Ser mejor directivo: esa es la cuestión
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Ser mejor directivo: esa es la cuestión

Con la colaboración extraordinaria de William Shakespeare

Ventura Ruperti

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Ser mejor directivo: esa es la cuestión

Con la colaboración extraordinaria de William Shakespeare

Ventura Ruperti

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Con una amplia trayectoria profesional en management, el autor nos propone un conjunto de Principios Activos, destilados de su propia experiencia y de los cientos (o miles) de casos que ha conocido directa e indirectamente, con los que abordar el reto más relevante al que se enfrenta todo directivo a lo largo de su carrera: cómo conseguir que las personas que le rodean aporten lo mejor de sí mismas a la organización y, al mismo tiempo, se sientan a gusto, implicadas y reconocidas. Aspectos prácticos tan habituales como la gestión del poder, la comunicación, la confianza, el liderazgo, el conflicto, los recursos, entre muchos otros, se analizan y comentan desde una óptica práctica pero amplia y con toda la objetividad que permite una inevitable visión propia, fruto de un dilatado recorrido personal y profesional al frente de numerosos equipos humanos, en ámbitos muy distintos, de culturas diferentes y con objetivos dispares. Y para que no quepa duda de que "lo humano" es fundamental para que "lo organizativo" funcione, nada más apropiado que las profundas reflexiones de un auténtico conocedor de la mente humana como William Shakespeare.A lo largo de nuestra historia es difícil encontrar a otro pensador cuya riqueza y amplitud de experiencias vitales le hayan permitido plasmar, con una precisión y belleza inigualables, todos los misterios, los secretos, las evidencias y los anhelos del alma humana en las situaciones más diversas, lo que ha llevado a una comprensión extraordinaria de los sentimientos y las fuerzas que nos mueven. Sin duda, Shakespeare es la confirmación de que no hay nada más complejo y, a la vez, más gratificante, que trabajar con las personas para conseguir objetivos comunes en entornos difíciles, día a día y bajo presión, pero sin perder nunca el respeto, el buen humor y la visión de lo que se persigue.

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Information

Jahr
2017
ISBN
9788417002763
Los 20 Principios Activos
  1. La comunicación abre más puertas
  2. Es normal sentirse solo
  3. Sé bien dónde tengo mi norte
  4. Cometo errores, luego aprendo
  5. Observar y escuchar. Observarme y escucharme
  6. Confía en mí; confío en ti
  7. El poder se inventó para ser utilizado
  8. Un «¿por qué?» explica. Un «¿por qué no?» avanza
  9. ¿Qué entiendes tú por resultados?
  10. Da igual si el líder nace o se hace
  11. Anticiparse es vivir dos veces
  12. El tiempo es oro y la energía, platino
  13. Conociendo, motivo. Conociendo mejor, implico
  14. Compartir experiencia multiplica la potencia
  15. Relaciones, relaciones y más relaciones
  16. Talento + formación = más talento
  17. El control salva vidas
  18. Aprovechemos los conflictos
  19. Nunca tendré todo lo que quiero
  20. Todo cambia. Nada cambia
LOS 20 PRINCIPIOS ACTIVOS
DE LA DIRECCIÓN DE PERSONAS
Y LO QUE SHAKESPEARE DIJO
AL RESPECTO

PRINCIPIO ACTIVO N.º 1 La comunicación abre más puertas

Nadie duda de la eficacia de la comunicación como herramienta para desarrollar una buena gestión de personas. Sin embargo, sigue siendo sorprendente la escasa atención que se le presta a esta «verdad absoluta», reconocida formalmente por todos y aplicada en realidad por pocos. O dicho de otro modo: es tan continuo el uso de la herramienta «comunicación», tan cotidiano y permanente, que acabamos por rutinizar su uso, olvidando su carácter de instrumento, cayendo en la inercia y adquiriendo toda clase de vicios al entablar conversación con los demás. De tanto hablar, simplemente dejamos de otorgar a las palabras el poder que contienen.
La comunicación es un vehículo de influencia, y con influencia somos capaces de movilizar a las personas en la dirección requerida. Pero como la auténtica comunicación es una vía de dos direcciones, para influir no solo hay que ser influyente, sino que también hay que ser influenciable. Sin reciprocidad en la comunicación, a la larga desaparece la capacidad de impacto en los demás, por al menos dos razones:
  1. No escuchar ni dejarse influir nos empobrece, pues no nos permite adquirir información nueva mediante la retroalimentación sobre aquello que pensamos, decimos o hacemos, evitando la posibilidad de rectificación y corrección de rumbo y, con ello, reduciendo notablemente nuestras posibilidades de éxito.
  2. La gente acaba hartándose de hablar con una pared sin ser escuchada. La falta de respeto personal que comporta no escuchar, interrumpir, contradecir permanentemente, utilizar sorna y socarronería, no aceptar posiciones distintas a las de uno mismo, etcétera, acaba conduciendo a un callejón sin salida denominado «este no escucha», del que muy pocos logran salir cuando los demás los encasillan en él.
El buen feedback nunca puede faltar en la comunicación, pero hay que saber darlo y recibirlo. Por ejemplo, para realizar una advertencia, es grave confundir un chasquido de dedos con un puñetazo. Pero demasiado a menudo se alega que nada como la sinceridad directa para aclarar una cuestión y transmitir con total transparencia lo que se quiere decir… Craso error, sobre todo porque ignora que las cosas bien dichas (es decir, meditadas previamente) tienen un efecto similar en cuanto a lo que hay que decir, pero son infinitamente más eficaces porque también consideran el cómo y el cuándo hay que decirlo. Ser bestia diciendo las cosas puede resultar más cómodo porque evita pensar y dedicar tiempo a preparar lo que se dirá, pero sin duda nos alejará de la verdadera comunicación y, además, nos granjeará una fama de intratables que puede resultar jocosa al principio, pero que se tornará inaguantable casi inmediatamente.
Aun aceptando que la comunicación es decisiva y, además, comportándonos permanentemente de forma que esta relevancia se mantenga muy presente en nuestro contacto con los demás, no podemos pararnos ahí; hay que ir más lejos. Hay que apurar más lo que nos ofrece una buena comunicación: hemos de seducir. Sin embargo, en la actualidad, la mayoría de nosotros está de vuelta de todo. Nuestra sociedad está vacunada de sorpresas, de desencantos, de maravillas y de hechos fantásticos. El siglo XXI contempla a una humanidad muy heterogénea y poco jerarquizada, curada de espantos en casi todo, creando una especie de indiferencia generalizada que a menudo deriva en un egocentrismo e individualismo exacerbados, donde uno mismo es la única justificación y la razón final de toda actitud y actuación, personal o profesional, aunque solo sea por la falta de consenso en los valores que definen a cada cual. En general, se vive con una tremenda indiferencia hacia casi todo.
Y en este contexto, la pregunta obvia es: ¿cómo se puede seducir a un «público» así? ¿Cómo voy a arrancarle una exclamación y un aplauso a este personal?… La respuesta es: con trabajo, tesón, una dosis de talento, bastante imaginación… y sin garantía de éxito.
Suena poco prometedor, pero la seducción de nuestros semejantes (y no pensemos solo en términos sexuales) probablemente sea una de las dificultades más grandes que se le plantean a cualquier persona en su vida social. No en vano cuando estamos frente a un seductor, un verdadero cautivador, y somos conscientes de su efecto sobre los demás, o sobre nosotros mismos, lo primero que acude a nuestra mente, irremediablemente, es un fuerte sentimiento de admiración. Y si lo que dice y hace esta persona, además, encaja con nuestros esquemas mentales y morales, entonces, la atracción está asegurada, corroborando ese potente magnetismo llamado carisma que algunas personas tienen –y saben utilizar–.
Desarrollar la habilidad de seducción y, en consecuencia, de influencia sobre los demás es tarea ardua, incluso teniendo este don de forma natural, porque a una sociedad como la nuestra, desengañada de muchas cosas, no le cuesta «ver el plumero» a cualquiera y considerar a quien se escucha, con desconfianza o recelo, como un farsante o un manipulador. Y quizás tendrán razón quienes así definan a esa persona, pues la línea entre influencia y manipulación es extremadamente delgada y, normalmente, la única frontera que las separa sin ambigüedades es la frontera moral; los principios éticos que retenemos en nuestro interior y que nos marcan con claridad lo que está bien y lo que está mal.
Es cierto que la diferencia entre ambos conceptos no coincide siempre entre personas, entre culturas o civilizaciones y, desde luego, varía a lo largo del tiempo, incluso para una misma persona o sociedad. Así que en este Principio Activo no entraremos a discutir un tema tan complejo sobre lo que es y no es moral, porque no es el propósito. Pero no dejaremos de insistir en que si uno cree honestamente que con su ejercicio de influencia está movilizando a las personas «en la buena dirección» no se puede hablar de manipulación, sino de influencia y, en el mejor de los casos, de seducción. Dicho de otro modo: no sería apropiado confundir las cosas diciendo aquello de que «para dirigir hay que saber comunicar, pero para liderar hay que saber seducir», pues en la actualidad no hay que esperar a ser presidente o consejero delegado de una empresa importante para otorgarle a la buena comunicación el papel que conviene darle en cualquier organización. Uno no puede conformarse con ser un comunicador mediocre o incluso aceptable. Tiene que aspirar a ser bueno, muy bueno, y a entusiasmar, a movilizar a los demás, incluso si uno es jefe de una o dos personas.
Y en esta línea es importante no olvidar que toda conversación implica dos acciones paralelas: hablar y escuchar, y que cuanto más arriba se está en la pirámide organizativa, más conviene escuchar antes de hablar. Y si puede ser, escuchar mucho y hablar lo justo, porque entonces estaremos gestionando la comunicación de forma magistral y realmente extrayéndole todo el jugo. Pues todo lo que sea ocupar el canal de interacción verbal entre dos o más personas, ya sea hablando o escuchando, implica que mientras estamos haciendo una cosa, los demás no pueden hacer otra. Es decir, si yo hablo, nadie más puede hacerlo, o si yo hablo, no escucho. Así, el objetivo que hay que perseguir es ocupar el canal de interacción verbal lo menos posible, dejándolo libre para su utilización por parte de los demás. Hemos de ser lo suficientemente humildes para recordar que antes que «regalar» a los demás nuestra sabiduría, nos conviene más adquirir la que los demás tengan a bien ofrecernos…
Y, por último, debemos considerar otro aspecto clave: igual que una buena comunicación puede arreglar las cosas, una mala comunicación (o simplemente la falta de ella) puede estropearlas mucho. O sea que propicia comunicar bien, pero, sobre todo, no comuniques mal. ¡Pocas cosas son tan nefastas y eficaces para destruir la confianza entre personas como los malentendidos!

PRINCIPIO ACTIVO N.º 1 – SHAKESPEARE DIXIT La comunicación abre más puertas

La virtud misma no puede escapar de los golpes de la calumnia.
Hamlet, 1.3
Cuando mi amor jura que está hecha de verdad, / la creo, aunque sé que miente.
Soneto 138, 1-2
Si juras, puede que resultes un mentiroso.
Romeo y Julieta, 2.2
Era un erudito, maduro y bueno, destilaba sabiduría, hablaba bien y era persuasivo.
Enrique VIII, 4.2
Entiendo la furia en tus palabras, pero no las palabras.
Otelo, 4.2
El honor debe rendirse a la sinceridad, cuando la majestad cae ante la locura.
El rey Lear, 1.1
Puedo guardar un secreto honrado, cabalgar, correr, echar a perder un cuento curioso al explicarlo y enredar un mensaje sencillo al entregarlo.
El r...

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