PrĂłlogo
Es probable que a los lectores de estas pĂĄginas, que solamente conocen al Federico Storani pĂșblico, al militante inquebrantable, al profesor universitario dedicado, al analista polĂtico riguroso, encontrarse con este libro les resulte una sorpresa. Pero para los que compartimos gran parte de nuestra vida con Ă©l, no es mĂĄs que la confirmaciĂłn de una manera apasionada de vivir.
A travĂ©s de un diĂĄlogo entre el cuerpo y el alma, el autor contrapone los impulsos juveniles y la inexperiencia a la sabidurĂa. Esta particular confrontaciĂłn le permite reflexionar acerca del ser, el cĂłmo ser, la diferencia entre la esencia y la identidad, la relaciĂłn con el tiempo, la elecciĂłn entre el vĂ©rtigo y la vorĂĄgine, y las cuestiones metafĂsicas fundamentales, el arte, la ciencia, la polĂtica y el amor.
Influenciado por las lecturas de Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger, Albert Camus, Jean-Paul Sartre y Claudio Magris, Federico Storani aborda los grandes temas de la filosofĂa: la vida, el sentido de la vida, su trascendencia.
Por esos desfiladeros se deslizan: los sueños, la imaginaciĂłn y la fantasĂa, la razĂłn y los impulsos, el encanto y el desencanto, las utopĂas, los deseos y las culpas, el apego y el aburrimiento, la amistad y el amor, la felicidad y el dolce far niente, a travĂ©s de una escritura que recurre a imĂĄgenes y lenguaje poĂ©tico.
Si tuviera que definir con una palabra a Fredi Storani, sin dudar elegirĂa la palabra âpasiĂłnâ. Fredi es como un rĂo de montaña, de esos que no tienen ni dan respiro; rĂos en los que las preguntas y las respuestas se arremolinan con extrema vertiginosidad.
En este libro se nos abre sin ningĂșn pudor, partiendo de su propia esencia: la poesĂa; poniendo en palabras lo que su accionar viene expresando desde siempre: su convicciĂłn de que el cielo no tiene techo.
Ricardo Wullicher
Buenos Aires, julio de 2010
El que abraza a este libro abraza a un hombre.
Walt Whitman, sobre su libro Hojas de hierba
Cuando estĂĄs ausente, tu figura se dilata hasta el punto de llenar el universo. Pasas al estado fluido, que es el de los fantasmas. Cuando estĂĄs presente, tu figura se condensa; alcanzas las concentraciones de los metales mĂĄs pesados, del iridio, del mercurio. Muero de ese peso, cuando me cae en el corazĂłn.
Marguerite Yourcenar, Fuegos
Despreocupados, irĂłnicos, violentos, asĂ nos quiere la sabidurĂa: es una mujer, ama siempre Ășnicamente a un guerrero.
Friedrich Nietzsche, AsĂ hablĂł Zaratustra
PoesĂa
De los miles matices del cielo
los del arco iris o el iris del ojo
me seduce la sangre del rojo
el que me hace hervir a su antojo
y con su arrojo me eleva del suelo.
Los grises y el gris me entristecen
siento que siempre adolecen
del enviĂłn que contagia pasiĂłn
y reducen a la tibia ilusiĂłn
lo absurdo de sobrevivir en ausencia
pudiendo extasiarse explorando la esencia.
La tenue brisa descubrirĂĄ tu cima
si el vendaval del espĂritu que te anima
es el huracĂĄn que te conduce al cielo
sabiendo que en ese azaroso vuelo
sortearĂĄs un universo de terciopelo
solo si eres capaz de descorrer el velo
que el miedo impone a la agonĂa
aferrĂĄndote a la eternidad de la utopĂa
dejĂĄndote inundar por una pizca de sabidurĂa
sin que te asfixie el exceso de razĂłn
porque siempre tendrĂĄs perdĂłn
si aprendes que esa enfermedad tiene cura
si le aplicas una buena dosis de locura.
Y despertarĂĄsâŠ
...a todo lo que te produzca ardor
aunque esa escalada esté plagada de dolor
siempre serĂĄ menor que la pena de sucumbir
ante la tentaciĂłn de dejarte morir
si tienes la osadĂa de saber
que el Ășnico lĂquido que te hace vivir
es el que solo puedes beber
cuando te empuja el misterioso valor
de abrirte con el rocĂo de la flor
al insondable abismo del amor.
Y entoncesâŠ
...el cielo no tendrĂĄ techo
serĂĄ solo un cĂĄlido lecho
donde embriagado de calma
descanse tu aguerrida alma.
I
El techo del cieloâŠ
âÂĄToma esa flor entre las pĂĄginas!
âPero si es un simple señalador...
âÂĄTĂłmala!⊠EstĂĄ en su lugar.
âPor obedecerte, me clavĂ© una espina y se estĂĄ manchando.
âYa estaba manchada. Ahora⊠¥Lee la poesĂa con la voz que salga!
ââDe los miles matices del cieloâŠâ, un momento..., Âżtiene techo el cielo?
âSe dice que la curiosidad mata, pero, esta vez, salva. En cuanto al cielo, no tiene techo, pero lo sabrĂĄs despuĂ©s de haber subido. Lo hermoso y misterioso es que nuestra cima no es la cima, esta Ășltima no existe, igual que el techo del cielo.
âY entonces, Âżpara quĂ© subir hacia lo que no existe?
âPorque me gusta mĂĄs que bajar, imagino que la belleza del misterio estĂĄ en subir. Me atemorizan los abismos.
âTambiĂ©n hay misterio en los abismos.
âEl que nunca elegimos ni elegirĂamos.
âÂżCĂłmo lo sabes? ÂżPor quĂ© tanta seguridad, si es mi elecciĂłn?
âPor lo que vivimos o estamos viviendo y no podemos negar porque todavĂa sangramos.
âViviendo o⊠padeciendo con mi ayuda inevitable.
âViviendo, con los riesgos de siempre, y tu ayuda me abrumĂł con las intensas relaciones de la juventud. DespuĂ©s hice mi parte y aprendĂ.
âÂżQuĂ©?
âLa belleza del recuerdo, la nostalgia de la flor que se abrĂa y me impregnaba de su olor cuando exploraba balbuceante las zonas de un cuerpo que desataban en mĂ una catarata de estremecimientos, hasta estallar como un volcĂĄnâŠ
â... el placer fue fĂĄcil de aprender, lo difĂcilâŠ
â... mientras lentamente recuperaba la paz al sentir el terciopelo de los labios posados sobre mi cuello, como si fueran las ramas de un ĂĄrbol que brinda refugio a un pĂĄjaro agitado por el vĂ©rtigo del vuelo.
â... lo difĂcil es aprender a olvidar. Y aunque suene poĂ©tico, o tal vez por eso, no creo que alivie.
âÂżNo es acaso la poesĂa lo que amas?
âAmo y he amado tanto y a tantas cosas⊠que ahora no sĂ© si es la bĂșsqueda de la bendita belleza o una maldiciĂłn.
âTodo nace de la belleza, nosotros, las cosas y las causas, nada se le escapa. Por eso nunca tuve la certeza de que la poesĂa fluya de lo que los sentidos nos transmiten, y luego los recuerdos, con el auxilio de la imaginaciĂłn y la fantasĂa, nos ayudan a expresar en palabras.
âPero buscamos pazâŠ, cierta armonĂa.
âLa comezĂłn, que pica y arde, supera el deseo de armonĂa o la sencilla musicalidad poĂ©tica. Suponer que la belleza se abarca reduciĂ©ndola a una expresiĂłn estĂ©tica es tan ingenuo como pretender que los sentimientos que inspiran la poesĂa sean armĂłnicos y que el caos que con frecuencia desata pueda entenderse. Me acostumbrĂ© a navegar sobre las aguas turbulentas que son las mismas que cuando las invade la quietud me permiten contemplar, recordar y conmoverme.
âMirar, tocar, oler, es mi territorioâŠ, el dominio de mi reino.
âTu territorio precario, sĂâŠ, tu dominio, dudo. Es el reino que no tolera el dominio de los lĂmites, por el que aprendĂ a contemplar e influir sin lograr determinar siempre el curso de los hechosâŠ, aunque, conociĂ©ndote, deberĂa. El que me enseñó a percibir las pasiones como lĂĄgrimas de mar, como medusas que arden. AsĂ, entendĂ que nada de lo vivido carece de ellas, hasta que mis cĂ©lulas se convirtieron en la suma de las pasiones vividas: un organismo sin forma que en la dimensiĂłn del tiempo y del espacio no estĂĄ lejos ni cerca, pero estĂĄ, y no serĂa quien soy sin Ă©l.
âPero soy y...