El techo del cielo
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El techo del cielo

Conversaciones con el alma

Federico Storani

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  1. 160 pagine
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El techo del cielo

Conversaciones con el alma

Federico Storani

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A través de un diálogo entre el cuerpo y el alma el autor contrapone los impulsos juveniles y la inexperiencia a la sabiduría. Esta particular confrontación le permite reflexionar acerca del ser, el cómo ser, la diferencia entre la esencia y la identidad, la relación con el tiempo, la elección entre el vértigo y la vorágine, y las cuestiones metafísicas fundamentales, el arte, la ciencia, la política y el amor.Por esos desfiladeros se deslizan: los sueños, la imaginación y la fantasía, la razón y los impulsos, el encanto y el desencanto, las utopías, los deseos y las culpas, el apego y el aburrimiento, la amistad y el amor, la felicidad y el dolce far niente, a través de una escritura que recurre a imágenes y lenguaje poético.En este libro se nos abre sin ningún pudor, partiendo de su propia esencia: la poesía, poniendo en palabras lo que su accionar viene expresando desde siempre, su convicción de que el cielo no tiene techo.

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Informazioni

Anno
2021
ISBN
9789875993839
Argomento
Literatura
Categoria
Poesía
Prólogo
Es probable que a los lectores de estas páginas, que solamente conocen al Federico Storani público, al militante inquebrantable, al profesor universitario dedicado, al analista político riguroso, encontrarse con este libro les resulte una sorpresa. Pero para los que compartimos gran parte de nuestra vida con él, no es más que la confirmación de una manera apasionada de vivir.
A través de un diálogo entre el cuerpo y el alma, el autor contrapone los impulsos juveniles y la inexperiencia a la sabiduría. Esta particular confrontación le permite reflexionar acerca del ser, el cómo ser, la diferencia entre la esencia y la identidad, la relación con el tiempo, la elección entre el vértigo y la vorágine, y las cuestiones metafísicas fundamentales, el arte, la ciencia, la política y el amor.
Influenciado por las lecturas de Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger, Albert Camus, Jean-Paul Sartre y Claudio Magris, Federico Storani aborda los grandes temas de la filosofía: la vida, el sentido de la vida, su trascendencia.
Por esos desfiladeros se deslizan: los sueños, la imaginación y la fantasía, la razón y los impulsos, el encanto y el desencanto, las utopías, los deseos y las culpas, el apego y el aburrimiento, la amistad y el amor, la felicidad y el dolce far niente, a través de una escritura que recurre a imágenes y lenguaje poético.
Si tuviera que definir con una palabra a Fredi Storani, sin dudar elegiría la palabra “pasión”. Fredi es como un río de montaña, de esos que no tienen ni dan respiro; ríos en los que las preguntas y las respuestas se arremolinan con extrema vertiginosidad.
En este libro se nos abre sin ningún pudor, partiendo de su propia esencia: la poesía; poniendo en palabras lo que su accionar viene expresando desde siempre: su convicción de que el cielo no tiene techo.
El que abraza a este libro abraza a un hombre.
Walt Whitman, sobre su libro Hojas de hierba
Cuando estás ausente, tu figura se dilata hasta el punto de llenar el universo. Pasas al estado fluido, que es el de los fantasmas. Cuando estás presente, tu figura se condensa; alcanzas las concentraciones de los metales más pesados, del iridio, del mercurio. Muero de ese peso, cuando me cae en el corazón.
Marguerite Yourcenar, Fuegos
Despreocupados, irónicos, violentos, así nos quiere la sabiduría: es una mujer, ama siempre únicamente a un guerrero.
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra
Poesía
De los miles matices del cielo
los del arco iris o el iris del ojo
me seduce la sangre del rojo
el que me hace hervir a su antojo
y con su arrojo me eleva del suelo.
Los grises y el gris me entristecen
siento que siempre adolecen
del envión que contagia pasión
y reducen a la tibia ilusión
lo absurdo de sobrevivir en ausencia
pudiendo extasiarse explorando la esencia.
La tenue brisa descubrirá tu cima
si el vendaval del espíritu que te anima
es el huracán que te conduce al cielo
sabiendo que en ese azaroso vuelo
sortearás un universo de terciopelo
solo si eres capaz de descorrer el velo
que el miedo impone a la agonía
aferrándote a la eternidad de la utopía
dejándote inundar por una pizca de sabiduría
sin que te asfixie el exceso de razón
porque siempre tendrás perdón
si aprendes que esa enfermedad tiene cura
si le aplicas una buena dosis de locura.
Y despertarás…
...a todo lo que te produzca ardor
aunque esa escalada esté plagada de dolor
siempre será menor que la pena de sucumbir
ante la tentación de dejarte morir
si tienes la osadía de saber
que el único líquido que te hace vivir
es el que solo puedes beber
cuando te empuja el misterioso valor
de abrirte con el rocío de la flor
al insondable abismo del amor.
Y entonces…
...el cielo no tendrá techo
será solo un cálido lecho
donde embriagado de calma
descanse tu aguerrida alma.
I
El techo del cielo…
—¡Toma esa flor entre las páginas!
—Pero si es un simple señalador...
—¡Tómala!… Está en su lugar.
—Por obedecerte, me clavé una espina y se está manchando.
—Ya estaba manchada. Ahora… ¡Lee la poesía con la voz que salga!
—“De los miles matices del cielo…”, un momento..., ¿tiene techo el cielo?
—Se dice que la curiosidad mata, pero, esta vez, salva. En cuanto al cielo, no tiene techo, pero lo sabrás después de haber subido. Lo hermoso y misterioso es que nuestra cima no es la cima, esta última no existe, igual que el techo del cielo.
—Y entonces, ¿para qué subir hacia lo que no existe?
—Porque me gusta más que bajar, imagino que la belleza del misterio está en subir. Me atemorizan los abismos.
—También hay misterio en los abismos.
—El que nunca elegimos ni elegiríamos.
—¿Cómo lo sabes? ¿Por qué tanta seguridad, si es mi elección?
—Por lo que vivimos o estamos viviendo y no podemos negar porque todavía sangramos.
—Viviendo o… padeciendo con mi ayuda inevitable.
—Viviendo, con los riesgos de siempre, y tu ayuda me abrumó con las intensas relaciones de la juventud. Después hice mi parte y aprendí.
—¿Qué?
—La belleza del recuerdo, la nostalgia de la flor que se abría y me impregnaba de su olor cuando exploraba balbuceante las zonas de un cuerpo que desataban en mí una catarata de estremecimientos, hasta estallar como un volcán…
—... el placer fue fácil de aprender, lo difícil…
—... mientras lentamente recuperaba la paz al sentir el terciopelo de los labios posados sobre mi cuello, como si fueran las ramas de un árbol que brinda refugio a un pájaro agitado por el vértigo del vuelo.
—... lo difícil es aprender a olvidar. Y aunque suene poético, o tal vez por eso, no creo que alivie.
—¿No es acaso la poesía lo que amas?
—Amo y he amado tanto y a tantas cosas… que ahora no sé si es la búsqueda de la bendita belleza o una maldición.
—Todo nace de la belleza, nosotros, las cosas y las causas, nada se le escapa. Por eso nunca tuve la certeza de que la poesía fluya de lo que los sentidos nos transmiten, y luego los recuerdos, con el auxilio de la imaginación y la fantasía, nos ayudan a expresar en palabras.
—Pero buscamos paz…, cierta armonía.
—La comezón, que pica y arde, supera el deseo de armonía o la sencilla musicalidad poética. Suponer que la belleza se abarca reduciéndola a una expresión estética es tan ingenuo como pretender que los sentimientos que inspiran la poesía sean armónicos y que el caos que con frecuencia desata pueda entenderse. Me acostumbré a navegar sobre las aguas turbulentas que son las mismas que cuando las invade la quietud me permiten contemplar, recordar y conmoverme.
—Mirar, tocar, oler, es mi territorio…, el dominio de mi reino.
—Tu territorio precario, sí…, tu dominio, dudo. Es el reino que no tolera el dominio de los límites, por el que aprendí a contemplar e influir sin lograr determinar siempre el curso de los hechos…, aunque, conociéndote, debería. El que me enseñó a percibir las pasiones como lágrimas de mar, como medusas que arden. Así, entendí que nada de lo vivido carece de ellas, hasta que mis células se convirtieron en la suma de las pasiones vividas: un organismo sin forma que en la dimensión del tiempo y del espacio no está lejos ni cerca, pero está, y no sería quien soy sin él.
—Pero soy y...

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