Performance: un arte del yo
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Performance: un arte del yo

Autobiografía, cuerpo e identidad

Josefina Alcázar

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Performance: un arte del yo

Autobiografía, cuerpo e identidad

Josefina Alcázar

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Este libro presenta una sugerente y provocadora disección crítica del arte del performance. Josefina Alcázar rastrea los orígenes del performance y explora sus afinidades con la autobiografía y el autorretrato. A fines de la década de los sesenta y principios de los setenta del siglo XX, los artistas empezaron a usar su propio cuerpo no sólo como tema sino también como materia prima y objeto artístico. En la búsqueda de sí mismos, los artistas realizaron exploraciones vitales y psíquicas, trayectos interiores hacia la construcción de un autorretrato viviente. Partiendo de su cuerpo, empezaron a reflexionar sobre la identidad del yo. Algunos optaron por hacer públicas sus preocupaciones privadas, otros usaron su cuerpo como plaza pública para que en él se expresara una identidad colectiva, muchas performanceras hicieron de su cuerpo un espacio de resistencia para luchar contra los estereotipos de género, y vieron en su cuerpo un yo en permanente construcción, un yo múltiple y mutable.La autora analiza con agudeza el aparente narcisismo de la época actual y señala que es una expresión de la preocupación por el cuerpo, que había sido considerado únicamente como un receptáculo del alma. Artistas del performance recurren a la autobiografía en vivo como medio para develar su intimidad, expresar sus angustias y sus miedos o para analizar el contexto social en que viven. El performance se inscribe en el espacio autobiográfico que ha llevado a un fortalecimiento de la reflexividad, a la búsqueda de la experiencia vivida y a la obsesión por lo real.Este libro es fruto de una investigación acuciosa y de una reflexión creativa sobre temas tan inquietantes como la identidad, el cuerpo y el yo, tal como se expresan en las formas más innovadoras, transgresoras e irreverentes del arte contemporáneo.

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CUARTA PARTE
PERFORMANCE: ARTE DEL YO

9. YO FEMINISTA

Desde la década de los setenta se han dado debates sobre la relación entre arte y feminismo, y el trabajo de las reconocidas feministas mexicanas Maris Bustamante y Mónica Mayer es paradigmático de esta confluencia. En el performance el yo es puesto en escena sin mediaciones. Pero no un yo unitario, sino un yo fragmentado; no un yo fijo, sino un yo en proceso de ser. Un yo que no es, sino que está siendo. El yo como metáfora, como mito, como arquetipo. Y es el propio cuerpo de las artistas el que les sirve para experimentar, explorar, cuestionar y transformar.
A fines de los años sesenta y principios de los setenta concurrieron el movimiento estudiantil, el feminismo, el movimiento hippie, la revolución sexual y el performance; influyéndose unos a otros. Los hippies formaban parte de un movimiento contracultural que se orientaba hacia la búsqueda de un yo hedonista, luchaban contra el determinismo tecnológico y buscaban en el amor libre y en las drogas liberar al cuerpo de sus ataduras. La libertad corporal y sexual impactó a todos estos movimientos y en el performance fue fundamental.
Aunque en el movimiento estudiantil de 1968 en México participaron muchas mujeres, los planteamientos feministas no formaron parte de la lucha. La lucha estaba orientada hacia las reivindicaciones sociales y políticas que muy pronto derivaron en un cuestionamiento incipiente del autoritarismo que se vivía en la familia y en la escuela, pero sin particularizar en los problemas que afectaban expresamente a las mujeres. A pesar de que se luchaba por la igualdad de derechos, no se cuestionaba que a las mujeres se les asignara, generalmente, un papel secundario en el movimiento estudiantil. En 1968 habían pasado sólo quince años de haberse otorgado el voto a las mujeres.
Las movilizaciones estudiantiles de 1968 se dieron casi simultáneamente en varios países, estuvieron inspiradas por ideales de solidaridad y tuvieron una clara intención revolucionaria; sin embargo, también contenían aspiraciones de carácter individualista, tales como el principio de libertad individual y una petición generalizada de autonomía. Helena Béjar señala que “el individualismo actual tiene su origen, pues, en un movimiento que hasta ahora se había considerado el último aliento del espíritu público en Occidente. Paradojas de la historia”.1
Para Lipovetsky, el mayo francés auguraba el fin de una era y anunciaba el llamado individualismo transpolítico, en el cual “lo político y lo existencial, lo público y lo privado, lo ideológico y lo poético, el combate colectivo y la invocación al goce, la revolución y el humor se mezclaban inextricablemente”.2 Es curioso que hoy muchos críticos vean el proceso de valoración de la vida cotidiana como un asunto desprovisto de importancia.
Como he señalado, los grupos de autoconciencia fueron una importante contribución del movimiento feminista al proceso de autorreflexión. El análisis de la propia vida sentaba las bases para la transformación. Se construía la teoría a través de la experiencia personal y no sólo a partir de filosofías previas. “Valores como la autoexpresión, la autosuficiencia, la independencia y la seguridad de uno mismo cobran un ascendiente hasta entonces inusitado.”3
En México, la nueva ola del movimiento feminista surgió en 1970. La destacada militante y teórica del movimiento feminista Eli Bartra afirma que fue “la época del despertar, de la toma de conciencia, de la búsqueda, a veces a tientas, y el periodo de más efervescencia, sin lugar a dudas. […] el feminismo de la nueva ola tiene como antecedente directo al movimiento estudiantil del 68, así como al movimiento por los derechos civiles y el black power en Estados Unidos”.4 En un principio el movimiento feminista era muy reducido, “un grupo de una treintena de mujeres era el total de lo que se autodenominó Movimiento de Liberación de la Mujer en México en 1975. Pero dada su capacidad de llamar la atención, y debido también a la realización de la Conferencia del Año Internacional de la Mujer, éste tuvo una auténtica presencia, no digo de movimiento masivo, porque nunca lo ha sido, pero sí tenía una voz propia y sobre todo un grito que se hacía oír”.5
Los grupos de autoconciencia se expandieron rápidamente y permitieron que muchas de las mujeres pasaran a la acción y organizaran espectaculares protestas donde el arte, el feminismo y el activismo se entremezclaron. El performance jugó un importante papel en estas protestas: Mónica Mayer y Maris Bustamante son pioneras de ambos.
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Mónica Mayer, nació en la ciudad de México en 1954, estudió Artes Visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM y realizó sus estudios de maestría en Sociología del Arte en el Goddard College, en Los Ángeles. Es artista conceptual, crítica de arte y destacada activista del movimiento feminista. Además de performance hace dibujo y gráfica digital. Es directora del espacio alternativo Pinto mi Raya y, junto con Víctor Lerma, edita la revista virtual La Pala y el archivo hemerográfico Raya. Pertenece a la generación de artistas de los sesenta y setenta que abrieron brecha y picaron mucha piedra en la pelea por las libertades de expresión y derechos para las mujeres; lo que frecuentemente olvidan algunas jóvenes que piensan que las libertades que hoy se tienen siempre han existido.
En los años setenta, la marginación de las mujeres artistas no era privativa de México. Claro que cuando se critica la poca inclusión de mujeres se argumenta que el arte no tiene sexo ni color. “Todo eso está muy bien —responde Lucy Lippard—, pero los artistas sí lo tienen, y ha habido una considerable discriminación contra artistas de cierto sexo y cierto color.”6 De los años sesenta a la fecha muchas cosas han cambiado, pero aún quedan muchas otras por cambiar.
Mónica Mayer recuerda que, bajo el lema “lo personal es político”, algunos grupos de mujeres artistas en México empezaron a reunirse para hablar de su experiencia como mujeres, tocando temas que las inquietaban y que no encontraban dónde discutirlos, temas tabú en ese momento: la sexualidad y el derecho al placer, la despenalización del aborto, el trabajo doméstico, la violación y la agresión a mujeres. Estos temas se reflejaban en sus obras. “Mi obra en ese momento —dice Mayer— se refería a la sexualidad, sin duda, el tema que más me interesaba; por todos lados aparecían falos y vaginas, lo que escandalizó a mucha gente.”7
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FIGURA 9.1. Mónica Mayer, Tendedero, D.F., 1977.
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FIGURA 9.2 Mónica Mayer, Madre sólo hay dos, D.F., 2003.
FOTOS: Jorge Ismael Rodríguez.
En 1978, Mónica Mayer realizó la pieza El tendedero, para la exposición Nuevas Tendencias, en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México. Para esta pieza, Mónica repartió a las mujeres unos papelitos rosas donde les pedía que completaran la frase: Como mujer, lo que más detesto de la Ciudad es.… Con pinzas para colgar la ropa, colgó los papelitos rosas que contenían las respuestas en una especie de tendedero de unos cuatro metros de largo por dos de ancho. La mayoría de las respuestas giraban en torno a las agresiones sexuales que sufren las mujeres en las calles y en el transporte público.8 Este performance-instalación era una clara expresión del arte feminista que estaba surgiendo. El tendedero estaba lleno de papelitos, pues las mujeres encontraron en esta acción un medio para expresar su molestia ante el acoso sexual y la falta de respeto al que se veían sometidas. Quedaba claro que ese problema que las mujeres enfrentaban de manera individual tenía un carácter social.
Mónica ingresó en 1978 al Feminist Studio Workshop en el Woman’s Building en Los Ángeles, en donde trabajó con Suzanne Lacy y Leslie Labowitz en el grupo Ariadne: A Social Art Network, y recuerda que le impactó mucho la forma de trabajo de esa institución: “El proceso educativo estaba basado en el formato de ‘pequeño grupo’ tan utilizado por todo el movimiento feminista y pretendía desarrollar la creatividad y crear conciencia a través de dinámicas de grupo e investigaciones sobre las mujeres artistas en el pasado. Acostumbrada a una educación tradicional, para mí fue una sorpresa encontrarme en clases en las que lo que más se valoraba era mi experiencia personal”.9
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FIGURA 9.3. Mónica Mayer, Madre sólo hay dos, D.F., 2003.
FOTOS: Jorge Ismael Rodríguez.
La relación entre feminismo y performance se ve claramente en la trayectoria de Mayer: “a las artistas feministas nos gustaba mucho el performance porque era un género artístico que no estaba viciado por los cánones estéticos impuestos por la cultura patriarcal y porque, aunque uno no lo quisiera, en esta forma artística el género siempre es un tema implícito”.10 Cuando Mónica Mayer regresa a México en 1982, imparte en San Carlos el curso “La mujer en el arte”, el primer curso de arte feminista ofrecido en México.
Las inquietudes de Mónica son muy amplias y abarcan muchos temas, como la vida misma. Trabaja en grupo y también de forma individual; realiza proyectos conceptuales donde incluye todo tipo de acciones, que no necesariamente parecen arte. Los performances individuales suelen estar relacionados con eventos de su vida, pues le interesa mezclar arte y vida. Le importa mucho la participa ción de otros, de cómplices, así como la interacción con el público, y en todos los casos procura utilizar el humor.11
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FIGURA 9.4. Mónica Mayer, acercamiento a Maruca y la Guadalupana.
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FIGURA 9.5. Mónica Mayer, Madre sólo hay dos, 2003. Interactuando con el público.
En el performance Madre sólo hay dos, que realizó en 2003 durante la X Bienal Guadalupana (“Lo Guadalupano, poéticas sociales”), Mónica interactúa con el público. Aquí problematizó el paradigma de la madre; confronta el lado oscuro de la maternidad a partir de su experiencia como hija y madre. Juega con dos imágenes mexicanas tan fuertes como son la Coatlicue y la virgen de Guadalupe. En esta acción compartió con el público sus propias experiencias sobre las distintas variables del arquetipo de la madre. A las personas que aceptaban participar les ofrecía una pequeña estampa a cambio de su historia personal con su madre. “Después escogían uno de los cuatro papeles que definían su relación con la madre, recuerda Mónica, lo rompían, arrugaban o doblaban según su gusto y me lo daban para metérmelo a la panza, dentro del pequeño delantal rojo que traía en la parte de adelante de mi cuerpo. Atrás traía a la muñeca Maruca, imagen que para mí representa a la mala madre, y una imagen de la Guadalupana.”12 La acción duró aproximadamente dos horas.
El carácter autobiográfico del performance es muy claro en la obra de Mayer, por lo que en su libro Rosa Chillante afirma que “como el principal soporte del arte acción es el cuerpo siempre tiene algo de autobiográfico. No olvidemos que el performance no pretende representar la realidad, sino intervenirla a partir de acciones. En general el performance es un arte en primera persona”.13 Mónica continúa actualmente en esta labor de unir arte y feminismo, ya sea a través de su obra personal, en el trabajo colectivo o a través de los talleres que imparte.
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Maris Bustamante nació en México en 1949, es egresada de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado, La Esmeralda, y pionera del arte en soportes no tradicionales como: performance, instalaciones, ambientaciones, arte-correo, arte-objeto y libros de artista, así como escenografías para teatro de vanguardia, diseños para televisión, cine y publicidad. Además es una estudiosa y teórica de estas manifestaciones artísticas alógicas, pues paralelamente a su producción artística ha desarrollado una amplia labor académica y de investigación. Su obra muestra nuevas formas de pensar la realidad desde las artes, y aborda temas relacionados con las represiones al cuerpo y al intelecto de la mujer desde una posición feminista, a través de la sorpresa y el humor sarcástico.
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FIGURA 9.6. El No Grupo, e...

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