Las siete fiestas de Jehová
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Las siete fiestas de Jehová

Eduardo Cartea Millos

  1. 304 pages
  2. Spanish
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Las siete fiestas de Jehová

Eduardo Cartea Millos

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Las siete fiestas de Jehová, el nuevo libro escrito por Eduardo Cartea Millos, es un estudio basado en Levítico, un libro de una gran importancia y trascendencia en el que el autor explica las celebraciones de las siete fiestas y ayuda al lector a entender la interrelación que existe en la cultura Judía, el Dios del Antiguo Testamento, Jehová y su relación con el Nuevo Testamento.El libro amplía el tema para estudiar y explicar esas celebraciones de las siete fiestas y entender la interrelación que existe en la cultura Judía, el Dios del Antiguo Testamento, Jehová y su relación con el Nuevo Testamento. También analiza sus simbolismos, el propio carácter de Dios; y así mucho otros temas que aparecen en las 7 fiestas solemnes de Jehová.Las siete fiestas de Jehová de Eduardo Cartea Millos basado en Levítico, es un estudio amplio de las siete fiestas solemnes de la cultura Judía; su simbolismo, tipología y la interrelación con el Nuevo Testamento.Eduardo Cartea Millos es Licenciado en Teología, pastor, profesor y director del Instituto Bíblico Jorge Müller, y responsable junto a otros escritores del Tratado de Estudios Bíblicos y Teológicos en cuatro tomos del IBJM y también ejerce el ministerio de la enseñanza en su iglesia, iglesias en Argentina y en otros países.Ha ejercido por años un ministerio musical como organista y director de coros. Está casado con Ma. Ligia Pérez, viven en Buenos Aires, Argentina, y tienen un hijo, Mariano Sebastián

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Informations

Année
2021
ISBN
9788417620417
CAPÍTULO 1
LAS FIESTAS
“Habla a los hijos de Israel y diles: Las fiestas solemnes de Jehová,
las cuales proclamaréis como santas convocaciones...”
Lv. 23.2.
¿Cómo nos imaginamos a Dios? Para muchos es un ser indolente, ajeno a la problemática de la humanidad. Para otros, es un ser adusto, que está siempre dispuesto a juzgar y castigar al hombre por sus pecados. Para otros, un anciano venerable y tolerante, que pasa por alto los errores, las maldades. Y así podríamos seguir discurriendo lo que es para la filosofía, la religión, ese Dios místico, mítico, lejano, implacable. Pero, ¿ese es el Dios de la Biblia? ¿Ese es el Dios que nos presenta la única fuente que nos habla la verdad sobre Su Persona? ¿Nos podemos imaginar un Dios feliz, dichoso, bondadoso, lleno de gracia y misericordia; de amor, porque es amor; de paz, porque es Dios de paz; de luz, porque habita en luz y es luz? ¿Podemos imaginar —y más que imaginar— aquellos que le conocemos como Padre, pensar en Dios como Aquel que es bendito, bienaventurado, feliz, en el sentido más amplio y profundo del término, y que busca la bendición y esa misma felicidad que el pecado se encargó de empañar, para aquellos que redimió, que salvó y que son suyos para siempre?
¡Ese es el Dios de la Biblia! ¡Ese es el Dios de Israel! ¡Ese es el Dios de los cristianos! ¡Ese es nuestro Dios personal!
El capítulo 23 del libro de Levítico —junto con otras Escrituras paralelas que analizaremos oportunamente— está dedicado íntegramente a presentar a este Dios, un Dios festivo que instituyó para Su pueblo un programa de celebraciones para que el gozo y la bendición fueran su permanente experiencia.
Es un capítulo extraordinario; sin duda, uno de los grandes capítulos de la Biblia. Contiene la enseñanza sobre varios eventos que afectaban las costumbres y la cultura de Israel, pero que cuando el lector se interna más en su contenido, puede ver a través de él un desarrollo profético que atraviesa el tiempo, y abarca de eternidad a eternidad, exhibiendo gloriosamente los propósitos de un Dios sabio, soberano e inefable.
Las fiestas de Jehová, o “en honor al Señor”, no solo eran fechas, periodos del calendario anual hebreo, en las cuales se celebraban distintos acontecimientos que eran parte de la vida del pueblo de Dios, sino que, además, tienen un trasfondo espiritual profundo, una proyección histórico-profética y una tipología cristológica maravillosa.
Dios las instituyó para el pueblo de Israel por medio de Moisés mientras andaba por el desierto antes de llegar a la tierra prometida, cosa que Dios daba por hecho (Lv. 23.10). El orden de ellas y la ley de los sacrificios se mencionan una vez más en Números 28 y 29. Y en Éxodo 34 y Deuteronomio 16, Dios establece las tres principales fiestas anuales, en las cuales todo varón debía ir a presentarse a la casa de Dios.
¿Qué significado tenían para Israel las fiestas de Jehová? Cuando Dios las instituyó lo hizo para que su pueblo se gozara con sus bendiciones y recordara siempre con gratitud su misericordia, bondad y gracia para con ellos. Sin duda, eran un motivo de recuerdo permanente. Dios quería que Su pueblo tuviera siempre presente lo que había sido antes de que les libertara “con mano fuerte y con brazo extendido” de su opresión y esclavitud; de cómo les había sostenido, guardado, alimentado, guiado y aun disciplinado en el desierto y cómo les había prometido vez tras vez la tierra a la cual les introdujo finalmente. Por eso leemos repetidas veces la expresión “acuérdate”, “te acordarás” (Éx. 32.13; Nm. 15.40; Dt. 5.15; 7.18; 8.2, 18; 9.7, 27; 15.15; 16.3, 12; 24.9; 24.18, 22; 32.7).
Como ellos, también nosotros somos propensos a olvidar. Nuestra mente frágil se entretiene muchas veces con las circunstancias del presente y olvida el pasado en el cual Dios intervino en nuestra vida, librándonos del yugo de esclavitud y trasladándonos al reino de su amado Hijo (Col. 1.13). ¡Cómo deberíamos tener siempre presentes aquellas palabras sublimes del Salmo 103.2!: “¡Bendice alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios”.
Levítico 23.1-3 presenta varias características de estas fiestas que nos permiten apreciar su verdadera dimensión espiritual y que veremos en el capítulo 2 de este libro. Pero consideremos el nombre que Dios les da. Son las fiestas de Jehová (v. 2).
La traducción podría ser también “festividades” o “festivales”. El carácter de ellas era festivo. Podían tener el propósito de hacerlos sentir afligidos (Lv. 23.27) o de estar alegres (v. 40), pero siempre significaban eventos para que el pueblo estuviera unido en gozosas celebraciones en comunión unos con otros y con Dios.
La palabra “fiesta solemne” (heb. mo ’ed) significa “una cita, un tiempo señalado1, un ciclo o año, una asamblea, un tiempo determinado, preciso”2, y se aplica a todas las ocasiones festivas, entre las cuales se incluyen los sábados.
Las citas de Dios
Dios siempre ha establecido citas (heb. moadim) con los hombres para el cumplimiento de Sus soberanos propósitos (Gá. 4.2, 4, 5; Hch. 17.31). El pecado interrumpió aquella cita que Dios tenía con su criatura, cuando —como bellamente lo expresa Gn. 3.8— “se paseaba en el huerto, al aire del día”. Y hasta consumar su cita con Su pueblo al fin de los tiempos, cuando lo llamará a Su presencia para “entrar por las puertas en la ciudad” (Ap. 22.14) y estar para siempre con Él en gloria, su intención fue siempre estar en medio de Su pueblo. Así fue, teniendo estrecha comunión con sus siervos los patriarcas (Gn. 17.1; 18.17; Stg. 2.23); acompañándoles en su travesía por el desierto con la nube y la columna de fuego (Éx. 13.21,22; 14.19); morando en medio de ellos en la Shekinah —la nube de gloria— sobre el lugar Santísimo del Tabernáculo (Éx. 30.6; 40.34-38); y en el Templo (2Cr. 7.1-3); haciendo su “tienda” entre los hombres en la Persona de Su Hijo (Jn. 1.14); habitando en Su iglesia y en cada creyente (2Co. 6.16; Ef. 3.17); morando finalmente en medio de los suyos para siempre (Ap. 21.3).
Así que estas fiestas eran ocasiones en las cuales Dios se gozaba en medio de Su pueblo. Nos parece oír Su voz en el Salmo 50.5: “Juntadme mis santos, los que han hecho conmigo pacto con sacrificio”. O en Proverbios 8.31: “Me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres”.
El versículo 6 de Levítico 23 contiene otra palabra hebrea, también traducida como “fiesta solemne”, pero con una connotación diferente. Es la palabra hag, o chag. Una vez más, Chumney nos dice: “La palabra hebrea chag, que significa “festival”, se deriva de la raíz hebrea chagag, que, a su vez, encierra la idea de “moverse en círculos, marchar en una procesión sagrada, celebrar, danzar, celebrar una fiesta solemne”3. También incluye el concepto del gozo que reinaba en la mayoría de las fiestas. En Deuteronomio 16.15, dice: “Estarás verdaderamente alegre”. ¡Y era un mandamiento de Dios para Su pueblo! Y ¿cuál era la razón? “Porque te habrá bendecido Jehová, tu Dios”. Por cierto, “la bendición de Dios es la que enriquece y no añade tristeza con ella” (Pr. 10.22). La RVC traduce: “La bendición del Señor es un tesoro; nunca viene acompañada de tristeza”.
Pero esta palabra solo se aplica a las tres fiestas en las cuales anualmente todo varón debía presentarse para adorar, es decir, la Pascua, Pentecostés y la de los Tabernáculos o las Cabañas (Dt. 16). Dios quería tener contacto con Su pueblo de forma permanente y reiterada año a año.
Cuando el pueblo asistía a las fiestas, cosa que debían hacer “en sus tiempos” (Lv. 23.1), es decir, “en las fechas señaladas para ellas”, al menos tres veces al año, iban recitando lo que nuestras Biblias titulan como el “Cántico gradual” y que comprende quince salmos: del 120 al 134. Eran canciones entonadas por los peregrinos a medida que iban saliendo en procesión de sus aldeas; y atravesando montes y valles se decían uno al otro: “Yo me alegré con los que me decían; a la casa de Jehová iremos” (Sal. 122.1). Al fin, llegaban a Sión para celebrar las fiestas y al llegar, en un clima de gozosa festividad recitaban las palabras del salmo 133: “Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía... allí envía Jehová bendición y vida eterna”.
Un Dios feliz
Decíamos que hay un concepto en la Escritura que muchas veces olvidamos: Dios es un Dios festivo. Esto no admite de ningún modo el menor atisbo de frivolidad. Dios es festivo porque es un Dios feliz. Puede parecer un concepto extraño, pero, a la luz de las Escrituras, podemos ver que es así.
El término bíblico para “feliz” es en el original griego la palabra makários (que corresponde a su equivalente hebreo ashré, u ósher, Gn. 30.13), y nada tiene que ver con el concepto superficial y pasajero con que el mundo entiende la felicidad, sino que significa bienaventurado, dichoso, supremamente bendecido, bendito, feliz en sí mismo y aun, glorioso.
Referido a Dios, makários aparece en el NT solo en dos versículos: 1 Timoteo 1.11 y 6.15; en el primero traducido como “bendito” y en el segundo como “bienaventurado”.
Esta última palabra —bienaventurado— se repite más de cincuenta veces en el Nuevo Testamento aplicada a los hombres, especialmente en los Evangelios Sinópticos (por ejemplo en Mateo 5 y 6; en Lucas 1.48). También en Santiago 5.11 y en Apocalipsis 1.3; 14.13; 16.15; 19.9; 20.6; 22.7, 14.
Pero “bienaventurado”, aplicado a los hombres, es mucho más que ser “feliz” o ser “dichoso”, sino que más bien tiene que ver con la vida de la persona que alcanza las bendiciones de Dios por mantener una relación correcta y obediente hacia Él4. Y esta relación es a través de la Persona de Jesucristo.
Pero Dios es el único que es eternamente y permanentemente dichoso en sí mismo. Dice S. Pérez Millos:
“Cuando se le califica de bienaventurado se está expresando que ninguna cosa le afecta en Su absoluta e infinita felicidad. A pesar de las circunstancias y rebeldía del hombre, del deterioro que el pecado ocasiona en la creación, nada altera o afecta la intimidad de Dios. Los hombres son bienaventurados cuando son escogidos por Dios (Sal. 65.4); cuando son justificados sin tener en cuenta sus obras (Ro. 4.6-9); los que obedecen la Palabra (Stg. 1.25). Dios, en cambio, no necesita nada que le haga bienaventurado porque lo es esencialmente, es decir, forma parte de Su misma naturaleza”5.
Dios es la felicidad suprema, no en el concepto limitado, superficial, pasajero y aun carnal en el que comúnmente se utiliza ese término, sino en la esfera de comunión íntima, de santidad, luz y pureza. De modo que la felicidad verdadera es algo provisto por Dios, y recibido de parte de Dios.
El concepto de makários es interesante, pues es una de esas palabras a las cuales el cristianismo llenó de contenido, sublimando y dignificando su significado. En su origen se aplicaba a alguien grande, materialmente próspero; así que era sinónimo de rico. Era aplicado a los dioses que adoraba Grecia, pero, justamente por ello, esa riqueza no era esencialmente moral. Poco a poco fueron incorporándose en su contenido los valores íntimos del hombre, las virtudes, el conocimiento, que, para los griegos, eran las bases de la felicidad humana, según la filosofía griega, para la cual era desconocido el concepto de pecado. Así que la bienaventuranza, llegó a significar “el alegre reconocimiento del hecho maravilloso de que una persona está en un estado de felicidad”6.
En la Biblia, especialmente en el Nuevo Testamento, el término adquiere un valor más elevado, pues tiene que ver con la vida espiritual, no temporal.
Aunque el Salmo 32.1-2 expresa gozosamente que es bienaventurado el hombre cuya transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado, pues recibirá el favor de Dios (v. 3, 4, 10), en el Antiguo Testamento el concepto tiene que ver fundamentalmente con la posesión o, al menos, el estar alcanzado por la p...

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