Descolonizar la naturaleza
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Descolonizar la naturaleza

Arte contemporáneo y políticas de la ecología

T. J. Demos

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Descolonizar la naturaleza

Arte contemporáneo y políticas de la ecología

T. J. Demos

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"Es verdad que la ecología ha recibido escasa atención en el ámbito de la historia del arte, pero también es cierto que su visibilidad e importancia han ido creciendo en losúltimos tiempos, de la mano de las amenazas del cambio climático y la destrucción medioambiental. Al imbricar el extendido compromiso político y estético de diversos artistas con procesos y condiciones medioambientales por todo el planeta –y dirigiendo su mirada a los punteros avances teóricos, políticos y culturales que se han producido y producen en el Sur y el Norte globales–, el presente libro ofrece una significativa y original contribución a los campos interconectados la historia del arte, la ecología, la cultura visual, la geografía y la política medioambiental.A lo largo de sus seis capítulos, su autor aborda las propuestas creativas de diversos artistas y activistas en pos de formas de vida que aúnen sostenibilidad ecológica, justicia climática y democracia radical, en un momento como el presente en el que se necesitan con urgencia este tipo de propuestas."

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Information

Year
2020
ISBN
9788446048886
1. Arte y políticas de sostenibilidad
En Greenhouse Britain (2006-2009), una instalación multimedia de Helen Mayer Harrison y Newton Harrison, estos artistas exploran el impacto futuro del calentamiento global en Gran Bretaña. Esta obra, de fines pedagógicos, muestra un futuro sombrío caracterizado por la crecida de las aguas, las marejadas ciclónicas y la erosión costera mediante animaciones y proyecciones de vídeo, y ayudándose de un mapa topográfico de Gran Bretaña a gran escala, junto con otros documentos geográficos, textos analíticos y sónicos. «No son buenas noticias, y las cosas se pondrán peor. Se está produciendo la huida de animales y la migración de plantas. Si las temperaturas medias aumentan más de dos grados, uno de los escenarios que se contemplan en Europa, Asia, América y el Amazonas es la pérdida del 30 por 100 de los bosques, junto con las extinciones que eso conllevaría», observa Newton Harrison en una grabación de audio que forma parte de la instalación. En el Reino Unido, «estaríamos hablando de más de dos millones de personas desplazadas»[1]. Una alternativa a estas ominosas predicciones son las propuestas creativas para la construcción de presas y viviendas respetuosas con el medio ambiente para aquellos que en el futuro se verán forzados a migrar. Según estos artistas, se producirá una crecida de las aguas en Norfolk Broads y en el estuario del Támesis, entre otros sitios, debido al progresivo derretimiento de las masas de hielo de Groenlandia y del Antártico a partir de este siglo.
1.tif
Helen Mayer Harrison y Newton Harrison, Greenhouse Britain, primer bosquejo de GreenHouse Britain, 2006: donde primero se aprecia la pérdida de tierra debido a la elevación del nivel del mar, 2006.
Cuando los Harrison desarrollaron su propuesta artística, que ha venido centrándose en el calentamiento global desde la década de los setenta, años en que iniciaron una colaboración de larga andadura, el cambio climático no era objeto de tanta atención. Ahora, sin embargo, cuando las campañas de información pública se han vuelto la norma, ha cambiado el discurso sobre el medio ambiente (gracias al pedagógico documental de Al Gore de 2006 Una verdad incómoda, al documental anti-fracking de Josh Fox Gas Land [2010] y a ensayos de divulgación científica como The Weather Makers de Tim Flannery y La sexta extinción. Una historia nada natural de Elizabeth Kolbert, además de bestsellers como Esto lo cambia todo de Naomi Klein y Shock climático de Gernot Wagner y Martin Weitzman)[2]. Este reciente florecimiento de literatura científica, informes medioambientales, documentales y movimientos activistas ha planteado interrogantes sobre el papel que desempeña el arte en un momento en que los medios de comunicación masivos, la industria cultural y el periodismo de investigación están despertando conciencias, aunque dicha sensibilización esté lastrada por la inacción gubernamental, algunos grupos de presión y el negacionismo sobre las cuestiones climáticas[3]. Hoy es ampliamente sabido, en particular desde que se alcanzó un consenso en 2014 con el informe de síntesis del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), que, debido al calentamiento global antropogénico, vivimos en un mundo en continua transformación. El IPCC pronostica un porvenir en el que nuestro planeta será cada vez más inhabitable y estará marcado por la extinción masiva de las especies y las crisis de salud pública; un mundo violentamente dividido por la crecida de las aguas y unas temperaturas en rápido aumento, y compartimentado por la sequía y la escasez de agua. Este panorama presenta retos geopolíticos para la distribución equitativa de los recursos y para la justicia medioambiental entre el Norte global y el Sur global, que tendrán que mitigar y adaptarse al cambio climático y a las grandes migraciones[4]. Dicha proyección de futuro delinea nuevos imperativos éticos para la vida y la gobernanza política, al mismo tiempo que plantea nuevos retos al arte contemporáneo, en particular a aquellos que se proponen participar en la reinvención ético-política de la vida frente al cambio climático.
¿Exhibiendo sostenibilidad?
Este estado de urgencia ha dado lugar en la pasada década a una serie de exposiciones y proyectos artísticos en sintonía con la ecología: «Beyond Green: Toward a Sustainable Art» (2006), del Museo Smart de Chicago, investigaba la sostenibilidad medioambiental desde la perspectiva del diseño; la octava Bienal de Sharjah (2007), titulada «Still Life Art: Ecology, and the Politics of Change», abordó las relaciones sociales, políticas y culturales con la naturaleza, también en un simposio donde se examinaron la prácticas ecológicas del día a día; «Radical Nature: Art and Architecture for a Changing Planet 1969-2009» (2009) es un recorrido por el arte ecológicamente comprometido desde finales de los sesenta de la Barbican Art Gallery de Londres; «The Oil Show» analizó los nudos económicos, políticos y sociales con la industria de los combustibles fósiles en la Hartware MedienKunst-Verein de Dortmund, y «Rights of Nature: Art and Ecology in the Americas», exposición de la que fui comisario junto con Alex Farquharson e Irene Aristizébal en Nottingham Contemporary en 2015, dio cabida a diferentes propuestas culturales para establecer una nueva legalidad posantropocéntrica[5].
El momento cada vez más favorable que están viviendo estos proyectos es, sin duda, saludable para que el público dirija su atención al medio ambiente y a la amenaza que supone el cambio climático. Sin embargo, dicho logro no debería servir de distracción o impedir que hagamos una evaluación crítica de los objetivos y de lo alcanzado por estas iniciativas, así como de las «promesas, peligros y perplejidades» –tomo prestado el subtítulo de la exposición «Greenwashing»– que pueden surgir de estos recientes compromisos artísticos con la ecología[6], ya que se corre el riesgo de renunciar a la complejidad en la representación. Responder a la urgencia real del cambio climático no significa, por tanto, abandonar la criticalidad[7] intelectual y la sutileza estética[8]. No deberíamos diferir la responsabilidad, delegándola en los expertos científicos y en las autoridades gubernamentales para que sean ellos los que determinen nuestra respuesta colectiva. Lo anterior sólo nos haría más vulnerables a las soluciones convenidas por intereses exclusivamente sociales, científicos y políticos, y por las fuerzas de explotación comercial que utilizan la retórica «verde» para satisfacer sus intereses económicos (en el mundo del arte ocurre lo mismo, como en cualquier otro ámbito). Aun así, si los que nos dedicamos a la cultura renunciásemos a escudriñar las proposiciones científicas, la pregunta sería, tal como la plantea Bruno Latour, ¿qué haríamos en el caso de que nuestro compromiso con la crítica, que se resiste a aceptar «verdades» supuestamente autoevidentes, nos impidiese acatar el hecho demostrable de la inminente crisis ecológica, convirtiéndonos en aliados potenciales de los escépticos del cambio climático, en el otro extremo del espectro político[9]? Para hacer frente a este dilema, necesitamos ser conscientes de que lo que sabemos del medio ambiente –un conocimiento que determinará nuestras acciones futuras y nuestras posibilidades de supervivencia– proviene de diversas prácticas e instituciones que generan representaciones del medio ambiente. Por tanto, lo único que podemos hacer es afirmar la necesidad de un realismo crítico que no renuncie a la validez de la ciencia y que al mismo tiempo esté dedicado a un análisis vigilante del discurso ecológico como sistema de representación forjado en la intersección del poder y el conocimiento.
En nuestro recorrido por la formación histórica del arte medioambiental, es necesario detenerse a reflexionar sobre la llamada «sostenibilidad» –para ver qué significados tiene este término y cómo se ha utilizado–, ya que desde los noventa viene siendo una de las palabras clave del discurso gubernamental y de la ONU sobre el cambio climático. Es cierto que las campañas publicitarias «verdes y sostenibles» son una iniciativa cada vez más habitual de las corporaciones, cuyas prácticas no son por ello menos contaminantes. Debemos, por tanto, reconocer que estos dos términos, ahora tan utilizados, son profundamente políticos, combativos e ideológicos. Este capítulo es un análisis crítico del término sostenibilidad. Aquí me detengo a examinar una serie de momentos históricos en la interrelación del arte con la ecología –entre ellos, las prácticas de restauración de los sesenta, el desarrollo de los sistemas cibernéticos-medioambientales de los setenta y las formaciones contemporáneas de la ecología política–, para ofrecer un marco, si bien incompleto, de las prácticas artísticas contemporáneas que veremos en los capítulos siguientes.
A este respecto, debemos preguntarnos no sólo qué queremos decir cuando empleamos el término sostenibilidad, sino también qué intereses promueve y cuáles excluye. La ONU, por ejemplo, en Nuestro futuro común, un informe de 1987, define desarrollo sostenible como aquel que satisface «las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades»[10]. La adopción por parte de la ONU del término sostenibilidad constituyó un gran paso adelante, y podría verse como un avance histórico decisivo a nivel mundial, si no fuera porque la ciencia del cambio climático antropogénico, que ahora mide los gases que atrapan el calor, ya había sido reconocida en la segunda década del siglo xix por el físico francés Jean Baptiste Joseph Fourier; y fue Alexander Graham Bell, científico norteamericano nacido en Escocia, quien utilizó por primera vez la expresión efecto invernadero en 1917[11]. Lo cierto es que la formulación de sostenibilidad de la ONU es, cuanto menos, imprecisa, ya que no dice exactamente cuáles son estas «necesidades». ¿Qué necesidades son las más importantes y cuáles no lo son? ¿Y qué desarrollo es el que ha de ser sostenible? Si bien la ONU orientó su hoja de ruta bajo la guía de una comunalidad inclusiva (nuestro futuro común), lo cual implica una responsabilidad compartida en la salvaguarda del legado ecológico de la humanidad, dicha definición sitúa el valor del medio ambiente sobre todo en el plano de las necesidades económicas. Es cierto que el informe concede que «el desarrollo sostenible implica unos límites» –una referencia explícita a Los límites del crecimiento, el influyente informe encargado por el Club de Roma en 1972–, pero también explica que estos «pueden gestionarse mejorando tanto la tecnología como la organización social para abrir paso a una nueva era de crecimiento económico», un crecimiento que haga «sostenible el desarrollo»[12]. Dicha prioridad financiera ha guiado desde entonces las movilizaciones gubernamentales de Occidente en lo que atañe a la sostenibilidad, privi...

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