La tempestad
eBook - ePub

La tempestad

William Shakespeare

Share book
  1. 95 pages
  2. Spanish
  3. ePUB (mobile friendly)
  4. Available on iOS & Android
eBook - ePub

La tempestad

William Shakespeare

Book details
Book preview
Table of contents
Citations

About This Book

Presentamos en estas páginas la última obra teatral que escribiera William Shakespeare, genio y honra de la literatura universal. Se trata de una representación cuyos actos invitan, más que a la simple distracción, a la sincera reflexión de cualquier lector.

Frequently asked questions

How do I cancel my subscription?
Simply head over to the account section in settings and click on “Cancel Subscription” - it’s as simple as that. After you cancel, your membership will stay active for the remainder of the time you’ve paid for. Learn more here.
Can/how do I download books?
At the moment all of our mobile-responsive ePub books are available to download via the app. Most of our PDFs are also available to download and we're working on making the final remaining ones downloadable now. Learn more here.
What is the difference between the pricing plans?
Both plans give you full access to the library and all of Perlego’s features. The only differences are the price and subscription period: With the annual plan you’ll save around 30% compared to 12 months on the monthly plan.
What is Perlego?
We are an online textbook subscription service, where you can get access to an entire online library for less than the price of a single book per month. With over 1 million books across 1000+ topics, we’ve got you covered! Learn more here.
Do you support text-to-speech?
Look out for the read-aloud symbol on your next book to see if you can listen to it. The read-aloud tool reads text aloud for you, highlighting the text as it is being read. You can pause it, speed it up and slow it down. Learn more here.
Is La tempestad an online PDF/ePUB?
Yes, you can access La tempestad by William Shakespeare in PDF and/or ePUB format, as well as other popular books in Literatura & Arte dramático shakespeariano. We have over one million books available in our catalogue for you to explore.

Information

ACTO II

ESCENA I
Otro lugar de la isla
(Entran el Rey Alonso, Sebastián, Antonio, Gonzalvo, Adriano, Francisco y otros)
GONZALVO.— Os lo suplico, señor; mostraos animoso. Tenéis motivos, como los tenemos nosotros, de alegraros; pues nuestra salvación vale más que nuestras pérdidas. Nuestro infortunio es cosa corriente; todos los días la esposa de algún marinero, los patronos de un buque mercante o el mercader mismo, sufren este mismo infortunio; en cuanto al milagro que nos ha salvado, pocos entre millones de hombres podrían decir lo que nosotros. Así, pues, señor, pesad con reflexión, maduramente, nuestras penas con nuestras ventajas.
EL REY.— Te lo ruego, déjame.
SEBASTIÁN.— Recibe los consuelos como si fuesen un potaje frío.
ANTONIO.— No dejará el Consolador tan pronto a su hombre.
SEBASTIÁN.— Mirad, ahora da cuerda al reloj de su ingenio; sonará en seguida.
GONZALVO.— Señor…
SEBASTIÁN.— Una… contad.
GONZALVO.— Cuando uno acoge a todos los pesares que se le presentan, todo lo que gana con ello…
SEBASTIÁN.— Un dolor.
GONZALVO.— Lo que gana es un dolor en verdad. Sin querer habéis dado en el clavo.
SEBASTIÁN.— Habéis tomado la cosa más hábilmente de lo que yo creía.
GONZALVO.— Así, pues, señor…
ANTONIO.— ¡Vamos, qué malgastador de palabras!
EL REY.— Te lo ruego, déjame.
GONZALVO.— Bueno, me callaré; y sin embargo…
SEBASTIÁN.— Sin embargo, ha de charlar.
ANTONIO.— ¿Apostemos a quién cantará primero, Adriano o él?
SEBASTIÁN.— El gallo viejo.
ANTONIO.— El gallo joven.
SEBASTIÁN.— Hecho. ¿Qué es la apuesta?
ANTONIO.— Una carcajada.
SEBASTIÁN.— Va.
ADRIANO.— Aunque esta isla parece desierta…
SEBASTIÁN.— ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Ya estáis pagado.
ADRIANO.— …inhabitable y casi inaccesible…
SEBASTIÁN.— Sin embargo…
ADRIANO.— Sin embargo…
ANTONIO.— Era inevitable.
ADRIANO.— Debe tener una temperatura* sutil, dulce y delicada.
ANTONIO.— La temperatura es una niña delicada.
SEBASTIÁN.— Sí, y sutil, como muy sabiamente nos ha dicho.
ADRIANO.— El aire sopla aquí muy suavemente.
SEBASTIÁN.— Sí, como si tuviera pulmones, y todavía enfermos.
ANTONIO.— O como si lo embalsamaran perfumes de un pantano.
GONZALVO.— Encuéntrase aquí cuanto es útil a la vida.
ANTONIO.— Sí, por cierto, menos los medios de vivir.
SEBASTIÁN.— De los cuales no hay ninguno, o pocos.
GONZALVO.— ¡Cuán jugosa y lozana es la hierba! ¡Cuán verde!
ANTONIO.— El campo está tostado, en verdad.
SEBASTIÁN.— Con un tinte verdoso.
ANTONIO.— No se engaña de mucho.
SEBASTIÁN.— No, solamente del todo.
GONZALVO.— Pero lo que es raro, lo que es realmente casi increíble…
SEBASTIÁN.— Como lo son muchas cosas raras.
GONZALVO.— …es que, nuestros vestidos, habiéndose mojado, como lo fueron, en el mar, conserven a pesar de ello su hermosura y su brillo; pareciendo más bien teñidos de nuevo que manchados con agua salada.
ANTONIO.— Si uno solo de sus bolsillos pudiera hablar, ¿no diría que miente?
SEBASTIÁN.— Sí, por cierto, a menos de embolsar su mentira.
GONZALVO.— Paréceme que están ahora nuestros vestidos tan flamantes como el día en que nos los pusimos por primera vez en África en las bodas de Claribel, la bella hija del rey, con el bey de Túnez.
SEBASTIÁN.— Fue una boda feliz, y el regreso nos ha ido bien.
ADRIANO.— Jamás se vio Túnez honrada con tal maravillosa reina.
GONZALVO.— Desde el tiempo de la viuda Dido…
ANTONIO.— ¿Viuda decís? ¡La peste os lleve! ¿A qué viene esa viuda? ¡La viuda Dido!
SEBASTIÁN.— Bueno, ¿y qué, si hubiese dicho “el viudo Eneas”? ¡Buen Dios, y cómo lo tomáis!
ADRIANO.— ¿La viuda Dido, decís? Me hacéis pensar que era de Cartago, no de Túnez.
GONZALVO.— Esa Túnez, caballero, era en otro tiempo Cartago.
ADRIANO.— ¿Cartago?
GONZALVO.— Sí, Cartago; os lo aseguro.
ANTONIO.— Sus palabras son más poderosas que el arpa milagrosa.**
SEBASTIÁN.— Ha levantado murallas y también casas.
ANTONIO.— ¿Qué nuevo imposible va a realizar ahora?
SEBASTIÁN.— Creo que se llevará esta isla en el bolsillo, y se la dará a su hijo como si fuese una manzana.
ANTONIO.— Ciertamente, y luego sembrará las pepitas en el mar, para hacer brotar otras.
GONZALVO.— Sí, claro.
ANTONIO.— Con el tiempo.
GONZALVO.— Señor, decíamos, que están ahora nuestros vestidos tan flamantes como cuando estábamos en Túnez en las bodas de vuestra hija, que es hoy reina.
ANTONIO.— Y la más maravillosa que haya jamás llegado a aquella ciudad.
S...

Table of contents