La criolla principal
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La criolla principal

Inés Quintero

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La criolla principal

Inés Quintero

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Como María Antonia Bolívar, este libro ya tiene una página en la historia de Venezuela. Una vida de estremecimientos, desazones y enterezas, convicciones y enfrentamientos, llena de intensidad cada párrafo de esta obra deliciosa y apasionante. Atrapada en una coyuntura que cambió la existencia de todos, esa mujer olvidada por la epopeya de los relatos oficiales reaparece aquí para dejarnos en claro que aquellos tiempos no pueden reducirse a explicaciones simplistas y maniqueas. Fueron años complejos y ardientes, cimbrados por decisiones que transformaron el horizontes y las cotidianidades. Monárquica confesa, luchó armada de sus verdades ante los embates libertadores de su hermano. Estoica y firme en sus posiciones, le tocó la suerte de los perdedores y se vio arrastrada, como tantos otros, a la vida republicana. María Antonia es el emotivo ejemplo de que llevar el apellido Bolívar no representó una misma forma de pensar ni de vivir esos momentos de vértigo y trastorno.Con más de 15000 ejemplares vendidos, "La criolla principal" es un libro de historia revelador que nos devuelve un pasado diferente al que suele ser confiscado entre héroes y versiones oficiales.

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Information

Year
2016
ISBN
9788416687046

Parte III.
Conservadora

Impotente frente a la reacción contra Bolívar

Cuando Bolívar salió de Caracas el 5 de julio de 1827, María Antonia no sabía que sería la última vez que lo vería y que, a partir de ese momento, el predominio político de su hermano empezaría a declinar con la misma velocidad con la que crecería el rechazo a sus proyectos, a sus ideas y a su persona.
El mismo año de 1827, la oposición a Bolívar en Bogotá se expresaba por la prensa sin eufemismos. Los periódicos El Buscaniguas, El Fuete, El Gavilán, El Batuecano, El Bobo Entrometido, El Zurriago, fustigaban al Libertador, rechazaban su conducción política del problema con Páez y se declaraban abiertamente a favor de la disolución de la Gran Colombia.
Vicente Azuero, uno de los más encarnizados opositores a Bolívar, editor de El Conductor y El Granadino, lo acusaba de haber «violado todas las leyes», de ser un individuo que «detestaba las instituciones » y de ser el «responsable directo de todos los males del país».
En las sesiones del Congreso de Colombia con sede en Bogotá, sus enemigos denunciaban su vocación por el «absolutismo y la tiranía» y exponían que «... poner a los pueblos bajo la autoridad de Bolívar era como poner a un niño cristiano bajo la dirección de un mahometano para que le enseñase el evangelio».[61]
Uno de los blancos fundamentales de los ataques era su proyecto de Constitución para la República de Bolivia, en la cual se consagraba la figura de la Presidencia vitalicia y una alta concentración del poder en manos del Ejecutivo.
En el periódico El Zurriago de Bogotá, salía publicado en diciembre de 1827 un elocuente epitafio a la mencionada Constitución, el cual decía como sigue:
Bajo este mármol triste y tenebroso
descansa en paz la carta boliviana;
caminante no turbes su reposo,
ni digas que su muerte fue temprana,
deja que la solloce el ambicioso destructor de la carta colombiana;
pasa la losa con furor eterno
que ella contiene el parto del averno[62]
Había, pues, una clara tendencia política que adversaba a Bolívar y a sus ideas políticas.
En abril de 1828 se reunió la Convención de Ocaña con representantes de todos los departamentos que conformaban la Gran Colombia. Allí se puso en evidencia la fortaleza de la oposición a Bolívar. No hubo manera de llegar a acuerdos entre las partes en conflicto y un mes después de su instalación la reunión se disolvió.[63]
El resultado inmediato de la disolución de la Convención fue la instauración de la dictadura del Libertador. El 13 de junio, tres días más tarde de firmarse el acta que declaraba disuelta la reunión de Ocaña, una Asamblea reunida en Bogotá solicitó a Bolívar que se encargara del mando supremo de la república con plenitud de facultades, ya que solo mediante el ejercicio de un gobierno fuerte y enérgico se podría «hacer el bien y reprimir el mal en toda su extensión».[64] El 24 de junio, en Bogotá, Bolívar se encargó del poder ejecutivo con atribuciones dictatoriales.
Numerosísimos pronunciamientos similares al de Bogotá se produjeron a lo largo y ancho del territorio grancolombiano. En Caracas, el propio Páez, en su condición de jefe civil y militar de Venezuela, lanzó una proclama el 15 de julio en la cual manifestaba que el Libertador era llamado a salvar a la república y que él esperaba que así lo hiciera. Ese mismo día se pronunció la Municipalidad de Valencia y el 18, una Asamblea presidida por el intendente de Caracas, don Esteban Palacios y Blanco, el tío del Libertador, ratificó el llamado general para que «... el Libertador Presidente se encargue exclusivamente del Gobierno supremo con plenitud de facultades».[65]
Inmediatamente, el intendente Palacios hizo un llamado a los habitantes de la ciudad para que adornasen y alumbrasen sus casas durante tres días y celebrar así el «glorioso acontecimiento».
María Antonia fue una de las primeras en acatar el llamado de su tío, el intendente. Su casa de habitación en la esquina de Sociedad se llenó de guirnaldas y antorchas. Muchos de los seguidores de Bolívar se sumaron al jolgorio. El domingo 20 de julio se celebró un tedéum en la catedral, hubo un desfile de la guarnición de la ciudad por la mañana y en la noche la plaza se llenó de gente, se escucharon canciones patrióticas y hubo música con orquesta militar.
El momento cumbre de la velada fue el de la ceremonia, mediante la cual, con toda pompa y boato, una guardia de honor y un cortejo adecuado se dirigieron a la casa de María Antonia para retirar el retrato del Libertador y conducirlo a la plaza a fin de exhibirlo y rendirle honores, tal como era la costumbre en tiempos de la monarquía, cuando se paseaba el retrato del rey y se colocaba en la plaza para que los súbditos le manifestasen su fidelidad al monarca.
La ceremonia colocó a María Antonia en el centro de los acontecimientos: primero, cuando el cortejo se dirigió a su casa en busca del retrato; luego, al presidir ella misma la procesión que acompañó el retrato hasta la plaza y, finalmente, al declararse decidida y entusiasta defensora de la dictadura de su hermano.
María Antonia, desde su visión de la política, compartía plenamente este desenlace que investía a Bolívar de poderes dictatoriales y lo convertía en «Jefe Supremo de la República». En sus cartas, infinidad de veces le había dicho que la solución a los males de la república estaba en su persona y que solo con medidas fuertes y enérgicas podrían contenerse la anarquía y el caos. Estimaba, pues, que la dictadura de su hermano era, sin lugar a dudas, el remedio más expedito para alcanzar la tranquilidad y la estabilidad de los colombianos, la única garantía para recuperar el imperio del orden, valor especialmente apreciado por esta criolla principal.
Sin embargo, el entusiasmo de María Antonia muy rápidamente se vio oscurecido por las reacciones que en sentido contrario promovieron quienes no vieron con buenos ojos el predominio absoluto del Libertador.
Los enemigos de la dictadura esparcían todo tipo de rumores y dejaban saber por la prensa sus críticas y rechazo a la omnipotencia política del Libertador. Decían que Bolívar tenía el propósito de coronarse, que la dictadura no era sino la antesala a un gobierno de clara tendencia monarquista, que su popularidad y liberalismo eran aparentes, que lo que buscaba era esclavizar a los pueblos, que haría lo imposible para perpetuarse en el poder, que se recuperarían los privilegios y las jerarquías de antaño, que se restablecerían los títulos nobiliarios, que se renovarían el fuero eclesiástico y la preponderancia de los curas, que el imperio de la desigualdad estaría a la orden del día. Se perdería, pues, todo aquello por lo cual se había combatido durante la guerra.
Los improperios y calumnias que se venían sobre el hermano de María Antonia alcanzaban niveles inusitados que involucraban, inclusive, el pasado familiar. Un ejemplo de ello era la especie que se había extendido entre el populacho según la cual la maldad de Bolívar y su desprecio por los negros y las clases inferiores era innata. Desde su más tierna infancia, según se decía, el niño Simón Bolívar había dado demostraciones de crueldad extrema.
La versión que se dejaba oír en las esquinas era que Bolívar cuando niño «... se divertía en matar negritos con un cortaplumas y que su madre le daba gusto en ello: que cuando el hijo lloraba salía al balcón y gritaba a sus esclavos: este niño no tiene con qué jugar, ya se la acabaron los negritos. Vayan a la hacienda a traerle más».[66]
Era natural que María Antonia viese con horror y el más justificado estupor el tipo de locuras que llegaban a decirse sobre su hermano y, peor aún, sobre su propia madre ya que, según el citado comentario, la mismísima doña Concepción Palacios y Blanco era la principal cómplice de los caprichos del crío. Un desvarío como ese era, sencillamente, ajeno del todo a la realidad. A quién podía ocurrírsele una cosa parecida, se decía María Antonia, ¡cuando un niño esclavo podía alcanzar un valor superior a los 100 pesos!
Pero la campaña contra Bolívar no solamente llegaba al extremo de convertirlo en un monstruo desde su niñez, sino que además, en la prensa y los pasquines, se podían leer los más variados insultos contra el Libertador Presidente: «tirano», «déspota », «usurpador», «hipócrita» «criminal», «malvado», «ambicioso », «ingrato» y «fementido» eran algunos de los preferidos por sus enemigos.
En el periódico Atalaya, publicado en Lima, salía a la luz una «Canción patriótica» cuyo coro decía así:
Guerra eterna a Bolívar por tirano y traidor
se ha hecho liberticida ya no es Libertador[67]
Las noticias que llegaban desde Bogotá tampoco eran tranquilizadoras. Se comentaba con insistencia que se había constituido una «Sociedad de Salud Pública», fiel reproducción de las que instauraron los revolucionarios franceses en los momentos más cruentos de la revolución. El propósito de la «Sociedad» era exterminar a los enemigos de la libertad: Bolívar era el primero de la lista.
A manos de María Antonia llegó un libelo que contenía una estrofa proferida a voz en cuello en la ciudad de Bogotá por uno de los miembros de la mencionada sociedad, Luis Vargas Tejada, en la cual se llamaba a acabar con la vida del Libertador:
Si de Bolívar la letra con que empieza
y aquella con que acaba le quitamos,
«Oliva» de la paz símbolo hallamos.
Esto quiere decir que la cabeza
al Tirano y los pies cortar debemos
Si es que una paz durable apetecemos[68]
No transcurrió mucho tiempo para que se cumpliese el llamado de Vargas Tejada. La noche del 25 de septiembre un grupo de individuos asaltó el palacio de San Carlos, sede del Poder Ejecutivo, donde se encontraba Bolívar, para intentar asesinarlo, pero este logró escapar. Los involucrados en el hecho fueron sometidos a juicio; se decía que Santander era el promotor del magnicidio. Vargas Tejada huyó y se escondió en una cueva; no se sabía nada de él. La ocasión fue propicia para que se exacerbaran las pasiones: unos para repudiar el nefando episodio; otros para lamentarse por su fracaso. Definitivamente, la figura de Bolívar dividía y polarizaba a los habitantes de la Gran Colombia y de ello era parte María Antonia.
En el mismo periódico Atalaya del Perú, aun antes de conocerse la noticia del atentado contra Bolívar se publicaba una «Marcha nacional» en la cual se arengaba a los peruanos a acabar con la vida de Bolívar:
Libertad, Libertad sea el voto
Que a los cielos emita el peruano
y que tiemble el infame tirano
y que tiemble el odioso Simón
A la voz de la patria ultrajada
Empuñad el acero invencible
y clamad en acento terrible:
¡Muera, muera el injusto agresor!
Marchad pues a la lucha, peruanos,
no temáis: el honor os convida.
Destrozad al tirano homicida
Arrancadle ese aliento infernal
Derramad en torrentes su sangre
Sobre el campo de Marte tremendo,
Y el cañón en horrísono estruendo
Lance ruinas, estragos y horror[69]
Desde Bogotá, el Libertador presidente intentaba en vano apaciguar los ánimos, pero la efervescencia política estaba desbordada. Con el fin de salvar la unidad colombiana convocó, el 28 de diciembre de 1828, un proceso eleccionario para que fuesen designados los miembros del Congreso Admirable a realizarse en Bogotá comenzando el año de 1830. Inmediatamente tuvo que marcharse al Ecuador con la esperanza de impedir la ...

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