1492
eBook - ePub

1492

Vida y tiempos de Juan CabezĂłn de Castilla

Homero Aridjis

Buch teilen
  1. 317 Seiten
  2. Spanish
  3. ePUB (handyfreundlich)
  4. Über iOS und Android verfĂŒgbar
eBook - ePub

1492

Vida y tiempos de Juan CabezĂłn de Castilla

Homero Aridjis

Angaben zum Buch
Buchvorschau
Inhaltsverzeichnis
Quellenangaben

Über dieses Buch

A la vez novela picaresca, novela de aventuras y documento histórico, ofrece al lector una recreación de la España del siglo XV, el siglo que modificó el rostro de España cuando los Reyes Católicos, con la ayuda de la Inquisición, se apoderaron de la fortuna de los judíos expulsados para financiar la expansión de su imperio. Este mosaico de sucesos es visto a través de los ojos de Juan Cabezón, descendiente de judíos conversos.

HĂ€ufig gestellte Fragen

Wie kann ich mein Abo kĂŒndigen?
Gehe einfach zum Kontobereich in den Einstellungen und klicke auf „Abo kĂŒndigen“ – ganz einfach. Nachdem du gekĂŒndigt hast, bleibt deine Mitgliedschaft fĂŒr den verbleibenden Abozeitraum, den du bereits bezahlt hast, aktiv. Mehr Informationen hier.
(Wie) Kann ich BĂŒcher herunterladen?
Derzeit stehen all unsere auf MobilgerĂ€te reagierenden ePub-BĂŒcher zum Download ĂŒber die App zur VerfĂŒgung. Die meisten unserer PDFs stehen ebenfalls zum Download bereit; wir arbeiten daran, auch die ĂŒbrigen PDFs zum Download anzubieten, bei denen dies aktuell noch nicht möglich ist. Weitere Informationen hier.
Welcher Unterschied besteht bei den Preisen zwischen den AboplÀnen?
Mit beiden AboplÀnen erhÀltst du vollen Zugang zur Bibliothek und allen Funktionen von Perlego. Die einzigen Unterschiede bestehen im Preis und dem Abozeitraum: Mit dem Jahresabo sparst du auf 12 Monate gerechnet im Vergleich zum Monatsabo rund 30 %.
Was ist Perlego?
Wir sind ein Online-Abodienst fĂŒr LehrbĂŒcher, bei dem du fĂŒr weniger als den Preis eines einzelnen Buches pro Monat Zugang zu einer ganzen Online-Bibliothek erhĂ€ltst. Mit ĂŒber 1 Million BĂŒchern zu ĂŒber 1.000 verschiedenen Themen haben wir bestimmt alles, was du brauchst! Weitere Informationen hier.
UnterstĂŒtzt Perlego Text-zu-Sprache?
Achte auf das Symbol zum Vorlesen in deinem nÀchsten Buch, um zu sehen, ob du es dir auch anhören kannst. Bei diesem Tool wird dir Text laut vorgelesen, wobei der Text beim Vorlesen auch grafisch hervorgehoben wird. Du kannst das Vorlesen jederzeit anhalten, beschleunigen und verlangsamen. Weitere Informationen hier.
Ist 1492 als Online-PDF/ePub verfĂŒgbar?
Ja, du hast Zugang zu 1492 von Homero Aridjis im PDF- und/oder ePub-Format sowie zu anderen beliebten BĂŒchern aus Literatur & Historische Romane. Aus unserem Katalog stehen dir ĂŒber 1 Million BĂŒcher zur VerfĂŒgung.

Information

AMANECÍA el año de 1492 cuando se tomĂł Granada. El rey don Fernando con sus vestiduras reales se encaminĂł hacia el castillo y la ciudad seguido de sus caballeros armados, la reina y sus hijos y los grandes del reino. Cerca de la Alhambra, el rey Chico Muley Boabdil saliĂł a su encuentro a caballo, acompañado de cincuenta jinetes moros y, queriĂ©ndose apear para besar la mano del rey vencedor, Ă©ste no se lo consintiĂł, abrazĂĄndolo. Muley Boabdil le besĂł el brazo, y puestos los ojos en el suelo, con el cuerpo humillado y el semblante triste, le entregĂł las llaves del castillo, con estas palabras: “Señor, Ă©stas son las llaves de vuestra Alhambra y ciudad. Id, señor, y recibidlas”. El rey Fernando se las dio a la reina Isabel, diciendo: “Tome Vuestra SeñorĂ­a las llaves de vuestra ciudad de Granada, y proveed de Alcaide”. La reina, cabizbaja, dijo: “Todo es de Vuestra SeñorĂ­a”, y se las dio al prĂ­ncipe, diciendo: “Tomad estas llaves de vuestra ciudad y Alhambra y poned en nombre de vuestro padre el Alcaide y capitĂĄn que ha de tener Granada”. El prĂ­ncipe se las dio a don ĂĂ±igo de Mendoza, conde de Tendilla, ante quien se apeĂł del caballo y se hincĂł en tierra, diciendo: “Conde, el Rey, e la Reyna, Señores que presentes estĂĄn, quieren os hacer merced de la tenencia de Granada y su Alhambra”. Luego, el conde de Tendilla, con el duque de Escalona, el marquĂ©s de Villena, y otros caballeros, con tres mil jinetes y dos mil espingarderos entraron en la Alhambra y se apoderaron de ella. EntrĂł el rey don Fernando, seguido de los prelados de Toledo y Sevilla, el maestre de Santiago, don Rodrigo Ponce de LeĂłn, duque de CĂĄdiz, el mejor capitĂĄn de la guerra de Granada, fray Hernando de Talavera y otros señores y eclesiĂĄsticos. En la torre principal y en la del homenaje fueron colocados el estandarte real y el de Santiago. El rey se arrodillĂł ante la cruz para dar gracias a Dios por la victoria conseguida, los arzobispos y la clerecĂ­a cantaron Te deum laudamus y los de adentro mostraron los pendones del apĂłstol Santiago y el del rey Fernando, gritando: “¡Castilla, Castilla!” Acabada la oraciĂłn, acudieron los grandes y señores a darle el parabiĂ©n del nuevo reino, e hincados, uno por uno le besaron la mano, haciendo lo mismo con la reina y el prĂ­ncipe. DespuĂ©s de comer, se volvieron en orden a los reales junto a la puerta mĂĄs cercana de la ciudad. Dieron a Boabdil, el rey Chico, el valle de Purchena, y quinientos cautivos cristianos fueron puestos en libertad.
Yo llegué a Trujillo una mañana fría de niebla densa, después de dar largos rodeos por los montes y pasar puentes de piedra, de marchar días y días, leguas y leguas, sin mås compañía que la de las encinas y los alcornoques entre las piedras grises.
Llegué a Trujillo a pie, muerto mi caballo cerca de los acantilados del anchuroso Tajo, bajo el vuelo de las åguilas reflejadas en la corriente como si nadaran en las ramas líquidas de las encinas. Anduve de noche y de día, hallando mi camino entre los lentos årboles, en los que el silencio parecía haber echado raíces y el verde oscuro hojas en el aire.
“Por doquiera que a Truxillo entrares andarĂĄs una legua de berrocales”, dice el refrĂĄn, y dice bien, porque antes de entrar en la villa se encuentran los berrocales incrustados en la tierra como tortugas quietas entre las yerbas ralas, peñascos cenicientos subiendo uno sobre otro semejantes a velos grises que se volvieron animales pĂ©treos, crĂĄneos rotos.
Envuelto por la niebla entré en la villa color tierra y color piedra, con su muralla, su castillo y sus torres, desde donde se dominaban todos los puntos de la lejanía: los montes azul pålido, los caminos borrosos, los arroyos vagos, el horizonte polvoriento.
La luna, pålida y rasgada, todavía estaba en el cielo cuando vine por calles angostas y torcidas a la plaza, en busca del mesón de doña Luz Pizarro, mujer gruesa y espaciosa, hija de labradores.
—A los que andan peregrinos, pasen en paz —dijo, desde la puerta de su casa.
—¿No sois una de esas posaderas que salen a los caminos para invitar a los viajeros a sus posadas y cuando están en ellas les son vendidas las velas a grandes precios? —le dije, para burlarla.
—Nuestro Señor ha dicho en su Evangelio: “Quien os reciba me recibirá” —contestĂł.
—¿Sois acaso doña Luz Pizarro? —preguntĂ©.
—Respondo a ese nombre desde que nací y nunca lo he mudado —dijo.
—Vengo de la parte de vuestro amigo don Martín Martínez.
—¿CĂłmo se halla ese hombre tan amado por mĂ­, con el que años atrĂĄs estuve a punto de casarme?
—Vive en la más completa serenidad de su ánima —respondí.
—EstorbĂł la boda un cura apĂłstata, pero ya os contarĂ© la historia cuando acabĂ©is de descansar y comer —añadió—. Ahora, entrad en la posada, que habĂ©is llegado a una villa admirable que no tiene igual en el mundo entero.
—No soy muy rico —advertí—. Martín Martínez me dijo que hallaría con vos una pieza a buen precio, por algunas semanas.
—Entrad y hablaremos luego, que todos los pobres que aquí llegan reciben su pitanza, cuanto más un amigo de mi amigo don Martín Martínez —dijo ella, dándome el cuarto más resguardado del viento en su mesón, y alimentándome enseguida con una carne tan llena de sebo que mi estómago flaco no la pudo digerir por grande rato.
Me acosté después de vísperas y no desperté hasta la hora de la tercia del otro día. Sólo había otro huésped en la casa, un mercader del que no se podía decir si era joven o viejo, pesado de cuerpo o ågil, de rostro hermoso o feo, justo el tipo de hombre que uno ve en la vida infinitas veces y uno lo olvida infinitas veces. Pero, no obstante la vaguedad de su persona, al hablar con las gentes iba siempre al grano, decía lo que quería y nada mås; como si uno se enfrentara a dos personas a la vez, una que miraba con franqueza y otra que escondía alguna cosa, una que tenía una expresión pålida malsana, igual que si acabase de salir de una larga enfermedad, y otra evasiva, emprendedora, cruda, rapaz. Andaba por el mesón día y noche, de prisa, haciendo preparativos para mercar, vender, trocar o partir; aunque en realidad no tenía prisa, no mercaba, no vendía, no trocaba, no partía, desde el umbral de la puerta observando la torre del palacio de los Chåvez, el campanario de la iglesia de Santiago, la muralla, el castillo, la distancia. Doña Luz Pizarro invariablemente se confundía al toparse con él, creyendo que deseaba algo que no deseaba, que iba a decir algo que no decía, y que iba a marcharse, pero no se marchaba. Se dirigía a ella con premura, atropellåndose, sin tiempo que perder, ocioso, enfrente de ella calmo, sin mås ocupación que mirarla a los ojos. Lo que le fascinaba en él, decía doña Luz, era su manera clarísima de pronunciar cada palabra, el orden mesurado y casi perfecto de sus razones, su discreción y su falta completa de risa; que, desde el día en que llegó, meses atrås, este hombre de dos caras nunca había reído.
—He recorrido las ferias destos reinos —me dijo una noche, que, para mi sorpresa, vino a sentarse conmigo a la tabla redonda para hacerme compañía—, la de Badajoz, la de Santiago, la de Talavera de la Reina, la de Sevilla, la de CĂĄdiz y la de Ávila, pero ninguna he visto tan concurrida como la de Medina del Campo, en la que se dan cita los mercaderes de Flandes, GĂ©nova, Toledo, Segovia, Valencia, Inglaterra, Francia, Irlanda y Portugal, abundando en sedas, brocados, telas de oro y plata, paños, perlas, ganados, pescados, carnes, vinos, aceites, mieles, especierĂ­as, maderas, semillas, frutas verdes y secas, puertas, ventanas, cueros, ceras, vasijas de barro y vidrio. He andado salvo y seguro, entre cristianos, judĂ­os y moros, pagando mi portazgo, mi diezmo y mi derecho de suelos cuando he sido obligado a ello.
Prolijo en su descripción de las ferias, se mostró conocedor de los pesos y medidas que estaban en uso por aquellos días, alargando su plåtica hasta la medianoche para hablarme de cåntaras de ocho azumbres para el vino, fanegas de doce celemines para el pan y varas castellanas para el paño; durante su interminable trafagar había comprado y vendido cueros de caballo y asno para hacer escudos, sombreros de Segovia, jabones blancos y prietos de Sevilla, azafrån de Zaragoza, loza de Målaga y vidrios de Alhama; había ido con sus carretas, acémilas y muleteros por caminos y montes con gran peligro de su vida y hacienda, hasta que la Santa Hermandad llenó los campos de salteadores asaeteados.
Habló de innumerables cosas y al final se replegó en sí mismo, como si de pronto otra criatura en su persona se hubiese dado cuenta que se había descubierto demasiado ante un desconocido, informåndolo no sólo de las ferias, sino de sus mercaderías y dineros. Se despidió de mí, con el aire de alguien que después de revelarse locuazmente ante un extraño lamenta haberse mostrado familiar y corre a esconderse. Al otro día se fue del mesón, sin dejar rastro de él, ni decir de dónde venía ni cómo se llamaba.
Ido el mercader, quedĂ©me solo en la posada sin otra ocupaciĂłn que la de dejarme cuidar por mi nada fea hostelera, y sin mĂĄs trabajo que el de andar al castillo, con su muralla como una serpiente terrosa tendida al sol. Anduve tambiĂ©n por Santa MarĂ­a la Mayor, la calle de las Palomas, la casa de los Escobar y la puerta de San AndrĂ©s. AllĂĄ en la plaza Mayor, me dijeron, habĂ­a vivido hasta hacĂ­a poco tiempo doña Vellida, judĂ­a rica, viuda y madre de tres hijos, que el corregidor de Trujillo, Diego Arias de Anaya, habĂ­a hecho ahorcar en 1491. Años atrĂĄs, denunciada por la aljama de la villa a los reyes por sus amores carnales con el alcaide y corregidor Sancho del Águila, que muchas veces habĂ­a sido hallado dormido con ella haciendo adulterio, Fernando e Isabel habĂ­an mandado a Alonso Contreras, vecino de Valladolid, para prender sus cuerpos y secuestrar sus bienes. Denunciada dos meses despuĂ©s por la misma aljama por tener amores con el alguacil Gonzalo de Herrera, los reyes ordenaron de nuevo al dicho Alonso Contreras prender los cuerpos de los culpables y secuestrar sus bienes. Seis años mĂĄs tarde, el corregidor de Trujillo, Diego Arias de Anaya, la arrestĂł por amores adĂșlteros con el cristiano Juan Ruiz; pero esta vez la atormentĂł y la hizo cabalgar en un asno por la ciudad, confiscando la mitad de sus bienes para la cĂĄmara de los reyes y desterrĂĄndola perpetuamente de Trujillo. Doña Vellida presentĂł una peticiĂłn a los monarcas explicando que Juan Ruiz con palabras y engaños la habĂ­a requerido muchas veces de amores, hasta que la tuvo por fuerza; lo que callĂł para no ser deshonrada. Sin poder echarlo de su casa a ninguna hora, el corregidor los habĂ­a prendido a ambos, atormentĂĄndola a ella. Los reyes mandaron a Diego Arias de Anaya que quitase el embargo de sus bienes y la dejase libremente volver a la ciudad y estar en su casa durante quince dĂ­as, al cabo de los cuales cumpliese su destierro. Pero el corregidor, ensañado, la hizo prender y la ahorcĂł, tomĂĄndole sus bienes y maravedĂ­s.
En la plaza Mayor, a menudo me topé con Abraham Barchillón, pregonero de la aljama, el semas de los judíos que encendía las låmparas en la sinagoga. Tenía fama de loco, truhån y borracho, de tuerto y cumplidor de todo mal, de hombre menguado y vil que andaba arcado por las calles haciendo donaires y pullas, pidiendo dådivas y dando la vida por un vaso de vino. En la plaza corría de una parte a otra con un medio pavés, un capacete y una lanza en la mano, a vista de la mayor parte de los vecinos de la villa, que le tiraban cintos, se reían de él y con él, mientras echaba maldiciones de la Ley a un Gonzalo Pérez Jarada, un procesado que había sido regidor de Trujillo; quien, un día, lo había encerrado en la sinagoga junto con otros judíos, por lo que había tenido que salir por el tejado.
A veces, el domingo venían a comer al mesón conversos y cristianos. Los conversos se sentaban a la cabecera de la mesa con sus ritos y ceremonias, su propia comida y sin mezclar los platos, después de oír misa en la iglesia de San Martín como fieles católicos. Los cristianos comían conejos, perdices, cordero, gallinas, pescados, congrios, puercos y tocinos, que doña Luz tenía colgados en la casa en abundancia.
Por la tarde paseaban por la plaza los cristianos principales de Trujillo: los ChĂĄvez, los Hinojosa, los Pizarro, los Vargas y otros menos importantes, como el pintor Alonso GonzĂĄlez, el escudero Alfonso RodrĂ­guez y el alarife AlĂ­ de Orellana. Se veĂ­an los judĂ­os Delgado, Cohen, Follequinos, el fĂ­sico Cetia, el mayordomo de la sinagoga Samuel Barzilay y los hijos de Ysaque Saboca, a quien habĂ­a arruinado y metido en la cĂĄrcel el regidor Gonzalo PĂ©rez Jarada. Isaac del Castillo, su mujer Jumila y su hija Azibuena, informantes de la InquisiciĂłn, y Álvaro y Francisco de Loaisa, “con sus ombres omiseros e de mala condiciĂłn”, daban tambiĂ©n la vuelta. Vistos, quizĂĄs, por el espectro ubicuo del converso GarcĂ­a VĂĄzquez Miscal, que un dĂ­a tratĂł de acuchillar al dicho Gonzalo PĂ©rez Jarada en las cuatro calles de la villa y fue quemado por el Santo Oficio.
El domingo de Quasimodo, 29 de abril de 1492, fue distinto. Entre las doce y la una del dĂ­a se pregonĂł a altas voces, ante gran muchedumbre de hombres y mujeres, con tres trompetas, rey de armas, dos alcaides, dos alguaciles, en el Real de Santa Fe la provisiĂłn de los Reyes CatĂłlicos dada en la ciudad de Granada el 31 de marzo de ese mismo año, mandando “a todos los judĂ­os e judĂ­as de qualquier hedad que sean que biben e moran e estĂĄn en los dichos nuestros reynos e señorĂ­os asĂ­ los naturales como los non naturales que en qualquier manera e por qualquier cavsa ayan benido e estĂ©n en ellos que fasta en fin del mes de jullio primero que biene de este presente año, salgan de todos los dichos nuestros reinos e señorĂ­os con sus hijos e hijas, criados e criadas e familiares judĂ­os, asĂ­ grandes como pequeños, de qualquier hedad que sean, e non sean osados de tornar a ellos ni estar en ellos ni en parte alguna dellos de bibienda ni en otra manera alguna so pena que si no lo fiziesen e cumpliesen asĂ­ e fueren hallados estar en los dichos reynos e señorĂ­os e benir a ellos en qualquier manera, yncurran en pena de muerte e confiscaciĂłn de todos sus bienes para la nuestra CĂĄmara e Fisco, en las quales penas yncurran por ese mismo fecho e derecho sin otro proceso, sentencia ni declaraciĂłn. E mandamos e defendemos que ningunas nin algunas personas de los dichos nuestros reynos de qualquier estado, condiciĂłn, dignidad que sean, non sean osados de rescebir nin acoger ni defender ni tener pĂșblica ni secretamente judĂ­o ni judĂ­a pasado el dicho tĂ©rmino de fin de jullio en adelante para siempre jamĂĄs, en sus tierras ni en sus casas nin en otra parte alguna de los dichos nuestros reynos e señorĂ­os, so pena de perdimiento de todos sus bienes, vasallos e fortalezas e otros heredamientos, e otrosĂ­ de perder qualesquier mercedes que de nos tengan para la nuestra CĂĄmara e Fisco.
”E porque los dichos judĂ­os e judĂ­as puedan durante el dicho tiempo fasta en fin del dicho mes de jullio mejor disponer de sĂ­ e de sus bienes e hazienda, por la presente los tomamos e recibimos so nuestro seguro e anparo e defendimiento real e los aseguramos a ellos e a sus bienes para que durante el dicho tiempo fasta el dicho fin del dicho mes de jullio puedan andar e estar seguros e puedan entrar e vender e trocar e enagenar todos sus bienes muebles e raĂ­zes e disponer dellos libremente e a su boluntad, e que durante el dicho tiempo no les sea fecho mal ni daño ni desaguisado alguno en sus personas ni en sus bienes contra justicia so las penas en que cayen e yncurren los que quebrantan nuestro seguro real. E asimismo damos licencia e facultad a los dichos judĂ­os e judĂ­as que puedan sacar fuera de todos los dichos nuestros reynos e señorĂ­os sus bienes e haziendas por mar e por tierra con tanto que no saquen oro ni plata ni moneda amonedada ni las otras cosas vedadas por las leyes de nuestros reynos, salvo en mercaderĂ­as que non sean cosas vedadas o en canbios”.
Pregonado el edicto general de expulsiĂłn en los lugares pĂșblicos y acostumbrados, y cabe en las cisternas, donde celebraban los moradores de Trujillo su concejo, en presencia de los justicias, el juez de Hermandad y los corredores pĂșblicos de cada poblaciĂłn de los reinos y señorĂ­os de Fernando e Isabel pusieron las armas reales en las puertas principales de las juderĂ­as, asĂ­ como en las casas principales de todos los judĂ­os, las que quedaron “aprendidas a manos de la corte de su Alteza”. DespuĂ©s de esto pasaron a inventariar, secuestrar y depositar todos sus bienes muebles como sedientes, mandando el comisario y notario del rey, so indignaciĂłn de su Alteza y pena de excomuniĂłn de los inquisidores, que enviasen personas fieles a guardar a los judĂ­os y juderĂ­as, a fin de que ellos no pudiesen vender, ni transportar, ni encomendar, alienar ni ocultar sus bienes hasta que fuera hecho el inventario y secuestro de los mismos. Fueron llevados uno por uno los moradores de las juderĂ­as a prestar juramento ante el comisario de la Santa InquisiciĂłn, en presencia de los justicias y el juez de la Hermandad con el fin de declarar “todos y qualesquier bienes, tributos, censales, nombres, derechos e acciones a vos pertenecientes e devientes en qualquier manera, e de qualquier especie, natura e condiciĂłn”, pues “si se fallara por vos o por otras personas haber seydo transportados, escondidos, apartados o encomendados, o a vos deberse... et no havĂ©ys aquellos dicho, notificado y declarado al dicho comisario, segunt dicho es, desde agora en adelante os sometĂ©ys a la Sancta YnquisiciĂłn y querĂ©ys ser caydo en pena de relapso... como contrafacto y defensor de los herejes”.
En el reino de Aragón, fray Pedro de Valladolid y maestre Martín García amonestaron y exhortaron a los fieles cristianos so pena de excomunión y pena arbitraria a los inquisidores que no fuesen osados “por sí o por interpolada persona o personas, directamente ni indirecta, ni por qualquier color, recebir ni tomar por vía d...

Inhaltsverzeichnis