Desenredando la ciencia
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Desenredando la ciencia

Una mirada sobre su práctica, su historia y su dimensión social

Natalia Buacar

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Desenredando la ciencia

Una mirada sobre su práctica, su historia y su dimensión social

Natalia Buacar

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Vivimos en un mundo en el cual la ciencia tiene un lugar protagónico tanto en nuestra vida cotidiana como en aspectos alejados de ella para nuestra percepción pero que, aun así, impactan en la realidad que vivimos. La propuesta de estas páginas es recorrer algunos interrogantes sobre aquello que llamamos ciencia, partiendo desde esa misma problematización, y sobre las vías posibles para entenderla.Si bien los objetos que aborda este libro no están exentos de complejidad se procura mantener un lenguaje llano y ameno que permita el mayor alcance posible de su propuesta.

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Informations

Éditeur
Eudeba
Année
2022
ISBN
9789502331522
Capítulo 1
El reconocimiento de argumentos
Natalia Buacar
La primera parte de este libro tiene como horizonte la evaluación de argumentos. Tal como anticipamos en la presentación, cada tipo de argumento se evalúa de modo diferente y ello implica poder distinguirlos. La antesala necesaria a cualquiera de estas tareas es el reconocimiento de argumentos. De esto nos ocuparemos en este capítulo. En la primera parte, “Argumentos y argumentación”, caracterizaremos los argumentos y, en la segunda, “El ‘esqueleto’ de los argumentos: premisas y conclusión”, estudiaremos su estructura.
Argumentos y argumentación
El primer concepto que presentamos es el de argumento. De modo preliminar, diremos que un argumento es un fragmento de lenguaje, ya sea escrito u oral. La aclaración que hemos de hacer es que no todo fragmento del lenguaje es un argumento. Esto indica que la anterior caracterización revela una condición necesaria pero no suficiente de la noción de argumento.
El lenguaje puede ser usado con propósitos muy diversos y argumentar es uno de ellos. Dicho de otro modo, no siempre que hacemos uso del lenguaje estamos argumentando. Consideremos los siguientes ejemplos que ilustran algunos de los múltiples usos que pueden darse al lenguaje. Solo algunos de ellos contienen argumentos, ¿podrían determinar cuáles?
1. Flan de dulce de leche. Poner en una cacerola un litro y medio de leche, 300 g de azúcar refinada y una barrita de vainilla; dejar hervir hasta que se reduzca a la mitad, tome un poco de calor y esté algo espeso; retirar esto, agregar diez yemas y dos huevos batidos ligeramente; revolver todo bien, poner en una budinera acaramelada y cocinar en horno muy suave a baño María. Una vez frío, se desmolda.
Para acaramelar la budinera se pone en una cacerolita 50 g de azúcar, se coloca al fuego hasta que se derrita y se unta con esto la budinera.
C. de Gandulfo, P. (1955). El libro de doña Petrona. Recetas de arte culinario. Buenos Aires, Fabril Financiera.
2. Todos los hombres desean por naturaleza saber. Así lo indica el amor a los sentidos; pues, al margen de su utilidad, son amados a causa de sí mismos, y el que más de todos, el de la vista. En efecto, no solo para obrar, sino también cuando no pensamos hacer nada, preferimos la vista, por decirlo así, a todos los otros. Y la causa es que, de los sentidos, este es el que nos hace conocer más y nos muestra muchas diferencias.
Aristóteles. Metafísica. Libro I, cap. 1.
3. Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón de su espalda, y al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha, que estaba visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.
Kafka, F. (1996), La metamorfosis. Buenos Aires, Losada.
4. Afirmo, pues, que si las dos partes del universo mencionado anteriormente, la superior [celeste] gozara hoy de movimiento diario, tal como es el caso, mientras que la inferior [sublunar] permaneciera en reposo, y si mañana se invirtiese la situación y la parte inferior gozara de movimiento mientras que la otra, el cielo, careciera de él, seríamos incapaces de apercibirnos en lo más mínimo de tal mutación, pues lo mismo veríamos hoy que mañana [...] de forma totalmente idéntica a lo que le sucede a un hombre a bordo de una nave que cree ver en movimiento los árboles situados en la orilla.
Nicolás de Oresme, citado por Guillermo Boido (1996). Noticias del Planeta Tierra, Galileo Galilei y la revolución científica. Buenos Aires, AZ.
Podemos notar que solo el fragmento de Aristóteles (2) y el de Oresme (4) ejemplifican un tipo de discurso argumentativo.
Anticipamos que argumentar es una de las funciones del lenguaje y que si bien un argumento es un fragmento de lenguaje –ya sea escrito u oral–, no todo fragmento del lenguaje es un argumento. Esto quedó ejemplificado por los casos de la receta de cocina (1) y del fragmento de Kafka (3), que satisfacen el requisito de ser conjuntos de oraciones pero –tal como se ha indicado y como esperamos que hayan advertido– no ejemplifican un tipo de discurso argumentativo.
Como dijimos, algún requisito adicional a la noción preliminar de argumento ha de establecerse si pretendemos excluir casos como el de las instrucciones de la receta y la narración en el fragmento de la novela. En breve, retomaremos esta tarea, pero antes es necesario indicar que, en una primera aproximación, un argumento es un conjunto de oraciones, más precisamente, un conjunto de enunciados. Nos ocuparemos, entonces, de precisar el concepto de enunciado.
Los argumentos son conjuntos de enunciados. Los enunciados son un tipo de oraciones que afirman o niegan que algo sea el caso.(1) Razón por la cual tiene sentido preguntarse si son verdaderas o falsas.
Desde ya, el lenguaje se emplea de múltiples maneras y hay otros tipos de oraciones como por ejemplo, las preguntas, los pedidos, las órdenes. En estos casos, no se afirma ni niega nada y no cabe preguntarse por su verdad o falsedad. Si alguien: dice “por favor, ¿me alcanzás ese libro?”, poco sentido tendría preguntarse si esa oración es verdadera o falsa. Si cabe algún tipo de análisis para una oración así, no es en términos de verdad o falsedad.
La posibilidad de preguntarnos por la verdad o falsedad funciona como un test para identificar aquellas oraciones que hacen afirmaciones (enunciados), y distinguirlas de las que no afirman un estado de cosas.
Apliquemos dicho test a los siguientes ejemplos y tratemos de determinar cuáles de estas oraciones son enunciados:
5. ¿Cuántos planetas hay en el sistema solar?
6. ¡Hola!
7. ¡Quedate, por favor!
8. Te ordeno que te quedes.
9. Te prohíbo que vayas a la fiesta.
10. Charles Darwin es el autor de El origen de las especies.
11. Solo el 28% de los puestos de investigación científica son ocupados por mujeres.
12. La raíz cuadrada de 4 es 2.
Puede observarse que en los casos 5 a 9 no parece pertinente la pregunta por la verdad o falsedad. Una evaluación de estas oraciones realizada en términos de verdad o falsedad resultaría extraña. En tanto la pregunta 5 solicita una respuesta, resultaría desconcertante sancionarla de falsa: ¿qué sentido tendría decir que esa pregunta es falsa? Algo similar ocurre con la oración 6. Una persona podría alegrarse u ofenderse frente a ese saludo, pero si, como respuesta, alguien dijese “Lo que decís es verdadero”, podríamos sospechar que no ha comprendido correctamente la oración. De manera semejante, podríamos evaluar la legitimidad del pedido formulado en 7, de la orden mencionada en 8 o respecto de la prohibición expresada en 9 (tal vez consideraríamos legítima tal prohibición si fuera formulada por la madre de una menor de edad, pero definitivamente no, si dicho enunciado apareciese en el contexto de una discusión mantenida por una pareja). De modo que analizar las oraciones 5, 6, 7, 8 y 9 en términos de su verdad o falsedad no es atinado. Por el contrario, sí resulta apropiado para las oraciones 10 a 12.
En el caso de las oraciones 10, 11 y 12, sí es pertinente preguntarse si son verdaderas o falsas, puesto que expresan información acerca de hechos o sucesos que puede resultar ser cierta o no. Ello confirma que estamos en presencia de oraciones que son enunciados. De ahora en más, excepto indicación contraria, cuando hablemos de oraciones nos concentraremos en aquellas que se utilizan para afirmar algo; esto es, hablaremos de oraciones y enunciados indistintamente.
La noción de enunciado es relevante porque está relacionada con la definición que dimos de argumento. Más aún, tal como veremos en los próximos capítulos, la característica distintiva de los enunciados de poder ser evaluados en términos veritativos (es decir, como verdaderos o falsos) es crucial a la hora de evaluar argumentos.
El “esqueleto” de los argumentos: premisas y conclusión
Señalamos que un argumento es un conjunto de enunciados y que no todo conjunto de enunciados constituye un argumento. Consideremos el siguiente texto:
13. Lo que generalmente se denomina período clásico de la economía abarca más de cien años de pensamiento económico y es casi exclusivamente británico por su orientación y sus principales aportaciones. Los tres grandes tratados del período clásico son Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (1776), de Adam Smith (1723-1790); On the Principles of Political Economy and Taxation (1817), de David Ricardo (1772-1823); y Principles of Political Economy (1848), de John Stuart Mill (1806-1873). Poco después de la publicación de la obra de Ricardo, aparecieron además algunos pequeños anticipos de la teoría neoclásica. John Stuart Mill representa el fin del período clásico.
Landreth, H. y Colander, D. (2006). Historia del pensamiento económico. Madrid, McGraw-Hill.
Este fragmento está compuesto por un conjunto de oraciones que hacen afirmaciones, es decir de enunciados. De hecho, tiene sentido preguntar por la verdad o falsedad de las oraciones. Sin embargo, no es un argumento. Veamos por qué.
Un argumento es un conjunto de enunciados que mantienen una estructura. En un argumento hay premisas y conclusión: las premisas pretenden sostener, abonar, establecer, dar razones a favor de la conclusión.
Los fragmentos de Aristóteles (2) y de Oresme (4) antes presentados son efectivamente argumentos, pues poseen la estructura premisas-conclusión. Estos textos cumplen con las condiciones que estipula la definición de argumento, que se ofrece a continuación:
Un argumento es un conjunto de enunciados en los que alguno o algunos de ellos se esgrimen como razón a favor de otro que pretende ser así establecido. A los primeros se los denomina premisas; al último, conclusión.
En primer lugar, hacemos notar que, en los argumentos, deberemos reconocer una o más premisas y una conclusión.(2) En términos generales, las premisas son un conjunto de enunciados que se ofrecen como razones (este conjunto puede incluir uno o más enunciados). La conclusión, por su parte, es el enunciado a favor del cual se argumenta. La conclusión de cada argumento es única.
En segundo lugar, señalamos que un argumento puede ser formulado en un solo enunciado; tal es el caso de:
14. Hipatia de Alejandría es considerada una mártir, pues fue brutalmente asesinada por una turba de cristianos por enseñar ciencia y filosofía paganas.
Si bien se trata de una oración, esta formula un argumento, pues podemos reconocer allí una conclusión: Hipatia de Alejandría es considerada una mártir, como así también una premisa: Hipatia de Alejandría fue brutalmente asesinada por una turba de cristianos por enseñar ciencia y filosofía paganas. Este ejemplo se ajusta a la definición de argumento que hemos expuesto. En tanto se trata de una única oración, este enunciado surge de la combinación de enunciados más simples; en este caso, el que identificamos como premisa y el que identificamos como conclusión. En el siguiente capítulo, distinguiremos distintos tipos de enunciados y estudiaremos cómo se combinan unos con otros.
El ejemplo presentado revela otra particularidad de los argumentos. Esta consiste en que si bien al analizarlos se puede distinguir una estructura, su formulación no suele respetar un orden preciso. En otras palabras, la conclusión no necesariamente aparece al final del argumento, sino que puede estar al comienzo (como en el caso recién citado) o aparecer en algún otro lugar. Sin embargo, en este libro, al reconstruir los argumentos, seguiremos un orden específico de modo de facilitar su análisis.
Indicadores de premisas y conclusión
En apartados anteriores, hemos hecho referencia a la vastedad de cosas que podemos hacer con el lenguaje: dar órdenes, formular pedidos, preguntas, expresar sentimientos, argumentar. Normalmente, en tan...

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