Arte y miedo
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Arte y miedo

Peligros (y recompensas) de la creación artística

David Bayles, Ted Orland, Elena Odriozola, Miguel Cisneros Perales

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Peligros (y recompensas) de la creación artística

David Bayles, Ted Orland, Elena Odriozola, Miguel Cisneros Perales

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Dedicarse a la creación artística no es tarea fácil. A menos que seas un genio -y los genios nacen cada cien años- hacer arte es una auténtica carrera de obstáculos en la que la realidad y tú mismo se interponen en el camino. Tener talento, pasar de la imaginación a la obra, contar con la aprobación de los demás, mantener hábitos de trabajo, ganarse la vida. Los miedos y situaciones propios de la vida del artista son muchos y cotidianos, y estas páginas los repasan a través de breves píldoras reflexivas que desactivarán tus bloqueos y pudores.Desde su propia experiencia como artistas, David Bayles y Ted Orland te ofrecen esta serie de reparadoras y estimulantes sesiones de terapia. Con ellas, por fin, podrás hacer arte sin miedo a los peligros (y las recompensas) del mundo real.

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Information

PARTE I

Escribir es fácil: todo lo que tienes que hacer
es sentarte a mirar una hoja de papel en
blanco hasta que te empiecen a correr gotas
de sangre por la frente.
Gene Fowler
Illustration

LA NATURALEZA DEL PROBLEMA

La vida es corta; el arte, largo; la ocasión, fugaz; la experiencia, traicionera; el juicio, difícil.
Hipócrates (460-400 a. C.)
Hacer arte es difícil. Dejamos dibujos a medias e historias inconclusas. Nuestro trabajo no lo sentimos como propio. Nos repetimos. Tiramos la toalla justo antes de dominar la técnica o el material con el que trabajamos, o continuamos mucho después de haber agotado todo su potencial. A menudo, las obras que no hemos hecho nos parecen mucho más reales que las que hemos completado. Y es normal que nos preguntemos: ¿Cómo hacer arte? ¿Por qué en tantas ocasiones no lo conseguimos? ¿Cuál es la naturaleza de las dificultades que hacen que tantos de nosotros lo dejemos nada más empezar?
Estas dudas, que parecen atemporales, están especialmente presentes en nuestra época. Nos parece que era mucho más fácil pintar bisontes en las paredes de una cueva hace milenios que escribir esta oración (o cualquier otra) hoy. Los demás, en otros tiempos y lugares, tenían el apoyo de instituciones muy sólidas: por ejemplo, la Iglesia, la tribu, los rituales, la tradición. Suponemos que los artistas dudan menos de su vocación cuando trabajan al servicio de Dios que cuando trabajan al servicio de sí mismos.
Pero las cosas han cambiado. Hoy casi nadie tiene tales apoyos. Las obras de arte de hoy no emergen de sólidos cimientos comunes: el bisonte en la pared es resultado de la magia de alguien distinto a nosotros. Hacer arte en la actualidad significa trabajar sumido en la incertidumbre; significa vivir con la duda y la contradicción, hacer algo que a nadie le importa mucho, algo para lo que probablemente no habrá público ni recompensa. Dedicarte a lo que te gusta significa dejar de lado estas dudas para ver claramente lo que has hecho y luego saber a dónde ir después. Hacer la obra que quieres significa encontrar sustento en la propia obra. Esta no es la era de la fe, la verdad y la certeza.
Sin embargo, incluso la idea de que el artista tiene algo que decir sobre el proceso de creación entra en conflicto con cómo se entiende la creación artística hoy, es decir, con la idea predominante de que el arte se basa de manera fundamental en el talento, y de que ese talento es un don que se da de forma azarosa en unas personas y en otras no. Dicho llanamente: se tenga o no se tenga talento, el Arte con mayúscula es producto de la genialidad, el buen arte es producto de artistas que están cerca de ser genios (a los que Nabokov comparó con la cerveza sin alcohol), y así sucesiva y descendientemente hasta llegar a la literatura pulp y los libros para colorear. Este punto de vista es inherentemente fatalista, y aunque fuera cierto seguiría siendo fatalista, y no ofrece un estímulo útil para quienes crean arte. Nosotros adoptaremos el punto de vista de Conrad sobre el fatalismo, que es, según él, un tipo de miedo, el miedo a que tu propio destino esté en tus manos, pero tus manos sean demasiado débiles.
No obstante, pese a que el talento, por no mencionar el destino, la suerte y la tragedia, desempeñan un papel muy importante en el devenir de la humanidad, difícilmente se consideran herramientas de confianza para el desempeño artístico del día a día. En el mundo cotidiano (que es, después de todo, el único en el que vivimos), el esfuerzo que conlleva seguir adelante con nuestro trabajo pasa por aceptar algunas ideas básicas sobre la naturaleza humana, supuestos que nos devuelven el poder (y por tanto la responsabilidad) de nuestras acciones y lo colocan en nuestras manos. Comentaremos algunas de estas ideas a continuación:

ALGUNOS SUPUESTOS

La creación artística requiere una serie de habilidades que se pueden aprender. La creencia convencional dice que lo que puede enseñarse es el oficio, el craft, mientras que el “arte” sigue siendo un regalo mágico otorgado solo por los dioses. No es así. En gran medida, convertirse en artista consiste en aprender a aceptarte, en aceptar lo que hace que tu trabajo sea personal; y en seguir tu propia voz, lo que hace que tu trabajo sea único. Claramente, estas cualidades puede desarrollarlas cualquiera. De hecho, a largo plazo, rara vez se distingue el talento de la perseverancia, el esfuerzo o el trabajo duro. Por supuesto, cada pocos años aparece un aprendiz de fotografía cuyas instantáneas del primer semestre son tan hermosas y denotan tal oficio que parecen obra de Ansel Adams. Y, por supuesto, un don natural como este (especialmente si se revela en la primera y frágil época de aprendizaje) supone un estímulo inestimable para el artista. Pero nada de esto tiene que ver con el arte. Solo señala el hecho de que la mayoría de nosotros (¡incluido Adams!) tuvimos que esforzarnos durante años para perfeccionar nuestro arte.
Los artistas son personas corrientes. Si existieran criaturas que solo fueran dechados de virtudes, creo que difícilmente se dedicarían al arte. Es difícil imaginar a la Virgen María pintando paisajes. O a Batman de alfarero. Si existieran personas sin mácula, no tendrían necesidad de crear obras de arte. Por tanto, irónicamente, el artista ideal no es más que una abstracción teórica. Si el arte lo hace la gente común, tenemos que aceptar que el artista ideal también ha de ser una persona común, con la habitual mezcla de cualidades y características que poseen los seres humanos reales. Esta idea es un aldabonazo para el arte, porque sugiere que nuestras fallas y debilidades, aunque a menudo supongan obstáculos para nuestro trabajo, también son una fuente de fortaleza. En parte, la creación artística tiene que ver con superar situaciones difíciles, con tener la oportunidad manifiesta de hacer las cosas como siempre supimos que teníamos que hacerlas.
Hacer arte y contemplar arte son, en esencia, dos actos completamente distintos. Una persona en sus cabales se siente satisfecha si en un momento dado consigue hacer lo mejor que es capaz de hacer en cualquier momento. Esta idea, si la aceptara una gran mayoría, haría que este libro fuera innecesario, falso, o ambas cosas. Tal nivel de cordura es, lamentablemente, escaso. Del proceso de hacer arte se extrae una valoración incómodamente precisa sobre la brecha que, inevitablemente, existe entre lo que pretendemos hacer y lo que hacemos. De hecho, si el arte no nos dijera a nosotros, sus creadores, tanto sobre nosotros mismos, sería imposible hacer arte que nos importase. Para el resto, para el público, lo que importa es el producto: la obra terminada. Para ti, y solo para ti, lo importante es el proceso: la experiencia de dar forma a esa obra de arte. Las preocupaciones de los espectadores no son tus preocupaciones (aunque es peligrosamente fácil adoptar sus actitudes). Su labor da igual: conmoverse ante una obra de arte, entretenerse con ella, sacarle grandes beneficios económicos…, lo que sea. Tu labor, no obstante, es aprender a trabajar en tu obra.
Para el artista, esta verdad supone un corolario familiar y predecible: la creación artística puede ser bastante solitaria e ingrata. Prácticamente todos los artistas dedican parte de su tiempo (y algunos dedican prácticamente todo su tiempo) a producir una obra que a nadie más le importa. Este corolario parece intrínseco a la profesión, inevitable. Pero por alguna razón, por autodefensa tal vez, los artistas encuentran tentador romantizar esta falta de respuesta, a menudo imaginándose a sí mismos (heroicamente) observando y descubriendo la naturaleza profunda de las cosas mucho antes de que alguien más sea capaz de contemplarla.
Romántico, pero equivocado. La dura realidad es que el desinterés de los demás casi nunca es el reflejo de un problema de miras. De hecho, por lo general, no hay una buena razón para que los demás se interesen por la mayoría de las obras de los artistas. La función de la abrumadora mayoría de todas tus obras de arte no es más que enseñarte cómo hacer unas pocas obras verdaderamente notables. Una de las lecciones elementales, pero no por ello menos difíciles, que ha de aprender todo artista es que incluso las obras fallidas son fundamentales. Las radiografías de pinturas famosas revelan que incluso los maestros pintores a veces cambiaban de rumbo, se corregían a mitad de la realización de una obra o eliminaban errores muy torpes, repintando el lienzo aún húmedo. La cuestión es que aprendes a hacer tu trabajo haciendo tu trabajo, y una gran mayoría de las obras que vas haciendo durante el proceso nunca llegarán a ser verdaderas y completas piezas de arte. Lo mejor que puedes hacer es el arte que a ti te importe hacer, ¡y trabajar mucho!
El resto es, en gran medida, cuestión de perseverancia. Por supuesto, cuando seas famoso, los coleccionistas y los académicos revisitarán en tropel toda tu obra para atribuirse el mérito de detectar indicios de tu genio en todas y cada una de tus primeras obras. Pero hasta que no cambie tu suerte, las únicas personas que realmente se preocuparán por tu obra son aquellas que se preocupan por ti como persona. Los que te rodean saben que crear es una actividad esencial para tu bienestar. Siempre se preocuparán por tu trabajo, no porque sea genial, sino porque es tuyo, y esto es algo por lo que debemos estar genuinamente agradecidos. Sin embargo, por mucho que te quieran, hay algo que sigue siendo cierto tanto para ellos como para el resto del mundo: aprender a hacer tu trabajo no es su problema.
La creación artística es muy anterior a la industria del arte. A lo largo de la mayor parte de la historia, las personas que hicieron arte nunca consideraron que lo que hacían fuera arte. De hecho, es bastante probable que se hiciera arte mucho antes de la aparición de la conciencia, mucho antes de que se empleara por primera vez el pronombre yo. Los pintores de las cavernas, más allá de no considerarse a sí mismos como artistas, probablemente nunca se considerasen nada en absoluto sobre mismos.
Lo que esto sugiere, entre otras cosas, es que la corriente actual que equipara el arte con la “autoexpresión” revela más un sesgo contemporáneo de nuestro pensamiento que un rasgo propio del medio. Incluso la diferencia entre arte y artesanía es en gran medida un concepto posterior al Renacimiento, y aún más reciente es la noción de que el arte trasciende lo que haces y representa lo que eres. En los últimos siglos, el arte occidental ha evolucionado desde cuadros sin firma de escenas religiosas ortodoxas a exhibiciones de cosmologías unipersonales. El “artista” se ha convertido gradualmente en una forma de identidad que, como bien saben todos los artistas, a menudo conlleva tantos inconvenientes como beneficios. Si consideramos que el artista es igual al yo, entonces cuando (inevitablemente) su arte es fallido, el artista es por tanto una persona fallida, y cuando (peor aún) el artista no hace arte, ¡entonces ni siquiera es persona! Parece mucho más saludable eludir ese círculo vicioso y aceptar que existen numerosos caminos para alcanzar el éxito en la creación artística, desde el arte más críptico hasta el más ostentoso, desde el más intuitivo hasta el más intelectual, desde el arte popular hasta el arte más refinado. Y uno de esos caminos es el tuyo.

ARTE Y MIEDO

Los artistas no se ponen a trabajar hasta que el sufrimiento de trabajar no es superado por el sufrimiento de no trabajar.
Stephen de Staebler
Aquellos que se dediquen a la creación artística deberían empezar reflexionando sobre el destino de quienes les precedieron: la mayoría de los que comenzaron acabaron abandonando. Es una auténtica tragedia. Aún peor, es una tragedia innecesaria. Al fin y al cabo, emocionalmente hablando, los artistas que perseveran y los que lo dejan tienen numerosos puntos en común; de hecho, vistos desde fuera, son indistinguibles. Todos los seres humanos sufrimos una ristra de problemas familiares y universales, problemas a los que por lo general sobrevivimos, pero que suelen ser (por extraño que parezca) fatales para la creación artística. Para sobrevivir como artista hay que enfrentarse a estos problemas. Básicamente, quienes siguen haciendo arte son aquellos que han aprendido a continuar, o en concreto, que han aprendido a no tirar la toalla.
Pero de forma curiosa, aunque los artistas tienen a su disposición un sinnúmero de motivos para dejarlo, siempre esperan a unos pocos momentos muy concretos para tirar la toalla. Los artistas se rinden del todo cuando se convencen de que su próximo intento está condenado al fracaso de antemano. Lo dejan, en definitiva, cuando pierden el sentido de su obra, cuando se olvidan del lugar que esta ocupa.
Casi todos los artistas se topan con momentos así. El miedo a que tu próxima obra falle es normal, recurrente y generalmente saludable dentro del ciclo de la creación artística. Sucede todo el tiempo: se te ocurre una idea nueva, intentas llevarla a cabo, trabajar en ella durante un tiempo, pero tu trabajo cada vez recibe menos respuestas, menos reacciones, y llega un punto en el que decides que ya no vale la pena seguir intentándolo. Los escritores incluso tienen una frase para estas situaciones: “el bloqueo de la página en blanco”, pero todas las artes tienen sus equivalentes. En un ciclo artístico normal, esto solo te dice que has completado el círculo y que has llegado a un punto en el que necesitas comenzar a madurar la próxima nueva idea. Pero en la muerte artística lo que deja marca es lo último que sucede: trabajas en una idea, esta deja de funcionar, bajas el pincel... y treinta años más tarde le dices a alguien, mientras tomáis un café, que, bueno, sí, cuando eras más joven te hubiera gustado dedicarte a la pintura. Tirar la toalla no tiene nada que ver con detenerse o quedarse parado. Esto último sucede todo el tiempo. Pero la toalla solo se tira una vez. Tirar la toalla significa no volver a intentarlo, y el arte consiste en intentarlo de nuevo.
Todos los artistas sufren otro baño de realidad cuando el objetivo de su obra desaparece de forma repentina. Para los artistas veteranos, este momento suele coincidir, de un modo más bien perverso, con el momento en el que alcanzan su objetivo. Nos acordamos de un amigo mutuo de los autores de este libro, cuya incansable meta fue, durante veinte años, inaugurar una exposición individual en el principal museo de su ciudad. Al final lo consiguió. Y nunca más volvió a producir una obra de arte importante. Hallamos una dolorosa ironía en historias como esta, al descubrir con qué frecuencia y facilidad el éxito se transmuta en depresión. Evitar este destino tiene un poco que ver con el hecho de no permitir que tu principal objetivo se convierta en tu único objetivo. Con obras de arte particulares, esto significa dejar algo en el aire, alguna cuestión sin resolver con la que continuar y seguir explorando en la siguiente pieza. Con objetivos mayores (como monografías o grandes exposiciones), significa acarrear para siempre, dentro de ti, el germen del siguiente proyecto. Y para algunas formas de arte físicamente exigentes (como la danza), puede significar tener siempre a mano un medio de vida alternativo por si la edad o una lesión acaban con tu carrera predilecta.
Para los estudiantes de arte, que su arte se quede sin objetivos o sentido tiene otro nombre: graduación. Preguntadle a cualquier estudiante: ¿para cuántos de ellos la exposición de la graduación de los que les precedieron fue la última exposición? Cuando “la crítica” es la única salida aceptada para las obras realizadas durante la primera mitad de la primera década de vida productiva de un artista, no es de extrañar que la tasa de abandono se dispare cuando ese camino se acaba. Si el noventa y ocho por ciento de nuestros estudiantes de Medicina no ejercieran la medicina cinco años después de su graduación, el Senado intervendría y llevaría a cabo una investigación; sin embargo, en los estudiantes de Bellas Artes, esa proporción se achaca habitualmente a una muerte profesional temprana. Poca gente continúa haciendo arte cuando, de repente, su trabajo ya no se ve, ya no se expone, ya no se comenta, ya no se celebra. ¿Acaso tú podrías?
Sorprendentemente, la tasa de abandono durante la etapa universitaria no es tan alta: el verdadero asesino, la falta de un sistema de apoyo continuo, aparece después. Tal vez entonces, si el mundo exterior muestra poco interés en brindar ese apoyo, habrán de dárselo los artistas a sí mismos. Vi...

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