La emancipada
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La emancipada

Miguel RiofrĂ­o

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La emancipada

Miguel RiofrĂ­o

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"La emancipada" (1863) es una obra realista de tendencia social, considerada la primera novela ecuatoriana. Rosaura decide rebelarse cuando su padre la promete a un hombre que no conoce. La protagonista encarna los ideales liberales del autor y emprende la lucha contra el sistema clerical y patriarcal de la Ă©poca.-

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Informations

Éditeur
SAGA Egmont
Année
2021
ISBN
9788726642537
Sous-sujet
Classics

PRIMERA PARTE

Nada inventamos: lo que vamos a referir es estrictamente histĂłrico: en las copias al natural hemos procurado suavizar algĂșn tanto lo grotesco para que se lea con menor repugnancia. Daremos rapidez a la narraciĂłn deteniĂ©ndonos muy poco en descripciones, retratos y reflexiones.

I

En la parroquia de M... de la RepĂșblica ecuatoriana se movĂ­a el pueblo en todas direcciones, celebrando la festividad de la CircuncisiĂłn, pues era primero de enero de 1841.
SĂłlo un recinto estaba silencioso y era el jardĂ­n de una casa cuyas puertas habĂ­an quedado cerrojadas desde la vĂ­spera. AllĂ­ hablaba una joven lugareña con un joven reciĂ©n llegado de la capital de la RepĂșblica.
El joven era de mediana estatura, de facciones regulares y un tanto cogitabundo.
En la joven, su altura, flexibilidad y gentileza se ostentaban como el bambĂș de las orillas de su rĂ­o: su tez fina, fresca y delicada la hacĂ­a semejante a la estaciĂłn en que los campos reverdecen; la ceja negra, y las pupilas y los cabellos de un castaño oscuro le daban cierta gracia que le era propia y privativa: su mirar franco y despejado, una ondulaciĂłn que mostraba el labio inferior como desdeñando al superior y el atrevido perfil de su nariz, daban a su rostro una expresiĂłn de firmeza inconmovible. No habĂ­a una perfecta consonancia en sus facciones; por eso el conjunto tenĂ­a no se quĂ© de extraordinario; la limpieza de su frente y la morbidez de sus mejillas que se encendĂ­an con la emociĂłn, parecĂ­an signos de candor: la barba perfectamente arqueada imprimĂ­a en todo su rostro cierto aire de voluptuosidad: una contracciĂłn casi imperceptible en el entrecejo mostraba haber reprimido de tiempo atrĂĄs alguna pasiĂłn violenta: el cuello levemente agobiado le daba una actitud dudosa entre la timidez y la modestia: de modo que ningĂșn fisĂłnomo habrĂ­a podido adivinar su carĂĄcter moral y fisiolĂłgico con bastante precisiĂłn.
De qué hablaban, se puede adivinar fåcilmente si se atiende a que el joven había estudiado las materias de enseñanza secundaria en la ciudad mås cercana a la parroquia de que nos ocupamos, y que iba a pasar sus temporadas de recreo en casa de la joven. Se conocerå mås claramente cual había sido su pensamiento dominante, cuando se sepa que después de terminado el curso de artes, había pasado a hacer sus estudios profesionales en la Capital, y había estudiado con todo tesón necesario para recibir la borla, dar media vuelta a la izquierda y volver a cierto lugar que sus condiscípulos deseaban conocer porque le había pintado muchas veces en los ensayos literarios que se le obligaba a escribir en la clase de Retórica. En uno de estos había dicho:
Quedaos vosotros, hijos de la corte, en la región de las Pandecetas, y el Digesto y las partidas. Yo de la jerarquía de doctor pasaré a la de aldeano, porque allí mora la felicidad.
Las hoyas de los rĂ­os Malacatus, Uchima, Chambo y Solanda con sus preciosidades vegetales y sus vistas pintorescas acogerĂĄn el resto de mis dĂ­as.
Las vegas son allĂ­ un salpicado caprichoso de alquerĂ­as, casas pajizas, ingenios de azĂșcar, platanares, plantĂ­os de caña dulce y pequeñas laderas en que pacen los ganados. Todo esto recibe un realce sorprendente con el relieve de los ĂĄrboles ya gigantescos, ya medianos, que nacen y crecen sin sistema artĂ­stico y con la sola simetrĂ­a que a la naturaleza pudo darles. La ceiba, el aguacate, el guayabo, el naranjo y el limonero son los mĂĄs comunes matices de los platanares, los cañizales y los prados.
A la margen de los rĂ­os se levantan, se extienden y entrelazan los bambĂșs, los carrizos, los laureles, el sauce y el aliso. En las colinas levĂĄntase el arupo para mostrar de lo alto su copa y sus ramilletes.
Como el placer y el dolor en el corazĂłn del hombre, asĂ­ alternan a la falda de esos cerros y en la parte agreste de esos valles, el faique con sus espinas y el chirimoyo con la frescura de su follaje, la fragancia de sus flores y lo sabroso de su fruta.
Las acequias que partiendo de los azudes, van a humedecer los terrenos regadizos, dan a beber a las plantas, atraviesan los setos y recorren las heredades moviéndose y rielando como serpiente de diamante.
En los ribazos se forma algunas veces una sociedad heterogénea: las cabras, las vacas, las yeguas ramonean el césped que Dios creara para ellas; y a la par de estas el hombre recoge de los mismos parajes, el díctamo, el azafrån, la doradilla, la canchalagua, y extrae la miel y la cera que fabrican las abejas. Mås allå, las altiplanicies pobladas de higuerones, cedros, faiques y guayacanes, sirven de aprisco y majada a los rebaños y de sesteadores al campesino.
La mås célebre de sus cordilleras es Auritosinga, cuyo nombre ha viajado alrededor del mundo, unido a la preciosa corteza que allí se descubrió.
Las campiñas y las florestas estån siempre animadas por la antifonía de las aves canoras y de las aves bulliciosas.
Tal es el templo en que daré culto a una Deidad.
Cuando se le imponía el deber de escribir memorias geogråficas de su provincia, hablaba a duras penas de todo lo que no era su parroquia predilecta, y cuando de ésta escribía mencionaba hasta los mås insignificantes pormenores aunque estos quedaran fuera del tema que se le había señalado. En uno de los ensayos decía con referencia a su pueblo:
Desde el 24 de diciembre hasta mediados de enero mostraban esos campos sus escenas peculiares.
En algunas alquerĂ­as de segunda orden se formaban lo que llaman altar de nacimiento. Estos son simulacros mĂĄs o menos grotescos del portal de BelĂ©n. La cuna de JesĂșs ocupa el cĂșlmen y van descendiendo en forma de anfiteatro, los reyes, los pastores, los niños degollados por Herodes, el paraĂ­so terrenal con huertos y animales, mezclado todo con sucesos mĂĄs recientes y aĂșn con cuadros de costumbres lugareñas. Las figuras en que todo esto se representa son de diversos materiales, pero mĂĄs comĂșnmente de madera: algunas de estas figuras son de movimiento y las hacen desempeñar sus oficios empleando algĂșn mecanismo sencillo o ingenioso.
Cada casa en que se levanta alguno de estos altares tiene preparados bizcotelas, queso, frutas escogidas, bebidas frescas, licores ordinarios y también un guitarrista y un tamborillero, para obsequiar a los visitantes con comida, bebida y bailecillos fandangos.
Cuando el baile va a empezar se retira a la sacra familia en señal de acatamiento.
Como estos altares distan unos de otros por lo menos un kilĂłmetro los paseos son siempre a caballo.
AsĂ­ seguĂ­an las descripciones que los melindres de la crĂ­tica calificaban de pesadas y ridĂ­culas, sin atender a que el compositor nada podĂ­a encontrar de Ăștil ni de bello fuera de su recinto predilecto.
La joven por su parte, con menos reglas, pero con mĂĄs corazĂłn, habĂ­a escrito sus memorias para presentarlas algĂșn dĂ­a a la Ășnica persona que podĂ­a ser su consuelo sobre la tierra: en esas memorias habrĂ­an hallado tambiĂ©n los despreocupados mucho que despreciar, pues se reducĂ­an a pintar al natural, lo que habĂ­a producido su madre, por haber recibido lecciones de un religioso ilustrado, llamado padre Mora, a quien comisionara el Libertador BolĂ­var para la fundaciĂłn de las escuelas lancasterianas. Pintaba los tiernos sentimientos que esta madre asĂ­ instruida sabĂ­a inspirar, y que despuĂ©s de referir las escenas que habĂ­an precedido al fallecimiento de esa buena madre, agregaba:
Una semana después de haber sepultado a mi madre cuando todavía estaban mis ojos hinchados por las lågrimas, recogió mi padre todos mis l...

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