Cambia tu iglesia para bien
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Cambia tu iglesia para bien

Brad Powell

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Cambia tu iglesia para bien

Brad Powell

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Cada semana más y más personas se alejan de la iglesia, no porque no crean sino porque la iglesia se ha vuelto irrelevante para sus vidas. No Dios, la iglesia.
En 1990, Brad Powell se unió a la Iglesia NorthRidge como pastor principal, una congregación sin entusiasmo luchando por ser relevante para Cristo. Ahora considerada una de "las iglesias de más rápido crecimiento" en los estados del medio oeste y "una de las 50 iglesias más influyentes". El pastor Powell restauró la iglesia en una comunidad próspera infundiéndola de amor, de alcance, relevancia cultural y una relación renovada con Dios.

Cambia tu iglesia para bien suministra a los pastores y otros líderes de la iglesia, mediante experiencias personales directas y anécdotas, los recursos esenciales para que la alegría y la vida sean restauradas en una iglesia que está muriéndose.

Si eres un líder buscando dirección para el cambio, o un miembro orando para un milagro, este ejemplo viviente puede servirte de punto de partida para tu iglesia.

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Informations

Éditeur
Grupo Nelson
Année
2010
ISBN
9781602554887





PARTE 1
Aquí está
la iglesia
CAPÍTULO 1
El fracaso no fue final
Si ocurre aquí, puede ocurrir en cualquier sitio
Me sentía destruido. No era como me lo había imaginado. Pensaba que sería ese nuevo y eficiente pastor que, montando un caballo blanco, salvaría a la iglesia. La iglesia no estaba bien y yo la iba a arreglar. Pero habían pasado dos años y no había mejorado; es más, todo el esfuerzo me había dejado exhausto, sin ánimo y derrotado.
Había trabajado más arduamente que nunca, pero sin resultados. No lograba arrancar. La iglesia parecía estar en peores condiciones que cuando llegué. Aun cuando sucedieron algunas cosas buenas, continuaba descendiendo… y en todas las áreas. Tanto la asistencia como las actitudes eran negativas, nada parecía poder cambiar la situación. Fue en ese momento que se me hizo plenamente claro que carecía del caballo blanco. De hecho, en más de una manera, parecía que el problema era yo. Y lo era.
Fue durante ese tiempo que Dios me hizo ver que había estado dirigiendo su iglesia como si hubiera sido «mi» iglesia. Había estado guiando la gente a mí… en vez de a Él. Había estado tratando de cambiar la iglesia por la fuerza de mi personalidad, pero no me estaba funcionando. No demoré en identificar un par de razones. La primera fue que el tamaño de esta iglesia era demasiado grande para que una sola personalidad pudiera impactarla positivamente. Aunque gastaba cada chispa de energía buscando infundir pasión y entusiasmo en esa iglesia, no le estaba haciendo mella. La segunda razón era que mi personalidad no le asentaba bien a la iglesia. La congregación estaba acostumbrada a pastores de mayor edad, refinados y serios. Yo era joven, inoportuno y divertido. En lugar de atraerlos, los repelía. Las cosas no lucían bien.
Quise ver eso con otra perspectiva y decidí tener un breve retiro espiritual asistiendo a una conferencia eclesiástica. Necesitaba un respiro pero, aun más, necesitaba desesperadamente oír a Dios. A mitad del evento, en lugar de la sesión programada, se incluyó un tiempo de adoración. En otras circunstancias eso me habría importunado. Por lo regular me gusta recibir tanta información como sea posible. Pero en esa ocasión la adoración fue exactamente lo que necesité.
Dios usó ese momento para revelárseme y para revelarme mi problema. Nunca me había encontrado en una situación así. No sabía qué hacer. No tenía las respuestas. Me sentía miserable y fracasado. Y, aunque me era difícil admitirlo, el problema era conmigo. Pensaba que lo podía hacer todo, sin que importara el lugar ni el momento. Dios me aclaró que esa era la razón de mi fracaso. Estaba tratando de dirigir a la iglesia sin tomarlo a Él en cuenta. Aunque Él era el único que podía edificarla, lo estaba manteniendo fuera. Cuando lo reconocí, fui quebrantado. Falté a la mayor parte de lo que restaba del evento para poder dedicar tiempo sobre mis rodillas delante de Dios y de su Palabra. Ese fue un momento decisivo en mi ministerio. Al fin, solo en el cuarto del hotel, fui desnudado de la autosuficiencia que me estaba impidiendo experimentar la plenitud de la presencia, el poder y las promesas de Dios. Gracias a este quebrantamiento me estaba volviendo el hombre que Dios por tanto tiempo me había estado pidiendo que fuera… un genuino líder espiritual.
Dirigir desde abajo
Llegué a esta iglesia a la edad de treinta y dos años y en mis mejores condiciones, o por lo menos así pensaba. Lo cierto era que estaba en el fondo. Me tomó dos años de fracasos entender que me era imposible cambiar exitosamente la iglesia debido a que me era imposible cambiar los corazones de la gente. Solo Cristo podía hacerlo. Aprendí que la única manera de poder dirigirla eficazmente durante un cambio era desde abajo… reconociendo plenamente mis debilidades y mi incapacidad, y dependiendo completamente de Él. La Biblia lo dice claramente, aun cuando yo lo estaba aprendiendo a la fuerza: «Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes» (Santiago 4.6).
Me consoló saber que el apóstol Pablo tuvo que aprender esa misma lección.
Había estado
dirigiendo su
iglesia como si
hubiera sido «mi»
iglesia. Había
estado guiando la
gente a mí… en vez
de a Él.
Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2 Corintios 12.7-10)
Como resultado de esa revelación, me arrepentí de mi liderazgo y me comprometí a guiar a la iglesia a Dios, por medio de Él. Al fin, por gracia, estaba preparado para liderar, aun cuando la iglesia a la que había sido llamado a liderar probaría esa preparación una y otra vez.
De Templo Bautista a Iglesia de NorthRidge
La iglesia a la que había sido llamado a pastorear era el Templo Bautista de Detroit, Michigan. Esa congregación gozaba de una herencia increíble. En 1969, Elmer Towns la había incluido en su libro, The Ten Largest Sunday Schools [Las diez escuelas dominicales más grandes]. La había dirigido un enérgico e innovador pastor del sur del país que llegó a la iglesia en 1935. La sincronización fue perfecta. Como resultado de la floreciente industria automotriz, se había dado una enorme migración desde el sur hacia el área de Detroit. Los obreros de la industria automotriz dejaban atrás a familiares, amigos, iglesias y su cultura, para trabajar y vivir en el norte del país. Este pastor sureño era el tipo perfecto para alcanzarlos. Se contaban por miles los que aceptaban a Cristo y se afiliaban a esta iglesia de cultura sureña. Era como un pedacito de hogar para ellos. Esto resultó en que la iglesia se convirtiera en una enorme e impactante congregación para su día.
Con el tiempo surgieron ciertos problemas insuperables entre el pastor y la iglesia. En 1950, la iglesia decidió sacarlo de su cargo y sustituirlo por el que era su mano derecha. Este último pastorearía la iglesia por veinticinco años. No era la misma clase de comunicador o innovador como líder, pero administró su ministerio con congruente excelencia y un éxito relativo.
Entonces el mundo empezó a cambiar. El flujo de sureños se detuvo, y la cultura de Detroit comenzó a evolucionar de manera significativa. Como consecuencia, lenta pero persistentemente, el estilo sureño de la iglesia se volvió irrelevante para la cambiante comunidad. La iglesia entró en una larga y dolorosa temporada de declinación. Para la fecha en que fue incluida en el libro de Towns, el Templo Bautista ya estaba en declinación desde hacía quince años. El año 1954 fue el punto culminante de esta congregación. Desde entonces, el descenso fue permanente excepto en dos de esos años.
La declinación empezó de manera lenta, pero con el tiempo el ímpetu de la pérdida se volvió incontrolable. A fin de cuentas, el Templo Bautista perdería el setenta y cinco por ciento de la asistencia y el noventa por ciento de la feligresía. La mayor pérdida se dio en los diez años previos a mi llegada. Cuando llegué, la edad promedio de los que se congregaban era de cincuenta y siete años, había muy pocos adultos jóvenes, y aun menos niños. Era claro que la iglesia enfrentaba un futuro cuestionable, a menos que experimentara un giro sin precedentes. Son muchas las congregaciones que necesitan algún cambio pero para, que el Templo Bautista pudiera sobrevivir, la transición tendría que darse de cuantas maneras fuera concebible.
Transición cultural
Nuestra iglesia necesitaba una transición cultural. Era una iglesia sureña de principios del siglo veinte tratando de alcanzar a gente de un área de cultura norteña a fines del siglo veinte. Se tocaban banjos en el sótano, había un órgano en cada salón de clases y los ujieres hacían formación contra la pared trasera del auditorio clavando sus miradas en los asistentes durante todo el servicio de adoración. Todo era sensato para los de adentro, pero era un mundo extraño para cualquiera que viniera de afuera. Si esa iglesia iba a dar un giro tendría que experimentar una transición cultural.
Transición generacional
La iglesia necesitaba una transición generacional. Como ya he señalado, la edad promedio de los feligreses era cincuenta y siete. La iglesia había perdido literalmente dos generaciones de personas y estaba comenzando a perder la tercera. No podía retener a sus propios hijos, menos podía alcanzar a nuevos jóvenes. Si la iglesia iba a poder seguir adelante, tendría que empezar a alcanzar a las nuevas generaciones.
Transición organizativa
El Templo Bautista necesitaba una transición organizativa. La iglesia había sido organizada para apoyar y sostener un ministerio con necesidades y problemas diferentes a los que enfrentaba ahora. En efecto, la mayoría de los problemas los causaba su compromiso con las soluciones del pasado. Era un compromiso con una estructura organizativa que no estaba equipada para suplir las necesidades de una iglesia que se encaminaba hacia el siglo veintiuno. Estaba ajustada para apoyar y sostener una visión que ya no era relevante. Si iba a poder ver una transición, tendría que cambiar su organización.
Transición metodológica
Nuestra iglesia necesitaba una transición metodológica. Los métodos que empleaba eran relevantes para una era que ya no existía. No obstante, se creía que esos métodos representaban la única manera apropiada de ministrar. Con el tiempo, habían permitido que sus prácticas se sobrepusieran a los principios de Dios. Para que esa iglesia volviera a ser efectiva se tendría que hacer lo impensable… cambiar los métodos.
Transición filosófica
La iglesia necesitaba una transición filosófica. Su ministerio se había tornado defensivo antes que ofensivo. Tres décadas cuesta abajo habían hecho que la iglesia dirigiera su ministerio a evitar la pérdida de su propia gente antes que a alcanzar a nuevas personas. Sencillamente se había enfocado en los de adentro antes que en los de afuera. Eso tendría que cambiar si la iglesia iba a sobrevivir y ser eficaz.
Transición espiritual
Por último, nuestra iglesia necesitaba una transición espiritual. El enojo y el conflicto prevalecían en el Templo Bautista. Tras tres décadas de declinación, habían comenzado a acusarse y a pelearse entre sí. Era cierto que había gente maravillosa en la iglesia, pero el amor no era siempre evidente. No se estaba comunicando ni experimentando lo suficiente la luz ni la esperanza. Esa iglesia no estaba funcionando bien en ningún sentido. El ímpetu negativo parecía insuperable. De haber una iglesia que pudiera escribir su propia lápida, esta lo era. Para que sobreviviera se requeriría un viraje milagroso.
Con Dios todo es posible
Ahora, imagínate que yo hubiera llegado pensando que podía salvarla… que podía hacer ese «milagro». Hubiera sido una verdadera necedad. Habría sido como si Moisés se hubiese parado frente al Mar Rojo y pensara que podía dividirlo. Pero con todo y lo necio que eso hubiese sido, no lo era la idea de que la iglesia merecía y estaba lista para liberarse. Después de todo, fue Cristo el que dijo: «Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible» (Mateo 19.26). Moisés era incapaz de dividir el Mar Rojo, Dios no. Y lo dividió. Cuando llegué a esta iglesia, mi problema no era que no creyera que ella podía hacer exitosamente la transición. Mi problema era creerme que yo podía hacerlo. Cuando por fin quité de en medio mi yo y la confianza en mí mismo, Dios pudo usarme para hacer lo que siempre había prometido hacer… «edificar la iglesia» (Mateo 16.18). Dios estaba esperando que yo me saliera del medio y confiara en Él.
Nuestra iglesia, que ahora se llama NorthRidge, está experimentando lo que la mayoría había considerado imposible. Somos una iglesia saludable, creciente y culturalmente relevante. La edad promedio de los congregantes es de treinta años. Hemos alcanzado miles para Cristo. Somos casi tres veces más grandes de lo que la iglesia era en su mejor año antes de que empezara a declinar. No estamos atados a prácticas culturales ni a tradiciones obstinadas del pasado. Antes, estamos comprometidos con la vivencia de los propósitos y valores de Dios en el presente. Son muchos los que ahora están experimentando y comunicando el amor, la luz y la esperanza de Dios.
¿Por qué todo esto es importante? ¡Porque le provee esperanza a tu iglesia! Es cierto que hay algunas congregaciones saludables y relevantes en el mundo, pero también lo es que hay muchas más que están enfermas y que son irrelevantes. Es posible que tú seas parte de una, o lo hayas sido. Desgraciadamente, la mayoría de las personas les pierde la confianza a estas iglesias. ¡No lo hagas tú! Dios no lo ha hecho. Nuestra iglesia es prueba viviente de eso.
La realidad es esta: si en nuestra iglesia ocurrió una transición exitosa, también puede ocurrir en la tuya. Si Dios me usó para guiar la transición, ciertamente puede usarte a ti. No importa por lo que tú o tu iglesia puedan estar pasando, la esperanza permanece. A la luz de la resurrección, el fracaso no tiene que ser final, ni para las personas ni para las iglesias. Después de todo, la historia de una iglesia es la historia de las personas.
La realidad es esta: si en nuestra iglesia ocurrió una transición exitosa, también puede ocurrir en la tuya. Si Dios me usó para guiar la transición, ciertamente puede usarte a ti.
Cuando llegué a
esta iglesia, mi
problema no era
que no creyera que
ella podía hacer
exitosamente
la transición. Mi
problema era
creerme que yo
podía hacerlo.
Si eres parte de una iglesia que no es lo que debería ser, ora por tu pastor y por los líderes de tu iglesia, anímalos y ofréceles ayuda en el comienzo del camino hacia un cambio sincero y sin concesiones. Si eres pastor o líder de una grey estancada o en declinación, te animo a que permanezcas firme. Comprométete a confiar en que Dios te usará para que la iglesia haga la transición hacia lo saludable, lo relevante y lo creciente. Las transiciones exitosas dentro de la congregación son a menudo difíciles, pero siempre valdrán la pena, ya que la iglesia, cuando trabaja bien, es la esperanza del mundo. Si la tuya no está trabajando bien, por favor entiende que hay esperanza. Anímate al máximo por lo que nos ha ocurrido a nosotros, ya que si nos ha sucedido a nosotros, le puede pasar a cualquiera.
Estoy seguro que podrás imaginarte cuántas lecciones valiosas hemos aprendido en nuestra transición… algunas de ellas a pesar nuestro. Una de las razones por las cuales Dios nos ha permitido experimentar una transición tan profunda, y aprender estas lecciones, es que podamos alentar y ayudar a otros líderes y a otras iglesias.
En las páginas siguientes encontrarás las verdades bíblicas y los principios de liderazgo que nos guiaron exitosamente en nuestro camino de cambios sin componendas. Si te ocupas de leerlas y entenderlas, confío en que Dios pueda usarlas para hacer lo mismo contigo y con tu iglesia.
La realidad es
esta: si en nuestra
iglesia ocurrió una
transición exitosa,
también puede
ocurrir en la tuya.
Si Dios me usó para
guiar la transición,
ciertamente puede
usarte a ti.
CAPÍTULO 2
Bien concebida
La esperanza del mundo
El libro de Hechos me fascina. Nos presenta a la iglesia irrumpiendo explosivamente en escena, como si fuera un cuento de hadas. Aunque siempre lo anhelamos, parecía que por primera vez en la historia se daba aquello de que: «y vivieron felices para siempre»; por primera vez parecía una posibilidad real. Era asombroso. Cuando la iglesia irrumpió en escena, el evangelio comenzó a derribar toda clase de muro de separación que el hombre había levantado, y se dio a la tarea de esparcir un...

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