Vicente Huidobro y el cubismo
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Vicente Huidobro y el cubismo

Susana Benko

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Vicente Huidobro y el cubismo

Susana Benko

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En Vicente Huidobro y el cubismo, Susana Benko incursiona en el terreno de las relaciones entre la pintura y la literatura para mostrar una parte de la obra del poeta chileno (1893-1948), vista desde el ángulo de la práctica pictórica del cubismo para intentar encontrar los puntos de contacto que determinan el valor plástico, y aun visual, del texto poético.

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Information

Year
2014
ISBN
9786071618788

CAPÍTULO IV
FUTURISMO Y ESPÍRITU MODERNO

LA NECESIDAD DE SER MODERNOS

LAS DIVERSAS vanguardias europeas de principios de siglo aparecen simultáneamente. Diez años de diferencia transcurren apenas del fauvismo al dadaísmo, mientras que movimientos como el cubismo, el futurismo, el arte abstracto inicial, entre otros, se producen casi en la misma fecha. Lógicamente, es inevitable el pase de cualidades de uno a otro. Existe un espíritu común que los anima aunque presenten rasgos distintivos que se oponen y les dan su estilo y actitud propia.
La fusión de cualidades estilísticas parece propicia en una época de fragmentaciones y de hechos acelerados. Como dice Octavio Paz, pasan más cosas al mismo tiempo, porque la época moderna «es la aceleración del tiempo histórico», una de las explicaciones plausibles sobre la simultaneidad que la caracteriza. «Aceleración es fusión: todos los tiempos y todos los espacios confluyen en un aquí y un ahora».[1] Porque después del conocimiento de la alteridad (Rimbaud), luego de rebasar los límites de la obra y buscar el roce de la vacuidad y la desintegración de los cuerpos (Mallarmé), no puede creerse en la estabilidad de un pasado regido por esquemas y convenciones anteriormente convincentes. El devenir se basa en el cambio y, por lo tanto, en las variaciones y en las continuas sucesiones. La imagen del tiempo y el modo de situarse en un espacio quedan definitivamente alterados. La unidad, obviamente, está perdida y se despierta la conciencia del vivir en la relatividad de las cosas.
El poeta, el artista, entonces, se sitúa en medio de estas circunstancias cambiantes. Además de emisor, es receptor activo de éstas y, por tanto, se adhiere o las rechaza. La actitud a veces es ambigua, pues si bien existe una adhesión entusiasta inicial (cubismo, futurismo), sucede un rompimiento brusco posterior, tal como lo manifiesta el espíritu dadá.[2] Apollinaire, por ejemplo, es contradictorio por excelencia. Comprende el espíritu de su tiempo, arremete contra las convenciones artísticas en «L’antitradition futuriste», pero, por otro lado, defiende un nacionalismo, una esencia propiamente francesa[3] y, para colmo, canta las maravillas de la guerra.[4] En este sentido, más que un cubista de la palabra, es uno de los pocos franceses que se adaptan a las motivaciones futuristas[5] y, como los italianos, da la impresión de apoyar y compartir los avatares que impone el sistema en que vive.[6] Sin embargo, el canto a la guerra de Apollinaire parece responder más bien a su entusiasmo y capacidad de maravillamiento, que como el niño o el aventurero, no pierde el poder del asombro o de la sorpresa ante un nuevo descubrimiento.
El futurismo culmina su «aventura figurativa» con la guerra,[7] y con ella termina su primera y más importante etapa. Pero durante todo su periodo inicial, los futuristas necesitan sentirse y demostrar que son modernos.[8] El estruendo y el ruido que hacían podía más que el resultado de sus propias obras. El grito y la irreverencia supieron hacerse oír. Y es que, a diferencia del cubismo, el futurismo sale de los límites inmanentes de la obra para hablarle al público sobre la vida, sobre la máquina, sobre la importancia de los nuevos descubrimientos de su tiempo. Mientras Picasso y Braque comparten aislados en su primera fase cubista las búsquedas de nuevas soluciones formales del objeto, y buscan, además, su esencia por medio de la representación de su estructura interna, el futurismo realza la importancia del progreso en todos los sentidos: en la ciencia, en la tecnología, en el arte y en la arquitectura, destaca el aprovechamiento de nuevos materiales.[9] La actitud silenciosa de los primeros cubistas se ve contrarrestada por la exaltación y el anhelo de un absoluto utópico que promueven los artistas futuristas. Mientras los cubistas se centran en el objeto y descubren su multidimensionalidad a partir de la visión facetada de sus partes, los futuristas retoman su experiencia y pretenden situarse desde el interior de ese objeto para expandirlo, fusionarlo —y por tanto disolverlo— con el ambiente. Espacio y tiempo se unen mediante el movimiento, forma como querían aprehender el absoluto. Marinetti, por otra parte, propone la desintegración de la estructura gramatical del lenguaje a costa de la incomprensión del lector en su lectura del poema. Los poetas cubistas, como ya se ha dicho, supieron utilizar los logros teóricos de la poética de Marinetti, reacondicionar sus planteamientos y lograr una obra más sólida y firme, y claro está, menos utópica.
El dinamismo, en definitiva, parece más llamativo que el estatismo y responde, sin duda, a esa aspiración exaltada de modernidad. Los artistas futuristas pretenden rebasar las propuestas cubistas: la solidificación de la imagen impresionista mediante la técnica divisionista utilizada por Balla; la expansión de los cuerpos en el espacio (Boccioni, fig. 24); la representación del movimiento mediante una imagen simultánea, lo que sin duda lleva a una compenetración de los planos. En ese anhelo de totalidad, los futuristas buscan una síntesis dinámica entre las búsquedas impresionistas y cubistas.[10]
Mientras tanto, el cubismo de los años 1907 a 1910, movimiento que junto con el fauvismo abre las puertas de las vanguardias pictóricas del siglo, opera en silencio. Su modernidad estriba en razones más íntimas y, tal vez, más efectivas por ser más profundas. Porque la revolución cubista, de comienzo a fin, opera desde dentro, desde una re-visión de sus medios, manifestaciones e intereses. En lugar de apoyarse en un lenguaje extraño a sí mismo —como los productos del progreso— para observar y alabar las situaciones externas (futurismo), busca, por el contrario, adherirse a sus propias necesidades. De allí que el tema deje de tener importancia.
Por eso el artista se preocupa por una verdad más allá del realismo presente en la apariencia de las cosas.[11] Lo encuentra finalmente en la estructura interna del objeto. El esprit nouveau se manifiesta en los nuevos valores formales que el cubismo descubre para hablar en forma novedosa de las cosas del mundo. Pero su modernidad la encuentra en «casa». Antes que nada comienza a indagar en «una forma de decir», acorde con la «penetración intelectual»[12] con que percibe el mundo. Nada más opuesto a la emotividad y efervescencia de la propuesta futurista.

POESÍA Y REALIDAD. EL MOVIMIENTO

No obstante, si bien la modernidad, como dice Paz, se debate en contradicciones, el cubismo responde a este espíritu porque es un estilo contradictorio. Recapitulando: esto se hace visible cuando se observa cómo los artistas plásticos se agrupan en la búsqueda de un estilo y unos intereses comunes que dan como resultado las variantes cubistas....

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