El derecho contra el capital
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El derecho contra el capital

Reflexiones desde la Izquierda contemporánea

Varios autores, Gerardo Ambriz Arévalo, Ricardo Bernal Lugo, Luis Alegre Zahonero, Carlos Fernández Liria, Daniel Iraberri Pérez, Eduardo Álvarez, Guillermo Flores Miller, Juan Jesús Garza Onofre, Octavio Martínez Michel, Enrique González Rojo, Jorge Velázquez Delgado, Egbert Méndez Serrano, José Lu

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El derecho contra el capital

Reflexiones desde la Izquierda contemporánea

Varios autores, Gerardo Ambriz Arévalo, Ricardo Bernal Lugo, Luis Alegre Zahonero, Carlos Fernández Liria, Daniel Iraberri Pérez, Eduardo Álvarez, Guillermo Flores Miller, Juan Jesús Garza Onofre, Octavio Martínez Michel, Enrique González Rojo, Jorge Velázquez Delgado, Egbert Méndez Serrano, José Lu

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Gerardo Ambriz Arévalo y Ricardo Bernal Lugo coordinan este libro en el que presentan un conjunto de textos que, desde distintos puntos de vista, muchas veces opuestos entre sí, intentan repensar una articulación posible entre el Estado, el derecho y las nuevas formas de emancipación que se oponen a la dictadura del capital. En la primera parte el lector encontrará una serie de reflexiones cuya intención es desvincular los conceptos de Estado y derecho de los argumentos liberales; mientras que, en la segunda, se plantean distintas formas de lucha para transformar las condiciones que han terminado por someter a los Estados a los imperativos del mercado. En un mundo signado por la desigualdad y la urgente necesidad del cambio, Contraste Editorial ofrece un testimonio del debate político actual.

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SECCIÓN II. Frente al Estado capitalista

La lucha política en las nuevas condiciones del capitalismo160

Enrique González Rojo


El neoliberalismo es una de las muchas máscaras que se pone el capitalismo. Millones de personas estamos en contra del entronizamiento y la universalización del régimen neoliberal, y no podemos dejar de tener en cuenta el hecho de que, hoy por hoy, y quién sabe por cuánto tiempo más, es el enemigo principal de los pueblos. Sin embargo, este sistema, que es una de las modalidades más bárbaras y depredatorias del capitalismo, no es su única forma. Estoy en contra, por tal razón, de hablar sólo o preferentemente del neoliberalismo y silenciar el capitalismo, de aludir al fenómeno y olvidar la esencia, de hacer alusión a la formación social y dejar de lado el modo de producción. Si se cae en la ilusión óptica161 de no advertir que el neoliberalismo es una de las vestimentas que emplea el capital, hay el peligro de luchar contra un capitalismo “malo”, “inhumano” y “feroz” para que sea sustituido, tras una transformación “democrática”, por uno “bien educado”, “gentil” y de “buenos modales”. Hablar de neoliberalismo y dejar de mencionar el capitalismo162 significa el abandono estratégico de la lucha contra la explotación. Ciertamente que no podemos olvidar el combate prioritario contra los aspectos más bárbaros del capitalismo;163 pero, para trascender el régimen en que rige la explotación del hombre por el hombre hay que volver a hablar, discutir, hacer ruido en torno a la noción de capitalismo.
El tema central de este texto es, por eso mismo, el de la explotación. No sólo son víctimas de ésta los proletarios industriales y los jornaleros agrícolas, sino prácticamente toda la fuerza de trabajo utilizada en todas las ramas de la economía nacional. Algo de esto se intuye en los medios combativos y contestatarios de la sociedad.
Ahora se piensa que el sujeto histórico encargado del cambio social es la sociedad civil o, más vagamente, la ciudadanía. Ahora bien, ¿qué es, desde el punto de vista de clase, la sociedad civil? La pregunta resulta un poco extraña porque normalmente se tiene la pretensión de que la sociedad civil no es un concepto clasista sino pluriclasista. Pero podemos afirmar contundentemente que la inmensa mayoría de la llamada sociedad civil está formada por trabajadores asalariados, productivos y sometidos a la explotación del hombre por el hombre.164 Forman parte de la sociedad civil, además de los obreros y campesinos, los burócratas, los empleados bancarios, los trabajadores de la circulación, los operarios de las empresas de servicios, etcétera. Si se examina atentamente la composición de la sociedad civil se advierte que en ella hay como excepción poquísimos capitalistas o dueños de los medios de producción, el comercio y los servicios. La sociedad civil es, en lo fundamental, la sociedad de los explotados modernos. ¿Por qué se juzga habitualmente que se trata de una noción pluriclasista? Porque se parte del prejuicio de que sólo los trabajadores confinados a la esfera de la producción o de la productividad son explotados y los otros no: quizás sean pequeño-burgueses, intelectuales, pequeños comerciantes, etcétera, pero no forman un contingente homogéneo ni pueden reemplazar, como sujeto histórico, a la clase obrera.
Las aseveraciones que he hecho hasta aquí conducen a una concepción nueva, inédita, compleja, de la lucha social de los desposeídos, de los menesterosos, de los millones de víctimas del capitalismo en su fase actual, más que nada neoliberal, de desarrollo. A la mundialización del capital165 tendrá que corresponder, tarde o temprano, la universalización de la lucha proletaria y popular. La noción de desarrollo desigual y combinado del universo mundo, que se adaptaba perfectamente a la exégesis del siglo XX con su bipolaridad de regímenes sociales y la supervivencia de mercados exteriores al sistema prevaleciente tiene que reformularse ahora mediante un cambio cualitativo: se trata de un desarrollo desigual y combinado de un mundo en que ya no coexisten, pacíficamente o no, diversos modos de producción y formaciones sociales, sino del desarrollo desigual y combinado del capital-imperialismo en su fase superior. A pesar de esta desigualdad de desenvolvimiento, los trabajadores de todos los países tendrán frente a sí ¡ya lo están teniendo! al mismo enemigo. En el siglo XXI habrá de renacer estoy seguro de ello la fórmula clásica de la Asociación Internacional de Trabajadores,166 convertida en bandera permanente de lucha por la emancipación del trabajo; pero resurgirá, corregida y aumentada, poseyendo un nuevo contenido. Y es que la fase superior del capitalismo, o sea su mundialización,167 tendrá que elevar la lucha a niveles desconocidos. Deseo, por eso mismo, formular esta tesis: la universalización de la explotación provocará a la larga la universalización de la lucha de los explotados y oprimidos de toda suerte. No es algo disparatado afirmar que tal vez el siglo XXI se vea en la necesidad de resucitar la idea de una Internacional de los Trabajadores, de los humillados, de los parias, de los ofendidos, de las víctimas, en fin, del capital-imperialismo.
Pero detengámonos un momento. Antes de hablar y para hablar de la lucha anticapitalista,168 se requiere volver a hacer énfasis en la conciencia de clase. Hay que poner de nuevo en la mesa de la discusión el problema de la conciencia. Si la diferencia entre empresas donde impera la explotación y en las que no existe carece de sentido en la actualidad, sobrevive no obstante como prejuicio. De ahí que los empleados, los burócratas, el personal de los supermercados y los hospitales, etcétera, se sientan como trabajadores de un estrato superior y a veces privilegiado en comparación con los obreros fabriles. Si los proletarios industriales se saben, por lo menos, explotados, los creadores de las mercancías de circulación se imaginan pertenecientes a otro nivel o a otra categoría social, y aunque sienten y resienten la opresión, la enajenación, la vida unidimensional a que se les somete, creen que la índole, el carácter, la forma de su trabajo169 los sitúa en otra parte. Es necesario, sin embargo, desilusionarlos. Ayudarles a entender que ellos son, como los otros, también víctimas de la explotación, que se les paga tan sólo el valor de su fuerza de trabajo, que generan plusvalía y que tienen el mismo enemigo que todos los trabajadores. La conclusión de este ensayo es, por eso mismo, un llamado a poner en primer plano la psicología social. Una psicología que combata denodadamente el prejuicio de que algunos trabajadores, integrados a las empresas de mercancías de servicio, escapan a la explotación, y que esclarezca, en derivación de ello, la comunidad estructural de intereses entre todos los trabajadores de quienes se obtenga trabajo no retribuido. Una psicología social que pugne contra la ideología del capital-imperialismo y a favor del surgimiento o resurgimiento en los trabajadores de la conciencia de clase, de la convicción de que, a pesar de las diversas condiciones laborales170 en el tiempo de trabajo, en la porosidad del mismo, en la tipología, en la distinta remuneración, etcétera, forman todos un gran ejército de ciudadanos explotados por el capital.
La lucha de los explotados contra los explotadores tendrá que adquirir un nuevo sentido y un alcance insospechado. Los argumentos decisivos para llevar a cabo esta lucha están en la misma explotación generalizada, en la irracionalidad convertida en sistema mundial, en la toma de conciencia de tal situación y en la necesidad de emancipar al trabajo que, globalizada y mundializadamente, ha sido víctima de la invasión de las empresas. No sé qué papel les esté reservado a los partidos (los partidos de izquierda y de vocación democrática) porque en la actualidad muchos advertimos las deformaciones y limitaciones estructurales que trae consigo, necesariamente, la forma organizacional del partido político. Pero hay algo que me parece indubitable: el peso central de la pugna habrá de desplazarse tarde o temprano de los partidos políticos a los ciudadanos víctimas de la explotación, que se autoorganizarán para autogobernarse y autovigilarse y desplazar del poder político y económico al capital cosmopolita.
La autoorganización y autogobierno de los ciudadanos será una de las manifestaciones del rechazo a lo que podríamos llamar el carácter “representativo” de los partidos políticos: partidos de composición obrera que dicen representar, además de los propios, los intereses de los campesinos; partidos de extracción campesina que, por lo contrario, se autoproclaman defensores no sólo de las demandas agrarias sino también obreras; partidos obrero-campesinos que pretenden ser portavoces no sólo de los requerimientos de los sectores que los integran, sino de los trabajadores asalariados del comercio y los servicios, y finalmente, y sobre todo,171 partidos en que los dirigentes, de origen intelectual, declaran representar los anhelos de las clases populares. La organización auto-gestionaria de los explotados da al traste con la manifestación tramposa, o por lo menos difícil o limitada, de la representación exógena de sus ...

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