Discapacidad: clínica y educación
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Discapacidad: clínica y educación

Los niños del otro espejo

Esteban Levin

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Discapacidad: clínica y educación

Los niños del otro espejo

Esteban Levin

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¿Qué papel juegan las imágenes, el cuerpo, las fantasías, el tiempo, los sueños, las ficciones y la discapacidad en la infancia? A los niños del otro espejo generalmente se los clasifica, tipifica, selecciona e institucionaliza en prácticas terapéuticas, clínicas y educativas especiales de acuerdo con pautas, pronósticos y diagnósticos que estigmatizan la estructuración subjetiva y el desarrollo. Este escrito propone la inclusión en el otro espejo, apartándose de lo que supuestamente estos niños no pueden hacer, crear, decir, representar, simbolizar ni jugar, para ubicarse fervientemente a partir de lo que sí pueden construir, pensar, imaginar, hacer, decir y realizar, aunque parezca extraño, desmedido, intraducible, caótico o imposible. Los niños de la otra infancia no dejan de interrogar y cuestionar los presupuestos teóricos, prejuicios clínicos e ideales prácticos, lo que constantemente impulsa a recorrer nuevos trayectos inexplorados en los ámbitos clínicos, educativos e interdisciplinarios.

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Information

Publisher
Noveduc
Year
2019
ISBN
9789875386136
Capítulo 1

LA INFANCIA DEL OTRO CUERPO
Un órgano de los sentidos móvil (ojo, mano) es ya un lenguaje, pues es una interrogación (movimiento) y una respuesta (percepción como cumplimiento de un proyecto) hablar y comprender.
M. Merleau-Ponty
EL BEBÉ EN LA ESTRUCTURA SENSORIO-MOTRIZ
Desde nuestra concepción acerca de la estructuración subjetiva y su articulación con el desarrollo psicomotor, nos parece central detenernos en la conceptualización de lo sensorio-motriz como una dimensión fundante de la infancia.
Desde una perspectiva neurológica, el desarrollo sensorio-motor adquiere vital importancia para evaluar la evolución madurativa de la función motriz. Como lo destacó Ajuriaguerra (1993), la función motora está delineada por tres sistemas que interactúan entre sí:
a) El sistema piramidal (efector del movimiento voluntario).
b) El sistema extrapiramidal (se ocupa de la motricidad automática y asigna la adaptación motriz de base a diversas situaciones).
c) El sistema cerebeloso (regulador del equilibrio y la armonía que concierne tanto a los movimientos voluntarios como involuntarios).
La integración de estos tres sistemas motores determina la actividad muscular que, a su vez, tiene básicamente dos funciones: a) La función cinética o clónica. b) La función postural o tónica. La primera corresponde al movimiento propiamente dicho, mientras que la segunda está ligada a los estados de tensión y distensión fásica del músculo, desde donde se desprende el movimiento.
Este conjunto de sistemas y funciones conforman el aparato motriz, su preparación y su ejecución lo que, indudablemente, le otorga a la motricidad un valor instrumental y mecánico en sí mismo.
Henry Wallon (1976) fue quien introdujo uno de los aportes más significativos en esta integración, al indicar el papel relacional y social de la motricidad del niño. Para este autor, las funciones tónico-posturales se transforman en funciones de relación gestual y corporal, donde se orientan las bases del futuro relacional y emocional del infante en un interjuego dialéctico, biológico y social.
Piaget retoma la concepción walloniana de lo sensorio-motor, ubicándolo como un primer estadio (0 a 2 años) esencial para el desarrollo de la asimilación y la acomodación, como modo de adaptación y adquisición de la inteligencia práctica en el niño.
No nos detendremos aquí a realizar un análisis exhaustivo del desarrollo evolutivo-genético que plantea Piaget. Simplemente queremos destacar la importancia que para este autor adquiere el desarrollo sensorio-motriz en sí mismo. No hay ninguna duda de que lo sensorio-motor es uno de los pilares de su ya clásica concepción de la inteligencia y la evolución de la infancia.
El estadio sensorio-motriz que plantea Piaget es una invariante funcional de la inteligencia, que cumple su función de adaptación y equilibración al medio externo, a través de la asimilación y acomodación como procesos de adaptación cognoscitiva o fisiológica.
Para Piaget (1973), el determinante biológico es central en toda su concepción de lo sensorio-motor. Resumiendo un capítulo, afirma: “En resumen, no hay ni exageración ni simple metáfora en decir que la reactividad nerviosa asegura la transmisión, de manera continua, entre la asimilación fisiológica, en la acepción amplia, y la asimilación cognoscitiva en su forma sensorio-motriz”.
En la descripción que realiza Piaget del estadio sensorio-motor, las invariables biológicas y hereditarias ocupan un lugar central, sin ocuparse del contexto afectivo o relacional del infante. Cada estadio y subestadio se puede medir, evaluar y testificar en forma independiente y aislada del correlato subjetivo.
Para este autor, tanto el funcionamiento motriz como el mental tienen un modo de organizarse y ordenarse en relación con el medio ambiente, que sigue siempre evolutivamente el mismo camino en el desarrollo. Esta modalidad de ordenamiento responde a una lógica uniforme; (1) el niño, asimilándose y acomodándose al medio, progresivamente se va adaptando armoniosamente al exterior.
Es a partir de esta concepción que lo sensorio-motor ha sido considerado en su vertiente cognoscitiva e instrumental, dando lugar a una serie de estandarizaciones y test que intentan correlacionar un “verdadero” paralelismo entre lo sensitivo motriz y lo cognitivo, en la tentativa de lograr una adecuación armónica de lo motor y lo mental, o sea, de lo sensorio-motor.
En este sentido, no olvidemos la gran maduración y evolución del córtex cerebral durante el primer año de vida en lo concerniente a la función motriz y al tono muscular.
La primera actitud muscular implica un pasaje sucesivo de hipotonía del eje corporal y flexión e hipertonía de los miembros, a hipertonía del eje corporal (denominado eje axial) e hipotonía de los miembros.
Estos cambios tónicos-posturales, que culminarán en la conquista del eje vertical, darán las bases neuromotoras de las primeras praxias. Piaget (ob. cit.) las define como acciones o reacciones motoras en función de un resultado o una finalidad intencional.
En esta teoría, la eficacia práxica-motriz es fundamental para el desarrollo de las funciones cognoscitivas del niño en la búsqueda del “supuesto” equilibrio tónico-emocional-cognitivo. Lo que marca el grado de inteligencia sensorio-motriz y de todo el desarrollo del niño es la eficacia de la acción.
Desde estas concepciones del desarrollo, el valor de la motricidad está dado por el grado de acomodación y adaptación del infante ante nuevas situaciones con las que se encuentra a medida que se mueve. Por ejemplo, la presencia de un objeto desconocido hace que el pequeño utilice “esquemas” ya conocidos (como las “reacciones circulares primarias”), a los que les agrega otros “esquemas” para acomodarse a la nueva situación que le plantea el objeto. De este modo, descubre nuevas praxias y adquisiciones (“reacciones circulares secundarias”) que pronto asimilará, acrecentando su acervo sensorio-motor.
En esta perspectiva, los ritmos y movimientos espontáneos e intuitivos del niño recién nacido se consideran movimientos reflejos primitivos controlados a escala sub-cortical (niveles de la base, especialmente el núcleo estriado y el pálido) y que no tienen ninguna eficacia práctica. Por lo tanto, desde la teoría piagetiana, no son movimientos inteligentes o cognoscitivamente valiosos.
Nuestra observación y trabajo con niños recién nacidos, lactantes y niños con trastornos psicomotores nos ha llevado a considerar y rescatar lo sensorio-motriz desde otra posición, donde el sujeto aparece en su dimensión dramática, escénica y subjetivante. Desde allí, nos interrogamos:
¿Cómo cabe reconsiderar lo sensorio-motor? Propongo que ya no cabe considerarlo como un estadio cognitivo del desarrollo ni como una vivencia placentera, tampoco como un patrón neuromotriz o cenestésico. (2)
LO SENSORIO-MOTOR EN ESCENA
Nos planteamos sustentar lo sensorio-motor como escenas estructurantes de la motricidad, la gestualidad y el cuerpo de un sujeto durante la primera infancia.
Comencemos desde el inicio. Cuando nace un niño, una de las características esenciales en su desarrollo debido a su evolución neuromotriz es ser totalmente inmaduro a escala motriz. Esta inmadurez responde a una legalidad madurativa por la cual las vías nerviosas aferentes están mielinizadas y pueden captar y recibir estímulos; en cambio, las vías eferentes no lo están, no se encuentran maduras para responder motrizmente al estímulo dado.
Este estado de “prematurez neuromotriz” lleva a que el recién nacido esté tónicamente maduro para recibir estímulos y absolutamente inmaduro, desde el aspecto motriz, para organizar y ordenar su respuesta. Dicho de otro modo, el infante está maduro en el tono (vía sensitiva) e inmaduro en lo motor (vía motriz).
Procuraremos graficar esta diferencia fundamental que marca desde el origen la escisión entre lo sensorio y lo motor.
Al nacer:
Otra característica fundamental para la construcción del aparato sensorio-motor es que, al nacer, y durante bastante tiempo, el cuerpo del bebé se encuentra fragmentado y escindido debido al estado de prematurez con el que nace.
Lo graficaremos del siguiente modo:
Cada fragmento sensorial y motriz se organiza y ordena independientemente del otro (parte a parte) pues carece de la noción de unidad corporal, ya que esta noción no es innata. ¿Quién unifica el aparato sensorio-motor que en su origen nace escindido y fragmentado?
La unificación proviene del Otro que unifica y humaniza los diferentes fragmentos, funciones fisiológicas y corporales del bebé, dándoles un sentido posible en la escena que él se ocupa de crear.
El funcionamiento escénico de ese Otro que corresponde a lo que se denomina función materna y paterna. Esta permite al pequeño comenzar a ordenar y diferenciar sus desplazamientos, sus funciones corporales, sus necesidades, sus praxias, sus sentidos y su organización tónico-postural, de donde desprenderá la motricidad y su naciente gestualidad ejerciendo, desde el inicio, lo que comenzamos a denominar su función y funcionamiento de hijo.
Podemos ahora completar el esquema anterior, ubicando la unificación de sus funciones a través del campo del Otro. Este le otorga unidad (rasgo unario), lo ubica en una posición simbólica de uno indivisible (rasgo uniano) y hace de puente relacional entre lo sensitivo y lo motriz.
En la escena que ese Otro monta, el niño anticipa su unidad y diferencia. Pero para hacerlo, el Otro deberá anticipar un sujeto cuando todavía no lo hay, pues está disociado o fragmentado. Se pone en juego así el tiempo fundante de la anticipación simbólica, desdoblamiento escénico en donde el quehacer del bebé existe en un escenario que empieza a representarlo en su funcionamiento de hijo.
El escenario y la escena de la anticipación simbólica requieren nuestra atención, pues es en esa temporalidad donde comienza a enunciarse un sujeto. Es el decir y hacer escénico del Otro el que enlaza lo sensitivo-motor como producción subjetiva.
Tomemos como ejemplo los primeros movimientos de un bebé, los denominados “reflejos arcaicos”. Todos sabemos que estas reacciones responden ante el estímulo con una idéntica respuesta, lo que los transforma en movimientos anónimos; se trata de respuestas reflejas automáticas ante el mismo estímulo (“identidad de respuesta”).
¿Qué hace el Otro (materno) con esos movimientos?
Los decodifica, les otorga un sentido, los comprende, los interpreta como si fueran gestos que conllevan un decir, pero siempre interrogará al bebé acerca de lo que ha interpretado. Esta cualidad implica que ese saber materno no lo sabe todo, por el contrario, necesita de la respuesta, o sea, del funcionamiento de su hijo para inventar un saber.
LA INVENCIÓN DEL BEBÉ
¿Cómo se inventa un saber acerca de un hijo-bebé si éste no habla?
La madre, o quien cumpla su función, tendrá que sostener por lo menos, dos saberes: un saber histórico, que le ha dado su experiencia como madre (si ya lo fue) o como mujer que desea ser madre, y un segundo saber, que remite directamente al lugar de esa mujer como hija y al propio recorrido infantil que ella jugó durante el tiempo primordial de la infancia.
Estos dos saberes fundamentales para el “ejercicio” de la función y el funcionamiento materno deberán acoplarse, diferenciarse y anudarse a las producciones, reflejos y movimientos que el bebé realiza; o sea, esos dos saberes maternos deberán articularse en el cuerpo del recién nacido y, al hacerlo, sin darse cuenta, “mágicamente”, en ese encuentro se inventará un saber no sabido entre esa madre que comienza a serlo y ese bebé que encarna el funcionamiento filiatorio.
Para inventar este saber (no sabido) acerca de su hijo recién venido, la madre tendrá que interrogarlo, preguntarle acerca de lo que le pasa, lo que siente, lo que piensa y es la respuesta del bebé (la motricidad, los reflejos) lo que ella decodifica, otorgándole un sentido escénico, articulándolo al universo del lenguaje.
Si la madre interroga a su bebé es porque ella le supone un saber hacer y un saber decir acerca de lo que a él le pasa. Este puro supuesto fundamental para el bebé y para el Otro se estructura en el diálogo escénico ficcional simbólico, donde la sensibilidad y la motricidad del recién llegado son tomadas como subjetividad naciente. El bebé será siempre portador de un supuesto saber subjetivado, lo que le posibilitará a la madre jugar con él.
Uno de los modos que tiene la madre de armar y construir este saber inventado en la escena es jugar en forma transitiva; esto significa colocarse en el lugar del bebé para poder construir un diálogo. Ella, alternativamente, se ubica en el lugar del bebé y en el lugar materno para sostener y estructurar un diálogo posible. (3)
Es imposible que el recién nacido le hable o le juegue; ella tendrá que hablar o jugar por él. Al jugar, la madre se encuentra con su propio espejo (en forma invertida) en el bebé. En ese sutil y ficcional diálogo tónico, la madre y el bebé se reflejan y refractan de manera diferente, ella en su función materna y él en su función de hijo. En estos primeros espejos la madre inventa un bebé y el bebé inventa una madre.
Debemos tener en cuenta que, en los reflejos arcaicos, lo sensoriomotor está todo unido y condensado. Para el bebé no hay diferencia entre lo sensorio y lo motor, él no puede discriminar y diferenciar el estímulo sensorial de la respuesta motora.
Una de las diferencias fundamentales entre un reflejo y un gesto es que este último supone una respuesta motriz con sentido frente a un estímulo. Justamente definimos al gesto como un movimiento dado a ver a un otro (siempre y cuando lo mire).
Si el gesto del bebé es un movimiento que se produce primeramente frente a la demanda del otro, esto ya implica para el niño una diferencia entre lo sensorio (estímulo) y lo motor (respuesta).
Esta diferencia y discriminación se efectiviza vía el campo del Otro (pues el recién venido solo no puede realizarlo, le es imposible diferenciar lo sensitivo de lo motor) e implica una construcción, tanto para el niño como para el Otro materno.
Por ejemplo: si el pequeño realiza el reflejo “tónico-cervical-asimétrico” o el reflejo de “los cuatros puntos cardinales”, la madre, valiéndose de él, lo mira, le habla, lo acaricia, le canta, le juega, o sea,...

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