Grandeza para cada día
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Grandeza para cada día

Stephen R. Covey, David Hatch

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  1. 512 pagine
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Grandeza para cada día

Stephen R. Covey, David Hatch

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¡Dar lo mejor de sí!
Cada revista de Selecciones presenta una historia que muestra a las personas dando lo mejor de sí, generalmente en medio de la adversidad o los desafíos. Esta colección de historias inspiradoras, las mejores de los archivos de Selecciones, ha sido compilada junto a un comentario pertinente del doctor Stephen R. Covey de tal forma que puede convertirse en un recurso impactante e inspirador para todo aquél que busque algo más de esta vida. El formato del libro le permite utilizarlo como un estudio serio o como una lectura casual.

Entre los temas se incluyen: Búsqueda designificado, Cómo encargarse, Empecemos por dentro, La creación del sueño, Cómo llevarse bien con otros, Cómo vencer la adversidad y Cómo armonizar las piezas.

Entre los escritores se encuentran algunos de los líderes y celebridades más reconocidos y apreciados del mundo: Shakespeare, Walt Disney, Maya Angelou, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln, Erma Bombeck, Betty Ford y muchos más. Sólo Selecciones pudo realizar el trabajo de reunir esta colección de escritos en este libro.

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Informazioni

Anno
2008
ISBN
9781418581220
CÓMO VENCER LA ADVERSIDAD
Si usted está levantando una tormenta,
no espere una navegación despejada
.
—P. P. SULLIVAN
Ya sea en el trabajo independiente o en equipo con otros, podemos esperar dificultades. Por tanto, el modo en que decidamos responder a la adversidad puede preparar o destruir nuestra habilidad para lograr los propósitos tras los que decidimos ir. Por fortuna, gran parte de las dificultades que enfrentamos en la vida obran finalmente a nuestro favor. Nos desafían. Nos enseñan. Nos hacen llegar un poco más alto y un poco más hondo.
Los principios que ayudan a vencer los obstáculos de la vida incluyen:
Adaptabilidad
Magnanimidad
Perseverancia
16
ADAPTABILIDAD
En cuanto hay vida hay peligro.
—RALPH WALDO EMERSON
Aunque algunos individuos dejan que la adversidad incline o destruya sus espíritus, otros rápidamente se adaptan al entorno y vencen las dificultades. La habilidad de adaptarse y de dar lo mejor en situaciones difíciles es una prueba segura de Grandeza para cada día.
A lo largo de los años Selecciones de Reader’s Digest ha publicado cientos de historias conmovedoras y dramáticas de individuos que han vencido toda clase de impedimentos imaginables: ataques físicos, pérdida de seres queridos, desesperación económica, desastres naturales, etc. Recuerde, por ejemplo, las primeras historias de esta recopilación, que incluyen a John Baker, Betty Ford, Walt Disney, Maya Angelou y Luba Gercak. Cada uno es relato de cómo vencer la adversidad. Aunque cada sufrimiento es tan exclusivo como el individuo que lo enfrentó, hay algunas perlas comunes en cómo se adaptan y conquistan los vencedores. Varias de ellas se demuestran en «El mensaje de los arces» y en las otras dos historias de adaptabilidad que le siguen.
EL MENSAJE DE LOS ARCES
Edward Ziegler
Lo conozco como un hombre sabio, que vive en reclusión con su esposa, pero dispuesto, dijo, a recibirme si alguna vez estaba en esa parte de Nueva Inglaterra.
Lo había oído hablar hace años y recientemente había leído varios de sus libros. Ahora lo estaba buscando, porque tenía esperanzas de que su sabiduría pudiera aliviar la melancolía que me consumía y que oscurecía mis días. Las pérdidas económicas y una antigua discapacidad se habían combinado para quitarle gran parte de sabor a mi vida.
En un día claro de invierno, lo encontré en su granja cerca de Corinth, Vermont, rodeado de campos y bosques salpicados por la nieve. Tras años de escribir, dar conferencias y ayudar a los demás, como ministro y como «médico del alma», Edgar N. Jackson estaba poniendo en práctica ahora su propia sabiduría consigo mismo. Había sido golpeado por un grave derrame cerebral. Lo dejó paralizado del costado derecho e imposibilitado de hablar.
El pronóstico inicial había sido grave. Le dijeron a Estelle, su esposa durante cincuenta y tres años, que era improbable que recuperara el habla. Sin embargo, al cabo de pocas semanas había vuelto a obtener su capacidad de hablar y estaba decidido a recuperar todavía más de sus facultades.
Se puso de pie para saludarme. Era un hombre de aspecto distinguido, de mediana estatura, que se movía con lentitud, ayudado por un bastón, y que tenía una inequívoca chispa en la mirada. Me condujo hasta su estudio. Estaba lleno de libros, nuevos y viejos, todos rodeando un escritorio donde había una computadora, resmas de papel y revistas.
Me dijo que le alegraba oír que sus libros me habían ayudado. De hecho, así fue, les dije, pero aun así, se habían sumado una serie de infortunios a una angustia que no estaba seguro de poder dominar.
—Entonces, en un sentido, ha sido golpeado por la pena —dijo.
—Pero no he perdido a nadie cercano —respondí.
—No importa, lo que está atravesando está relacionado con el dolor. Lo esencial es hacer el duelo total por sus pérdidas y encontrar solaz aprendiendo a vivir con ellas. Las personas que no lo hacen —añadió—, terminan amargadas y desilusionadas por la angustia. No son capaces de encontrar solaz. Pero otros que usan creativamente el hecho del duelo pueden obtener una nueva sensibilidad y una fe más rica. Por eso escucha tantas veces que tenemos que desahogar nuestros sentimientos, expresar nuestras emociones. Eso es parte del proceso de duelo. Solo así puede seguir la sanidad.
“Déjeme mostrarle algo”, ofreció, señalando a través de la ventana un sitio de arces desnudos, impasibles ante el fuerte viento que daba tirones a sus ramas yermas y enviaba hacia abajo un polvo del tenue brillo de la nevada de ayer. Un dueño anterior había plantado los arces en el perímetro de un campo de forraje de tres acres de superficie.
Salimos por una puerta lateral y nos movimos lentamente sobre la nieve crujiente hacia los pastos. En verano era un espacio rocoso con césped y flores silvestres, pero ahora era de color marrón y estaba marchito por las heladas. Advertí que entre cada árbol grande había hileras de alambre de púas.
«Hace sesenta años, el hombre que plantó estos árboles los usaba para resguardar la pastura y esto le ahorraba mucho trabajo de cavar agujeros para los postes. Era un trauma para los árboles jóvenes tener alambre de púas clavado en su tierna corteza. Algunos lucharon contra ellos. Otros se adaptaron. Así, por ejemplo, el alambre de púas ha sido aceptado e incorporado en la vida de este árbol, pero no en la del que está más allá».
Señaló un viejo árbol severamente desfigurado por el alambre. «¿Por qué ese árbol se daña a sí mismo luchando contra el alambre de púas, mientras que este que está aquí se convirtió en amo del alambre en lugar de ser su víctima?»
El árbol cercano no mostraba ninguna marca. En lugar de las cicatrices largas y dolorosas, parecía que el alambre había penetrado por un lado y salido por el otro, casi como si hubiera sido introducido por medio de un taladro.
«He pensado mucho acerca de esta arboleda», dijo mientras regresábamos a la casa. «¿Qué fuerzas internas posibilitan vencer una herida como la del alambre de púas, en lugar de permitir que desfigure el resto de su vida? ¿Cómo puede una persona transformar el duelo en un nuevo crecimiento en lugar de permitir que se convierta en una invasión que le destruye la vida?»
Edgar no podía encontrar explicación a lo que les pasaba a los arces, admitió. «Pero con las personas», continuó, «las cosas son mucho más claras. Hay maneras de enfrentar la adversidad y hacerse camino a través de ese período de pena. Primero, hay que tratar de mantener un aspecto juvenil. Luego, no tener resentimientos. Y quizá lo más importante de todo consista en hacer todos los esfuerzos necesarios para ser amable consigo mismo. Eso es lo difícil. Uno tiene que pasar mucho tiempo consigo mismo y la mayoría solemos ser demasiado críticos. Firme un tratado de paz consigo mismo, le digo. Perdónese por los tontos errores que ha cometido».
Después de otra mirada pensativa a la arboleda de arces, me condujo de regreso a la casa. «Si somos sabios en la manera en que manejamos el duelo, si podemos guardar un luto rápido y pleno, el alambre de púas no gana. Podemos vencer toda angustia y vivir la vida triunfante».
Estelle apareció con una porción de pastel de manzanas y una taza de café. «Intento mantener un margen de crecimiento en mi vida, buscando nuevos conocimientos, nuevas amistades, nuevas experiencias», continuó Edgar, mirando la nueva computadora y una media decena de libros nuevos en su escritorio. Había estado librando su propia batalla. Aún se sentía frustrado por la parálisis parcial de su costado derecho, pero no le daba lugar a la derrota.
«Podemos usar nuestras experiencias dolorosas como excusas para replegarnos. O podemos aceptar las promesas de resurrección y renacimiento». Su mirada se desvió hacia el forraje con un manto de nieve al otro lado del camino.
—Usted tiene sus problemas. Yo tengo mis propias luchas. Yo voy a trabajar en las mías —me ofreció—, si usted trabaja en los suyos.
—Gracias, lo haré —prometí y nos dimos la mano. Habíamos hecho un trato. Sentí que había obtenido una nueva forma de entender y ahora tenía una estrategia para manejar mis penas.
Mientras conducía por el valle, pude dar un vistazo a su granja entre las praderas. El viento jugaba con las partes encumbradas de esos postes de cerca vivientes que, aunque seguían siendo misteriosos, tenían mucho que decirnos a todos.
Muchas adversidades de la vida son a corto plazo y se detienen rápidamente cuando encontramos un nuevo empleo, solucionamos una discusión, o nos recuperamos de un resfriado. Pero otras formas de adversidad son a largo plazo: la pérdida de un ser querido, una dolencia física permanente, una relación familiar desalentadora o un trágico accidente no son temporales, ni se quitan fácilmente. En tales casos, los arces de Edgar Jackson proporcionan esperanza y guía. Nos enseñan el poder de confrontar la adversidad, adaptarnos y seguir adelante.
A veces la adaptación significa «haga lo que debe hacer». El joven de la siguiente historia sabe muy bien cómo hacerlo.
EL COMPETIDOR
Derek Burnett
Kyle Maynard estaba tratando arduamente de no perder ante el tipo del parque de atracciones Six Flags. Con el transcurso de los años, había desarrollado un repertorio de tácticas de persuasión; desde recurrir al encanto hasta sus proezas de fuerza, por ejemplo, hacer dos docenas de abdominales. Pero el operador de la montaña rus...

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