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La emancipada
Miguel RiofrĂo
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La emancipada
Miguel RiofrĂo
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"La emancipada" (1863) es una obra realista de tendencia social, considerada la primera novela ecuatoriana. Rosaura decide rebelarse cuando su padre la promete a un hombre que no conoce. La protagonista encarna los ideales liberales del autor y emprende la lucha contra el sistema clerical y patriarcal de la Ă©poca.-
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ClassicsPRIMERA PARTE
Nada inventamos: lo que vamos a referir es estrictamente histĂłrico: en las copias al natural hemos procurado suavizar algĂșn tanto lo grotesco para que se lea con menor repugnancia. Daremos rapidez a la narraciĂłn deteniĂ©ndonos muy poco en descripciones, retratos y reflexiones.
I
En la parroquia de M... de la RepĂșblica ecuatoriana se movĂa el pueblo en todas direcciones, celebrando la festividad de la CircuncisiĂłn, pues era primero de enero de 1841.
SĂłlo un recinto estaba silencioso y era el jardĂn de una casa cuyas puertas habĂan quedado cerrojadas desde la vĂspera. AllĂ hablaba una joven lugareña con un joven reciĂ©n llegado de la capital de la RepĂșblica.
El joven era de mediana estatura, de facciones regulares y un tanto cogitabundo.
En la joven, su altura, flexibilidad y gentileza se ostentaban como el bambĂș de las orillas de su rĂo: su tez fina, fresca y delicada la hacĂa semejante a la estaciĂłn en que los campos reverdecen; la ceja negra, y las pupilas y los cabellos de un castaño oscuro le daban cierta gracia que le era propia y privativa: su mirar franco y despejado, una ondulaciĂłn que mostraba el labio inferior como desdeñando al superior y el atrevido perfil de su nariz, daban a su rostro una expresiĂłn de firmeza inconmovible. No habĂa una perfecta consonancia en sus facciones; por eso el conjunto tenĂa no se quĂ© de extraordinario; la limpieza de su frente y la morbidez de sus mejillas que se encendĂan con la emociĂłn, parecĂan signos de candor: la barba perfectamente arqueada imprimĂa en todo su rostro cierto aire de voluptuosidad: una contracciĂłn casi imperceptible en el entrecejo mostraba haber reprimido de tiempo atrĂĄs alguna pasiĂłn violenta: el cuello levemente agobiado le daba una actitud dudosa entre la timidez y la modestia: de modo que ningĂșn fisĂłnomo habrĂa podido adivinar su carĂĄcter moral y fisiolĂłgico con bastante precisiĂłn.
De quĂ© hablaban, se puede adivinar fĂĄcilmente si se atiende a que el joven habĂa estudiado las materias de enseñanza secundaria en la ciudad mĂĄs cercana a la parroquia de que nos ocupamos, y que iba a pasar sus temporadas de recreo en casa de la joven. Se conocerĂĄ mĂĄs claramente cual habĂa sido su pensamiento dominante, cuando se sepa que despuĂ©s de terminado el curso de artes, habĂa pasado a hacer sus estudios profesionales en la Capital, y habĂa estudiado con todo tesĂłn necesario para recibir la borla, dar media vuelta a la izquierda y volver a cierto lugar que sus condiscĂpulos deseaban conocer porque le habĂa pintado muchas veces en los ensayos literarios que se le obligaba a escribir en la clase de RetĂłrica. En uno de estos habĂa dicho:
Quedaos vosotros, hijos de la corte, en la regiĂłn de las Pandecetas, y el Digesto y las partidas. Yo de la jerarquĂa de doctor pasarĂ© a la de aldeano, porque allĂ mora la felicidad.
Las hoyas de los rĂos Malacatus, Uchima, Chambo y Solanda con sus preciosidades vegetales y sus vistas pintorescas acogerĂĄn el resto de mis dĂas.
Las vegas son allĂ un salpicado caprichoso de alquerĂas, casas pajizas, ingenios de azĂșcar, platanares, plantĂos de caña dulce y pequeñas laderas en que pacen los ganados. Todo esto recibe un realce sorprendente con el relieve de los ĂĄrboles ya gigantescos, ya medianos, que nacen y crecen sin sistema artĂstico y con la sola simetrĂa que a la naturaleza pudo darles. La ceiba, el aguacate, el guayabo, el naranjo y el limonero son los mĂĄs comunes matices de los platanares, los cañizales y los prados.
A la margen de los rĂos se levantan, se extienden y entrelazan los bambĂșs, los carrizos, los laureles, el sauce y el aliso. En las colinas levĂĄntase el arupo para mostrar de lo alto su copa y sus ramilletes.
Como el placer y el dolor en el corazĂłn del hombre, asĂ alternan a la falda de esos cerros y en la parte agreste de esos valles, el faique con sus espinas y el chirimoyo con la frescura de su follaje, la fragancia de sus flores y lo sabroso de su fruta.
Las acequias que partiendo de los azudes, van a humedecer los terrenos regadizos, dan a beber a las plantas, atraviesan los setos y recorren las heredades moviéndose y rielando como serpiente de diamante.
En los ribazos se forma algunas veces una sociedad heterogĂ©nea: las cabras, las vacas, las yeguas ramonean el cĂ©sped que Dios creara para ellas; y a la par de estas el hombre recoge de los mismos parajes, el dĂctamo, el azafrĂĄn, la doradilla, la canchalagua, y extrae la miel y la cera que fabrican las abejas. MĂĄs allĂĄ, las altiplanicies pobladas de higuerones, cedros, faiques y guayacanes, sirven de aprisco y majada a los rebaños y de sesteadores al campesino.
La mås célebre de sus cordilleras es Auritosinga, cuyo nombre ha viajado alrededor del mundo, unido a la preciosa corteza que allà se descubrió.
Las campiñas y las florestas estĂĄn siempre animadas por la antifonĂa de las aves canoras y de las aves bulliciosas.
Tal es el templo en que daré culto a una Deidad.
Cuando se le imponĂa el deber de escribir memorias geogrĂĄficas de su provincia, hablaba a duras penas de todo lo que no era su parroquia predilecta, y cuando de Ă©sta escribĂa mencionaba hasta los mĂĄs insignificantes pormenores aunque estos quedaran fuera del tema que se le habĂa señalado. En uno de los ensayos decĂa con referencia a su pueblo:
Desde el 24 de diciembre hasta mediados de enero mostraban esos campos sus escenas peculiares.
En algunas alquerĂas de segunda orden se formaban lo que llaman altar de nacimiento. Estos son simulacros mĂĄs o menos grotescos del portal de BelĂ©n. La cuna de JesĂșs ocupa el cĂșlmen y van descendiendo en forma de anfiteatro, los reyes, los pastores, los niños degollados por Herodes, el paraĂso terrenal con huertos y animales, mezclado todo con sucesos mĂĄs recientes y aĂșn con cuadros de costumbres lugareñas. Las figuras en que todo esto se representa son de diversos materiales, pero mĂĄs comĂșnmente de madera: algunas de estas figuras son de movimiento y las hacen desempeñar sus oficios empleando algĂșn mecanismo sencillo o ingenioso.
Cada casa en que se levanta alguno de estos altares tiene preparados bizcotelas, queso, frutas escogidas, bebidas frescas, licores ordinarios y también un guitarrista y un tamborillero, para obsequiar a los visitantes con comida, bebida y bailecillos fandangos.
Cuando el baile va a empezar se retira a la sacra familia en señal de acatamiento.
Como estos altares distan unos de otros por lo menos un kilĂłmetro los paseos son siempre a caballo.
AsĂ seguĂan las descripciones que los melindres de la crĂtica calificaban de pesadas y ridĂculas, sin atender a que el compositor nada podĂa encontrar de Ăștil ni de bello fuera de su recinto predilecto.
La joven por su parte, con menos reglas, pero con mĂĄs corazĂłn, habĂa escrito sus memorias para presentarlas algĂșn dĂa a la Ășnica persona que podĂa ser su consuelo sobre la tierra: en esas memorias habrĂan hallado tambiĂ©n los despreocupados mucho que despreciar, pues se reducĂan a pintar al natural, lo que habĂa producido su madre, por haber recibido lecciones de un religioso ilustrado, llamado padre Mora, a quien comisionara el Libertador BolĂvar para la fundaciĂłn de las escuelas lancasterianas. Pintaba los tiernos sentimientos que esta madre asĂ instruida sabĂa inspirar, y que despuĂ©s de referir las escenas que habĂan precedido al fallecimiento de esa buena madre, agregaba:
Una semana despuĂ©s de haber sepultado a mi madre cuando todavĂa estaban mis ojos hinchados por las lĂĄgrimas, recogiĂł mi padre todos mis l...