1. Unos cuantos millones de cadĂĄveres
I. La literatura de autoayuda, Âżuna anomalĂa histĂłrica?
Todo libro de autoayuda parte siempre de una premisa bĂĄsica: uno puede mejorar. La vida, ciertamente, estĂĄ llena de obstĂĄculos, pero se puede triunfar sobre ellos. En realidad, no existen las dificultades: existen los retos. Desde el Usted puede sanar su vida hasta los esfuerzos por Un mundo sin quejas, una riada casi infinita de tĂtulos pretenden calmar nuestra angustia vital a base de inundar cada rincĂłn de la existencia con un recalcitrante optimismo, que dice que alguna fuerza cĂłsmica empuja las cosas hacia lo mejor, y que al individuo sufriente e inseguro le bastarĂa con dejarse llevar por esas fuerzas benevolentes para salir de su situaciĂłn.
Recalcitrante es el adjetivo justo: la doctrina que dice que todo estĂĄ providencialmente dispuesto para que el bien triunfe deberĂa haberse extinguido hacia finales del siglo XX, justo cuando los regĂmenes dictatoriales del este de Europa comenzaron a desmoronarse de manera casi incruenta: morĂan de puro cansancio, porque su inercia se habĂa agotado. ÂżQuiĂ©n iba a tener ganas de encabezar una revoluciĂłn por un futuro mejor, cuando justamente por este eslogan y otros similares se instalĂł una opresiĂłn escandalosa y duradera? Lo cierto es que celebrĂł el fin de las dictaduras con cierto alivio pero sin mucha alharaca: si uno presta atenciĂłn al repasar los vĂdeos de la Ă©poca, verĂĄ como los martillazos que la gente propinaba al muro de BerlĂn en el año 1989 se daban con cierta desgana. Faltaba la ira, la furia, la determinaciĂłn del que cree que estĂĄ salvando al mundo, del que cree que abre el camino de la libertad y deja por fin atrĂĄs el sufrimiento. Faltaba el empuje de las masas. Pero es que nadie que conociera mĂnimamente los hechos transcurridos entre 1914 y el mismo 1989, y no digamos los que directa o indirectamente sufrieron sus consecuencias, podrĂa creer que las cosas, algĂșn dĂa, llegarĂan a estar bien.
Y es que incluso una mirada superficial, estadĂstica, a la historia del siglo XX revela que los niveles de sufrimiento y las pĂ©rdidas de vidas humanas que se dieron a lo largo del siglo son de tal dimensiĂłn que casi constituyen un novum histĂłrico. Es evidente que es siglo XX no inventĂł la guerra ni la tortura, pero si es cierto que la cantidad supone una transformaciĂłn en la calidad, por lo menos a partir de ciertas cifras astronĂłmicas, entonces sĂ estamos ante lo nunca visto. ÂżCuĂĄnta gente muriĂł en la Primera Guerra Mundial? Algunas fuentes dicen que en total, se llegĂł a los diecisiete millones de personas, la mayorĂa de las cuales fueron soldados en el frente. En la Segunda Guerra Mundial, Alemania perdiĂł tres millones de soldados; la URSS, ocho millones. Otros ejĂ©rcitos, algo menos: Estados Unidos sĂłlo trescientos mil, Gran Bretaña, menos de medio millĂłn; Francia, doscientos mil. Y en cuanto a las vĂctimas civiles, ni que decir tiene que los años de la Segunda Guerra Mundial constituyen un macabro rĂ©cord imbatible. Los nazis asesinaron alrededor de seis millones de judĂos, como es bien sabido: el nĂșmero de vĂctimas civiles del conflicto asciende a catorce millones de personas âen sĂłlo doce años. Esos años, ademĂĄs, supusieron la resurrecciĂłn de fenĂłmenos sociales que no se veĂan desde la Edad Media, como los encarcelamientos sin juicio ni acusaciĂłn formal, las cazas de brujas y las torturas para extraer falsas confesiones, aunque, de nuevo, a una escala que harĂa parecer a los antiguos inquisidores como simples aficionados (George Orwell dixit)... Por no mencionar las deportaciones forzosas, lo que antes se llamaba el destierro, que, curiosamente, hasta entonces habĂa tenido una especie de aura romĂĄntica.
Algunos historiadores se han empeñado en recordar a sus lectores que los tristemente famosos métodos industriales de exterminio, que tanto han impresionado nuestras mentes, en realidad fueron menos usuales que el tradicional método de dejar morir de hambre a tus enemigos, largamente practicado en los antiguos asedios de ciudades. Entre Hitler y Stalin mataron de hambre a siete millones de personas, ya fueran civiles que no mostraron el suficiente entusiasmo en las colectivizaciones de tierras, ya fueran prisioneros de guerra, ya fueran ciudadanos sitiados en los cercos a ciudades o en los guetos. Lo que hizo resucitar el canibalismo.
Como dijo una vez un superviviente de Auschwitz, todavĂa no ha existido una realidad contraria y simĂ©trica al campo de concentraciĂłn como para que el mal que encerrĂł quedara compensado. No existe ninguna refutaciĂłn histĂłrica posible para Auschwitz. En realidad, no puede concebirse siquiera. Ya no queda energĂas para ese esfuerzo mental que es diseñar una utopĂa. Del Lager y de hechos concomitantes deberĂamos haber aprendido que las cosas no estĂĄn providencialmente dispuestas para la producciĂłn del bien, y que la Ășnica regla de oro que hay para la vida humana no es que hay que elegir entre el bien y el mal, sino Ășnicamente entre dos males posibles. No era la bĂșsqueda del bien, sino del mal menor, pues, lo que hacĂa chocar la cabeza del martillo contra el muro. Era el momento propicio para extender el certificado de defunciĂłn del optimismo.
Y a pesar de todo ello, a pesar de los millones de cadĂĄveres, hay una mirĂada de libros que crecen sobre un humus optimista que no deberĂa existir. ÂżSe trata de una anomalĂa histĂłrica? Lo cierto es que no: hubo otras Ă©pocas en que la imposibilidad de diseñar un proyecto histĂłrico optimista era algo patente. Tras el desmembramiento del imperio de Alejandro Magno proliferaron las escuelas de filosofĂa que proponĂan una suerte de salvaciĂłn individual, de las que conocemos el estoicismo y el epicureĂsmo. Es de estas escuelas la idea segĂșn la cual la filosofĂa debĂa dedicarse Ășnicamente a la sanaciĂłn del alma. Un antiguo fragmento atribuido a Epicuro lo afirmaba con rotundidad [EpicĂșrea, 221]:
âVana es la palabra de aquel filĂłsofo que no remedia alguna dolencia del hombre. Pues asĂ como ningĂșn beneficio hay en la medicina que no expulsa las enfermedades del cuerpo, tampoco lo hay en la filosofĂa si no expulsa la dolencia del almaâ
Salvando las insalvables distancias respecto a la autoayuda contemporĂĄnea, el estoicismo volviĂł a poner en circulaciĂłn una antigua doctrina que luego fue reciclada otra vez por el monoteĂsmo cristiano: la idea de que un orden providencial regĂa el mundo, y que los males eran puestos por Dios, o el Logos, o como se le quisiera llamar, en direcciĂłn al bien. Uno no puede dejar de sorprenderse al comprobar cĂłmo, en ciertos autores estadounidenses, que son los que mĂĄs libres estĂĄn de toda sospecha de haber leĂdo, por ejemplo, a Marco Aurelio (emperador romano seguidor del estoicismo), se pueden encontrar afirmaciones asĂ de providencialistas [de Louise L. Hay, Usted puede sanar su vida, 1993, CĂrculo de Lectores, escrito originalmente en 1984]:
âEn la infinitud de la vida, donde estoy, / todo es perfecto, completo y entero. /La Divinidad siempre me guĂa y me protege/.../Todo estĂĄ bien en mi mundo (...)â
No es nuestra intenciĂłn poner en el mismo saco la literatura de autoayuda y a esa consagradĂsima escuela filosĂłfica de la antigĂŒedad: sĂłlo queremos señalar cĂłmo ambas surgieron a la sombra de los desastres (los imperios, que se construyen y se destruyen siempre con sangre, son invariablemente una forma de desastre). Por lo demĂĄs hay muchas diferencias, y la mĂĄs importante es la que los separa como a dos universos lejanos: el antiguo estoicismo querĂa enseñar a sus seguidores a aceptar su dolor y su condiciĂłn desgraciada. Los libros de autoayuda, en mayor o menor medida, se empeñan en negar el dolor, se empeñan en ocultar la condiciĂłn desgraciada del ser humano: se empeñan en afirmar que siempre se puede mejorar. El estoicismo, invitaba a considerar, resignadamente [Marco Aurelio, Meditaciones, libro 2, 12]:
âÂĄCĂłmo en un instante desaparece todo: en el mundo, los cuerpos mismos, y en el tiempo, su memoria! ÂĄCĂłmo es todo lo sensible, y especialmente lo que nos seduce por placer o nos asusta por dolor o lo que nos hace gritar por orgullo; cĂłmo todo es vil, despreciable, sucio, fĂĄcilmente destructible y cadĂĄver! ÂĄEso debe considerar la facultad de la inteligencia!â
Y de ello sacaba su energĂa para saber actuar con responsabilidad, con firmeza, con valentĂa. De verdades semejantes nacĂa la libertad interior, segĂșn estos filĂłsofos. La autoayuda parte toda ella de la idea contraria. La libertad interior surge de confiar en los propios deseos, en la habilidad y la suerte de llevarlos a cabo, pero, sobre todo, de la fe en una especie de providencia que va a velar por su cumplimiento. Veamos un ejercicio prĂĄctico sacado de esta literatura [Revista Psychologies, ediciĂłn española, nÂș 103, p. 46]:
âChristophe Labarde, coach, es un militante del âsĂâ como motor de nuestro proyecto de vida. Decir sĂ a nuestros deseos, a nuestras ambiciones, a nuestras intenciones. En dos palabras, atrevernos a escucharnos (sic). Propone en su Ășltimo libro un ejercicio muy simple del que (sic) nos inspiramos, y que puede servir para limpiar el bosque de nuestras ideas y nuestras motivaciones.
Coge una hoja y escribe en letras mayĂșsculas, arriba y en el centro: âMis primeras voluntadesâ.
Escribe luego:
Palabra clave nÂș1 _________________________
Palabra clave nÂș2__________________________
Palabra clave nÂș3__________________________
Palabra clave nÂș4__________________________
Palabra clave nÂș5__________________________
RelĂĄjate y deja que tu espĂritu vaya en busca de tus necesidades existenciales. RealizaciĂłn personal, pareja, trabajo, familia, marco de vida... No te censures, no te juzgues, deja simplemente salir a la superficie tus deseos y necesidades profundas y escribe en orden de importancia lo que te conviene.â
A continuaciĂłn, tras la elaboraciĂłn de la lista, se supone que el sujeto sabrĂĄ orientar mejor su vida, tomar las decisiones correctas cuando se sienta perdido. El mismo psicĂłlogo sugiere, como se puede ver, los ĂĄmbitos en los que se deben buscar esas voluntades vitales. El ejercicio, como decĂamos mĂĄs arriba, parte de la asunciĂłn implĂcita que alguna fuerza cĂłsmica va a ayudar a nuestros deseos para que Ă©stos se cumplan âsĂłlo asĂ vale la pena empezarlo siquiera.
En cuanto a quiĂ©n sea capaz de prestarse a este ejercicio, podemos estar seguros que sĂłlo una persona que no considerara âque todo es vil, despreciable, sucio y cadĂĄverâ (Marco Aurelio), es decir, alguien suficientemente ingenuo para no juzgar ni juzgarse (como el ejercicio prescribe), se verĂa capaz de rellenar los espacios en blanco. Pongamos que pudiĂ©ramos coger una mĂĄquina del tiempo y presentarle el test a un soldado atrincherado en algĂșn campo belga durante la Primera Guerra Mundial âaterrorizado por las bombas, presa del frĂo y los piojos, y pidĂĄmosle que rellene la lista. PidĂĄmoselo a un interno de un gulag soviĂ©tico. A un preso en Auschwitz; a una vĂctima de la hambruna. ÂżQuĂ© iba a salir en la lista de palabras clave? ÂżAlgo asĂ como âPalabra clave nÂș 1: no tener que ver cĂłmo a un compañero le explota la cabezaâ ÂżâPalabra clave nÂș2: no tener que volver a practicar el canibalismoâ?ÂżâPalabra clave nÂș3: que no me vuelvan a obligar a colaborar en el asesinato de familias enterasâ? Es evidente que cualquiera de estas personas que hiciese el test se sentirĂa burlada: la mera idea es una broma de mal gusto. El ejercicio no es vĂĄlido para personas sometidas a la desgracia, y sugerirlo siquiera es una especie de acto de crueldad. Pues bien: a eso nos referimos cuando decimos que la autoayuda es una anomalĂa histĂłrica. La autoayuda no tiene en cuenta la existencia de la desgracia. Y lo que el presente libro pretende recuperar es esta enseñanza que proviene de antiguo y que el siglo XX volviĂł a poner ante nuestros ojos: que todo es vil, despreciable, sucio, fĂĄcilmente destructible, y que sĂłlo se puede partir de la verdad de la desgracia para construir una vida libre de engaños. Muchos de nosotros hemos tenido la fortuna de escapar de ella, lo que no significa que no sea real. La densidad de la desgracia que se ha hecho presente a lo largo de todo el siglo pasado, si supiĂ©ramos no darle la espalda, acabarĂa toda ella con la literatura de autoayuda, que existe sĂłlo gracias a su olvido, a la inconsciencia... Si uno tiene bien presente el horror no necesita ni la tibieza, ni la superficialidad, ni el estĂșpido providencialismo de la literatura de autoayuda.
Con todo ello enunciamos la primera pretensiĂłn de este libro: poner en manos del lector un material que nos llega fresco del siglo pasado, y que, una vez comprendido mĂnimamente, hace innecesaria toda esta literatura. Los autores que visitaremos tenĂan una fuerte consciencia de la realidad de la guerra, la tortura, el hambre y el horror; la consciencia, en suma, del desamparo en el que vivimos. El hombre es un ser desamparado. El sufrimiento y la desgracia, o la posibilidad de la desgracia, son constitutivos del ser humano. No hay forma de superar estas realidades. La muerte le es esenci...