Creer
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Randy Frazee

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Randy Frazee

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À propos de ce livre

Creer, al igual que La Historia, es una experiencia de crecimiento espiritual para toda la iglesia y para todas las edades. Acompaña a cada persona en un peregrinar en el cual les enseña a pensar y actuar como JesĂșs y asemejarse a Él. El formato es flexible, y consiste en una introducciĂłn y tres mĂłdulos de diez semanas cada uno, en los cuales se revelan las creencias, prĂĄcticas y virtudes bĂĄsicas de un seguidor de Cristo.Los planes de estudio que acompañan a esta obra y que estĂĄn ajustados para diferentes edades, asĂ­ como la abundante variedad de herramientas impresas y digitales, hacen de Ă©ste un poderoso programa para toda la iglesia.Al igual que La Historia, esta experiencia asequible, adaptable y de fĂĄcil manejo comienza con la Biblia. Cada uno de los capĂ­tulos se centra en una de las diez creencias bĂĄsicas, una de la diez prĂĄcticas bĂĄsicas y una de las diez virtudes esenciales que han unificado a los creyentes del mundo entero durante cerca de dos mil años.

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Informations

Éditeur
Vida
Année
2014
ISBN
9780829766325
SER

¿Quién estoy llegando a ser?

Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mĂ­, como yo en Ă©l, darĂĄ mucho fruto; separados de mĂ­ no pueden ustedes hacer nada.
—Juan 15.5
En el pasaje anterior, JesĂșs compara la vida cristiana con una vid. Él es la vid; nosotros somos las ramas. Si permanecemos en la vid de Cristo, con el tiempo se producirĂĄ un fruto sorprendente y exquisito al final de nuestras ramas para que todos lo vean y prueben.
A la gente le encanta el fruto maduro y de delicioso sabor, pero hace muecas con el fruto verde, podrido o artificial. JesĂșs quiere producir en nuestra vida un fruto que nos cause un gran gozo tanto a nosotros como a otros. Para que esto suceda debemos permanecer en Cristo. Permanecer simplemente significa «estar quieto». Llegar a ser como JesĂșs es un viaje. El crecimiento espiritual implica un proceso de composiciĂłn. Mientras mĂĄs coherencia mostremos con Cristo, mayor llega a ser.
Nutrir la pasiĂłn y la disciplina para pensar y actuar como JesĂșs es nuestra parte proactiva en lo que respecta a permanecer en la vid de Cristo, pero no estamos solos. El Padre es el labrador. Él riega, labra la tierra, se asegura de que tengamos una exposiciĂłn al sol adecuada y nos poda.
A medida que permanecemos en Cristo y el Jardinero hace su trabajo, finalmente el brote del fruto aparece al final de nuestra rama. Con el pasar del tiempo, el fruto crece y madura. El fruto maduro por fuera evidencia la salud de la rama por dentro. El fruto maduro por fuera ministra a las personas que Dios ha puesto en nuestra vida. Ese fruto las acerca a nosotros; ese fruto las alimenta y constituye un refrigerio. A Dios le agrada que nosotros «repartamos» el amor que él depositó primero en nosotros.
Los Ășltimos diez capĂ­tulos exponen las diez virtudes clave que Dios desea ver desarrolladas en tu vida. Mientras lees, susurra en silencio: «¥Esto es lo que quiero llegar a ser!». Y con la ayuda de Dios, lo conseguirĂĄs.
Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
—Filipenses 4.13

CAPÍTULO
21
Amor

IDEA CLAVE
Estoy comprometido a amar a Dios y amar a otros.
VERSÍCULO CLAVE
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados. Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto jamås a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente.
—1 Juan 4.10–12
La Biblia es una narrativa compleja. Sin embargo, ¿cuål es la idea elevada, y a la vez sencilla, detrås de todas las historias y enseñanzas que contiene este libro antiguo? El amor: el amor domina la historia de Dios. En 1 Corintios 13 se nos ofrece una ferviente descripción del amor que resuena por todas las Escrituras.
Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy mås que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso.
El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoĂ­sta, no se enoja fĂĄcilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor jamås se extingue, mientras que el don de profecía cesarå, el de lenguas serå silenciado y el de conocimiento desaparecerå. Porque conocemos y profetizamos de manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerå. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrås las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido.
Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la mĂĄs excelente de ellas es el amor.
1 CORINTIOS 13.1–13

EL MAYOR MANDAMIENTO

El amor como el mayor mandamiento se puede encontrar muy pronto en la historia de Dios con su pueblo. Por ejemplo, cerca del final de su vida, Moisés reunió a los israelitas para recordarles lo que verdaderamente importaba mientras se preparaban para entrar en la tierra prometida. Sus palabras, narradas en el libro de Deuteronomio, incluyen un pasaje conocido como el Shema («oír» en hebreo), el cuål mås adelante se convirtió en la confesión de fe judía, recitada dos veces al día en los servicios de oración de la mañana y la noche. Como articula el Shema, el amor entre Dios y su pueblo siempre ha sido la fuerza impulsora detrås de una vida de fe.
«Escucha, Israel: El SEÑOR nuestro Dios es el Ășnico SEÑOR. Ama al SEÑOR tu Dios con todo tu corazĂłn y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. GrĂĄbate en el corazĂłn estas palabras que hoy te mando. IncĂșlcaselas continuamente a tus hijos. HĂĄblales de ellas cuando estĂ©s en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo; llĂ©valas en tu frente como una marca; escrĂ­belas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades.»
DEUTERONOMIO 6.4–9
Fluyendo de la prioridad de amar a Dios con todo nuestro corazĂłn, alma y mente se presenta el mandamiento de amar a nuestro prĂłjimo como a nosotros mismos.
«No alimentes odios secretos contra tu hermano, sino reprende con franqueza a tu prójimo para que no sufras las consecuencias de su pecado.
»No seas vengativo con tu prĂłjimo, ni le guardes rencor. Ama a tu prĂłjimo como a ti mismo. Yo soy el SEÑOR.»
LEVÍTICO 19.17–18
Durante un encuentro narrado en el Nuevo Testamento entre JesĂșs y los lĂ­deres religiosos, el Señor calificĂł estos dos mandamientos del Antiguo Testamento —amar a Dios y amar a los demĂĄs— como los dos mayores de todos los mandamientos.
Uno de los maestros de la ley se acercĂł y los oyĂł discutiendo. Al ver lo bien que JesĂșs les habĂ­a contestado, le preguntĂł:
—De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante?
—El mĂĄs importante es: “Oye, Israel. El Señor nuestro Dios es el Ășnico Señor —contestĂł JesĂșs—. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazĂłn, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” El segundo es: “Ama a tu prĂłjimo como a ti mismo.” No hay otro mandamiento mĂĄs importante que Ă©stos.
—Bien dicho, Maestro —respondiĂł el hombre—. Tienes razĂłn al decir que Dios es uno solo y que no hay otro fuera de Ă©l. Amarlo con todo el corazĂłn, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prĂłjimo como a uno mismo, es mĂĄs importante que todos los holocaustos y sacrificios.
Al ver JesĂșs que habĂ­a respondido con inteligencia, le dijo:
—No estás lejos del reino de Dios.
Y desde entonces nadie se atreviĂł a hacerle mĂĄs preguntas.
MARCOS 12.28–34
Los seguidores de Dios deben vivir vidas totalmente distintas a las de aquellos que los rodean. Tienen que perdonar y entregarse a los demĂĄs, mostrĂĄndoles amor a todos. El mandamiento de amar a Dios y otras personas no se desvaneciĂł con el surgimiento de la iglesia. Los mismos principios que guiaron a Israel siguieron siendo esenciales para la iglesia en tiempos del Nuevo Testamento, asĂ­ como lo son para la iglesia hoy en dĂ­a. El amor es el cumplimiento supremo de todas las leyes del Antiguo Testamento. La ley del amor es la Ășnica que deberĂ­a reinar en el corazĂłn y la vida de cada cristiano.
«Ustedes han oĂ­do que se dijo: “Ama a tu prĂłjimo y odia a tu enemigo.” Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que estĂĄ en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ÂżquĂ© recompensa recibirĂĄn? ÂżAcaso no hacen eso hasta los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ÂżquĂ© de mĂĄs hacen ustedes? ÂżAcaso no hacen esto hasta los gentiles? Por tanto, sean perfectos, asĂ­ como su Padre celestial es perfecto.»
MATEO 5.43–48
No tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros. De hecho, quien ama al prĂłjimo ha cumplido la ley. Porque los mand...

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