Neurociencia para educadores
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Neurociencia para educadores

Todo lo que los educadores siempre han querido saber sobre el cerebro de sus alumnos y nunca nadie se ha atrevido a explicárselo de manera comprensible y útil

David Bueno i Torrens

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Neurociencia para educadores

Todo lo que los educadores siempre han querido saber sobre el cerebro de sus alumnos y nunca nadie se ha atrevido a explicárselo de manera comprensible y útil

David Bueno i Torrens

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Un libro riguroso, claro y de agradable lectura, lleno de ideas para meditar sobre el oficio de ser aprendices.Neurociencia para educadores es un libro espléndido que lleva un subtítulo suficientemente explícito. Los lectores encontraran en su interior "todo aquello que los educadores siempre han querido saber sobre el cerebro de sus alumnos y nunca nadie se ha atrevido a explicárselo de manera comprensible y útil".Para sorpresa de muchos, el resultado no echa por tierra la totalidad de la pedagogía moderna, sino que da una explicación científica complementaria a por qué, si se trabaja con conocimiento y dedicación, todo funciona razonablemente bien. Y un argumento sólido para no dar marcha atrás, como parecen querer algunas voces desmemoriadas.

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Information

Jahr
2019
ISBN
9788417667177

1. ¿Las capacidades cognitivas dependen de nuestros genes?

Empezamos bien, porque esta pregunta es clave. Según cuál sea la respuesta, ya podemos olvidarnos del resto del libro. Si todas nuestras habilidades mentales y capacidades intelectuales estuvieran determinadas de manera estricta y rígida por nuestros genes, por nuestra biología intrínseca, la educación no pintaría nada. Cada uno sería y actuaría como dictasen sus genes y punto. Por lo tanto, ya pueden imaginar que no será exactamente esa la respuesta a la pregunta en cuestión; ahora bien, entre dos extremos cualesquiera –los genes lo determinan todo versus los genes no tienen nada que ver con nuestras capacidades mentales–, siempre hay una extensa gama de matices. Y es de estos matices de lo que quiero hablar, porque pueden ser importantes en la práctica educativa.
Antes, sin embargo, explicaré brevemente qué son los genes y qué función tienen. Los genes son las unidades de almacenamiento de la información genética, y están formados por secuencias de ADN. De acuerdo, dicho así puede que no se entienda gran cosa, salvo que el lector ya supiera previamente qué son y cómo funcionan. A veces los educadores, sin darnos cuenta y sin proponérnoslo, empezamos la casa por el tejado, lo que provoca que nuestros alumnos se sientan automáticamente superados por la información que les damos, puesto que no tienen los referentes adecuados para contextualizarla y para integrar correctamente cualquier información es necesario disponer de su contexto. Aplicado al cerebro, no tienen todavía las redes neurales con los conocimientos previos necesarios sobre el tema donde integrar la nueva información. Todavía no toca hablar de ello, pero quería dejar anotada la importancia que tiene contextualizarlo todo utilizando referentes cercanos a los alumnos. Cuando faltan estos referentes se activan automáticamente mecanismos neurales relacionados con las emociones que nos avisan de la presencia de una amenaza o de un peligro potencial, en este caso el peligro asociado a no entender la situación concreta, que quién sabe si podría ser importante para sobrevivir. Y una de las respuestas preconscientes más frecuentes a esta sensación de amenaza es el estrés, que aún debilita más nuestras percepciones. Tal vez estén pensando «¡Vaya lío!». Pero no es necesario que nos estresemos. Comienzo de otro modo, con un referente más cercano, para predicar con el ejemplo.

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Imaginemos que acabamos de comprar un mueble de Ikea; por ejemplo, una mesa de comedor rectangular con un cajón debajo para guardar los manteles. Llegamos a casa, abrimos el embalaje y buscamos la hoja de instrucciones para montarla.1
- Paso número 1: Tome una de las patas, coloque una de las varillas metálicas en el agujero superior y enrósquela hasta el final.
- Paso número 2: Haga lo mismo con las otras tres patas.
- Paso número 3: Tome uno de los largueros…
- [...]
- Paso número 13: Si desea que el cajón quede en la parte larga de la mesa, encaje el soporte del cajón en las muescas que hay bajo la arista larga de la plancha; si quiere que quede en la parte corta, haga lo mismo, pero en las muescas que hay debajo de la arista corta.
Pues bien, esta es, también, la función de los genes: proporcionar las instrucciones necesarias para formar nuestro cuerpo y hacerlo funcionar. Pero en vez de estar escritas con palabras, su lenguaje es químico y viene dado por una molécula, el ADN (o ácido desoxirribonucleico).
Según el último recuento, tenemos unos 20 000 o 20 500 genes diferentes, la gran mayoría duplicados: de cada pareja, uno proviene de la madre y el otro, del padre. Cada gen contiene una o varias instrucciones para fabricar alguna parte del cuerpo o para hacer que funcione, y generalmente dirigen la fabricación de proteínas específicas. Por ejemplo, hay un gen que indica en qué punto concreto del cuerpo han de formarse los brazos y las manos durante el desarrollo embrionario; otro lleva las instrucciones para fabricar la miosina del corazón, que es una de las proteínas que lo hacen latir; los hay que estimulan las neuronas para que establezcan conexiones nuevas, otros contribuyen a fabricar las sustancias que utilizan las células del cerebro para comunicarse entre ellas, etcétera. De todos estos genes, hay unos 8000 que intervienen en la formación o el funcionamiento del cerebro, lo que indica que pueden tener algún papel en nuestra vida mental, dado que es allí donde se origina. Muchos no son exclusivos de este órgano y también desempeñan otras funciones en diferentes partes del cuerpo, pero, de alguna manera, son importantes para nuestro cerebro y para la actividad que genera. Son imprescindibles, por lo tanto, para generar y gestionar los procesos mentales. En cierto modo intervienen en nuestra vida mental y, en consecuencia, también en cómo aprendemos.

2

Regreso un momento a las instrucciones para montar la mesa con cajonera que hemos comprado.
- Paso número 1: Tome una de las patas, coloque una de las varillas metálicas en el agujero superior y enrósquela hasta el final.
Esta instrucción no nos ofrece ninguna opción, ninguna posibilidad de cambio. Si no lo hacemos de esta manera, si no la seguimos al pie de la letra, nunca conseguiremos montarla bien, o se desmontará en cuanto pongamos un plato encima porque no será estable. Muchos de nuestros genes llevan, asimismo, una información que se manifiesta de manera inevitable, sin opciones. Por ejemplo, todos tenemos un gen que establece que debemos tener un grupo sanguíneo. Si este gen no se manifestara tal cual, moriríamos (los glóbulos rojos se desintegrarían).
Pero ¡atención, porque no todos tenemos el mismo grupo sanguíneo! Hay personas que son del grupo sanguíneo A, otros del B, o del 0, etcétera. Lo mismo ocurre con el mueble que hemos comprado. Seguro que había varios modelos en la tienda, con algunas diferencias de forma o de tamaño. En el caso del mueble, nosotros elegimos qué modelo se ajusta más a nuestras necesidades. En el caso de los grupos sanguíneos no elegimos nada, sino que nos viene dado estricta e inevitablemente por los genes que nos han legado nuestros progenitores. Entonces, ¿por qué hay diferentes grupos sanguíneos? Muy sencillo: porque los genes pueden presentar diversas variantes, con sutiles diferencias en la información que contienen. Como los diversos modelos de mesa que podemos encontrar en la tienda. Con respecto a los grupos sanguíneos hay un determinismo genético absoluto. En este caso, la educación no tiene ninguna posibilidad de cambiarlos o modificarlos.

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Continuemos con las instrucciones para montar la mesa. En otro punto del texto dice:
- Paso número 13: Si desea que el cajón quede en la parte larga de la mesa, encaje el soporte del cajón en las muescas que hay bajo la arista larga de la plancha; si quiere que quede en la parte corta, haga lo mismo, pero en las muescas que hay debajo de la arista corta.
Este es un caso diferente al anterior. Las instrucciones nos dicen cómo debemos fijar el cajón en la mesa rectangular, pero nos dejan abierta la posibilidad de fijarlo en el costado largo o en el corto. Dicho de otro modo, las instrucciones condicionan el resultado final, pero no lo determinan. Incluso podemos decidir no poner el cajón. Pues bien, los genes que de una manera u otra intervienen en nuestras facultades psíquicas y en las capacidades intelectuales –en nuestra vida mental, en definitiva–, funcionan de esta manera: condicionan el resultado final (no todos los cerebros ni todas las mentes son igualmente posibles), pero no lo determinan. El resultado final se ve influenciado por los genes, pero también, y mucho, por el ambiente donde vive y se forma esa persona. Y una parte importante del ambiente es la educación que recibe. ¡Menos mal, porque si no, los educadores pronto nos quedaríamos sin trabajo!

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Dejemos de una vez la mesa que he utilizado para esta comparación y fijémonos un poco en alguno de estos genes, para ver un caso real de los muchos que se conocen. Por ejemplo, hay un gen llamado MAO-A (que es el acrónimo de un nombre mucho más barroco, monoaminooxidasa de tipo A), que lleva información para gestionar unos determinados neurotransmisores –los neurotransmisores son las moléculas que permiten que las neuronas se comuniquen entre sí; hablaré de ellos en el próximo capítulo–. Como en el caso de los grupos sanguíneos, este gen también presenta diversas variantes, con mensajes sutilmente diferentes. Hay dos que son especialmente interesantes, y que se denominan variante larga y variante corta (que, como su nombre indica, una es un poco más larga que la otra). Las variantes largas favorecen tener un carácter relativamente tranquilo y reposado, más reflexivo, ante cualquier situación externa. Las variantes cortas, en cambio, favorecen la impulsividad, pero no siempre. Si una persona con una variante corta se ha educado y vive en un ambiente relativamente estable, no manifestará esta mayor impulsividad, o al menos lo hará con mucha menos frecuencia que si ha sido educada en un ambiente conflictivo.
Dicho de otro modo, en la manifestación de este rasgo de la personalidad intervienen tanto los genes, según las variantes génicas que tengamos, como también el ambiente. Los genes predisponen a unas respuestas determinadas, a un tipo de temperamento, pero el ambiente, la educación, favorece que se manifiesten en mayor o en menor grado. Es aquí donde la educación es claramente influyente, crucial. En resumen, ya de inicio, el temperamento y las capacidades de cada alumno serán ligeramente diferentes según sean sus variantes genéticas, para este gen y para los otros 8000 que intervienen en el cerebro. Cada alumno es biológicamente diferente, y estas diferencias, inevitables, contribuyen a que el oficio de educador sea complejo –y apasionante–. En un aula de veinticinco alumnos hay veinticinco constituciones genéticas diferentes con predisposiciones diversas.
El temperamento y las capacidades de cada alumno serán ligeramente diferentes según sean sus variantes genéticas, pero quien marca la diferencia entre aprovecharlo o no es la educación.

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Puede que haya quien piense que este gen que acabo de citar no tiene nada que ver con el aprendizaje, pero no es así. Es uno de los muchos ejemplos posibles, es cierto, sin embargo, las personas reflexivas lo tienen más fácil para centrar su atención de forma consciente que las impulsivas, y la atención consciente es clave para aprender. De manera paralela, un ambiente educativo relajado favorecerá que las personas genéticamente más predispuestas hacia la impulsividad puedan encontrar igualmente el espacio de reflexividad necesario para fijar sus aprendizajes. Y al revés también es cierto. Un ambiente educativo, entendido en sentido amplio (en la escuela o el instituto, en la familia y en la sociedad en general) que sea estresante y amenazador favorecerá que los alumnos sean más impulsivos, a pesar de que esta mayor impulsividad será más acusada en aquellos que estén genéticamente predispuestos. Pero todo esto, de algún modo, ya lo sabíamos, ¿no es cierto? Muchos pedagogos y profesionales de la educación ya habían llegado a esta misma conclusión de forma empírica –y muy lógica si nos detenemos a pensarlo–. El ambiente educativo influye en los procesos de aprendizaje. Los datos científicos de que disponemos no nos llevan a inventar «la sopa de ajo», pero corroboran lo que la pedagogía moderna nos está diciendo hace ya muchas décadas, y sobre todo nos ayudan a explicar el motivo de las diferencias que observamos en nuestros alumnos y el efecto crucial que tiene el ambiente educativo sobre su formación como personas integrales. Y también por qué un mismo ambiente, o una misma estrategia pedagógica, generan respuestas diferentes en cada persona. La educación, aunque sea un asunto social y que además funciona mucho mejor cuando se hace de manera cooperativa y colaborativa –ya hablaremos de el...

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