Sobre la naturaleza de los dioses
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Sobre la naturaleza de los dioses

Cicerón, Ángel Escobar

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Sobre la naturaleza de los dioses

Cicerón, Ángel Escobar

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De natura deorum expone los fundamentos teológicos de las tres grandes escuelas filosóficas del tiempo de Cicerón: epicúrea, estoica y académica escéptica. El autor se inclina por la doctrina estoica de una providencia divina universal.Marco Tulio Cicerón escribió hacia el final de su vida, entre el 45 y el 44 a.C., una docena larga de tratados de contenido filosófico. Con esta actividad, que le procuró alivio en una época de gran angustia personal, realizó un propósito albergado durante largo tiempo: crear un corpus filosófico extenso en latín dotado de calidad literaria, según su ideal de combinar sapientia y eloquentia, pues creía que la pragmática sociedad romana necesitaba pulir un tanto su espíritu con cierta dosis de reflexión sistemática. La tarea era ardua, puesto que el latín carecía de una tradición literaria filosófica y era todavía rudo para la expresión de contenidos abstractos.Sobre la naturaleza de los dioses (De natura deorum) forma parte de este grupo de tratados (como Disputaciones tusculanas y Sobre la adivinación, también publicadas en Biblioteca Clásica Gredos). Junto con esta última y con De fato forma la llamada "teología" de Cicerón. En ella compone el autor una pequeña enciclopedia del pensamiento filosófico y religioso de la Antigüedad, pero no con la asepsia del mero anticuario, sino como estudioso vivamente interesado en la materia y en su proyección social y política, en una época en que los romanos ya experimentaban desapego e indiferencia hacia la religión tradicional que tanta fuerza había conferido al Estado. La obra se sitúa en Roma hacia el 76 a.C. y consiste en la sucesión de cuatro monólogos extensos –de un epicúreo, un estoico y un académico escéptico, éste por dos veces–, donde se pasa revista, con cierto talante polémico, a las diversas concepciones sobre lo divino y su relación con lo humano, desde la perspectiva de las distintas escuelas filosóficas. Cicerón se pronuncia personalmente, al final de la obra, a favor de las tesis estoicas sobre una providencia divina que rige el devenir, de un universo identificado con la divinidad.

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Information

Publisher
Gredos
Year
2016
ISBN
9788424932855
LIBRO II
Introducción
Cuando Cota terminó de decir esto, le [1 ] respondió Veleyo: «¡Qué incauto fui, al intentar competir con un académico que, a la vez, es rétor! Pues no me habría asustado un académico de poca expresión, y tampoco un rétor sin esa formación filosófica, por elocuente que fuese, porque no siento desconcierto ni ante un río de palabras huecas, ni ante las opiniones sutiles, cuando el estilo es árido 1 . Tú por tu parte, Cota, has estado bien en uno y otro aspecto: ¡corro y jueces te han faltado! 2 . Pero vayamos con ese tipo de cosas en otra ocasión; ahora oigamos a Lucilio, si es que a él le apetece».
Entonces dijo Balbo: «Preferiría, sin duda, volver a oír a [2] Cota, siempre y cuando presentase a los dioses verdaderos con la misma elocuencia con que ha eliminado a los falsos. Y es que lo propio de un filósofo, de un pontífice y de todo un Cota es tener acerca de los dioses inmortales una opinión firme y segura, como los nuestros, y no una opinión errática y vaga como los académicos. Pero contra Epicuro ya se ha dicho más que suficiente; lo que anhelo oír es lo que opinas tú personalmente, Cota».
Le respondió: «¿Acaso has olvidado lo que dije al inicio: que yo —y máxime en asuntos como éstos— puedo decir con mayor facilidad qué es aquello que no opino, en [3] vez de lo que opino 3 ? Pero, aunque tuviera algo en claro, lo que querría sin embargo es oírte a ti, una vez llegado tu turno y siendo que yo, personalmente, he hablado tantísimo».
Entonces dijo Balbo: «Voy a seguir tu sugerencia, procediendo con toda la brevedad que pueda. De hecho, una vez refutados los errores de Epicuro, se ha privado a mi intervención de la posibilidad de un largo discurso. En general, los nuestros dividen en cuatro partes toda esa cuestión referente a los dioses inmortales. Enseñan, en primer lugar, que los dioses existen; después, cómo son; luego, que son ellos los que administran el mundo; y, finalmente, que deliberan acerca de los asuntos humanos 4 . Nosotros, sin embargo, recojamos en esta charla los dos primeros aspectos; pienso que el tercero y el cuarto han de dejarse para otro momento, ya que son más extensos».
«No por cierto» —dice Cota—, «pues estamos ociosos y tratamos sobre unos asuntos que han de anteponerse incluso a nuestras ocupaciones».
Exposición de la teología estoica por parte de Balbo (4-167). Pruebas de la existencia de los dioses (4-44). Testimonios de la historia romana, de los augures y de los arúspices
Entonces dice Lucilio: «La primera [4 2 ] parte ni siquiera parece necesitar de un discurso, porque, cuando se ha levantado la mirada hacia el cielo y se han contemplado los fenómenos celestes, ¿qué puede haber tan manifiesto y diáfano como que existe el numen de una mente sumamente privilegiada, mediante el que tales cosas se rigen? Pues, si no fuera así, ¿cómo habría podido decir Enio, con el asentimiento de todos, «mira esta elevada blancura, a la que todos invocan como Júpiter 5 » (lo invocan, en realidad, como ‘Júpiter’, como ‘soberano de las cosas, que todo lo rige mediante su impulso’, como ‘padre de las deidades y de los hombres’ —según el mismo Enio 6 —, como ‘dios omnipresente y omnipotente’...)? No logro entender cómo es que, quien pone esto en duda, no puede también dudar de si el sol existe o no, porque ¿en qué medida resulta esto más evidente [5] que aquello? De no haber llegado nosotros a conocer y a comprender tal cosa mediante el espíritu, no se mantendría nuestra creencia tan firme, ni se reforzaría con el paso del tiempo, ni habría podido ir madurando a la par de los siglos y de las generaciones humanas. Efectivamente, vemos que las demás creencias, fingidas y vanas, se han ido consumiendo con el paso del tiempo... 7 . Porque ¿acaso piensa alguien que hayan existido el hipocentauro o Quimera?, ¿podemos hallar alguna anciana que sea tan insensata como para albergar temor ante aquellos portentos que, según se creía antaño, existen en los infiernos 8 ? Y es que el día a día destruye las creencias imaginarias, reforzando los dictámenes de la naturaleza.
Así, tanto el culto a los dioses como las devociones religiosas se afianzan cada día más y mejor, tanto en nuestro pueblo como entre los demás 9 .
[6] Esto no sucede porque sí o por casualidad, sino porque los dioses nos manifiestan a menudo su poder, incluso mediante su presencia. Como ocurrió durante la guerra latina junto al Regilo, cuando, al enfrentarse el dictador Aulo Postumio a Octavio Mamilio en el combate de Túsculo, se vio a Cástor y a Pólux luchar a caballo, del lado de nuestra formación 10 . O, en época más reciente, cuando estos mismos Tindáridas anunciaron la victoria sobre Perses 11 : resulta que Publio Vatinio, el abuelo de ese adolescente nuestro 12 , se dirigía desde la prefectura de Reate a Roma, por la noche 13 ; dos jóvenes sobre blancos caballos le dijeron que el rey Perses había sido capturado aquel día, y, cuando él se lo anunció al senado, fue metido en la cárcel en un primer momento, como si hubiera hablado sobre el Estado a la ligera; después, al aportarse una misiva de Paulo 14 , ante la coincidencia de fechas, el senado resarció a Vatinio con un terruño y con una prebenda 15 . Y también cuando los de Locros sometieron a los de Crotona en un combate de la mayor trascendencia, junto al río Sagra 16 , se hizo constar que la lucha había podido oírse ese mismo día en los Juegos de Olimpia. A menudo se han escuchado las voces de los Faunos 17 , a menudo la visión de formas divinas ha obligado a una persona —siempre que no fuera lerda o impía— a reconocer la presencia de los dioses.
[3 7] En realidad, la capacidad de predecir o intuir lo que va a pasar ¿qué otra cosa manifiesta, sino que, en beneficio de los hombres, los acontecimientos pueden ‘aparecerse’, ‘mostrarse’, ‘ponerse por delante’ y ‘predecirse’ (por lo que se habla de ellos como ‘apariciones’, ‘monstruos’, ‘portentos’ y ‘prodigios’ 18 )? Y es que, si creemos que se inventó —con la licencia propia de los cuentos— aquello de Mopso, Tiresias, Anfiarao, Calcante y Héleno (a quienes, sin embargo, ni siquiera los propios cuentos habrían reconocido como augures, si hubieran desautorizado por completo sus acciones 19 ), ¿acaso es que ni siquiera aleccionados mediante ejemplos domésticos vamos a ratificar la existencia del numen de los dioses? ¿En nada va a conmovernos la temeridad de Publio Clodio durante la primera guerra púnica, quien —burlándose incluso de los dioses, por hacer chanza—, al no tomar alimento los pollos sacados de la jaula, ordenó sumergirlos en agua para que bebieran, ya que no querían comer 20 ? Derrotada su escuadra, esa burla le costó a él muchas lágrimas, y al pueblo romano un gran desastre. Y bien, ¿acaso no perdió la escuadra su colega Lucio Junio, durante esa misma guerra, a causa de una tempestad, por no haber prestado obediencia a los auspicios 21 ? En consecuencia, Clodio fue condenado por el pueblo, mientras que Junio decretó su propia ejecución.
Según escribe Celio, Gayo Flaminio cayó junto al Trasimeno [8] por haber desatendido sus obligaciones religiosas, con gran quebranto para el Estado 22 . Del desenlace de estas personas cabe entender que nuestro Estado se ha engrandecido gracias al mando de aquellos que cumplían con las obligaciones religiosas. Y, si queremos comparar lo nuestro con lo del extranjero, descubriremos que podemos ser iguales, o incluso inferiores, en las demás cosas, pero que somos muy superiores en lo referente a la religión, esto es, en lo referente al culto a los dioses 23 .
[9] ¿Acaso ha de menospreciarse aquel báculo de Ato Navio, mediante el cual delimitó las parcelas de una viña para seguir el rastro de su cerdo? Así lo creería, si el rey Hostilio no hubiera emprendido sus guerras más importantes de acuerdo con los augurios de aquél 24 . Sin embargo, una vez abandonada la enseñanza augural a causa del desdén de la nobleza 25 , se desprecia el verdadero sentido de los auspicios y tan só...

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