Libro dos
YO SOY MI HOGAR
19
MI ROMANCE EN flor con Eddie me ayudĂł a calmar la herida del nuevo distanciamiento que tuve con mi padre despuĂ©s de la graduaciĂłn. Una vez mĂĄs, mi papĂĄ y yo no nos hablĂĄbamos, y eso me llevĂł a apegarme a Eddie de un modo que no debĂa. Me llevĂł a buscar desesperadamente su amor y aprobaciĂłn para aplacar el dolor que sentĂ cuando mi padre regresĂł a Los Ăngeles sin despedirse.
HabĂa conocido a Eddie un año antes, cuando entrĂ© a Los Mejicas. Era uno de los mejores bailarines del grupo. No sĂłlo podĂa seducir al pĂșblico con su carisma sobre el escenario, sino que fuera de Ă©l se mostraba aĂșn mĂĄs encantador. Era muy popular, en especial con las chicas, por su buena plĂĄtica y su increĂble sentido del humor. A diferencia de otros hombres, Ă©l no me intimidaba ni intentaba dominarme con su machismo. Por mi parte, habĂa sufrido demasiadas decepciones con los muchachos en la universidad, que sĂłlo querĂan acostones de una noche y me trataban como a cualquier otra tipa que podĂan agregar a su lista de conquistas universitarias.
Nos convertimos en buenos amigos desde el momento en que nos conocimos, y aunque sospechaba que quizĂĄ Eddie era gay, nunca se lo preguntĂ© ni Ă©l tampoco me lo dijo. AdemĂĄs, no era posible vivir en Santa Cruz sin jamĂĄs haber cuestionado tu sexualidad. DespuĂ©s de todo, aquĂ fue donde conocĂ a mis primeras amistades lesbianas, gay y bisexuales. El año anterior habĂa tenido mi primer contacto con una chica, pero luego de besarnos, me quedĂł claro que cuando se trataba de miembros de mi propio sexo, sĂłlo querĂa su amistad. Los hombres, especialmente Eddie, me gustaban demasiado como para ser lesbiana.
Tres meses antes de iniciar mi Ășltimo cuatrimestre, no podĂa creer que estaba a punto de graduarme sin haber tenido un novio universitario de la UCSC con quien platicar de nuestros sueños y sobre el futuro. QuerĂa encontrar a alguien que estuviera en el mismo camino que yo, que me entendiera. Estaba lista para vivir un tipo de amor distinto, con un chico que no me recordara a mi padre, para variar. PensĂ© que ese chico serĂa Eddie. Me sentĂa segura con Ă©l, con su ternura y su dulce sonrisa; la vulnerable sensibilidad que mostraba con abierta y absoluta naturalidad era algo que aĂșn no habĂa visto en ningĂșn otro hombre.
Un buen dĂa, a unas semanas de mi graduaciĂłn, terminamos cachondeando en su habitaciĂłn. Hicimos de todo menos tener sexo, ya que Ă©l no querĂa âllegar hasta el finalâ. Aseguraba estar chapado a la antigua y querĂa reservarse para el matrimonio. CreĂ que era un chico sin igual y, de hecho, me alegraba que no quisiera tener sexo conmigo.
âEl sexo sĂłlo lo complica todo âasegurĂł Eddie. Era un gran admirador del escritor mexicano Carlos CuauhtĂ©moc SĂĄnchez, y me dio un ejemplar de Juventud en Ă©xtasis, que hablaba de los peligros de las relaciones premaritales, de la pureza del matrimonio y del amor. A diferencia de mi novio de la preparatoria, que me acosĂł para tener relaciones con Ă©l hasta que aceptĂ© y perdĂ mi virginidad porque me sentĂ presionada, Eddie hablaba incansablemente de los ideales de sĂłlo entregarse a alguien por amor. A los veintidĂłs años seguĂa siendo virgen, mientras que yo ya me habĂa acostado con varios hombres y me sentĂa avergonzada de mi vida sexual. Los libros que me prestĂł consiguieron avergonzarme todavĂa mĂĄs.
QuerĂa experimentar ese amor cĂ©libe en el que Ă©l parecĂa creer. Estar a su lado me hacĂa desear ser pura e inocente, al igual que Ă©l.
Eddie naciĂł en el estado costero de Nayarit, en la parte centro occidental de MĂ©xico, y llegĂł de niño a los Estados Unidos. Algunas de sus hermanas aĂșn vivĂan en Nayarit y Ă©l planeaba visitarlas en cuanto terminara la universidad. Le contĂ© que nunca habĂa visitado otro lugar del paĂs que no fuera mi estado de Guerrero.
âÂżPor quĂ© no me acompañas a mi pueblo natal? âme preguntĂł unas semanas antes de la graduaciĂłn.
âÂżHablas en serio? ârespondĂ. ÂżMe iba a llevar al lugar donde naciĂł? Eso sĂłlo podĂa significar algo: las cosas entre nosotros se estaban poniendo serias. AĂșn no me pedĂa que fuera su novia, pero supuse que era una cuestiĂłn de tiempo o, de lo contrario, no me llevarĂa a su hogar.
âSerĂĄ divertido âme asegurĂłâ. Entonces, ÂżquĂ© dices?
Desde que entrĂ© a Los Mejicas habĂa fantaseado con viajar por MĂ©xico para visitar otros estados, ademĂĄs de Guerrero, donde nacieron mis bailes favoritos: Veracruz, Jalisco, MichoacĂĄn y Nayarit.
AsĂ que despuĂ©s de la graduaciĂłn, cuando mis hermanos y padres regresaron a Los Ăngeles, me dirigĂ entusiasmada a MĂ©xico con Eddie, con el plan de pasar parte del verano en su pueblo natal. Luego regresarĂa a Los Ăngeles para comenzar mi nueva vida como graduada universitaria.
Llegamos a Guadalajara y tomamos el autobĂșs rumbo al pueblo de Eddie en Nayarit, que se encontraba a unas horas hacia el norte. Me emocionaba tener la oportunidad de conocer una nueva parte de MĂ©xico y de compartir esa experencia con Ă©l. AĂșn no podĂa creer que se interesara en mĂ, porque los tipos populares como Ă©l nunca intentaban nada conmigo. No era hermosa ni increĂblemente inteligente; sĂłlo era una chica comĂșn con sueños extraordinarios, que por lo general no bastaban para impresionar a los hombres que querĂa impresionar.
Pero ahora estaba en MĂ©xico con el chico de quien me estaba enamorando. Mientras el autobĂșs avanzaba por la carretera, yo apoyaba la cabeza en su pecho, pensando en que la Ăbamos a pasar de maravilla. Esperaba que por fin llevĂĄramos nuestra relaciĂłn al siguiente nivel.
Al acercarnos a nuestro destino, me contĂł acerca de sus hermanas, sus sobrinas y sobrino, y de su pueblo natal. No podĂa esperar para conocer a su familia y explorar su hogar. De pronto, Eddie dejĂł de hablar y se puso serio. Su sonrisa eterna desapareciĂł y me mirĂł.
âReyna, hay algo que tengo que decirte.
Me acomodé en mi asiento para verlo a los ojos.
âÂżQuĂ© pasa?
âMira, no lo tomes a mal, Âżde acuerdo? Bueno, de verdad me agradas mucho y me divierto cuando estoy contigo, pero sĂłlo quiero que seamos amigos.
âÂżQuĂ© quieres decir? âpreguntĂ©. Su cabello oscuro, como de costumbre, le caĂa en la frente, cubriĂ©ndole parcialmente sus ojos cafĂ©. QuerĂa estirar la mano y apartĂĄrselo, como habĂa hecho varias veces antes.
Eddie mirĂł por la ventana.
âQuiero decir que sĂłlo seamos amigos, ÂżestĂĄ bien? SĂ© que te importo mucho, y tĂș tambiĂ©n me importas a mĂ, pero no estoy listo para una relaciĂłn.
âÂżPor quĂ© estĂĄs haciendo esto? ÂżPor quĂ© aquĂ, en el autobĂșs? Y nada menos que en MĂ©xico.
âLo siento, no era mi intenciĂłn lastimarte ârespondiĂł, mirando la mirada a sus manosâ. SĂłlo que no estoy listo para un compromiso y, bueno, me siento mal porque parece que esperas mĂĄs de este viaje de lo que puedo darte. Reyna, no quiero lastimarte. CrĂ©eme. âFinalmente volteĂł a verme; sus ojos me suplicaban que no armara un escĂĄndaloâ. ÂżPodrĂamos ser sĂłlo amigos?
No sabĂa quĂ© responder ni quĂ© hacer. ÂżCĂłmo rayos se suponĂa que debĂa reaccionar? Me encontraba en un autobĂșs que se dirigĂa a un estado desconocido, donde no conocĂa a nadie, de camino a la casa de un chico que adoraba, pero que me acababa de romper el corazĂłn. SĂ© que intentaba aclarar las intenciones que tenĂa conmigo de la mejor manera que podĂa, asĂ como acabar con aquellas pinches fantasĂas que me habĂa creado en la cabeza, pero Âżpor quĂ© diablos no terminĂł conmigo antes de que nos subiĂ©ramos al aviĂłn?
Me miré las manos, sintiéndome una cobarde por permanecer en silencio.
âSĂłlo disfrutemos del tiempo que pasaremos juntos, ÂżestĂĄ bien? âme propuso.
El conductor del autobĂșs anunciĂł nuestra llegada. RespirĂ© profundamente, me trague el llanto y me bajĂ© del vehĂculo despuĂ©s de Eddie. MirĂ© la taquilla, preguntĂĄndome si debĂa comprar el boleto de regreso a Guadalajara y luego volver a los Estados Unidos. TenĂa que largarme de aquĂ. No podĂa quedarme en este lugar con Ă©l. No asĂ.
Sin embargo, la hermana mayor de Eddie, sus sobrinas y sobrino ya estaban ahĂ; tuve que apartar la vista de la taquilla y resignarme al hecho de que no habrĂa escapatoria.
âElla es mi amiga Reyna âme presentĂł Eddie. Me estremecĂ ante la manera en que enfatizĂł la palabra âamigaâ.
âMucho gusto âle dije a su hermana, saludĂĄndola de mano. Y con un enorme suspiro fui a recoger mi equipaje, tragĂĄndome las lĂĄgrimas.
Durante los siguientes dĂas descubrĂ un nuevo nivel de dolor. Estar atrapada con Ă©l en casa de su hermana resultĂł una tortura. Eddie, con sus bromas y su risa, traĂa su hermosa energĂa a la casa. Todos adoraban estar con Ă©l. Sus sobrinas y sobrino estaban prendidos a Ă©l, igual que su hermana. Nadamos en el rĂo, exploramos los maizales y trepamos las rocas que habĂa a lo largo de la ribera. Recorrimos el centro de la ciudad, el mercado y las ruinas de los templos construidos por los pueblos nativos ancestrales. El lugar era muy hermoso, tal como Eddie lo habĂa descrito. La tierra era de un color rojo intenso y los lugareños lo usaban para elaborar cerĂĄmica. Nunca habĂa visto algo similar. Hasta el rĂo era rojizo, como terracota lĂquida. La ciudad era muy diferente de Iguala. A pesar de que los hogares estaban construidos con tabicĂłn, sencillos y modestos, el sitio no exhibĂa la miseria de mi ciudad natal. HabĂa color por todos lados: las casas estaban pintadas de un verde brillante, de amarillo y rosa mexicano; el rojo de la tierra; el azul elĂ©ctrico del cielo nayarita. Era idĂlico. Era el lugar perfecto para enamorarse.
La belleza de la ciudad sĂłlo agravaba mi dolor. Desde la primera noche, llorĂ© hasta quedarme dormida, tratando de guardar silencio para no despertar a las sobrinas de Eddie, cuya habitaciĂłn compartĂa. QuerĂa tener una relaciĂłn con Ă©l sin que se interpusieran la confusiĂłn, el drama y los traumas psicolĂłgicos de mi crianza abusiva. QuerĂa ser una parte importante de su vida, de la misma manera que Ă©l lo era de la mĂa.
Por las mañanas me despertaba con los pĂĄrpados hinchados y los ojos enrojecidos. La hermana de Eddie se compadecĂa de mĂ y me daba rebanadas de papa fresca para que la hinchazĂłn disminuyera y no me viera como una zombie durante el dĂa.
âNo sĂ© por quĂ© lo hizo âle dije, mientras me aplicaba las rebanadas en los ojosâ. Me trajo aquĂ sĂłlo para romperme el corazĂłn.
âNadie se merece eso. Y me sorprende mucho su comportamiento âcomentĂłâ. Nunca he conocido a alguien mĂĄs dulce que mi hermano. Espero que lo puedas perdonar.
Con el paso de los dĂas, no perdĂa la esperanza de que Ă©l recapacitara. Es una bajeza romperle el corazĂłn a una chica en un lugar donde no conoce a nadie, donde no tiene a dĂłnde ir, donde no hay alguien que pueda darle apoyo y la ayude a sanar.
De repente me di cuenta de que sĂ tenĂa un lugar a donde ir y de que contaba con alguien.
âMe marcho âle dije al siguiente dĂaâ. Me voy a Iguala.
âLo siento, Reyna ârespondiĂłâ. De verdad. ÂżMe puedes llamar cuando llegues para saber que estĂĄs bien?
AsentĂ con la cabeza y salĂ por la puerta con mi maleta; me dirigĂ al sur hacia los brazos de mi abuelita.
TardĂ© trece horas en llegar a mi ciudad natal; y llorĂ© la mayor parte del camino. Me aterraba tener que viajar de noche sola en el autobĂșs. Las veces que habĂa ido a Iguala, lo hice durante el dĂa y el recorrido habĂa sido de sĂłlo tres horas desde la Ciudad de MĂ©xico. Nayarit se hallaba mĂĄs al norte y tenĂa que atravesar tres estados para llegar a Guerrero. No conocĂa para nada la ruta. Me sentĂ perdida de mĂĄs maneras de las que podĂa contar, como una vagabunda en un paĂs que me desconcertaba mĂĄs que nunca.
Cuando lleguĂ© a Iguala entrada la noche, mi tĂa y mi abuelita se sorprendieron al verme, aunque habĂa llamado para avisarles de mi llegada. Era mi aspecto; ni aun la oscuridad podĂa ocultar mis ojos enrojecidos. No querĂa contarle a nadie que acababan de romperme el corazĂłn. Pero todos pudieron notar mi sufrimiento. Cuando mi prima Lupe limpiĂł la casa, me ofrecĂ a ayudarla. Puso canciones de Marco Antonio SolĂs âEl Bukiâ y estallĂ© en llanto mientras trapeaba el suelo.
Te extraño mås que nunca y no sé qué hacer.
Despierto y te recuerdo al amanecer.
âÂĄNo hay nada mĂĄs difĂcil que vivir sin ti! âcantabaâ. Sufriendo en la espera de verte llegar.
Por la tarde, me sentĂ© a la mesa del comedor con abuelita Chinta me quejĂ© de mi vida amorosa. Ella me contĂł una historia que yo no conocĂa.
âEntiendo tu dolor, mâija âme dijo, palmeĂĄndome la cabeza.
âGracias, abuelita. SĂ© que sufriĂł mucho cuando muriĂł mi abuelo âle comentĂ©, tras darle un sorbo al tĂ© de canela que me habĂa preparado. Mi abuelo Gertrudis falleciĂł una semana antes de que yo naciera. Mi madre estaba embarazada y no asistiĂł al funeral porque los lugareños creĂan que era de mala suerte que un bebĂ© no nacido se expusiera a los cadĂĄveres y almas errantes que habĂa en el cementerio. De todos mis hermanos, yo era la Ășnica zurda, igual que mi abuelo. Siempre habĂa creĂdo que ese fue su regalo especial para mĂ al morir.
âNo hablo de tu abuelo âme confesĂł.
Mi abuelita me contó que cuando era una señorita se enamoró de un joven, pero su padre y sus hermanos no aprobaron la relación.
âEliseo era pobre; un simple campesino âdijoâ y mi familia no me permitiĂł estar con Ă©l. AsĂ que huĂ de casa y me fui a vivir con Ă©l, desesperada por luchar por nuestro amor. Nos amĂĄbamos como aman los jĂłvenes: con ganas y entrega total. âSe rio de su comentario, antes de continuarâ. Pero mi padre y mis hermanos me fueron a buscar, me jalaron por las greñas y me sacaron arrastrando de su casa. Amenazaron con matar a Eliseo si se volvĂa a acercar a mĂ, y Ă©se fue el final de nuestra ...