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El prĂncipe feliz y otros cuentos
Oscar Wilde
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El prĂncipe feliz y otros cuentos
Oscar Wilde
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Desde lo alto, atrapado en un monumento de oro y piedras preciosas, la estatua del prĂncipe feliz observa la desigualdad de su pueblo. Imposibilitado de hacer algo al respecto, le pide a una golondrina, retrasada en su vuelo a Egipto, que le ayude a entregar a los que mĂĄs lo necesitan, la Ășnica fortuna que todavĂa posee. Este y otros cuentos, terriblemente desgarradores, se encuentran en este breve compilado de Oscar Wilde, quien normalmente escribĂa cuentos sobre la desigualdad, la arrogancia, el egoĂsmo, y un sin fin de defectos humanos; claro, no sin dejarnos una moraleja para pensar. Obra fiel a la primera ediciĂłn que saliĂł en 1888.
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ClĂĄsicosEl prĂncipe feliz
Muy arriba, por encima de la ciudad, sobre una alta columna, se alzaba la estatua del PriÌncipe Feliz. Estaba sobredorada con laÌminas delgadas de oro fino, por ojos teniÌa dos brillantes zafiros, y ardiÌa un gran rubiÌ en la empunÌadura de su espada.
Verdaderamente era muy admirado.
âEs tan hermoso como una veleta âobservoÌ uno de los concejales, que queriÌa adquirir fama de tener gustos artiÌsticosâ; soÌlo que no es tan uÌtil â anÌadioÌ, temiendo que la gente fuera a pensar que careciÌa de sentido praÌctico, lo que en realidad no era el caso.
â ÂżPor queÌ no te pareces al PriÌncipe Feliz? âpreguntoÌ una madre sensata a un ninÌo que lloraba porque queriÌa la lunaâ. Al PriÌncipe Feliz nunca se le ocurririÌa llorar por nada.
âMe alegro de que haya alguien en el mundo que sea completamente feliz âmurmuroÌ un hombre desenganÌado, mientras contemplaba la maravillosa estatua.
âParece un aÌngel âdijeron los ninÌos del hospicio cuando saliÌan de la catedral con sus capas de brillante color escarlata y sus limpios delantales blancos.
â ÂżCoÌmo lo sabes? âdijo el profesor de matemaÌticasâ, nunca han visto a ninguno.
âAh, pero lo hemos visto en suenÌos âreplicaron los ninÌos.
Y el profesor de matemaÌticas fruncioÌ el cenÌo y tomoÌ un aspecto severo, pues no aprobaba que los ninÌos sonÌaran.
Una noche, una pequenÌa golondrina pasoÌ volando por encima de la ciudad. Sus amigas se habiÌan ido a Egipto seis semanas antes, pero ella se habiÌa quedado rezagada, pues estaba enamorada del junco maÌs hermoso. Lo habiÌa conocido al comienzo de la primavera, cuando volaba riÌo abajo persiguiendo a una gran polilla de color amarillo, y le habiÌa atraiÌdo tanto el talle esbelto del junco que se habiÌa detenido a hablarle.
â ÂżTe parece bien que te ame? âdijo la golondrina, a quien le gustaba ir directamente al asunto.
Y el junco le hizo una profunda reverencia. AsiÌ que voloÌ y voloÌ a su alrededor, rozando el agua con las alas y haciendo ondulaciones de plata. EÌste fue su noviazgo y duroÌ todo el verano.
âEs un carinÌo ridiÌculo âgorjeaban las otras golondrinasâ; no tiene dinero y tiene demasiados parientes.
Y en verdad, el riÌo estaba completamente lleno de juncos. Luego, cuando llegoÌ el otonÌo, todas se fueron volando.
DespueÌs de su marcha se sintioÌ sola, y empezoÌ a cansarse de su amado.
«No tiene conversacioÌn âse dijoâ, y me temo que es casquivano, pues estaÌ siempre coqueteando con la brisa».
Y, ciertamente, siempre que soplaba la brisa, le haciÌa el junco las maÌs graciosas reverencias.
«Tengo que admitir que es hogarenÌo âseguiÌa dicieÌndose la golondrinaâ, pero a miÌ me gusta viajar, y a mi marido, por consiguiente, tambieÌn deberiÌa gustarle».
â ÂżQuieres venirte conmigo? âle dijo finalmente.
Pero el junco negoÌ con la cabeza, pues estaba muy apegado a su hogar.
âHas estado jugando con mis sentimientos âgritoÌ la golondrinaâ. Me voy a las PiraÌmides. ÂĄAdioÌs!
Y se marchoÌ volando.
VoloÌ durante todo el diÌa, y cuando era de noche llegoÌ a la ciudad.
«¿DoÌnde me albergareÌ? âse dijoâ; espero que la ciudad haya hecho los preparativos».
Entonces vio la estatua sobre su elevada columna.
âMe alojareÌ ahiÌ âexclamoÌâ; tiene una hermosa situacioÌn con abundante aire fresco.
AsiÌ es que se posoÌ justamente entre los pies del PriÌncipe Feliz.
âTengo un dormitorio de oro âdijo bajito para siÌ, mirando en torno suyo, y se dispuso a dormir.
Pero precisamente cuando estaba metiendo la cabeza debajo del ala cayoÌ sobre ella una gota de agua.
â ÂĄQueÌ cosa tan curiosa! âexclamoÌâ, no hay una sola nube en el cielo, las estrellas estaÌn claras y brillantes, ÂĄy, sin embargo, estaÌ lloviendo! El clima del norte de Europa es realmente terrible.
Al junco soliÌa gustarle la lluvia, pero era meramente por egoiÌsmo. Entonces cayoÌ otra gota.
â ÂżPara queÌ sirve una estatua si no te puede resguardar de la lluvia? â dijoâ. Tengo que buscar una buena chimenea.
Y decidioÌ marcharse.
Pero antes de abrir las alas le cayoÌ una tercera gota; miroÌ hacia arriba y vio... Ah, ÂżqueÌ estaba viendo? Los ojos del PriÌncipe Feliz estaban llenos de laÌgrimas y las laÌgrimas rodaban por sus doradas mejillas. Su rostro era tan hermoso a la luz de la luna que la pequenÌa golondrina se llenoÌ de compasioÌn.
â ÂżQuieÌn eres?
âSoy el PriÌncipe Feliz.
âEntonces, Âżpor queÌ estaÌs llorando? âpreguntoÌ la golondrinaâ; me has dejado empapada.
âCuando yo viviÌa y teniÌa un corazoÌn humano ârespondioÌ la estatuaâ, no sabiÌa lo que era el llanto, pues habitaba en el palacio de Sans-Souci, que es el palacio de la DespreocupacioÌn, donde al dolor no se le permite entrar. De diÌa jugaba con mis companÌeros en el jardiÌn, y por la tarde dirigiÌa la danza en el gran saloÌn. Rodeando el jardiÌn habiÌa un muro muy alto, pero nunca me cuideÌ de inquirir queÌ habiÌa maÌs allaÌ, tan hermoso era todo en torno miÌo. Mis cortesanos me llamaban el PriÌncipe Feliz, y feliz era, en verdad, si el placer fuera la felicidad. AsiÌ viviÌ y asiÌ me llegoÌ la muerte. Y ahora que estoy muerto me han puesto aquiÌ tan alto que puedo ver toda la fealdad y toda la miseria de mi ciudad, y aunque mi corazoÌn sea de plomo, no puedo por menos de llorar.
«¥CoÌmo!, Âżno es de oro macizo?», se dijo la golondrina hablando para siÌ, pues era demasiado educada para hacer observaciones personales en voz alta.
âAllaÌ lejos âcontinuoÌ la estatua en tono bajo y musicalâ, allaÌ lejos, en una callejuela hay una casa pobre. Una de las ventanas estaÌ abierta, y a traveÌs de ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa. Tiene la cara delgada y demacrada y las manos aÌsperas y enrojecidas, completamente picoteadas por la aguja, pues es costurera. EstaÌ bordando pasionarias en un vestido de raso para que la maÌs bella de las damas de honor de la reina lo lleve en el proÌximo baile de la corte. En un lecho, en un rincoÌn de la habitacioÌn, su ninÌo yace enfermo. Tiene fiebre y estaÌ pidiendo naranjas; su madre no tiene nada que darle maÌs que agua del riÌo, asiÌ es que el pequenÌo estaÌ llorando. Golondrina, golondrina, pequenÌa golondrina, Âżno puedes llevarle el rubiÌ de la empunÌadura de mi espada? Mis pies estaÌn tan sujetos a este pedestal que no puedo moverme.
âMe esperan en Egipto âdijo la golondrinaâ. Mis amigas estaÌn volando Nilo arriba y Nilo abajo, y charlan con las grandes flores de loto. Pronto se iraÌn a dormir a la tumba del gran rey. El rey mismo estaÌ alliÌ en su sarcoÌfago decorado con pinturas, envuelto en lino amarillo y embalsamado con especias. Lleva en torno a su cuello una cadena de jade verde paÌlido, y sus manos son como hojas marchitas.
âGolondrina, golondrina, pequenÌa golondrina âdijo el PriÌncipeâ, Âżno quieres quedarte conmigo por una noche y ser mi mensajera? ÂĄEl muchacho tiene tanta sed y la madre estaÌ tan triste!
âNo creo que me gusten los muchachos âreplicoÌ la golondrinaâ. El verano pasado, cuando estaba sobre el riÌo, habiÌa chicos maleducados, los hijos del molinero, que siempre me estaban tirando piedras. Nunca me dieron, por supuesto, nosotras las golondrinas volamos demasiado bien para que suceda eso y, ademaÌs, yo desciendo de una familia famosa por su agilidad; pero, no obstante, era una muestra de falta de respeto.
Pero el PriÌncipe Feliz pareciÌa tan triste que la pequenÌa golondrina sintioÌ pena.
âHace mucho friÌo aquiÌ âdijoâ, pero me quedareÌ contigo por una noche y sereÌ tu mensajera.
âGracias, pequenÌa golondrina âdijo el PriÌncipe.
Y asiÌ la golondrina arrancoÌ el gran rubiÌ de la espada del PriÌncipe y se fue volando con eÌl en el pico por encima de los tejados de la ciudad.
PasoÌ junto a la torre de la catedral, donde estaban esculpidos los aÌngeles de blanco maÌrmol. PasoÌ junto al palacio, y oyoÌ la muÌsica del baile. Una bella muchacha salioÌ al balcoÌn con su amado.
â ÂĄQueÌ maravillosas son las estrellas! âle dijo eÌlâ, ÂĄy queÌ maravilloso es el poder del amor!
âEspero que mi vestido esteÌ a tiempo para el baile de gala ârespondioÌ ellaâ; he encargado que le borden pasionarias; pero ÂĄlas bordadoras son tan perezosas!
PasoÌ sobre el riÌo y vio las linternas suspendidas en los maÌstiles de los barcos. PasoÌ por encima de la juderiÌa, y vio a los judiÌos viejos haciendo tratos entre siÌ y pesando monedas en balanzas de cobre. LlegoÌ por uÌltimo a la casa pobre y miroÌ hacia adentro: el muchacho se estaba agitando febrilmente en el lecho y la madre se habiÌa quedado dormida, de cansada que estaba.
EntroÌ de un vuelo y dejoÌ el gran rubiÌ sobre la mesa, al lado del dedal de la mujer. Luego revoloteoÌ suavemente alrededor del lecho, abanicando la frente del ninÌo con sus alas.
â ÂĄQueÌ fresco me siento! âdijo el muchachoâ, debo de estar mejorando.
Y se sumioÌ en un suenÌo delicioso.
Entonces la golondrina volvioÌ volando junto al PriÌncipe Feliz y le contoÌ lo que habiÌa hecho.
âEs extranÌo âobservoÌâ, pero ahora siento calor, a pesar de que hace tanto friÌo.
âEso es porque has hecho una buena accioÌn âdijo el PriÌncipe.
Y la golondrina se puso a pensar, y se quedoÌ dormida. El pensar siempre le daba suenÌo.
Cuando rompioÌ el diÌa bajoÌ volando al riÌo y se banÌoÌ.
â ÂĄQueÌ fenoÌmeno tan notable! âdijo el profesor de ornitologiÌa, que pasaba por el puenteâ. ÂĄUna golondrina en invierno!
Y escribioÌ una larga carta al perioÌdico local tratando de ello. Todo el mundo la citoÌ, ÂĄtan plagada estaba de palabras que no podiÌan entender!
«Esta noche me voy a Egipto», se dijo la golondrina.
Y se puso contenta soÌlo con pensarlo.
VisitoÌ todos los monumentos puÌblicos y estuvo posada un largo rato en lo maÌs alto del campanario de la iglesia. Dondequiera que iba, los gorriones piaban y se deciÌan unos a otros:
â ÂĄQueÌ forastera tan distinguida!
AsiÌ es que disfrutoÌ muchiÌsimo.
Cuando salioÌ la luna, volvioÌ volando hasta el PriÌncipe Feliz.
â ÂżTienes alguÌn encargo para Egipto? âle preguntoÌâ. Me marcho ahora mismo.
âGolondrina, golondrina, pequenÌa golondrina âdijo el PriÌncipeâ, Âżno quieres quedarte conmigo una noche maÌs?
âMe esperan en Egipto ârespondioÌ la golondrinaâ. ManÌana mis amigas remontaraÌn el riÌo hasta la segunda catarata. El hipopoÌtamo se acuesta alliÌ entre las espadanÌas, y el dios MemnoÌn estaÌ sentado en un gran trono de granito. Toda la noche observa las estrellas, y cuando brilla el lucero del alba, lanza un grito de alegriÌa y luego vuelve a quedarse silencioso. A mediodiÌa, los rubios leones bajan a beber al borde del agua; tienen los ojos como verdes berilos, y su rugido es maÌs sonoro que el estreÌpito de la catarata.
âGolondrina, golondrinita âdijo el PriÌncipeâ, allaÌ lejos, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla; estaÌ inclinado sobre una mesa cubierta de papeles, y en un vaso a su lado hay un ramillete de violetas marchitas. Tiene el cabello castanÌo y rizado, los labios rojos como una granada y grandes ojos sonÌadores. EstaÌ intentando terminar una obra para el director del teatro, pero tiene demasiado friÌo para seguir escribiendo. No hay fuego en la cocina y el hambre le ha debilitado.
âMe quedareÌ contigo una noche maÌs âdijo la golondrina, que realmente teniÌa buen corazoÌnâ. ÂżTengo que llevarle otro rubiÌ?
â ÂĄAy! Ya no...