Falsedad y autenticidad en la Interpretación de la Transferencia- Contratransferencia
(1998 [1980])
Referencia bibliográfica
CHIOZZA, Luis (1998k [1980]) “Falsedad y autenticidad en la interpretación de la transferencia-contratransferencia” [II].
Primera edición en castellano
L. Chiozza, Hacia una teoría del arte psicoanalítico, Alianza Editorial, Buenos Aires, 1998, págs. 177-193.
Este artículo reúne “Falsedad y autenticidad en la interpretación de la transferencia-contratransferencia” [I] (Chiozza, 1980g), trabajo presentado en el Centro de Investigación en Psicoanálisis y Medicina Psicosomática (cimp) en abril de 1980, y “Acerca de las relaciones entre consenso público y con-trato” (Chiozza, 1980e), trabajo presentado en la Jornada de Psicoterapia Analítica realizada en el cimp en agosto del mismo año.
...todo lo pensado es, y todo lo que es, es un pensamiento... Idea realmente nueva es sólo aquella con la que tiene lugar también un suceso realmente nuevo, ya que ambas cosas vienen a ser lo mismo.
Viktor von Weizsaecker (1946-1947)
La verdad nunca puede ser dicha de modo que sea entendida y no sea creída.
William Blake (1793)
La transferencia-contratransferencia
Comenzaremos por repetir la afirmación que, apoyándonos en otros autores, realizamos en el artículo “La interpretación de la transferencia-contratransferencia” (Chiozza, 1998j [1978-1979]):
la transferencia y la contratransferencia forman parte del proceso de transferencia-contratransferencia que (incluyendo sus aspectos de interrelación recíproca) puede ser comprendido en un campo conceptual unificado, en una teoría de la transferencia dentro de la cual la palabra “contratransferencia” señala el “lugar” o el “tipo de función” a través del cual el fenómeno general se manifiesta en un miembro particular de la pareja psicoanalítica.
Mediante el párrafo citado queremos introducirnos en un pensamiento que enunciamos hace ya algunos años (Chiozza, 1970m [1968], 1970l [1968]; Chiozza y colab., 1969b). Este pensamiento, que incluye las ideas de “trato” y “encuentro” elaboradas por Weizsaecker (1950), adquiere mayor fuerza a partir de la noción de “ecosistema de la mente” desarrollada por Bateson (1972). Se trata de la transferencia concebida como un proceso perteneciente a una realidad que trasciende aquello que, desde nuestra conciencia, llamamos “individuo humano”.
El concepto conciente de individuo, sea humano, animal o vegetal, en relación con el cual se integra el universo de seres que constituyen nuestro mundo, como entes separados que aparentemente ejercitan una cierta independencia, es algo tan fuertemente arraigado, como creencia y como “dato” del sentido común, que resulta difícil tomarse en serio y comprender cabalmente el alcance de aquello que queremos significar cuando hablamos de un sistema psíquico que trasciende lo que desde nuestra conciencia habitual llamamos “individuo”.
Sin embargo, a poco que se amplíe la conciencia, a poco que progrese nuestro conocimiento del universo biológico que integramos, resulta evidente que la teoría que da cuenta armónicamente de un mayor número de hechos observables pone en crisis inevitablemente nuestra idea ingenua de individuo, al brindarnos la noticia de un sistema más amplio y más complejo, que tiene todas las características de aquello que llamamos “organismo” y del cual los “individuos” tradicionales sólo formamos una parte.
Este organismo mayor (tal como hoy lo vemos gracias a una mutación en los sistemas de creencias que subyacen a toda percepción) tiene sus propias “anatomía”, “fisiología”, “psicología” y “patología”, de las cuales sólo conocemos algunos fragmentos de unos pocos capítulos. Así, los existentes materiales de lo que llamamos “lecho ecológico” forman parte de esa nueva “anatomía”. Y, de un modo semejante, la fecundación de las flores por los insectos, la asunción “forzada” de un rol en la comunidad y los desequilibrios ecológicos que amenazan la supervivencia del conjunto formarían parte, respectivamente, de una “fisiología”, “psicología” y “patología” nuevas. Anatomía, fisiología, psicología y patología de un conjunto que trasciende los límites de las comunidades familiares o “sociales” humanas y que, si aceptamos las ideas de Koestler (1978), podría, a su vez, integrarse, dentro de una estructura jerárquica, en un organismo más amplio.
Cada conjunto sistémico u “holón” está ubicado, según Koestler, en una estructura jerárquica, y es una partícula bifronte que funciona “hacia abajo” como un todo integrado por partes, y “hacia arriba” como parte de un todo más complejo –véase a este respecto lo que escribimos en “Apuntes sobre fantasía, materia y lenguaje” (Chiozza, 1970q)–. La morfogénesis de ese conjunto, como sucede con el desarrollo embriológico epigenético, resulta de interregulaciones contextuales similares a las que encontramos en la gramática o en las narraciones históricas.
La transferencia-contratransferencia, contemplada desde estas ideas, constituiría entonces una función o un proceso propios del “sistema” psíquico de un conjunto orgánico “supraindividual”. Debemos recordar que las definiciones que nos legara Freud constituyen un primer paso de abstracción a partir de un campo de experiencia.
Los tres paradigmas clásicos de la teoría psicoanalítica de la transferencia, o sea: la sustitución de una persona anterior por la persona del médico, el desplazamiento de una catexis desde la representación inconciente a la representación preconciente correspondiente a una percepción actual y la idea de una falsa conexión del afecto pretérito a la figura de un interlocutor presente, son, como dije antes, el producto de una primera transformación teórica frente a un tipo particular de experiencia.
A esto podemos añadir, sin variar mucho las cosas, la hipótesis de que la transferencia es un producto de la necesidad libidinosa o de la compulsión a repetir, y todo cuanto la teoría psicoanalítica nos enseña acerca de la interrelación transferencia-contratransferencia, que no repetiremos aquí (Chiozza y colab., 1966e; Chiozza, 1998j [1978-1979], 1979i, 1980d [1979]). Lo que nos interesa describir ahora es el tipo de trama con la cual podemos comparar la función o el proceso transferencia-contratransferencia a los fines de comprender algo más con respecto a su esencia.
Debo aclarar aquí lo que entiendo por “trama” y por comparación entre tramas. Recurriré para ello a un concepto de Bateson (1979). Consiste en lo que denomina fenómenos de moiré y se refiere, a través de la metáfora constituida por la tela que lleva ese nombre, al hecho trascendente de que la superposición de dos tramas permite visualizar una nueva y diferente, del mismo modo que la descripción de un mismo fenómeno mediante dos organizaciones conceptuales distintas (o el descubrimiento de que dos simbolizaciones complejas diferentes, que aparentan referirse a distintos fenómenos, aluden a un mismo referente esencial) permite acceder a un nuevo terreno epistemológico o a un “nivel” de tipificación lógica más “alto”, más abarcativo o de mayor generalidad.
Bateson llama “abducción” a esa especie de gimnasia mental mediante la cual la organización conceptual utilizada para procesar una determinada experiencia, se demuestra de pronto eficaz para la comprensión de otra experiencia proveniente de un campo totalmente distinto. Ya durante la investigación psicoanalítica de los trastornos hepáticos (Chiozza, 1963a, 1970a, 1974b) nos habíamos enfrentado con la necesidad de valorar este “doble” o múltiple “anclaje” en distintos terrenos, con el cual la experiencia obsequia, inesperadamente, a una “buena” teoría.
Otro concepto de Bateson, en el cual me apoyaré, atañe a la comparación entre procesos duraderos, que tienden a ser conservados como modelos, y procesos transitorios, que tienden a ser destruidos para conservar los modelos antiguos. El proceso que se gesta como producto del impacto o encuentro estocástico entre herencia y experiencia individual, o entre antecedente y presente, puede ser observado tanto en la evolución biológica como en el ejercicio cotidiano del pensar y aprender.
Un enlace entre dos variables es estocástico cuando, sin ser una de ellas función de la otra, tampoco son independientes. Bateson utiliza este nombre, que en su origen griego significa “conjeturar” (Salvat, 1964), para referirse a una secuencia de eventos que combina un componente casual con un proceso selectivo, de modo tal que sólo ciertos resultados de la casualidad puedan perdurar.
Así como en la evolución biológica la “repetición” embriológica epigenética se enfrenta, a través de una cierta “inercia” de procedimiento, con un cambio ocasional que podrá ser conservado o destruido y que, en el caso de ser conservado, podrá ser a su vez creativo o destructivo, análogamente, en el ejercicio del pensar y el aprender, rigor e imaginación –podríamos añadir, de acuerdo con Ortega y Gasset (1940), creencia e ideas– establecerán una interrelación semejante. Si se afirma que la población, al ser heterogénea, es un almacé...