harían que se generalizara el combate y, ya en estas condiciones, el señor Madero no podría detener el choque. Villa y Orozco se separaron y se fueron al lado americano. Cuando oyeran los tiros correrían y se harían los sorprendidos. Así sucedió todo. De un balacito nacieron diez, treinta, cincuenta, y al ver que los cincuenta hombres estaban agarrados, todos vinieron en su auxilio.
El señor Madero, oyendo el tiroteo, dijo a Villa y a Orozco: “Pues ahora ustedes saben lo que hacen”, y los dejó seguir adelante. El resultado dio el triunfo a los maderistas.
Este combate fue dado por Villa y Orozco. Uno y otro se distinguieron con su gente y especialmente la del coronel Villa, sólo que esta vez los laureles fueron para Orozco. Los norteños de Chihuahua y Durango, tipos admirables, valientes, buenos jinetes, buenos tiradores, fuertes y ágiles, daban así el triunfo a la Revolución de 1910. Francisco Villa, terminado el combate, procuró buscarles de comer a sus muchachos. Cuando esto quedó arreglado, se fue al Cuartel General donde estaban prisioneros Navarro y su Estado Mayor. Villa, de un modo muy correcto, se llevó consigo once oficiales del Estado Mayor de Navarro y les dijo que los iba a invitar a comer en El Paso, considerando que en la ciudad americana podrían hacerlo mejor. Juárez estaba lleno de gente. Además, él tenía el gusto de atenderlos como prisioneros suyos que eran. De sobremesa, uno de ellos trató de hacer un chiste y les dijo a sus compañeros que ya estaban del otro lado y de regreso a Juárez podrían ser fusilados, mejor se quedarían allí, a lo que contestó otro: “Ni de chiste se puede admitir esto. Somos prisioneros del señor, quien ha sido muy gentil con nosotros. Volveremos con él a Juárez aunque nos ejecuten”. Todos rieron y volvieron a Juárez, donde no fueron fusilados. Era la primera vez que Villa conversaba con federales, y como llevaba dentro de sí el genio guerrero que todos admiraron, era natural que procurase ver de cerca a militares de carrera, de quienes él creía aprender mucho. Para un hombre como él, inquieto, observador, inteligente, aquel contacto fugaz le valdría muchos años de aprendizaje.
Los últimos meses de 1911, Villa los pasa dedicado al trabajo en Chihuahua, pero al tanto de los acontecimientos políticos. Orozco era un rey en aquel estado de Chihuahua. Por todas partes andaba acompañado de los ricos. Derrochaba dinero. Murmuraba del Presidente. Villa se dio cuenta de estas y otras cosas y determinó ir a ver al señor Madero. Habló ampliamente con él. Almorzaron juntos varias veces, tuvieron largas conferencias. Villa le prometió fidelidad y regresó a Chihuahua. Rebelado Orozco, una mañana ordenó a sus colorados que bombardearan la Penitenciaría, echaran fuera a los presos políticos y demás sentenciados. De este modo iniciaba su traición. En vano había hecho antes todo lo posible por atraerse a Francisco Villa.
Villa buscó a sus hombres en la sierra y recibió órdenes de ponerse bajo el mando de Huerta en la campaña contra Pascual Orozco. Al lado de Huerta hace un papel brillante como Coronel de tropas irregulares. Esto no gustó al generalísimo. Empezaron las suspicacias, las envidias, al ver Huerta en Villa un maderista demasiado apto y fervoroso. Le buscaron motivo y un día quisieron fusilarlo; lo salvó el general Rubio Navarrete y un grupo de oficiales que insistió en mandarlo a México, asegurando a Huerta que allí sería juzgado.
DE LA CAMPAÑA DE 1912
Villa maderista.—Huerta, jefe de Villa.—Parral.—Rábago.—Rubio Navarrete.—El fusilamiento.—Testimonios.—Su prisión y su fuga.
Derrotado por Pascual Orozco el general González Salas, Ministro de la Guerra, en los campos de Rellano, empezó a organizarse una división cuyo mando se dio al general Victoriano Huerta. Entre los 4 000 hombres que componían la división, iba una brigada irregular que Villa mismo había reclutado y que mandaba como Coronel Honorario, por orden expresa del Presidente Madero.
Villa con su Brigada formaba la vanguardia de la División, cuyos oficiales lo tenían en el concepto de guerrillero inteligente, valiente y conocedor de la región. Su intuición los cautivaba a tal grado que el coronel Rubio Navarrete, jefe de la artillería, accedió a hacer un simulacro cerca de Conejos, y al observarlo Villa pensó que aquello les serviría de práctica para la batalla próxima.
Acompañando al general Jesús M. Rábago y a Huerta, fue Villa a Parral, en donde se les hizo un gran recibimiento. A Huerta se le ofreció un baile en el casino, al que no fue Villa, ya que éste no gustaba de estas cosas. Pero en esa ocasión el pueblo de Parral estuvo a punto de linchar a Huerta porque éste, en voz alta, en el baile, expresó sus simpatías por Orozco, diciendo que si estuviera enfrente le estrecharía la mano. Al oír esto el pueblo, aglomerado en las ventanas, se indignó. Alguien en el salón dio un viva a Villa, al cual contestó el pueblo desde afuera, y Huerta y sus amigos tuvieron que salir por la parte de la cocina y alejarse ocultamente hasta un armón que llevó a Huerta a Jiménez, donde las tropas estaban acuarteladas.
Villa permaneció en Parral varios días con el objeto de seguir allegando los elementos necesarios para su brigada todavía en formación. Dispuso, además, con ánimo de disponer de fondos para el pago de sus tropas, algunos préstamos al Banco Minero y a otras entidades comerciales, por lo que otorgó los vales correspondientes. De regreso a Jiménez, tiene lugar un incidente entre Villa y Rábago; este general, que quería bien a Villa, en forma casi benévola, lo reprende. Airado entonces y sin medir las posibles consecuencias de su conducta, Villa dirige al Presidente de la República un mensaje en el que le pedía hacer él por su cuenta la campaña contra Orozco. El telegrama, por supuesto, no llegó a su destino, y como Huerta no creía oportuno externar su animadversión por Villa allí pareció terminar el incidente.
Ocurrió más: Robada una yegua de pura sangre a un particular de Jiménez, alguien, por maldad, hizo correr la voz de que Villa era el autor del hurto. Villa, furioso con razón, mandó buscar la yegua que recogió para devolverla a su dueño. El animal lo tenía un oficial de las tropas irregulares al mando de Luis Herrera.
Aparentemente tampoco sucedió nada esta vez. Pero poco después Huerta ordenaba a Rubio Navarrete cercar, ametrallar y no dejar astillas de Villa y su gente, acusándoles de querer sublevarse. Rubio Navarrete procedió en el acto a cerrar el cuartel de Villa. Era de noche. Pero dándose cuenta de la situación, se dirigió en persona a donde Villa estaba. Todo lo encontró tranquilo y a Villa durmiendo en su cuarto con varios oficiales federales. Rubio Navarrete volvió a dar cuenta de aquello al general Huerta, pero como éste ya se había recogido no pudo hacerlo. Momentos después salió Villa a ver lo que ocurría; entonces fue detenido y llevado al Cuartel General.
Huerta ordenó en el acto el fusilamiento de Villa. Al amanecer ya estaba dentro del cuadro. Pero avisado por un oficial el coronel Rubio Navarrete, éste, suponiendo que Huerta no había recibido el parte que transmitió por conducto del jefe de Estado Mayor, hizo que bajo su responsabilidad la ejecución se suspendiera. No había habido Consejo de Guerra, ni siquiera capilla. Rubio Navarrete cogió del brazo a Villa y lo llevó ante Victoriano Huerta, seguro de que eran sinceras las protestas del guerrillero al afirmar que no había intentado sublevarse.
El día 4 de junio se recibió en la Presidencia el siguiente mensaje:
“Jiménez 4 Chapultepec. Señor Presidente: En estos momentos parte el tren llevando, con el carácter de procesado, debidamente escoltado, hasta la capital, al general Villa. El motivo que he tenido para mandarlo con el carácter de preso a disposición del Ministerio de la Guerra es el hecho de haber cometido faltas graves en la División a mi mando, como son apoderarse sin derecho alguno de bienes ajenos, y, además, hay la circunstancia de que al ordenarle yo la devolución a sus dueños de caballos y algunas otras cosas, vino a su Cuartel General y armó a toda la fuerza de su mando, advirtiendo a sus soldados que estuvieran preparados para desobedecer las órdenes de marcha hacia Santa Rosalía. La División estaba lista para marchar a las 5 a.m. y por una desobediencia de Villa aún se halla aquí tomando rancho y lista para emprender la marcha dentro de una hora. Los 300 hombres de Villa los he desarmado y han ido a engrosar las filas de los diversos cuerpos de la División, con la orden de que todo aquel que manifieste desagrado por la determinación del Cuartel General, sea pasado por las armas en el acto. A Villa le he perdonado la vida estando dentro del cuadro que debía ejecutarlo, por razón de haberme sup...

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