Estupidez ilustrada
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Estupidez ilustrada

Luis Alberto Ayala Blanco

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Estupidez ilustrada

Luis Alberto Ayala Blanco

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Me quedo con dudas luminosas luego de leer esta potente selección de ensayos breves, aforismos y máximas. Se necesita de mala leche, desparpajo y una "ironia trágica" con la que Max Aub definió sus Crímenes ejemplares. Del mismo modo, Estupidez ilustrada contiene una fuerte carga de dinamita cerebral en cuanto a las formas y una vena liberadora y libertaria que hace trizas la pedantería habitual del "pensador" literario, allanando el camino para reflexionar sin prejuicios sobre nuestro inadmisible fracaso ontológico.Practicante fallido de la ataraxia, disciplina mental que exige la negación de los temores y los deseos, en su "Comentario" introductorio, Luis Alberto Ayala Blanco confiesa sus contradicciones entre el hastío que le provoca escribir a la vez que sufrimiento y placer. Esto le permite renunciar al pensamiento sostenido y emprende una exploración azarosa entre los socavones del humanismo y su engendro más querido, las masas empoderadas por el voto. "No olvidemos que uno de los vicios de la democracia, como bien dice Cioran, es permitir que cualquier imbécil pueda gobernar." Tal para cual.Estupidez ilustrada es un arsenal de ideas provocadoras que estalla en nuestras convicciones como entes ilustrados. A contracorriente de los ayatolas del deber ser que atiborran el mercado editorial, las redes sociales y los medios de comunicación y entretenimiento, Luis Alberto Ayala Blanco asume su condición de proscrito, cuestiona los principios de la originalidad y la erudición impostadas, coyunturales, huecas. Estupidez ilustrada se zurra en la mentalidad del rebaño en la que se cobijan los intelectuales mediáticos, los nuevos sacerdotes, los "iluministas" que describe Roberto Calasso.

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Comentario
Estupidez ilustrada surgió inesperadamente del hastío que me embarga, desde hace años, cada vez que escribo o intento escribir algo. Considero pretensioso llamarme escritor, aunque tengo varios libros publicados. Afrontar la desgastante tarea de concebir un libro, hasta hace poco, me parecía imposible. Sin embargo, la pasión por la escritura jamás me ha abandonado, y a pesar de sufrirla, pocas cosas en la vida me producen tanto placer. Este libro es un intento sacrificial por reunir los pedazos dispersos de algo ya presente, pero inadvertido. El punto que articula todo es lo “irrepresentable”, “el vacío”, “lo divino”, “la nada” o como lo quieran llamar. Ya sea narrativa, ensayo o aforismos, todos ellos, en su irreductible peculiaridad –y en su aparente inconexión–, hablan de lo mismo: expresiones de lo “irrepresentable”. La forma en que lo despliegan puede ser el humor, el asco, el amor, el puro placer por el lenguaje, pero invariablemente se experimenta algo fuera del alcance del logos, más allá de los fenómenos, alejado de la “estupidez ilustrada”, la nueva piel que cubre el cuerpo ajado de nuestro tiempo.
Roberto Calasso y La ruina de Kasch
Siempre se trata de un suicidio,
cuando algo auténtico muere.
Nicolás Gómez Dávila
El pensamiento de Roberto Calasso representa el último destello del poder que dejaron los dioses… al retirarse; esboza la silueta del orden divino, hoy olvidado, aunque presente en cada uno de nuestros actos. La manía por los objetos y datos comprobables ha obcecado nuestra mente.
El poder de la pluma de Calasso se encuentra lejos de la transparencia y la caricaturesca autonomía de lo moderno, más bien es una fuerza que emana de un saber críptico. Él habla a través del mito, imágenes metamórficas cuya lectura puede pasar del simple regocijo en el lenguaje, al sentido insinuado en sus múltiples variantes. El mito sólo es digerible mediante un proceso iniciático, de otra forma acaba por devorar la razón de quien lo contempla.
Al igual que Calasso dice que La República de Platón es un texto iniciático donde “los muchos que no lo entendieron, y no debían entenderlo, pensaron que tenían un tratado sobre el Estado perfecto”,1 se puede afirmar que sus libros también deben ser leídos bajo una cierta óptica iniciática, de no ser así, los muchos que no lo entienden, y no deben entenderlo, pensarán que están leyendo solamente un despliegue inigualable de erudición. Hay momentos en que no basta tener una gran cultura para vislumbrar el secreto oculto en su pensamiento, de alguna forma es necesario ser un iniciado para poder reír junto con él, al igual que él lo hace con los dioses. La fuerza de Calasso radica en su capacidad de evocación divina, conversa con Atenea de la misma forma en que Odiseo lo hacía. No olvida que el poder proviene de la “posesión”: cada acto realizado por los hombres participa de un juego divino.
Calasso explica cómo lo divino decide sacrificarse a sí mismo para ser dos, y así dar inicio a la existencia. El motivo de este suicidio tal vez fue el aburrimiento ‒no debe de haber nada más insoportable que el tedio divino‒, ¿quién sabe?, lo importante es comprender que toda creación se funda en un asesinato. Desde ese momento, el mundo vive una existencia que, sin dejar de estar atada a lo divino, goza de cierta independencia. El sacrificio es el vaso comunicante de ambos mundos. El hombre lo olvidó ‒o quiso olvidarlo‒ y con ello perdió la relativa libertad que tenía. Vive un estado de indiferencia con respecto a lo divino. Pero la indiferencia no garantiza la muerte del sacrificio. El hombre continúa ejecutándolo, sin saberlo. Hoy en día su presencia se percibe en la “producción”. La sociedad se produce a sí misma, es decir, se sacrifica a sí misma mediante un gasto desmesurado de energía ‒como señala Bataille‒, aunque ahora se trata de un sacrificio onanista, referido a sí mismo.
El pensamiento de Roberto Calasso difícilmente puede ser etiquetado. No responde a ninguna de las escuelas ni corrientes de pensamiento actuales. Es un escritor peculiar. Contamos con pensadores que han leído todo, pero no saben qué hacer con ello, a lo mucho utilizarlo como somnífero. Por otro lado, están aquellos que destacan por su inteligencia. Calasso posee una cultura desmesurada y una inteligencia devastadora: es un monstruo.
En la obsesión por catalogarlo, se le ha tratado de ligar al pensamiento postmoderno. En algún momento, alguien le preguntó si consideraba Las bodas de Cadmo y Harmonía un libro postmoderno (en la presentación en Nueva York a cargo de Susan Sontag y Joseph Brodsky). Él se limitó a contestar: “Nunca he sentido en mi vida la necesidad de usar la palabra postmoderno”.2 En todo caso apuesta por un pensamiento “fuerte”, en contraste con el “pensamiento débil” encabezado por Gianni Vattimo.
La formación de Calasso dista mucho de la manía moderna por la especialización. Más bien, a la manera clásica, posee un saber múltiple. Conoce perfectamente Grecia, la India Védica, el budismo, a los franceses del XIX, a Plotino, Nietzsche, Marx, Stirner, Heidegger, Adorno, Kraus, Freud, Benjamin, Walser, Canetti, Kafka, Baudelaire… por nombrar sólo algunos.
Calasso es un iniciado que juega con el saber, no intenta proponer ningún sistema, eso se lo deja a la ciencia. Al igual que tampoco podemos decir que sus libros tengan una forma determinada. Lo más aventurado, sin desvirtuar su pensamiento, sería decir que utiliza un método mítico-analógico. Pero en realidad, como alguna vez dijo de La ruina de Kasch: “Siempre pensé que la forma no podía ser más que lo esencial. No se trataba de recoger los fragmentos, páginas sobre temas más o menos ligados, sino de inventar una forma que debía nacer y desaparecer con el libro”.3
“Roberto Calasso nació en Florencia en 1941 y hoy en día vive en Milán. Se licenció en literatura inglesa en la Universidad de Roma con el profesor Mario Praz, con una tesis titulada: Los jeroglíficos de Sir Thomas Brown. Es director editorial y consejero delegado de la editorial Adelphi, con la cual ha colaborado desde su fundación en 1962”.4
Calasso proviene de una familia de intelectuales de izquierda de la alta burguesía italiana. Su abuelo materno –amigo de Benedetto Croce– fue profesor de filosofía en la Universidad de Florencia, y fundó la Scuola Città y la editorial La Nuova Italia. Su padre fue director de la Facultad de Derecho de la Universidad de Roma. Su madre, por su parte, estudió literatura griega en la Universidad de Florencia. Creció entre libros. Su infancia gira alrededor de tres bibliotecas: la de sus abuelos, la de sus padres y la Gabinetto Vieusseux, una biblioteca privada en el Palacio Strozzi. De aquí que ya desde pequeño se creara el “mito Calasso”. A los trece años había leído todo Proust en francés, y a los catorce todo Goethe en alemán. Alrededor del joven Calasso destacan varias anécdotas extraordinarias. La más famosa cuenta que a la edad de veinte años, en la casa de la hija de Croce, conoció a uno de sus escritores favoritos: Theodor Adorno. Después de un tiempo de estar conversando, Adorno le susurró a su anfitriona: “Simpático este muchacho, ha leído todos mis libros, e incluso aquellos que no he escrito todavía”.5
Calasso ya era un renombrado editor antes de ser reconocido como escritor. Desde los veintiún años trabaja para Adelphi, fundada por Luciano Foa, Roberto Bazlen y él, en respuesta a la estrechez de Einaudi. Hoy en día Adelphi es una de las editoriales independientes más importantes de Europa.
Calasso combina de manera esquizofrénica –como él mismo dice– su vida de editor y su vida de escritor. De esta última, por cierto, no le gusta hablar mucho. Tal vez por el resentimiento y la desconfianza que provoca. Nadie se explica cómo siendo editor encuentra tiempo para escribir. A lo que él contesta que escribe cada vez que tiene un momento libre, y lo hace de una forma peculiar, primero con su pluma, para después transcribirlo en la máquina Olivetti que Bazlen le regaló.
Para Italo Calvino y Leonardo Sciacia, dos de los grandes escritores que ha tenido Italia, Calasso es un monstruo de la literatura.
Constantemente es atacado por la izquierda italiana, tachándolo de derechista. Este tipo de eventos le provocan una hilaridad incontenible.6 Lo mismo pasa en los círculos académicos: sus libros no cumplen con los requisitos de las buenas costumbres científicas. Pero estos nuevos beatos, que hacen pedazos a los grandes pensadores con sus insulsas tesis, lo único que logran es proporcionarle material para divertirse.
La ruina de Kasch narra la historia del paso de un estado de cosas a otro, del nudo de la necesidad, a la levedad del relato. Es la historia de un reino inmemorial cuyo orden descansa en el sacrificio: el poder se regenera cada tanto con su propia muerte… escrita en el cielo. Esta escritura prescribe los tiempos del sacrificio y debe ser observada inexorablemente. Sin embargo, un día, dicho orden es revocado por un poder mayor, el poder que sólo la ligereza de lo fortuito posee. Entonces el sacrificio es sustituido por el núcleo, por la savia del secreto que él resguardaba de la evidencia: la desmesura, el exceso, la falta total de apoyos.
En pocas palabras, el orden del sacrificio es arruinado por la esencia del sacrificio. Este extraño evento significa el desvelamiento de lo esotérico, y con ello el fin de todo orden. Se pasa a un mundo embriagado por su propia voz, tejido por relatos que, más que crear un orden, desatan el nudo que contiene las fuerzas del cosmos. Es la entrada de lo ilimitado, de la desmesura ahora presente en cada acto de la existencia.
Por fin podemos vislumbrar el secreto de Calasso: saber que el exceso es el corazón del sacrificio. Los Olímpicos lo sabían, por eso decidieron abandonar el orden de Ananké para instalarse en el espacio del simulacro. Eligieron hacerse ligeros. Sin embargo, con toda la ambigüedad que ello implica, jamás dejaron de simbolizar el límite, es decir: el límite es el borde del principio de lo ilimitado, del secreto del secreto, aquello que no puede evidenciarse porque entonces el mundo enloquecería. Y precisamente eso pasa con la irrupción del poder de Far-li-mas, el poeta, el doble, la imagen invertida de los severos sacerdotes encargados de observar, y resguardar, el orden prescrito en el cielo:
Con Far-li-mas se entra en otro reino: el reino de la palabra, después del de la sangre. Es un reino que no mata según el rito, sino que evoca la muerte a través de un desorden que sobreviene rápido, indomable. Las palabras de Far-li-mas sustituyen el sacrificio: como el sacrificio, tienen el poder de hacerse obedecer, pero no tienen el poder de establecer los tiempos del ciclo. Ahora el tiempo sólo es la oscilación pendular entre un fluir vacío, desprovisto de apoyos, y la suspensión de la droga de la palabra. Las palabras de Far-li-mas viven con fuerza propia, pero no pueden reflejar la posición de los astros.7
Indudablemente, en el enfrentamiento ordálico entre el poder del sacrificio y el poder del relato, vence este último. El sacrificio nada puede frente a su principio. Dicho con otras palabras: el sacrificio debe inmolarse a sí mismo para que el sacrificio continúe, ésta es su eterna ironía. Entonces vence la vida, el poder de la palabra, que puede decir todo, incluso los secretos. Pero no deja de ser una variante ‒variante extrema‒ del sacrificio. No obstante, este gesto se ha olvidado, dando lugar a la creencia en el imperio de lo secular, cuando en realidad estamos en la fuente misma del sacrificio, a flor de piel, sin ningún velo que lo oculte. Lo esotérico se vive como algo banal, y eso provoca la locura de todos los hombres olvidadizos, incapaces de explicarse qué está pasando, así como Astrabaco y Alopeco enloquecieron cuando se toparon con el simulacro de la Artemisa Táurica. Aunque esto ni siquiera es así, sería pedir demasiado, se necesita cierta capacidad de asombro, ausente en el mundo moderno. Más bien, es como...

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