LIBRO II
IntroducciĂłn
Cuando Cota terminĂł de decir esto, le [1 ] respondiĂł Veleyo: «¥QuĂ© incauto fui, al intentar competir con un acadĂ©mico que, a la vez, es rĂ©tor! Pues no me habrĂa asustado un acadĂ©mico de poca expresiĂłn, y tampoco un rĂ©tor sin esa formaciĂłn filosĂłfica, por elocuente que fuese, porque no siento desconcierto ni ante un rĂo de palabras huecas, ni ante las opiniones sutiles, cuando el estilo es ĂĄrido 1 . TĂș por tu parte, Cota, has estado bien en uno y otro aspecto: ÂĄcorro y jueces te han faltado! 2 . Pero vayamos con ese tipo de cosas en otra ocasiĂłn; ahora oigamos a Lucilio, si es que a Ă©l le apetece».
Entonces dijo Balbo: «PreferirĂa, sin duda, volver a oĂr a [2] Cota, siempre y cuando presentase a los dioses verdaderos con la misma elocuencia con que ha eliminado a los falsos. Y es que lo propio de un filĂłsofo, de un pontĂfice y de todo un Cota es tener acerca de los dioses inmortales una opiniĂłn firme y segura, como los nuestros, y no una opiniĂłn errĂĄtica y vaga como los acadĂ©micos. Pero contra Epicuro ya se ha dicho mĂĄs que suficiente; lo que anhelo oĂr es lo que opinas tĂș personalmente, Cota».
Le respondiĂł: «¿Acaso has olvidado lo que dije al inicio: que yo ây mĂĄxime en asuntos como Ă©stosâ puedo decir con mayor facilidad quĂ© es aquello que no opino, en [3] vez de lo que opino 3 ? Pero, aunque tuviera algo en claro, lo que querrĂa sin embargo es oĂrte a ti, una vez llegado tu turno y siendo que yo, personalmente, he hablado tantĂsimo».
Entonces dijo Balbo: «Voy a seguir tu sugerencia, procediendo con toda la brevedad que pueda. De hecho, una vez refutados los errores de Epicuro, se ha privado a mi intervención de la posibilidad de un largo discurso. En general, los nuestros dividen en cuatro partes toda esa cuestión referente a los dioses inmortales. Enseñan, en primer lugar, que los dioses existen; después, cómo son; luego, que son ellos los que administran el mundo; y, finalmente, que deliberan acerca de los asuntos humanos 4 . Nosotros, sin embargo, recojamos en esta charla los dos primeros aspectos; pienso que el tercero y el cuarto han de dejarse para otro momento, ya que son mås extensos».
«No por cierto» âdice Cotaâ, «pues estamos ociosos y tratamos sobre unos asuntos que han de anteponerse incluso a nuestras ocupaciones».
ExposiciĂłn de la teologĂa estoica por parte de Balbo (4-167). Pruebas de la existencia de los dioses (4-44). Testimonios de la historia romana, de los augures y de los arĂșspices
Entonces dice Lucilio: «La primera [4 2 ] parte ni siquiera parece necesitar de un discurso, porque, cuando se ha levantado la mirada hacia el cielo y se han contemplado los fenĂłmenos celestes, ÂżquĂ© puede haber tan manifiesto y diĂĄfano como que existe el numen de una mente sumamente privilegiada, mediante el que tales cosas se rigen? Pues, si no fuera asĂ, ÂżcĂłmo habrĂa podido decir Enio, con el asentimiento de todos, «mira esta elevada blancura, a la que todos invocan como JĂșpiter 5 » (lo invocan, en realidad, como âJĂșpiterâ, como âsoberano de las cosas, que todo lo rige mediante su impulsoâ, como âpadre de las deidades y de los hombresâ âsegĂșn el mismo Enio 6 â, como âdios omnipresente y omnipotenteâ...)? No logro entender cĂłmo es que, quien pone esto en duda, no puede tambiĂ©n dudar de si el sol existe o no, porque Âżen quĂ© medida resulta esto mĂĄs evidente [5] que aquello? De no haber llegado nosotros a conocer y a comprender tal cosa mediante el espĂritu, no se mantendrĂa nuestra creencia tan firme, ni se reforzarĂa con el paso del tiempo, ni habrĂa podido ir madurando a la par de los siglos y de las generaciones humanas. Efectivamente, vemos que las demĂĄs creencias, fingidas y vanas, se han ido consumiendo con el paso del tiempo... 7 . Porque Âżacaso piensa alguien que hayan existido el hipocentauro o Quimera?, Âżpodemos hallar alguna anciana que sea tan insensata como para albergar temor ante aquellos portentos que, segĂșn se creĂa antaño, existen en los infiernos 8 ? Y es que el dĂa a dĂa destruye las creencias imaginarias, reforzando los dictĂĄmenes de la naturaleza.
AsĂ, tanto el culto a los dioses como las devociones religiosas se afianzan cada dĂa mĂĄs y mejor, tanto en nuestro pueblo como entre los demĂĄs 9 .
[6] Esto no sucede porque sĂ o por casualidad, sino porque los dioses nos manifiestan a menudo su poder, incluso mediante su presencia. Como ocurriĂł durante la guerra latina junto al Regilo, cuando, al enfrentarse el dictador Aulo Postumio a Octavio Mamilio en el combate de TĂșsculo, se vio a CĂĄstor y a PĂłlux luchar a caballo, del lado de nuestra formaciĂłn 10 . O, en Ă©poca mĂĄs reciente, cuando estos mismos TindĂĄridas anunciaron la victoria sobre Perses 11 : resulta que Publio Vatinio, el abuelo de ese adolescente nuestro 12 , se dirigĂa desde la prefectura de Reate a Roma, por la noche 13 ; dos jĂłvenes sobre blancos caballos le dijeron que el rey Perses habĂa sido capturado aquel dĂa, y, cuando Ă©l se lo anunciĂł al senado, fue metido en la cĂĄrcel en un primer momento, como si hubiera hablado sobre el Estado a la ligera; despuĂ©s, al aportarse una misiva de Paulo 14 , ante la coincidencia de fechas, el senado resarciĂł a Vatinio con un terruño y con una prebenda 15 . Y tambiĂ©n cuando los de Locros sometieron a los de Crotona en un combate de la mayor trascendencia, junto al rĂo Sagra 16 , se hizo constar que la lucha habĂa podido oĂrse ese mismo dĂa en los Juegos de Olimpia. A menudo se han escuchado las voces de los Faunos 17 , a menudo la visiĂłn de formas divinas ha obligado a una persona âsiempre que no fuera lerda o impĂaâ a reconocer la presencia de los dioses.
[3 7] En realidad, la capacidad de predecir o intuir lo que va a pasar ÂżquĂ© otra cosa manifiesta, sino que, en beneficio de los hombres, los acontecimientos pueden âaparecerseâ, âmostrarseâ, âponerse por delanteâ y âpredecirseâ (por lo que se habla de ellos como âaparicionesâ, âmonstruosâ, âportentosâ y âprodigiosâ 18 )? Y es que, si creemos que se inventĂł âcon la licencia propia de los cuentosâ aquello de Mopso, Tiresias, Anfiarao, Calcante y HĂ©leno (a quienes, sin embargo, ni siquiera los propios cuentos habrĂan reconocido como augures, si hubieran desautorizado por completo sus acciones 19 ), Âżacaso es que ni siquiera aleccionados mediante ejemplos domĂ©sticos vamos a ratificar la existencia del numen de los dioses? ÂżEn nada va a conmovernos la temeridad de Publio Clodio durante la primera guerra pĂșnica, quien âburlĂĄndose incluso de los dioses, por hacer chanzaâ, al no tomar alimento los pollos sacados de la jaula, ordenĂł sumergirlos en agua para que bebieran, ya que no querĂan comer 20 ? Derrotada su escuadra, esa burla le costĂł a Ă©l muchas lĂĄgrimas, y al pueblo romano un gran desastre. Y bien, Âżacaso no perdiĂł la escuadra su colega Lucio Junio, durante esa misma guerra, a causa de una tempestad, por no haber prestado obediencia a los auspicios 21 ? En consecuencia, Clodio fue condenado por el pueblo, mientras que Junio decretĂł su propia ejecuciĂłn.
SegĂșn escribe Celio, Gayo Flaminio cayĂł junto al Trasimeno [8] por haber desatendido sus obligaciones religiosas, con gran quebranto para el Estado 22 . Del desenlace de estas personas cabe entender que nuestro Estado se ha engrandecido gracias al mando de aquellos que cumplĂan con las obligaciones religiosas. Y, si queremos comparar lo nuestro con lo del extranjero, descubriremos que podemos ser iguales, o incluso inferiores, en las demĂĄs cosas, pero que somos muy superiores en lo referente a la religiĂłn, esto es, en lo referente al culto a los dioses 23 .
[9] ÂżAcaso ha de menospreciarse aquel bĂĄculo de Ato Navio, mediante el cual delimitĂł las parcelas de una viña para seguir el rastro de su cerdo? AsĂ lo creerĂa, si el rey Hostilio no hubiera emprendido sus guerras mĂĄs importantes de acuerdo con los augurios de aquĂ©l 24 . Sin embargo, una vez abandonada la enseñanza augural a causa del desdĂ©n de la nobleza 25 , se desprecia el verdadero sentido de los auspicios y tan sĂł...