La búsqueda de un sueño (A Dream Called Home Spanish edition)
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La búsqueda de un sueño (A Dream Called Home Spanish edition)

Una autobiografía

Reyna Grande

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La búsqueda de un sueño (A Dream Called Home Spanish edition)

Una autobiografía

Reyna Grande

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La extraordinaria historia de Reyna Grande—que comenzó en su exitosa autobiografía La distancia entre nosotros —continúa ahora en esta fabulosa travesía para encontrar su lugar en los Estados Unidos como universitaria latina de primera generación y como escritora. Reyna Grande tenía nueve años cuando cruzó la frontera de México y los Estados Unidos buscando un hogar y el reencuentro con sus padres, quienes la habían dejado en su tierra natal para migrar a Los Ángeles en busca de una mejor vida. Sin embargo, lo que encontró fue a una madre indiferente y a un padre alcohólico y violento, en un país cuyo sistema educativo menospreciaba sus raíces.Reyna se refugió en las palabras. Su amor por la lectura y la escritura fueron su inspiración para salir adelante y lograr lo que parecía imposible: ser la primera persona en su familia en asistir a la universidad. Pero la experiencia universitaria resultó intimidante, y muy pronto descubrió que desconocía lo que se requiere para forjar una carrera a partir de un sueño.Contra viento y marea, Reyna convirtió su condición de inmigrante indocumentada en la de "una escritora valiente, inteligente y brillante" (Cheryl Strayed, autora de Wild ) que "habla por millones de inmigrantes cuyas voces no han sido escuchadas" (Sandra Cisneros, autora de La casa en Mango Street ). Narrada con esa prosa conmovedora y sincera que la caracteriza, en La búsqueda de un sueño Reyna Grande nos relata cómo persiguió sus sueños para construir lo que siempre había anhelado: un hogar duradero.

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Information

Publisher
Atria Books
Year
2018
ISBN
9781501172083

Libro dos

YO SOY MI HOGAR

19

MI ROMANCE EN flor con Eddie me ayudó a calmar la herida del nuevo distanciamiento que tuve con mi padre después de la graduación. Una vez más, mi papá y yo no nos hablábamos, y eso me llevó a apegarme a Eddie de un modo que no debía. Me llevó a buscar desesperadamente su amor y aprobación para aplacar el dolor que sentí cuando mi padre regresó a Los Ángeles sin despedirse.
Había conocido a Eddie un año antes, cuando entré a Los Mejicas. Era uno de los mejores bailarines del grupo. No sólo podía seducir al público con su carisma sobre el escenario, sino que fuera de él se mostraba aún más encantador. Era muy popular, en especial con las chicas, por su buena plática y su increíble sentido del humor. A diferencia de otros hombres, él no me intimidaba ni intentaba dominarme con su machismo. Por mi parte, había sufrido demasiadas decepciones con los muchachos en la universidad, que sólo querían acostones de una noche y me trataban como a cualquier otra tipa que podían agregar a su lista de conquistas universitarias.
Nos convertimos en buenos amigos desde el momento en que nos conocimos, y aunque sospechaba que quizá Eddie era gay, nunca se lo pregunté ni él tampoco me lo dijo. Además, no era posible vivir en Santa Cruz sin jamás haber cuestionado tu sexualidad. Después de todo, aquí fue donde conocí a mis primeras amistades lesbianas, gay y bisexuales. El año anterior había tenido mi primer contacto con una chica, pero luego de besarnos, me quedó claro que cuando se trataba de miembros de mi propio sexo, sólo quería su amistad. Los hombres, especialmente Eddie, me gustaban demasiado como para ser lesbiana.
Tres meses antes de iniciar mi último cuatrimestre, no podía creer que estaba a punto de graduarme sin haber tenido un novio universitario de la UCSC con quien platicar de nuestros sueños y sobre el futuro. Quería encontrar a alguien que estuviera en el mismo camino que yo, que me entendiera. Estaba lista para vivir un tipo de amor distinto, con un chico que no me recordara a mi padre, para variar. Pensé que ese chico sería Eddie. Me sentía segura con él, con su ternura y su dulce sonrisa; la vulnerable sensibilidad que mostraba con abierta y absoluta naturalidad era algo que aún no había visto en ningún otro hombre.
Un buen día, a unas semanas de mi graduación, terminamos cachondeando en su habitación. Hicimos de todo menos tener sexo, ya que él no quería “llegar hasta el final”. Aseguraba estar chapado a la antigua y quería reservarse para el matrimonio. Creí que era un chico sin igual y, de hecho, me alegraba que no quisiera tener sexo conmigo.
—El sexo sólo lo complica todo —aseguró Eddie. Era un gran admirador del escritor mexicano Carlos Cuauhtémoc Sánchez, y me dio un ejemplar de Juventud en éxtasis, que hablaba de los peligros de las relaciones premaritales, de la pureza del matrimonio y del amor. A diferencia de mi novio de la preparatoria, que me acosó para tener relaciones con él hasta que acepté y perdí mi virginidad porque me sentí presionada, Eddie hablaba incansablemente de los ideales de sólo entregarse a alguien por amor. A los veintidós años seguía siendo virgen, mientras que yo ya me había acostado con varios hombres y me sentía avergonzada de mi vida sexual. Los libros que me prestó consiguieron avergonzarme todavía más.
Quería experimentar ese amor célibe en el que él parecía creer. Estar a su lado me hacía desear ser pura e inocente, al igual que él.
Eddie nació en el estado costero de Nayarit, en la parte centro occidental de México, y llegó de niño a los Estados Unidos. Algunas de sus hermanas aún vivían en Nayarit y él planeaba visitarlas en cuanto terminara la universidad. Le conté que nunca había visitado otro lugar del país que no fuera mi estado de Guerrero.
—¿Por qué no me acompañas a mi pueblo natal? —me preguntó unas semanas antes de la graduación.
—¿Hablas en serio? —respondí. ¿Me iba a llevar al lugar donde nació? Eso sólo podía significar algo: las cosas entre nosotros se estaban poniendo serias. Aún no me pedía que fuera su novia, pero supuse que era una cuestión de tiempo o, de lo contrario, no me llevaría a su hogar.
—Será divertido —me aseguró—. Entonces, ¿qué dices?
Desde que entré a Los Mejicas había fantaseado con viajar por México para visitar otros estados, además de Guerrero, donde nacieron mis bailes favoritos: Veracruz, Jalisco, Michoacán y Nayarit.
Así que después de la graduación, cuando mis hermanos y padres regresaron a Los Ángeles, me dirigí entusiasmada a México con Eddie, con el plan de pasar parte del verano en su pueblo natal. Luego regresaría a Los Ángeles para comenzar mi nueva vida como graduada universitaria.
Llegamos a Guadalajara y tomamos el autobús rumbo al pueblo de Eddie en Nayarit, que se encontraba a unas horas hacia el norte. Me emocionaba tener la oportunidad de conocer una nueva parte de México y de compartir esa experencia con él. Aún no podía creer que se interesara en mí, porque los tipos populares como él nunca intentaban nada conmigo. No era hermosa ni increíblemente inteligente; sólo era una chica común con sueños extraordinarios, que por lo general no bastaban para impresionar a los hombres que quería impresionar.
Pero ahora estaba en México con el chico de quien me estaba enamorando. Mientras el autobús avanzaba por la carretera, yo apoyaba la cabeza en su pecho, pensando en que la íbamos a pasar de maravilla. Esperaba que por fin lleváramos nuestra relación al siguiente nivel.
Al acercarnos a nuestro destino, me contó acerca de sus hermanas, sus sobrinas y sobrino, y de su pueblo natal. No podía esperar para conocer a su familia y explorar su hogar. De pronto, Eddie dejó de hablar y se puso serio. Su sonrisa eterna desapareció y me miró.
—Reyna, hay algo que tengo que decirte.
Me acomodé en mi asiento para verlo a los ojos.
—¿Qué pasa?
—Mira, no lo tomes a mal, ¿de acuerdo? Bueno, de verdad me agradas mucho y me divierto cuando estoy contigo, pero sólo quiero que seamos amigos.
—¿Qué quieres decir? —pregunté. Su cabello oscuro, como de costumbre, le caía en la frente, cubriéndole parcialmente sus ojos café. Quería estirar la mano y apartárselo, como había hecho varias veces antes.
Eddie miró por la ventana.
—Quiero decir que sólo seamos amigos, ¿está bien? Sé que te importo mucho, y tú también me importas a mí, pero no estoy listo para una relación.
—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué aquí, en el autobús? Y nada menos que en México.
—Lo siento, no era mi intención lastimarte —respondió, mirando la mirada a sus manos—. Sólo que no estoy listo para un compromiso y, bueno, me siento mal porque parece que esperas más de este viaje de lo que puedo darte. Reyna, no quiero lastimarte. Créeme. —Finalmente volteó a verme; sus ojos me suplicaban que no armara un escándalo—. ¿Podríamos ser sólo amigos?
No sabía qué responder ni qué hacer. ¿Cómo rayos se suponía que debía reaccionar? Me encontraba en un autobús que se dirigía a un estado desconocido, donde no conocía a nadie, de camino a la casa de un chico que adoraba, pero que me acababa de romper el corazón. Sé que intentaba aclarar las intenciones que tenía conmigo de la mejor manera que podía, así como acabar con aquellas pinches fantasías que me había creado en la cabeza, pero ¿por qué diablos no terminó conmigo antes de que nos subiéramos al avión?
Me miré las manos, sintiéndome una cobarde por permanecer en silencio.
—Sólo disfrutemos del tiempo que pasaremos juntos, ¿está bien? —me propuso.
El conductor del autobús anunció nuestra llegada. Respiré profundamente, me trague el llanto y me bajé del vehículo después de Eddie. Miré la taquilla, preguntándome si debía comprar el boleto de regreso a Guadalajara y luego volver a los Estados Unidos. Tenía que largarme de aquí. No podía quedarme en este lugar con él. No así.
Sin embargo, la hermana mayor de Eddie, sus sobrinas y sobrino ya estaban ahí; tuve que apartar la vista de la taquilla y resignarme al hecho de que no habría escapatoria.
—Ella es mi amiga Reyna —me presentó Eddie. Me estremecí ante la manera en que enfatizó la palabra “amiga”.
—Mucho gusto —le dije a su hermana, saludándola de mano. Y con un enorme suspiro fui a recoger mi equipaje, tragándome las lágrimas.
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Durante los siguientes días descubrí un nuevo nivel de dolor. Estar atrapada con él en casa de su hermana resultó una tortura. Eddie, con sus bromas y su risa, traía su hermosa energía a la casa. Todos adoraban estar con él. Sus sobrinas y sobrino estaban prendidos a él, igual que su hermana. Nadamos en el río, exploramos los maizales y trepamos las rocas que había a lo largo de la ribera. Recorrimos el centro de la ciudad, el mercado y las ruinas de los templos construidos por los pueblos nativos ancestrales. El lugar era muy hermoso, tal como Eddie lo había descrito. La tierra era de un color rojo intenso y los lugareños lo usaban para elaborar cerámica. Nunca había visto algo similar. Hasta el río era rojizo, como terracota líquida. La ciudad era muy diferente de Iguala. A pesar de que los hogares estaban construidos con tabicón, sencillos y modestos, el sitio no exhibía la miseria de mi ciudad natal. Había color por todos lados: las casas estaban pintadas de un verde brillante, de amarillo y rosa mexicano; el rojo de la tierra; el azul eléctrico del cielo nayarita. Era idílico. Era el lugar perfecto para enamorarse.
La belleza de la ciudad sólo agravaba mi dolor. Desde la primera noche, lloré hasta quedarme dormida, tratando de guardar silencio para no despertar a las sobrinas de Eddie, cuya habitación compartía. Quería tener una relación con él sin que se interpusieran la confusión, el drama y los traumas psicológicos de mi crianza abusiva. Quería ser una parte importante de su vida, de la misma manera que él lo era de la mía.
Por las mañanas me despertaba con los párpados hinchados y los ojos enrojecidos. La hermana de Eddie se compadecía de mí y me daba rebanadas de papa fresca para que la hinchazón disminuyera y no me viera como una zombie durante el día.
—No sé por qué lo hizo —le dije, mientras me aplicaba las rebanadas en los ojos—. Me trajo aquí sólo para romperme el corazón.
—Nadie se merece eso. Y me sorprende mucho su comportamiento —comentó—. Nunca he conocido a alguien más dulce que mi hermano. Espero que lo puedas perdonar.
Con el paso de los días, no perdía la esperanza de que él recapacitara. Es una bajeza romperle el corazón a una chica en un lugar donde no conoce a nadie, donde no tiene a dónde ir, donde no hay alguien que pueda darle apoyo y la ayude a sanar.
De repente me di cuenta de que sí tenía un lugar a donde ir y de que contaba con alguien.
—Me marcho —le dije al siguiente día—. Me voy a Iguala.
—Lo siento, Reyna —respondió—. De verdad. ¿Me puedes llamar cuando llegues para saber que estás bien?
Asentí con la cabeza y salí por la puerta con mi maleta; me dirigí al sur hacia los brazos de mi abuelita.
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Tardé trece horas en llegar a mi ciudad natal; y lloré la mayor parte del camino. Me aterraba tener que viajar de noche sola en el autobús. Las veces que había ido a Iguala, lo hice durante el día y el recorrido había sido de sólo tres horas desde la Ciudad de México. Nayarit se hallaba más al norte y tenía que atravesar tres estados para llegar a Guerrero. No conocía para nada la ruta. Me sentí perdida de más maneras de las que podía contar, como una vagabunda en un país que me desconcertaba más que nunca.
Cuando llegué a Iguala entrada la noche, mi tía y mi abuelita se sorprendieron al verme, aunque había llamado para avisarles de mi llegada. Era mi aspecto; ni aun la oscuridad podía ocultar mis ojos enrojecidos. No quería contarle a nadie que acababan de romperme el corazón. Pero todos pudieron notar mi sufrimiento. Cuando mi prima Lupe limpió la casa, me ofrecí a ayudarla. Puso canciones de Marco Antonio Solís “El Buki” y estallé en llanto mientras trapeaba el suelo.
Te extraño más que nunca y no sé qué hacer.
Despierto y te recuerdo al amanecer.
—¡No hay nada más difícil que vivir sin ti! —cantaba—. Sufriendo en la espera de verte llegar.
Por la tarde, me senté a la mesa del comedor con abuelita Chinta me quejé de mi vida amorosa. Ella me contó una historia que yo no conocía.
—Entiendo tu dolor, m’ija —me dijo, palmeándome la cabeza.
—Gracias, abuelita. Sé que sufrió mucho cuando murió mi abuelo —le comenté, tras darle un sorbo al té de canela que me había preparado. Mi abuelo Gertrudis falleció una semana antes de que yo naciera. Mi madre estaba embarazada y no asistió al funeral porque los lugareños creían que era de mala suerte que un bebé no nacido se expusiera a los cadáveres y almas errantes que había en el cementerio. De todos mis hermanos, yo era la única zurda, igual que mi abuelo. Siempre había creído que ese fue su regalo especial para mí al morir.
—No hablo de tu abuelo —me confesó.
Mi abuelita me contó que cuando era una señorita se enamoró de un joven, pero su padre y sus hermanos no aprobaron la relación.
—Eliseo era pobre; un simple campesino —dijo— y mi familia no me permitió estar con él. Así que huí de casa y me fui a vivir con él, desesperada por luchar por nuestro amor. Nos amábamos como aman los jóvenes: con ganas y entrega total. —Se rio de su comentario, antes de continuar—. Pero mi padre y mis hermanos me fueron a buscar, me jalaron por las greñas y me sacaron arrastrando de su casa. Amenazaron con matar a Eliseo si se volvía a acercar a mí, y ése fue el final de nuestra ...

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