1. Funes y otros casos
de memoria extraordinaria
El 7 de junio de 1942 fue un domingo como tantos otros dentro de la alterada rutina de la Segunda Guerra Mundial. La tapa del diario La NaciĂłn informa de que continĂșa el violento ataque britĂĄnico, con un bombardeo sobre la zona industrial del Ruhr, en Alemania. En la misma pĂĄgina se lee sobre las bajas producidas a la flota japonesa en Midway y sobre tanques de infanterĂa britĂĄnicos atacando posiciones alemanas en el desierto. Las pĂĄginas cinco y seis del diario, entre propagandas de sal de fruta Eno (un digestivo a 0,70 $ el frasquito) y Fernet Branca (bebida que se recomienda llevar a casa como se lleva a un amigo), dan cuenta de un sismo sin vĂctimas en Mendoza y anuncian que las fĂĄbricas de neumĂĄticos podrĂĄn restaurar cubiertas usadas. En deportes, Argentinos Juniors se impuso a Sportivo Alsina por cuatro a uno en el ascenso, mientras que en espectĂĄculos se promociona Piratas del mar Caribe, en tecnicolor, y la nueva pelĂcula de Olivia de Havilland y Henry Fonda a 1,50 $ el superpullman. Siete de junio de 1942, un dĂa como cualquier otro segĂșn La NaciĂłn, a no ser por un cuento en la secciĂłn de Artes y Letras que harĂa de esta ediciĂłn un documento histĂłrico. En la primera pĂĄgina de este suplemento dominical figura un relato de Stefan Zweig; en la segunda pĂĄgina hay, curiosamente, un ensayo de Ernesto Sabato haciendo una valoraciĂłn de Galileo; y en la tercera pĂĄgina, casi escondido, se publica por primera vez «Funes el memorioso», el monumental cuento de Jorge Luis Borges con una ilustraciĂłn de Alejandro Sirio.
Pågina 3 de la sección Artes y Letras del diario La Nación del 7 de junio de 1942, donde se publicó por primera vez «Funes el memorioso».
«Funes el memorioso» es el relato de las vicisitudes de Ireneo Funes, un peĂłn de Fray Bentos, quien tras caer de su caballo y golpearse fuertemente la cabeza recobra el conocimiento con el increĂble talento âo maldiciĂłn, segĂșn como se mireâ de recordar absolutamente todo.
Dice Borges de Funes:
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vĂĄstagos y racimos y frutos que comprende una parra. SabĂa las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podĂa compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sĂłlo habĂa mirado una vez y con las lĂneas de la espuma que un remo levantĂł en el RĂo Negro la vĂspera de la acciĂłn del Quebracho.
Jorge Luis Borges (1899-1986) ha sido universalmente aclamado por su profundidad filosĂłfica y cientĂfica, abordando en sus relatos temas como el infinito, ya sea en laberintos inexpugnables («Los dos reyes y los dos laberintos»), en un punto que contiene el universo («El Aleph»), historias que se dividen en innumerables posibilidades («El jardĂn de senderos que se bifurcan»), una biblioteca que se repite eternamente («La biblioteca de Babel») o el mapa de un imperio que dada su perfecciĂłn de detalle termina teniendo el tamaño del imperio mismo («Del rigor en la ciencia»). En «Funes el memorioso», un cuento de apenas 12 pĂĄginas que serĂa finalmente publicado como parte de Ficciones (1944), Borges tambiĂ©n juega con el infinito en un tema no menos apasionante: los vastos laberintos de la memoria y las consecuencias de una capacidad de recuerdo ilimitada.
Funes es mencionado por primera vez en un obituario a James Joyce, «Fragmento sobre Joyce», publicado en 1941 en la revista Sur. AllĂ, y con cierta dosis de sarcasmo, Borges dice que la lectura consecutiva y sin distracciones de un «monstruo» como el Ulises de Joyce âla reconstrucciĂłn casi total de un solo dĂa en DublĂn en 400.000 palabrasâ requiere a la vez otro monstruo capaz de recordar una infinita cantidad de detalles. Lo extraño del obituario es que Borges casi ni se refiere a Joyce o a su obra y en cambio se dedica a describir a Ireneo Funes, el personaje del cuento que en ese momento estaba escribiendo.
Entre las obras que no he escrito ni escribirĂ© (pero que de alguna manera me justifican, siquiera misteriosa y rudimental) hay un relato de unas ocho o diez pĂĄginas cuyo profuso borrador se titula «Funes el memorioso»... Del compadrito mĂĄgico de mi cuento cabe afirmar que es un precursor de los superhombres, un Zaratustra suburbano y parcial; lo indiscutible es que es un monstruo. Lo he recordado porque la consecutiva y recta lectura de las cuatrocientas mil palabras de Ulises exigirĂa monstruos anĂĄlogos.
En el PrĂłlogo de «Artificios», la segunda parte de Ficciones, Borges alega que «Funes el memorioso» es una larga metĂĄfora del insomnio. De hecho, casi al final del cuento dice que a Funes le era muy difĂcil dormir, ya que dormir es distraerse del mundo. Borges da mĂĄs detalles sobre la concepciĂłn de Funes, a partir de sus noches de insomnio (probablemente en alguna pegajosa noche de verano en la quinta de AdroguĂ©), en una entrevista publicada en Estados Unidos:
Cuando sufro de insomnio trato de olvidarme de mĂ mismo, trato de olvidar mi cuerpo, la posiciĂłn que Ă©ste tenga, la cama, los muebles, los jardines del hotel, el ĂĄrbol de eucalipto, los libros en el estante, las calles del pueblo, la estaciĂłn, las casas de campo. Mas como no podĂa olvidar, seguĂa consciente y no podĂa dormirme. Entonces me preguntĂ©, supongamos que hay una persona que no pudiera olvidar nada de lo que haya percibido, y es sabido que esto le pasĂł a James Joyce, quien en el curso de un dĂa pudo exponer a Ulises a miles de cosas. PensĂ© en alguien que no pudiera olvidar esos eventos y que al final muriera destruido por su memoria infinita. En una palabra, ese matoncito soy yo, o es una imagen que uso por motivos literarios pero que corresponde a mi insomnio.
Ya en la literatura del primer milenio existen referencias a personas con una memoria prodigiosa, particularmente en la Naturalis Historia de Plinio el Viejo (Gaius Plinius Secundus, 23-79 d. C.), una suerte de enciclopedia que describe en 37 libros desde la geografĂa, la ciencia y la tecnologĂa, hasta la agricultura, las hierbas medicinales y los insectos de la antigua Roma. En el capĂtulo 24 del libro VII, dedicado a la memoria, Plinio menciona al rey Ciro de Persia, quien sabĂa el nombre de todos sus soldados; a EscipiĂłn, conocedor del nombre de todos los romanos; a Cineas, embajador del rey Pirro, quien aprendiĂł el nombre de todos los senadores romanos a sĂłlo un dĂa de llegar a Roma; MitrĂdates Eupator, quien administraba justicia en las 22 lenguas de su imperio; SimĂłnides, inventor de la mnemotecnia; o CĂĄrmadas, el griego, quien podĂa recitar de memoria cualquier libro de una biblioteca como si lo estuviera leyendo.
Plinio considera una bendiciĂłn la posibilidad de tener una memoria extraordinaria. De hecho, comienza el capĂtulo 24 del libro VII diciendo:
Memoria necessarium maxime vitae bonum cui praecipua fuerit, haut facile dictu est, tam multis eius gloriam adeptis. [La memoria, un bien absolutamente indispensable para la vida, es difĂcil decir quiĂ©n la tuvo mĂĄs sobresaliente, al ser tantos los que alcanzaron gloria por ella].
También describe lo frågil que es la memoria al notar que ésta puede perderse parcial o totalmente debido a enfermedades, heridas e incluso pånico. Por ejemplo, Plinio da cuenta de un hombre que perdió la capacidad de nombrar letras tras recibir un golpe con una piedra, y de otro que al caer de un techo olvidó a ciertas personas. También menciona a Messala Corvinus, el orador, quien perdió hasta la recolección de su propio nombre.
Borges, es sabido, tenĂa fascinaciĂłn por las enciclopedias y por la Naturalis Historia (quizĂĄ la primera enciclopedia de la historia), la cual es de hecho mencionada en «Funes el memorioso»: Funes pide al relator (Borges) cualquier texto en latĂn y Ă©ste le presta el volumen VII de la enciclopedia de Plinio y el Thesaurus de Quicherat, como para que el ingenuo Funes sufra el brutal desengaño de darse cuenta de que un libro y un diccionario no bastan para aprender un idioma tan complejo. Sin embargo, en el siguiente encuentro, Funes recibe a Borges recitando con voz burlona y en un perfecto latĂn: «Ut nihil non iisdem verbis redderetur auditum» (cuya traducciĂłn literal serĂa: «Nada de lo que ha sido escuchado puede ser repetido con las mismas palabras»).
Tapa del volumen I de una ediciĂłn de la Naturalis Historia de 1669.
Al igual que Plinio, Borges se adentra a través de ...