Pedagogías y emancipación
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Pedagogías y emancipación

Marina Garcés, Janna Graham, val flores, Concha Fernández Martorell, Jordi Solé Blanch

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  1. 156 pages
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Pedagogías y emancipación

Marina Garcés, Janna Graham, val flores, Concha Fernández Martorell, Jordi Solé Blanch

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Educar, ¿para qué? No podemos dejar de hacernos esta pregunta en una época en que la educación parece estar amenazada por el imperativo de la productividad y de la eficiencia al servicio del mercado laboral. Los ensayos que integran este volumen proponen un ejercicio crítico sobre los modelos educativos que se nos imponen sin apenas margen para plantear alternativas. Desde experiencias y perspectivas diversas, todas las aportaciones coinciden en apostar por la educación como espacio político para la emancipación individual y colectiva. Un ámbito y una práctica desde los que se nos permita imaginar un futuro.

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Informations

Éditeur
ARCADIA
Année
2021
ISBN
9788412273502
Édition
1

OBSERVACIONES A LA RETÓRICA DE LAS NUEVAS PROPUESTAS PEDAGÓGICAS

Concha Fernández Martorell

El fin de la educación

Justo cuando empecé a reflexionar sobre el problema de la educación en nuestro país, se amplió la edad de enseñanza obligatoria a los dieciséis años. Este bien social, imprescindible para atender a miles de jóvenes sin escolarizar y todavía menores para trabajar, permitió la visibilización de un contexto social hasta entonces oculto. Comenzaron a incorporarse a la secundaria alumnos desmotivados, portadores de múltiples problemáticas, que llevaban a la escuela su desesperación y la estampaban contra los cristales y las fachadas, poniendo de relieve, de una manera espontánea y cruel, propia de su edad, el desorden social que alimentaba su imaginación. Esta vivencia me impulsó a investigar qué estaba pasando en el entorno educativo.
A medida que me iba introduciendo en el estudio se me hizo patente una contradicción manifiesta: observaba el aumento de situaciones conflictivas, siempre generadas por alumnos muy complicados, que cargaban en su mochila con un entorno social problemático, pero escuchaba al mismo tiempo quejas del profesorado que no me parecían acordes con los problemas que estos alumnos acarreaban. Proliferaban reportajes en los medios, artículos de prensa, debates televisivos, documentales, informes que mostraban el fracaso escolar, la violencia en las aulas y la consiguiente depresión de los docentes, pero no encontraba una explicación a los problemas que se presentaban, una reflexión que desmenuzara la complejidad de la situación. ¿Por qué se muestra con ostentación manifiesta, me preguntaba, la violencia adolescente y se hace del profesor un enfermo, pero nadie habla de las condiciones sociales, políticas y económicas que provocan tanto malestar? Aún hoy me sigue sorprendiendo que el comportamiento de los alumnos, a veces excesivo, despierte un gran escándalo, pero ni los medios de comunicación, ni los políticos ni muchos expertos presten atención a los entornos hostiles en que crecen y viven.
Los problemas que se desencadenan en la escuela están estrechamente ligados al medio: el mundo del trabajo, el mercado inmobiliario, la lógica de guetos, la inmigración, la pobreza y la miseria, de la que los grupos dominantes se aíslan en barrios propios. La crisis de la educación se reveló la consecuencia directa de un problema más profundo: la crisis de la sociedad. Detrás de cada alumno conflictivo había una historia rasgada por la penuria y la desdicha. Pero estas circunstancias no aparecían en los medios, ni en las propuestas pedagógicas ni en la política educativa.
Cuando me hacía estas reflexiones, en los primeros años del siglo XXI, estábamos asistiendo al despliegue del neoliberalismo y la educación entró de pleno en el radio de acción de la economía de mercado. El derecho a la educación, ese bien social indiscutible, entró en contradicción con su objetivo prioritario: la flexibilidad laboral. Como escribió José Gil Rivero, se requiere, por un lado, «personal altamente cualificado», al mismo tiempo que un «sector de nivel medio que posibilite su adaptación a los cambios del mundo del trabajo» y, por último, «personas que se vean obligadas a vender su fuerza de trabajo».1
Esta contradicción ostensible entre el derecho a la educación y la adaptación al sistema productivo dio lugar a dos tendencias teóricas, no claramente definidas, que, en la práctica, se solapan y confunden. Bajo el discurso retórico de una reforma educativa como bien social imprescindible, se ocultaban las intenciones mercantiles del liberalismo. La primera tendencia procede del viejo pacto ilustrado para la educación de los ciudadanos y planteaba la enseñanza como un proyecto de formación y desarrollo personal en un contexto democrático de igualdad y libertad; la segunda es el resultado de la necesaria integración de todos los sectores sociales en la globalización económica y promovía un modelo de política educativa en relación con los imperativos neoliberales de la competitividad: la educación era observada como una mercancía y la escuela debía seguir el modelo de la empresa.
El nudo del problema que se debatía en el entorno educativo se manifestó como resultado de la confluencia de ambas tendencias. Se ocultó la divergencia radical y bajo un discurso retórico que defendía la educación como un bien social se iban implementando medidas claramente sujetas a las leyes del mercado.
Casi veinte años después, años marcados por la crisis económica y el desarrollo exponencial de la tecnología, la política educativa se ha revestido de una nueva dimensión. El programa «Ambientes de aprendizaje innovadores» de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) muestra la nueva ola de propuestas pedagógicas al servicio de las necesidades económicas:
– El alumno es el centro de todos los procesos y metodologías.
– El objetivo es conseguir la competencia de «experto adaptable» a una sociedad cambiante y desconocida.
– Las ciencias de la educación han sido sustituidas por las ciencias del aprendizaje.
En el documento «La naturaleza del aprendizaje. Investigación para inspirar la práctica», elaborado por la OCDE, dentro del proyecto «Ambientes de aprendizaje innovadores» se define el objetivo del entorno escolar como la organización de «procesos de aprendizaje autodirigidos adaptables a una sociedad cambiante». Los estudiantes han de estar dispuestos y preparados para «realizar trabajos que todavía no existen, tecnologías que aún no se han inventado y resolución de problemas que todavía no se reconocen como tales».2
A pesar del giro copernicano que se ha producido –de la educación al aprendizaje–, la contradicción continúa inamovible. Las propuestas que aporta la nueva escuela del siglo XXI, centradas en promover entornos de aprendizaje innovadores, obvian en sus programas lo que sabemos que es esencial y determinante: el contexto social, político y económico que acompaña al niño y al joven a la escuela. El hecho de haber centrado todos los objetivos de las nuevas ciencias del aprendizaje en el sujeto que aprende y en la innovación, no ha incidido en el problema fundamental, al contrario, ha dejado al alumno desamparado y le ha traspasado la responsabilidad de su propia formación y desarrollo.
De forma sutil la pregunta sobre la finalidad de la educación se ha disuelto, pues lo único que se da por sentado es que se desconoce el tipo de sociedad que está por venir. La propuesta de la innovación pedagógica es que las personas tendrán que estar preparadas para lo que venga. Algo se ha movido en estos veinte años: el discurso retórico de la reforma educativa, que defendía la igualdad de los ciudadanos, pero ocultaba las intenciones mercantilistas del liberalismo, ha dado un paso adelante, ahora se esconde la dinámica neoliberal bajo la nueva retórica de la innovación, hasta el punto de hacernos creer que la sociedad se mueve por sí sola hacia cambios veloces y desconocidos a los que tendremos que adaptarnos, sin que se pueda evitar ni intervenir.
El tema central de la reflexión educativa, ¿educar para qué?, es decir, el fin de la educación, que presupone el compromiso de decidir qué tipo de sociedad queremos, ha sido eliminado y disuelto como algo anacrónico y sin sentido. Es más, ya ni siquiera se habla de la consabida educación de los ciudadanos, sino de entornos de aprendizaje para una sociedad cambiante y desconocida.
La idea de Neil Postman que dio título a su libro El fin de la educación3 nos invita a reflexionar, veinte años después y de manera más urgente, sobre la ambigüedad que encierra: asistimos a un momento crucial en el que se hace necesario plantear una finalidad de la educación, un objetivo, si no queremos presenciar el fin de la educación.
Desconocemos cuáles pueden ser los efectos del fin de la educación, pero lo que sí podemos constatar ya en este momento, a partir de esta propuesta de innovación abierta para una sociedad cambiante, es la renuncia explícita a transformar la sociedad y a resolver el auténtico problema que determina el éxito escolar, es decir, el problema social. Ya no se promueve ninguna finalidad, no hay un proyecto social que dirija los pasos en el ámbito escolar, ni siquiera aquel viejo ideal sobre qué mundo nos gustaría dejar a nuestros menores.
Tendremos que estar muy atentos para analizar, paso a paso, cómo se va llenando este espacio vacío de la sociedad cambiante y desconocida. También deberemos decidir si estamos conformes con decir adiós a la educación o queremos recuperar su fin emancipador.

La escuela en la sociedad del espectáculo

La «sociedad del espectáculo», según la expresión creada por Guy Debord en 1967,4 se caracteriza por convertir todo objeto y todo acontecimiento social en mercancía. Ofertada al público, la mercancía se pone a la venta revestida de una deslumbrante operación mediática. La sociedad del espectáculo desdeña la intimidad y la discreción; es enemiga de toda actividad y toda comunicación, personal o social, que se desenvuelva en el recogido ámbito de las relaciones personales; devalúa el rigor y la seriedad del trabajo, si este no accede a proyectarse en pantallas con grandes titulares. Estamos hablando del programa económico neoliberal cuyo objetivo es convertir cualquier actividad humana en una empresa, y todo objeto o bien, sea natural o humano, en una mercancía.
Haré mención de algunos aspectos de la institución escolar que han entrado en el radio de acción del neoliberalismo y, por tanto, en la órbita de la sociedad espectacular:
1. La primera acción estratégica, para allanar el terreno ...

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