CAPIÌTULO XVI
EL AMA DE TOM Y SUS OPINIONES
Y ahora, Marie ââdijo St. Clareââ, llega una eÌpoca dorada para ti. AquiÌ estaÌ nuestra prima praÌctica y eficiente de Nueva Inglaterra, que te quitaraÌ todo el peso de la economiÌa domeÌstica de los hombros para que tengas tiempo de reponer fuerzas y ponerte maÌs joven y guapa. La ceremonia de entrega de llaves debe llevarse a cabo enseguida.
Este comentario se hizo en la mesa del desayuno, unos diÌas despueÌs de la llegada de la senÌorita Ophelia.
ââSe las entrego encantada ââdijo Marie, apoyando la cabeza laÌnguidamente en la manoââ. Creo que se enteraraÌ de una cosa, y es que las amas somos las esclavas en estas partes.
ââOh, seguro que se enteraraÌ de eso, y una multitud maÌs de verdades suculentas, sin duda ââdijo St. Clare.
ââY luego hablan de que tenemos esclavos, como si lo hicieÌramos por nuestra comodidad ââdijo Marieââ. Si lo hicieÌramos por eso, los soltariÌamos a todos en el acto.
Evangeline fijoÌ sus grandes ojos serios en el rostro de su madre con una expresioÌn seria y perpleja y le preguntoÌ simplemente: ââÂżY para queÌ los tienes, mamaÌ?
ââLa verdad es que no lo seÌ, excepto para fastidiarme. Son una plaga en mi vida. Creo que tienen maÌs culpa de mi mala salud que ninguna otra cosa; y seÌ que los nuestros son la peor plaga que nadie haya tenido jamaÌs.
ââOh, vamos, Marie, estaÌs alicaiÌda esta manÌana ââdijo St. Clareââ. Sabes que eso no es verdad. Si Mammy es la mejor persona del mundo. ÂżQueÌ seriÌa de ti sin ella?
ââMammy es la mejor de todos los que conozco ââdijo Marieââ, pero incluso Mammy es egoiÌsta, terriblemente egoiÌsta: eÌse es el defecto de toda su raza.
ââEl egoiÌsmo es un defecto horrible ââdijo St. Clare, muy serio.
ââPues mira a Mammy ââdijo Marieââ; creo que es muy egoiÌsta por su parte dormir bien por las noches; sabe que necesito cuidados casi cada hora, cuando me llegan los peores ataques, y, sin embargo, ÂĄcuesta tanto despertarla! Estoy mucho peor esta manÌana por los esfuerzos que tuve que hacer anoche para despertarla.
ââââÂżNo ha pasado muchas noches levantada contigo uÌltimamente, mamaÌ?
ââdijo Eva.
ââÂżCoÌmo lo sabes tuÌ? ââpreguntoÌ Marie aÌsperamenteââ. Se habraÌ quejado, supongo.
ââNo se quejoÌ. SoÌlo me contoÌ que habiÌas pasado muy mala noche, varias noches seguidas.
ââÂżPor queÌ no dejas que Jane o Rosa la reemplacen durante una noche o dos ââdijo St. Clareââ para que ella descanse?
ââÂżCoÌmo puedes proponer tal cosa? ââdijo Marieââ. St. Clare, eres de lo maÌs desconsiderado. Estoy tan nerviosa que cualquier susurro me molesta, y una mano extranÌa me volveriÌa loca del todo. Si Mammy tuviera el intereÌs por miÌ que debiera, se despertariÌa maÌs faÌcilmente, ya lo creo. He oiÌdo hablar de personas que han tenido a criados asiÌ, pero yo no tengo tanta suerte y Marie suspiroÌ.
La senÌorita Ophelia habiÌa escuchado la conversacioÌn con un aire de gravedad astuta y observadora; y permanecioÌ con los labios fuertemente apretados como si estuviera empenÌada en averiguar exactamente queÌ terreno pisaba antes de comprometerse.
ââAhora bien, Mammy posee una especie de bondad ââdijo Marieââ; es doÌcil y respetuosa, pero en el fondo es egoiÌsta. Nunca para de inquietarse y de preocuparse por ese marido suyo. VereÌis, cuando me caseÌ y vine a vivir aquiÌ, la tuve que traer conmigo, pero mi padre no podiÌa prescindir de su marido. Era herrero y, naturalmente, le haciÌa mucha falta; y yo penseÌ en ese momento, y asiÌ lo dije, que lo mejor era que eÌl y Mammy se olvidaran el uno del otro puesto que era poco probable que nos viniera bien que volviesen a vivir juntos. OjalaÌ hubiese insistido maÌs y hubiese casado a Mammy con otro; pero fui tonta e indulgente y no quise insistir. Le dije a Mammy entonces que no debiÌa esperar verlo sino una o dos veces maÌs en su vida, porque el aire de la casa de mi padre no me sienta bien, y no puedo ir alliÌ; y le aconsejeÌ que se juntara con otro, pero no quiso. Mammy es un poco obstinada a veces, pero nadie maÌs que yo se da cuenta de ello.
ââÂżTiene hijos? ââpreguntoÌ la senÌorita Ophelia. ââSiÌ; tiene dos.
ââSupongo que le duele estar separada de ellos.
ââBien, naturalmente no me los pude traer. Eran unos criÌos muy sucios, y no podiÌa tenerlos por aquiÌ; ademaÌs, la entreteniÌan demasiado; y creo que Mammy siempre lo ha tomado a mal. No se quiere casar con ninguÌn otro y estoy convencida de que, aunque sabe la falta que me hace y lo mala que es mi salud, volveriÌa con su marido manÌana si tuviera oportunidad. Ya lo creo que siÌ
ââdijo Marieââ. AsiÌ de egoiÌstas son, incluso los mejores.
ââEs triste pensarlo ââdijo St. Clare secamente.
La senÌorita Ophelia lo miroÌ intensamente y vio su rubor de mortificacioÌn y desazoÌn y sus labios sarcaÌsticamente torcidos cuando habloÌ.
ââAhora bien, Mammy siempre ha sido mi favorita ââdijo Marieââ. Quisiera que algunas criadas del Norte echaran un vistazo a su guardarropa: tiene colgados vestidos de seda y muselina y hasta uno de auteÌntica batista de lino. He trabajado tardes enteras a veces bordaÌndole gorros y preparaÌndola para ir a una fiesta. En cuanto a malos tratos, no sabe lo que son. No la han azotado maÌs de una o dos veces en su vida. Toma cafeÌ fuerte o teÌ todos los diÌas con azuÌcar blanco. Desde luego es una aberracioÌn; pero St. Clare se empenÌa en que se lo pasen en grande ahiÌ abajo y cada uno de ellos hace lo que le da la gana. El caso es que nuestros criados estaÌn demasiado consentidos. Supongo que es en parte culpa nuestra que sean egoiÌstas y se comporten como ninÌos malcriados, pero me he cansado de hablar de ello con St. Clare.
ââY yo tambieÌn ââdijo St. Clare, cogiendo el perioÌdico de la manÌana.
La bella Eva habiÌa escuchado a su madre con esa expresioÌn de seriedad profunda y miÌstica que le era peculiar. Se acercoÌ suavemente a la silla de su madre y le rodeoÌ el cuello con sus brazos.
ââBien, Eva, ÂżqueÌ quieres ahora? ââpreguntoÌ Marie.
ââMamaÌ, Âżpuedo cuidarte yo una noche, soÌlo una? SeÌ que no te pondriÌa nerviosa y no me dormiriÌa. A menudo me quedo despierta por las noches pensando...
ââÂĄTonteriÌas, hija, tonteriÌas! ââdijo Marieââ. ÂĄEres una ninÌa tan extranÌa!
ââPero, Âżme dejas, mamaÌ? Creo ââdijo tiÌmidamente que Mammy no estaÌ bien. Hace poco me ha dicho que le duele la cabeza todo el tiempo.
ââÂĄEÌsa es una de las maniÌas de Mammy! Mammy es igual que los demaÌs, arma escaÌndalo por cada dolorcito de cabeza o de dedo. ÂĄNo podemos consentirlo! Tengo principios sobre este asunto ââdijo, volvieÌndose hacia la senÌorita Opheliaââ; te daraÌs cuenta de que es necesario. Si alientas a los criados a que se dejen llevar por cada sensacioÌn desagradable y se quejen de cada achaque, no te daraÌn tregua. Yo nunca me quejo; nadie sabe lo que sufro. Considero que es mi deber aguantarlo en silencio y eso es lo que hago.
Los ojos redondos de la senÌorita Ophelia delataron un franco asombro ante esta perorata, que a St. Clare le parecioÌ tan ridiÌcula que estalloÌ a reiÌr a carcajadas.
ââSiempre se riÌe St. Clare cuando hago la maÌs miÌnima alusioÌn a mi mala salud ââdijo Marie con voz de maÌrtir atormentadoââ. ÂĄEspero que no llegue el diÌa en que se acuerde de ello! y Marie acercoÌ el panÌuelo a sus ojos.
SiguioÌ un silencio algo absurdo. Finalmente se levantoÌ St. Clare, miroÌ el reloj y dijo que teniÌa un compromiso calle abajo. Eva se marchoÌ detraÌs de eÌl y la senÌorita Ophelia y Marie se quedaron solas en la mesa.
ââEsto es tiÌpico de St. Clare ââdijo eÌsta, guardaÌndose el panÌuelo con un gesto algo fogoso ahora que no estaba delante el criminal al que pretendiÌa afectarââ. Nunca se da cuenta, no quiere, no le da la gana darse cuenta de lo que sufro y llevo anÌos sufriendo. Si yo fuera de las que se quejan, o si diera importancia a mis males, estariÌa justificado. Los hombres se cansan, naturalmente, de las esposas quejumbrosas. Pero yo me guardo las cosas para miÌ y me aguanto hasta tal extremo que he hecho creer a St. Clare que puedo aguantar cualquier cosa.
La senÌorita Ophelia no sabiÌa exactamente lo que debiÌa responder a esto.
Mientras pensaba en algo que decir, Marie se enjugoÌ las laÌgrimas y se compuso poco a poco como si fuese una paloma alisaÌndose el plumaje tras un chaparroÌn; inicioÌ una conversacioÌn domeÌstica con la senÌorita Ophelia, sobre armarios, roperos, planchas, almacenes y otros asuntos de los que iba a hacerse cargo esta uÌltima de comuÌn acuerdo; y le dio tal cantidad de instrucciones y recomendaciones precavidas que hubieran mareado y confundido totalmente una cabeza menos sistemaÌtica y praÌctica que la de la senÌorita Ophelia.
ââY ahora ââdijo Marieââ, creo que te lo he dicho todo; asiÌ que, cuando me llegue el proÌximo ataque, podraÌs hacerte cargo perfectamente, sin consultarme, excepto en el caso de Eva, que necesita vigilancia.
A miÌ me parece que es una ninÌa muy, muy buena ââdijo la senÌorita Opheliaââ; nunca he conocido a otra mejor.
ââEva es rara ââdijo su madreââ; muy rara. Tiene unas cosas tan extranÌas; no se parece nada a miÌ y Marie suspiroÌ, como si esta consideracioÌn fuera realmente melancoÌlica.
La senÌorita Ophelia dijo para siÌ: «Espero que no», pero tuvo la prudencia de no decirlo en voz alta.
ââA Eva siempre le ha gustado estar con los negros, y yo creo que eso estaÌ muy bien para algunos ninÌos. Yo jugaba siempre con los pequenÌos negros de mi padre y nunca me hizo ninguÌn danÌo. Pero Eva siempre se pone al mismo nivel que todas las criaturas que se acercan a ella. Es una cosa extranÌa de la ninÌa. Nunca he podido quitarle la costumbre. Y creo que St. Clare le anima a ello. El caso es que St. Clare mima a todas las criaturas bajo este techo menos a su esposa.
De nuevo la senÌorita Ophelia se quedoÌ sentada en silencio.
ââNo hay maÌs remedio ââdijo Marieââ que someter a los criados y mantenerlos en su sitio. Para miÌ ha sido algo natural desde la ninÌez. Eva es capaz de malcriar a una casa entera. No seÌ queÌ seraÌ de ella cuando le llegue el turno de llevar una casa personalmente. Estoy de acuerdo con ser amables con los criados, siempre lo soy; pero hay que ponerlos en su sitio. Eva no lo hace nunca; ÂĄno hay manera de meterle en la cabeza cuaÌl es el sitio de un criado! ÂĄYa la has oiÌdo ofrecerse a cuidarme por las noches, para que duerma Mammy! Es soÌlo una muestra de lo que hariÌa ella todo el tiempo si se la dejara sola.
ââPero ââdijo la senÌorita Ophelia francamenteââ supongo que consideras que tus criados son seres humanos y merecen descansar cuando se fatigan.
ââPor supuesto; naturalmente. Soy muy meticulosa en dejarles tener todo lo que viene bien, cualquier cosa que no me incomode a miÌ, desde luego. Mammy puede recuperar el suenÌo a cualquier hora; no es ninguÌn problema. Es lo maÌs dormiloÌn que he conocido nunca; cosiendo, de pie o sentada, esa criatura se queda dormida en todas partes. No hay peligro de que Mammy se quede sin dormir. Pero tratar a los criados como si fuesen flores exoÌticas o jarrones de porcelana, eso es ridiÌculo ââdijo Marie, sumergieÌndose laÌnguidamente en las profundidades de un voluminoso sofaÌ mullido y acercaÌndose un elegante frasco de sales de cristal tallado.
ââVeraÌs ââcontinuoÌ con una vocecilla tenue y delicada, como el uÌltimo suspiro de un jazmiÌn aÌrabe o algo igualmente eteÌreoââ, veraÌs, prima Ophelia, no hablo muy a menudo de miÌ misma. No es mi costumbre, ni me agrada. De hecho, no tengo fuerza para hacerlo. Pero hay cuestiones en las que discrepamos St. Clare y yo. St. Clare nunca me ha comprendido, nunca me ha apreciado. Creo que eso es la raiÌz de mi mala salud. St. Clare tiene buenas intenciones, quiero creer, pero los hombres son, por naturaleza, egoiÌstas y desconsiderados con las mujeres. O, por lo menos, eÌsa es la impresioÌn que tengo.
La senÌorita Ophelia, que poseiÌa una considerable porcioÌn de la auteÌntica cautela de Nueva Inglaterra y un horror muy concreto a verse involucrada en las disputas familiares, empezoÌ a prever que amenazaba una cosa de ese tipo; por lo tanto, compuso sus facciones en una expresioÌn de feÌrrea neutralidad y, sacando del bolsillo una labor de calceta que ya mediÌa una yarda y media de longitud y que guardaba como remedio contra lo que el doctor Watts asevera es una costumbre personal de SatanaÌs para con las personas de manos ociosas, se puso a tejer con gran energiÌa, con los labios sellados de una forma que deciÌa tan claramente como pudieran decirlo las palabras: «No me hagas hablar.
No quiero saber nada de tus asuntos.» De hecho, teniÌa aspecto de tener tanta compasioÌn como un leoÌn de piedra. Pero a Marie eso no le importoÌ. HabiÌa conseguido tener a alguien con quien hablar y sentiÌa que hablar era su deber y eso era suficiente; por lo que, oliendo su frasco de sales nuevamente para refortalecerse, continuoÌ:
ââVeraÌs, aporteÌ mi propio dinero y criados cuando me caseÌ con St. Clare y tengo derecho legal a disponer de ellos como me plazca. St. Clare teniÌa su propia fortuna y sus propios criados y me parece bien que los lleve a su manera; pero siempre se empenÌa en interferir. Tiene unas ideas curiosas y extravagantes sobre las cosas, especialmente sobre coÌmo tratar a los criados. Se comporta realmente como si antepusiera a los criados a miÌ y a siÌ mismo tambieÌn; les deja hacer toda clase de travesuras y no levanta un dedo contra ellos. Ahora bien, en algunas cosas, St. Clare es tremendo de verdad, y me asusta, a pesar del aspecto de buen humor que suele tener. Ahora se ha empenÌado en que, pase lo que pase, nadie imponga un castigo en esta casa excepto eÌl y yo; y lo dice de tal manera que no me atrevo a llevarle la contraria. Puedes ver adoÌnde conduce eso; St. Clare no levanta la mano aunque lo pisoteen todos ellos y yo... ya ves lo cruel que seriÌa pedirme que me esforzara. TuÌ sabes que estos criados soÌlo son ninÌos grandes.
ââNo seÌ absolutamente nada del asunto y doy gracias al SenÌor de que' asiÌ sea ââdijo escuetamente la senÌorita Ophelia.
ââBien, pero tendraÌs que saber algo, y saberlo a tu costa, si te quedas aquiÌ. No sabes con queÌ hatajo de ingratos, tontos, descuidados, infantiles, poco razonables y provocativos tendraÌs que veÌrtelas.
Marie se animaba extraordinariamente siempre que hablaba de este tema; en esta ocasioÌn abrioÌ los ojos y parecioÌ olvidarse de su postracioÌn.
ââNo sabes, no puedes imaginarte las pruebas constantes a las que someten a un ama de casa, a todas horas y en todas partes. Pero no sirve de nada quejarse a St. Clare. El dice las cosas maÌs extranÌas. Dice que nosotros los hemos hecho como son y tenemos que aguantamos. Dice que sus defectos son culpa nuestra, y que seriÌa cruel crear un defecto y luego castigarlo. Dice que nosotros no lo hariÌamos mejor, en su lugar; como si pudieÌramos ponemos en la misma categoriÌa.
ââÂżNo crees que el SenÌor los hizo de la misma sangre que nosotros? ââ preguntoÌ rudamente la senÌorita Ophelia. ââÂĄPor supuesto que no! ÂĄDoÌnde iÌbamos a ir a parar! Son una raza degenerada.
ââÂżNo crees que tengan almas inmortales? ââpreguntoÌ la senÌorita Ophelia, con una indignacioÌn cada vez mayor.
ââBien, eso ââdijo Marie con un bostezoââ, nadie lo pone en duda. Pero de ahiÌ a ponerlos al mismo nivel que nosotros, como si se nos pudiera comparar, ÂĄes imposible! Ahora bien, St. Clare ha intentado hacerme creer que tener a Mammy separada de su marido es lo mismo que separarme a miÌ del miÌo. No se puede comparar. Mammy no podriÌa tener los mismos sentimientos que yo. Es u...