La Ăpera
Una historia social
I
El trayecto desde Arianna hasta
Die Zauberflöte
(circa 1600-1800)
1
El nacimiento
de la Ăłpera italiana
Anna Renzi era la gran prima donna de Venecia, una de las cantantes mĂĄs destacadas de su tiempo, una «dulce sirena que embelesaba las almas y deleitaba la vista y el oĂdo de quienes la veĂan y escuchaban», segĂșn aseguraba uno de sus admiradores, el dramaturgo y poeta Giulio Strozzi. Un conocido retrato de la Renzi muestra a una joven mujer elegante y costosamente vestida. Su cabello estĂĄ ricamente peinado y adornado con flores y joyas, y luce un corpiño de dos tonalidades, bien ceñido en la cintura, que va rematado por un cuello de encaje y unos puños de delicada filigrana. En las manos de Anna Renzi se puede ver una partitura de mĂșsica, pero sus ojos miran a sabiendas y confiadamente hacia el espectador. Una «mujer de pocas palabras», decĂa de ella Strozzi, «pero Ă©stas eran siempre apropiadas, sensatas y dignas de sus maravillosos comentarios». Cuando aĂșn era muy joven, el diarista inglĂ©s John Evelyn visitĂł Venecia en junio de 1645, una etapa mĂĄs del Grand Tour por Europa que estaba realizando. Durante la semana de la AscensiĂłn, Evelyn fue a escuchar a la Renzi en una Ăłpera que versaba sobre HĂ©rcules en Lidia. Si bien comentĂł que «un eunuco» del reparto la «habĂa superado», el espectĂĄculo lo impresionĂł tanto que intentĂł describir la atracciĂłn que experimentĂł hacia aquella nueva forma artĂstica:
Aquella noche... fuimos a la Ăpera, donde se representaban comedias y otras piezas de mĂșsica recitativa, a cargo de los mĂĄs excelentes cantantes y mĂșsicos, con una gran variedad de decorados pintados y artificiales que no carecĂan del arte de la perspectiva, asĂ como mĂĄquinas volando por los aires y otros maravillosos ingenios. Tomada en su conjunto, Ă©sta es una de las mĂĄs magnĂficas y costosas diversiones que el hombre puede inventar... Los decorados cambiaron en trece ocasiones... El espectĂĄculo nos mantuvo atrapados por los ojos y los oĂdos hasta las dos de la madrugada.
La Ăłpera era uno de los entretenimientos que se presentaban como parte del Carnaval, una festividad invernal que si bien iba, en teorĂa, desde el segundo dĂa de Navidad hasta el martes de Carnaval, en la prĂĄctica se ampliaba en ambas direcciones. AllĂ se reunĂan toda suerte de librepensadores: libertarios sexuales, presbĂteros desengañados, jĂłvenes adinerados que hacĂan el Grand Tour como Evelyn y una autĂ©ntica marea de actores y mĂșsicos decadentes, procedentes de toda Italia, en busca de trabajo, dinero y de pĂșblico en la ciudad en la que era mĂĄs probable conseguir todo ello. Durante el Carnaval, garantizado el anonimato para todos los que lucieran sus mĂĄscaras, se rompĂa cualquier tipo de barrera social (y sexual). Siempre que una persona no se buscara problemas con las autoridades de la ciudad, su vida le pertenecĂa por completo. Cuando Evelyn volviĂł a visitar Venecia en enero de 1646 «para contemplar la extravagancia y la locura del Carnaval», se pudo percatar de que «mujeres y hombres, personas de toda clase y condiciĂłn, se disfrazaban con vestimentas antiguas y hacĂan piruetas al son de una mĂșsica extravagante, atravesaban las calles yendo de una casa a otra y a cualquier otro lugar, cuyo acceso era libre para todo el mundo». AllĂ, «los comediantes tienen libertad, las Ăłperas estĂĄn abiertas a todos... y los saltimbanquis tienen su propio escenario en cualquier esquina de la ciudad». Evelyn anotaba, asimismo, que las «diversiones que mĂĄs me atrajeron [fueron] tres Ăłperas nobles, en las que habĂa una excelente mĂșsica y unas magnĂficas voces, la mĂĄs celebrada de las cuales fue la de la famosa Anna Rencia [sic]», a quien, un poco mĂĄs tarde, Ă©l y su compañero de viaje invitaron a cenar.
A diferencia de Florencia, Mantua y otras ciudades-estado del norte de Italia, Venecia era una repĂșblica excepcionalmente liberal en numerosos aspectos y de una mentalidad muy independiente. En 1606, toda la ciudad fue, en efecto, excomulgada por el papado debido a su tolerancia religiosa (incluso con los protestantes). Si algo era atractivo, el instinto veneciano tendĂa a hacer alarde de ello y, siempre que fuera posible, a comercializarlo. La ciudad era, desde hacĂa mucho tiempo, una escala imprescindible para los turistas adinerados de toda Europa deseosos de experimentar el escalofrĂo que provoca el peligro. En 1594, Thomas Nashe, contemporĂĄneo de Shakespeare, publicĂł un lĂșcido relato en el que los personajes conocen a un proxeneta que les conduce hasta un burdel llamado «Tabitha, la Tentadora». Tabitha, segĂșn parece, poseĂa una casa de un refinamiento y una elegancia tales que, como «si fuera la casa de una santa», tenĂa «libros, cuadros, beatos, crucifijos [y] hasta una pequeña mercerĂa... en cada habitaciĂłn». Las prostitutas de Tabitha no tenĂan ni un solo cabello fuera de su sitio, afirmaba Nashe, en las camas no se podĂa encontrar ni la menor arruga y las almohadas eran tan suaves como «el vientre de una amante esposa». Los jĂłvenes amigos de Nashe no tuvieron la menor queja. «A cambio de nuestro dinero âconcluĂa Nasheâ, nos trataron como a emperadores.» Durante el Carnaval, Venecia estallaba en una autĂ©ntica conmociĂłn de libertinaje y peligro. Evelyn describĂa la forma en que los venecianos solĂan «arrojar huevos rellenos de agua dulce y, a veces, no tan dulce», al tiempo que tenĂan «la bĂĄrbara costumbre de dar caza a toros por calles y piazze, lo que es muy peligroso porque la mayorĂa de las callejuelas eran muy estrechas». A travĂ©s de los canales de la SerenĂsima, los visitantes se topaban con una exuberante encrucijada de culturas, donde el legado del Renacimiento se encontraba con la herencia de Bizancio, el arte con el comercio y Oriente con Occidente. Pero a pesar de todo su esplendor, Venecia tambiĂ©n se hallaba en pleno declive. Los ejĂ©rcitos imperiales que habĂan pasado por Mantua en 1630 llevaron la peste a Venecia un año mĂĄs tarde, plaga que en dos años acabĂł con la vida de una cuarta parte de la poblaciĂłn de la ciudad, que a la sazĂłn contaba con unos ciento cincuenta mil habitantes. Quince años mĂĄs tarde, Venecia se embarcaba en dos dĂ©cadas de guerras recurrentes contra los expansionistas otomanos, campañas que habrĂan de dejar exhaustas las arcas pĂșblicas y que habrĂan de terminar con una humillante derrota de la RepĂșblica en 1669. Pero, ademĂĄs, otras tendencias de un mayor calado y recorrido se sumaron a su inexorable decadencia. En efecto, el comercio exterior fue disminuyendo gradualmente y las grandes rutas comerciales que otrora habĂa dominado Venecia se vieron desbancadas por las nuevas vĂas hacia el este. La pobreza se extendĂa por doquier mientras las autoridades de la ciudad se enfrentaban a la situaciĂłn con normas y leyes cada vez mĂĄs mezquinas. Para cualquier observador que tuviera la capacidad de escrudriñar mĂĄs allĂĄ de la mĂĄscara cĂvica, era evidente que la MĂĄs Serena RepĂșblica se veĂa abocada al desastre. «Mi vista âcomentaba el filĂłsofo de la polĂtica francĂ©s Montesquieuâ estĂĄ entusiasmada con Venecia. Mi corazĂłn y mi mente, no.» Aun asĂ, durante aquellos años Venecia continuĂł mostrĂĄndose al mundo con una amplia sonrisa o, al menos, con una mueca inalterable que pretendĂa parecer tal. No solamente celebraban el Carnaval sino que, a lo largo de todo el año, la sucesiĂłn de festivales y paradas que copaban el calendario daban el triunfo al espectĂĄculo sobre la esencia. El arte y el artificio actuaban como drogas adictivas, como una vĂa para la neutralizaciĂłn de los cĂłdigos morales tradicionales y una permanente desviaciĂłn de la incĂłmoda realidad. La vida imitaba al arte y se convertĂa en algo mucho mĂĄs llevadero: el teatro. Venecia en sĂ era la mĂĄs teatral de las ciudades, su autĂ©ntica fĂĄbrica, la que ofrecĂa los mayores y mejores espectĂĄculos: habĂa funciones de teatro en los canales, en las plazas, en las iglesias, en los hogares; la gente caminaba, hablaba y vestĂa con un acusado sentido de la teatralidad, pero, por encima de todo, Venecia era una ciudad de teatros pĂșblicos, que solĂan mandar construir las familias nobles en los solares vacĂos que poseĂan en la ciudad, donde compañĂas de cĂłmicos ambulantes podĂan asegurarse un pĂșblico de pago, integrado no sĂłlo por la aristocracia sino, al menos potencialmente, por todas las capas de la sociedad.
Las representaciones consistĂan, por regla general, en una comedia hablada, intercalada por elementos de canto y danza y, si los espectadores tenĂan suerte, algunos hĂĄbiles efectos escĂ©nicos como los que tanto habĂan impresionado a Evelyn en su dĂa. Volviendo a la dĂ©cada de 1590, cuando Thomas Nashe escribĂa sobre todo ello, habĂa tan sĂłlo dos teatros pĂșblicos en las cercanĂas de San Cassiano, a un corto paseo al oeste del Rialto. Uno de ellos se incendiĂł en 1629 y, rĂĄpidamente reconstruido con ladrillo, recibiĂł el nombre de Teatro San Cassiano. Tras un nuevo incendio y otra reconstrucciĂłn, fue en este mismo lugar de San Cassiano donde, a partir de 1637 se inauguraba algo similar a esa vida operĂstica que hoy en dĂa conocemos: una forma de entretenimiento dramĂĄtico-musical promovido pĂșblicamente y que se podĂa presenciar, sobre una base comercial regular o periĂłdica, en teatros especialmente concebidos a tal propĂłsito y ante un pĂșblico que pagaba por asistir.
En la misma Ă©poca, el mĂșsico mĂĄs destacado de Venecia, y el hombre a cuyo cargo estaba la mĂșsica de San Marcos, era Claudio Monteverdi, quien, a la sazĂłn, contaba ya setenta años. Empero, eran muy pocos los venecianos que sabĂan que, treinta años antes, en los confines de una corte del Renacimiento, la corte de Mantua, su maestro di cappella tambiĂ©n habĂa compuesto la que quizĂĄ fuera la mĂĄs antigua y genuina obra maestra de la historia de la Ăłpera: LâOrfeo.
*
Sin embargo, los orĂgenes de la Ăłpera se remontan mucho mĂĄs atrĂĄs. A lo largo de la historia, muchas sociedades, a menudo inspiradas por motivos polĂtico-religiosos, habĂan intentado conectar teatro, espectĂĄculo, mĂșsica y movimiento. En este sentido, los estudiosos han hallado pruebas fragmentarias de palabras, instrumentos y montajes teatrales utilizados, por ejemplo, tanto en el Egipto faraĂłnico, en los anfiteatros de la antigua Grecia o en las calles e iglesias, asĂ como en las justas y los banquetes cortesanos de la Europa medieval, aunque apenas tenemos conocimiento de la mĂșsica real que se cantaba o se tocaba en aquellos dramas musicales cuasi ceremoniales. En cualquier caso, es probable que no fuera hasta los tiempos del Renacimiento cuando se intentĂł de una manera seria y sistemĂĄtica integrar y poner en escena todos esos elementos: argumento, canto, palabra, danza y mĂșsica. Por consiguiente, las raĂces de lo que llamamos «ópera» no pueden ser trazadas, de forma realista, con anterioridad a las gigas escenificadas y a las mascaradas cortesanas del siglo XVI, los intermedi interpretados en los entreactos de las funciones teatrales de las cortes del norte de Italia durante el Renacimiento y aquel entretenimiento teatral italiano, popular y medio improvisado, que era la commedia dellâarte, en la que aparecĂan unos personajes muy queridos por el pĂșblico, como eran los amantes ArlequĂn y Colombina, el viejo avaro PantaleĂłn y el triste, aunque divertido, Polichinela.
Durante las dĂ©cadas de 1570 y 1580, un cierto nĂșmero de figuras destacadas del mundo de la cultura de Florencia, bien relacionadas socialmente, solĂan reunirse en la mansiĂłn del lĂder militar, intelectual y humanista conde Giovanni deâ Bardi, donde se dedicaban a discutir sobre la esencia de la mĂșsica y el drama. Entre los miembros mĂĄs habituales de la Camerata de Bardi se encontraban los mĂșsicos Giulio Caccini y Vincenzo Galilei, padre del astrĂłnomo Galileo. Galilei escribiĂł un tratado en el que abogaba por el «diĂĄlogo entre la mĂșsica antigua y la moderna»: un renacimiento, en efecto, de las que Ă©l creĂa que habĂan sido las ideas estĂ©ticas de los antiguos griegos y romanos, especialmente por cuanto se referĂa a la integraciĂłn de la mĂșsica y la poesĂa.
DespuĂ©s de que Italia sufriera «las grandes invasiones bĂĄrbaras âse lamentaba Galilei en su DiĂĄlogoâ, los hombres se vieron sojuzgados por un opresivo letargo de ignorancia... prestando tan poca atenciĂłn a la mĂșsica como a las Indias occidentales». Hoy en dĂa, afirmaba, «no se puede percibir ni la mĂĄs ligera señal de que la mĂșsica moderna vaya a culminar la misiĂłn que la mĂșsica antigua cumplió». Ni la novedad ni la excelencia de la mĂșsica moderna «han tenido nunca la capacidad de producir ningunos de los virtuosos efectos que la mĂșsica antigua provocĂł [âŠ] Los mĂșsicos de hoy en dĂa âbramaba Galileiâ no aspiran a otra cosa que al deleite del oĂdo, si es que a eso se puede realmente llamar deleite». Una de las preocupaciones de Galilei era, de hecho, la forma en que los textos se adaptaban a la mĂșsica: «En lo Ășltimo en lo que piensan los modernos âsuspirabaâ es en la expresiĂłn de las palabras con la pasiĂłn que dichos vocablos requieren». Asimismo, Galilei censuraba especialmente la moda de la polifonĂa, consistente en un conjunto de sonidos simultĂĄneos en el que cada uno de ellos expresa su idea musical para conformar con los demĂĄs un todo armĂłnico, y abogaba, en su lugar, por la claridad de una sola lĂnea vocal. Ăsa era, segĂșn su parecer, la forma en que la mĂșsica del mundo antiguo habĂa sido capaz de causar un impacto tan intenso. Los puntos de vista de Galilei no eran originales suyos y tanto Ă©l mismo como sus colegas navegaban todavĂa en medio de una intensa tempestad. A todo lo largo del Renacimiento habĂa habido intentos, especialmente en el norte de Italia, aunque no sĂłlo allĂ, de revivir la que habĂa llegado a ser considerada como la cultura superior del mundo antiguo y situar al ser humano individual en el centro de todo. Arquitectos, pintores y filĂłsofos aspiraban, todos ellos, a crear sobre los supuestos principios humanĂsticos subyacentes en los modelos griegos y romanos que habĂan logrado sobrevivir. El PartenĂłn griego y el PanteĂłn romano, las esculturas de Fidias y PraxĂteles, los escritos de AristĂłteles y Virgilio, todas esas obras maestras sirvieron de inspiraciĂłn en la Ă©poca de Leonardo, Miguel
Ăngel, Rafael y Maquiavelo. Sin embargo, la mĂșsica no disponĂa entonces de modelos de la AntigĂŒedad que le sirvieran de...