Poesía no completa
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Poesía no completa

Wislawa Szymborska, Gerardo Beltrán, Abel A. Murcia, Gerardo Beltrán, Abel A. Murcia

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Wislawa Szymborska, Gerardo Beltrán, Abel A. Murcia, Gerardo Beltrán, Abel A. Murcia

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Más que una antología, este volumen de la escritora que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1996, incluye prácticamente toda la obra de Wislawa Szymborska. En el prólogo, escribe Elena Poniatowska: "Sus poemas nítidos, aforísticos, nada describen, ninguno se alarga demasiado. Su ironía es precisa, tajante a veces. Más que contar grandes elegías, exalta juguetona, traviesa, las pequeñas y curiosas diferencias que nos determinan".

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Information

Year
2013
ISBN
9786071616685

SAL
[1962]

image

MONO

EXPULSADO DEL PARAÍSO ANTES QUE EL HOMBRE
por tener unos ojos tan contagiosos
que, al pasear la mirada por el jardín,
hundía en una tristeza imprevisible
a los mismos ángeles. Por esa razón
debía, aunque sin su humilde consentimiento,
erigir aquí en la tierra sus nobles linajes.
Saltarín, prensil y atento, hasta hoy tiene gratia
escrita con la t de terciario.
Adorado en el antiguo Egipto, con una constelación
de pulgas en sus cabellos plateados por la santidad,
escuchaba archicallando, afligido,
lo que querían de él. ¡Ay, la no muerte!
Y se alejaba moviendo su rosado trasero
en señal de que ni aprueba, ni prohíbe.
En Europa le quitaron el alma,
pero le dejaron las manos por descuido;
y cierto monje, al pintar a una santa,
le puso manos delgaditas, animales.
Y la santa tenía que
tomar la gracia como si fuera una nuez.
Caliente como un recién nacido, tembloroso como un
anciano,
los navíos lo llevaban a las cortes reales.
Chillaba, brincando con una cadena dorada,
con su frac de marqués con los colores de un loro.
Casandra. De qué reírse aquí.
Comestible en China, hace sobre el plato
muecas asadas o cocidas.
Irónico como un brillante en un engaste falso.
Parece ser que su cerebro, al que le falta algo,
después de todo no ha inventado la pólvora,
tiene un sabor muy fino.
En las fábulas, solitario e inseguro,
llena el interior de los espejos con sus muecas,
se burla de sí mismo, es decir, nos da un buen ejemplo,
a nosotros, de quienes sabe todo, como un pariente pobre,
aunque no nos saludemos.
[AM]

LA LECCIÓN

QUIÉN EL REY ALEJANDRO HACE QUÉ corta
el nudo gordiano con qué con su espada.
eso no se le había ocurrido a quién a nadie.
había cien filósofos, ninguno lo pudo desatar.
nada raro que ahora se escondan.
Los soldados los pescan de las barbas
de chivo, canosas, desquiciadas
y estalla una estruendosa qué risa.
Basta. El rey se asoma por debajo del penacho,
se monta en su caballo y marcha
a dónde a la guerra. Y tras él,
entre el trompeteo de las trompetas y el tamborileo
de los tambores,
qué un ejército compuesto de qué de nudos.
[GB]

MUSEO

HAY PLATOS, PERO NO HAY APETITO.
Hay alianzas, pero no amor correspondido
desde hace al menos trescientos años.
Hay un abanico, ¿dónde está el rubor?
Hay espadas, ¿dónde está la ira?
Y el laúd ni siquiera suena al alba.
A falta de eternidad, han reunido
diez mil cosas viejas.
El mohoso portero dormita apaciblemente,
sus bigotes cuelgan por encima del escaparate.
Los metales, la arcilla, una pequeña pluma de pájaro,
triunfan, callados, en el tiempo.
Sólo se ríe la aguja de la risueña de Egipto.
La corona sobrevivió a la cabeza.
La mano perdió contra el guante.
El zapato derecho venció al pie.
En cuanto a mí, créanme, vivo.
Mi carrera contra el vestido aún continúa.
Y ¡qué terquedad la suya!
Y ¡qué deseos de sobrevivir!
[AM]

MOMENTO EN TROYA

PEQUEÑAS CHIQUILLAS
flacas y sin fe
en que las pecas desaparezcan de sus mejillas,
que no atraen la atención de nadie,
caminando sobre los párpados del mundo,
parecidas a papá o a mamá,
y sinceramente espantadas por ello,
a la hora de la comida,
a la hora de la lectura,
cuando están frente al espejo,
en ocasiones son raptadas y llevadas a Troya.
En los grandes guardarropas de un-abrir-y-cerrar-de-ojos
se transforman en hermosas Helenas.
Suben por escaleras reales
entre susurros de admiración y de largas colas.
Se sienten ligeras. Saben que
la hermosura es descanso,
que el habla toma el sentido de la boca
y los gestos se esculpen solos
en una negligencia inspirada.
Sus caritas,
que bien valen la expulsión de los embajadores griegos,
se alzan con orgullo sobre los cuellos
dignos de ser sitiados.
Los morenazos de las películas,
los hermanos de sus amigas,
el maestro de dibujo,
ay, todos morirán.
Las pequeñas chiquillas,
desde la torre de la sonrisa,
contemplan la catástrofe.
Las pequeñas chiquillas
se encogen de hombros
en un embriagador rito de hipocresía.
Pequeñas chiquillas,
sobre un fondo de devastación
con una diadema de ciudad en llamas
con aretes de lamento universal en los oídos.
Pálidas y sin una lágrima.
Saciadas con el espectáculo. Triunfales.
Tristes sólo por el hecho
de que hay que regresar.
Pequeñas chiquillas,
que regresan.
[AM]

MI SOMBRA

MI SOMBRA, COMO EL BUFÓN TRAS LA REINA:
cuando la reina se levanta de la silla
el bufón se encarama en la pared
y da en el techo con su estúpida cabeza.
Lo que tal vez duela a su manera
en el mundo de dos dimensiones. Quizá
no se sienta bien el bufón en mi corte
y prefiera otro papel.
La reina se asoma por la ventana
y el bufón salta hacia abajo.
Así han dividido cada acción,
aunque no precisamente a la mitad.
Ese vulgar se quedó con los gestos,
con el pathos y con todo su cinismo,
todo para lo que yo no tengo fuerzas:
corona, cetro, capa real.
Seré ligera al mover los brazos,
ligera al volver la cabeza,
rey mío, en nuestra despedida,
rey mío, en la estación del tren.
Rey mío, en este momento,
rey mío, se tiende el bufón en la vía.
[GB]

EL RESTO

OFELIA CANTÓ SUS DESQUICIADAS CANCIONES
y salió corriendo de la escena, inquieta:
que si se le quema el vestido, que si sobre los hombros
le cae el cabello de la forma adecuada.
Para verdadero colmo, se lava las cejas
de esa negra desesperación y —como auténtica hija de
Polonio—
cuenta las hojas que ha arrancado a su cabello, para mayor
seguridad.
Ofelia, que a ti y a mí nos perdone Dinamarca:
moriré con alas, sobreviviré con prácticas garras.
Non omnis moriar de amor.
[GB]

CLOCHARD

EN PARÍS, EN UN DÍA MATINAL HASTA EL OCASO,
en París como
en París que
(¡oh, santa ingenuidad de lo descrito, ayúdame!)
en un jardín junto a una catedral de piedra
(no construida, no,
tocada en un laúd)
en pose de sarcófago se ha quedado dormido
un clochard, un monje secular, un renegado.
Si es que tenía algo, lo perdió,
y no quiere recuperar lo perdido.
Le deben todavía el salario por la conquista de las Galias,
ya no le importa, se ha resignado.
Y en el siglo quince tampoco le pagaron
por posar como ladrón de la izquierda,
lo ha olvidado, ha dejado de esperar.
Gana para vino tinto
pelando a los perros del rumbo.
Duerme con cara de inventor de sueños
con el enjambre imaginario de su barba al sol.
Las grises quimeras se despetrifican
(volátidos, bajogueros, monógalos y palomíferos,
hongorranas, derrepentes, cabezapiernas
y multiespecímenes, allegro vivace gótico)
y lo ven con una curiosidad
que no sienten por ninguno de nosotros,
sensato Pedro,
activo Miguel,
ingeniosa Eva,
Bárbara, Clara.
[GB]

PALABRAS

¿LA POLOGNE? ¿LA POLOGNE? ALLÍ HACE UN FRÍO TERRIBLE, ¿verdad? —me pregunta y suspira con alivio. Porque han
aparecido tantos de esos nuevos países, que lo más seguro es
hablar del clima.
—Imagínese usted, señora —quiero responderle—, los poetas de mi país escriben con los guantes puestos. No digo que nunca se los quiten; si la luna calienta un poquito, entonces...

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