Comerciantes de atenciĂłn
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Comerciantes de atenciĂłn

La lucha Ă©pica por entrar en nuestra cabeza

Tim Wu, Paula ZumalacĂĄrregui MartĂ­nez

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Comerciantes de atenciĂłn

La lucha Ă©pica por entrar en nuestra cabeza

Tim Wu, Paula ZumalacĂĄrregui MartĂ­nez

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En un momento en que el acceso a la informaciĂłn es prĂĄcticamente ilimitado, nuestra atenciĂłn se ha convertido en un producto fundamental para el mercado.ÂżSentimos que desafĂ­an nuestra atenciĂłn? Los negocios de Occidente dependen de ello. En casi cada momento de nuestras vidas, nos enfrentamos a un aluviĂłn de mensajes, incentivos publicitarios, marcas, redes sociales y otros esfuerzos para captar nuestra atenciĂłn. Pocos momentos o espacios cotidianos permanecen intactos por los "comerciantes de atenciĂłn". Pero Tim Wu sostiene que esta condiciĂłn no es simplemente el subproducto de innovaciones tecnolĂłgicas recientes, sino el resultado de mĂĄs de un siglo de crecimiento y expansiĂłn de las industrias que se nutren de la atenciĂłn humana.Desde el nacimiento de la publicidad hasta la explosiĂłn de la web mĂłvil; de la invenciĂłn del correo electrĂłnico a los monopolios de atenciĂłn de Google y Facebook; desde Ed Sullivan hasta marcas famosas como Oprah Winfrey, Kim Kardashian y Donald Trump, el modelo de negocio bĂĄsico de los comerciantes de atenciĂłn no ha cambiado: desvĂ­o gratuito a cambio de un momento de nuestra consideraciĂłn, que a su vez es vendido al anunciante con la oferta mĂĄs alta.

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Informations

Année
2020
ISBN
9788412135589
imagen

07
La invenciĂłn del horario
de mĂĄxima audiencia
En 1928, Walter Templin, el nuevo director general de la pasta de dientes Pepsodent, andaba buscando una idea, lo que fuera con tal de salvar su empresa, que estaba al borde de la quiebra.
Apenas unos años antes, gracias a la acertada campaña de «pelĂ­cula dental» de Claude Hopkins, Pepsodent se habĂ­a coronado como el rey de los dentĂ­fricos. Sin embargo, a finales de la dĂ©cada de 1920, el producto habĂ­a recibido publicidad negativa, aunque no por ello era menos veraz. A diferencia de nuestras pastas de dientes, Pepsodent no contenĂ­a ni fluoruro ni agentes de limpieza adecuados. La sensaciĂłn de «limpieza» la producĂ­a un ingrediente abrasivo que, segĂșn un quĂ­mico de la Universidad de Columbia que lo sometiĂł a pruebas, era «lo suficientemente fuerte y afilado como para cortar vidrio».[145] AdemĂĄs, el cientĂ­fico descubriĂł que la «placa de mucina [tĂ©rmino tĂ©cnico para la “pelĂ­cula”] no se puede eliminar de los dientes por ninguno de los usos anunciados de “Pepsodent”».[146]
Otro de los problemas radicaba en que el éxito inicial de Pepsodent había atraído a los competidores, por lo que para finales de los años veinte había en el mercado mås de cien marcas de pasta de dientes. Algunas eran incluso peores: Tartaroff, por ejemplo, que aseguraba que transformaba los dientes «en gemas de perlada belleza», los blanqueaba quemando el esmalte con åcido clorhídrico.[147] Sin embargo, Pepsodent también estaba perdiendo participación en el mercado por culpa de alternativas mejores, como el advenedizo Colgate, «la crema dental de cinta», que prometía un dentífrico «seguro» con un «sabor delicioso». («Por sus dientes los conoceréis»).[148] En 1928, el invento de Hopkins estaba al borde de la quiebra.
Sin embargo, Templin, un canadiense que se había mudado a Chicago, tuvo una idea. Como a muchos en la década de 1920, lo fascinaba el invisible milagro de la radiodifusión. De hecho, antes de Pepsodent, había dirigido una fåbrica de aparatos de radio. ¿Habría alguna forma de publicitar Pepsodent en antena? Pero ¿cómo?
­­­* * *
En la dĂ©cada de 1920, la idea de la publicidad radiofĂłnica resultaba controvertida e incluso despreciable. Hasta Printer’s Ink opinaba que «la esfera familiar no es un espacio pĂșblico, y la publicidad no tiene por quĂ© meterse ahĂ­ a menos que la inviten».[149] AdemĂĄs, la radio estaba en una fase utĂłpica: su destino parecĂ­a ser elevar la condiciĂłn humana, no vender pasta de dientes.[150] Como habĂ­a señalado en 1922 el futuro presidente Herbert Hoover, «es inconcebible que permitamos que algo que ofrece tantas posibilidades de servicio, noticias, entretenimiento, educaciĂłn y propĂłsitos comerciales fundamentales quede ahogado por el parloteo de la publicidad».[151] Algunos incluso dudaban que la radio pudiera ser una plataforma publicitaria efectiva, debido al fracaso de los cines con publicidad de la dĂ©cada de 1910. Como dijo Samuel Roxy Rothafel, el propietario del cine mĂĄs grande de Nueva York, «si intentas vender alguna marca de zapatos o cualquier otra cosa por la radio, no tendrĂĄs audiencia».[152]
En aquella Ă©poca, las empresas que querĂ­an llegar a la audiencia de la radio la acechaban de manera indirecta, patrocinando contenido. Gillette, por ejemplo, suscribiĂł una serie de conferencias sobre la «historia de la barba». Sin embargo, la mayorĂ­a patrocinaba algĂșn nĂșmero musical, como La Palina Hour (La hora de La Palina), cuyo nombre procedĂ­a de los puros La Palina, o el club de esquimales de Clicquot, un conjunto de banjo presentado por un popular ginger ale (los «esquimales» tocaban el banjo ante el pĂșblico del estudio con el anorak puesto).
AsĂ­ que Âżtal vez una orquesta de Pepsodent? El problema era que se les habĂ­a adelantado otra pasta de dientes: los Ipana Troubadours tocaban swing, pero vestidos de toreros españoles. Entre los conjuntos no dentales, los oyentes tambiĂ©n podĂ­an disfrutar de los Goodrich Zippers; la Silvertown Cord Orchestra y su tenor enmascarado; los Sylvania Foresters; los Champion Sparkers; los Fox Fur Trappers; los Ingram Shavers; la Yeast Foamers’ Orchestra; los Planters Pickers, y, por supuesto, los Freed-Eisemann Orchestradians. Basta decir que el nicho estaba a rebosar.
Una tarde de 1928 —a las siete, para ser exactos—, estando en Chicago, en casa de un amigo, Templin oyó en la radio algo muy diferente, algo así como:
—Vamos a ver una cosa: ÂżtĂș quĂ© es lo que eres? ÂżDemĂłcrata o republicano?
—Pues mira, yo iba con los demócratas

—Aaaajá.
—Pero me da a mí que me voy a pasar al bando de los republicanos esos.
—¿QuiĂ©n es el tipo que se presenta a las elecciones estas? ExplĂ­camelo, haz el favor.
—Herbert Hoover. Contra Al Smith.
—Y Âżen quĂ© se diferencian?
—Pues en que uno de ellos es un asno y el otro, un elefante.[153]
Dos actores blancos, Freeman Gosden y Charles Correll, estaban contando con «voz de negros» una historia que nunca terminaba, una «serie», en entregas de quince minutos. La emitĂ­a una emisora local, una de las innumerables emisoras independientes que existĂ­an en la primera Ă©poca de la radio.[154] Ni Templin ni nadie comprendiĂł que, al descubrir a Amos ’n’ Andy (Amos y Andy) —el precedente de las comedias de situaciĂłn y de otros programas de entretenimiento que fascinaron a tanta gente durante tanto tiempo—, revolucionarĂ­a el negocio de captar y vender la atenciĂłn.
Los personajes, Amos y Andy, eran dos negros sureños que se habĂ­an trasladado de Georgia a Chicago y a quienes la vida urbana moderna no cesaba de dejar confundidos y perplejos. Andy, a quien daba voz Correll, era el de mĂĄs edad, atrevido y demasiado confiado, y estaba «absolutamente convencido de tener respuesta para todo».[155] Amos, por su parte, era serio y simplĂłn, como se advierte en materiales de promociĂłn posteriores: «Cuando estĂĄ contento o sorprendido, dice: “¡Mi madre!”».[156] Gosden, que interpretaba a Amos, era oriundo de Richmond (Virginia) e hijo de un soldado confederado. SegĂșn decĂ­a, el programa estaba inspirado en la niñera negra que lo habĂ­a criado junto a un chico negro llamado Snowball.
Cuando salió en antena Amos ’n’ Andy, Templin percibió algo peculiar en casa de su amigo: toda la familia dejó de hacer lo que estaba haciendo para reunirse en torno a la radio y escuchar atentamente el programa de principio a fin. Templin concluyó acertadamente que la radio no solo podía captar la atención, sino que lo hacía en las casas de los consumidores. La radio podía hacer que todos los miembros de una familia se ignorasen y escucharan en un silencio embelesado.
Hemos hablado de la impresionante capacidad de la mente para cerrar la puerta al mundo exterior, pero la gente parecĂ­a encantada de abrirla de par en par cuando Amos ’n’ Andy estaba en antena. Aquella atenciĂłn embelesada era diferente de lo que tenĂ­an los nĂșmeros musicales. Templin se dio cuenta de que, si se lograba aprovechar, aquello tendrĂ­a un poder asombroso.
Su idea fue llevar el programa de Amos ’n’ Andy a la emisora de radio NBC patrocinado por Pepsodent. A Kenneth Smith —que en aquella Ă©poca era el jefe de Pepsodent— y a los demĂĄs ejecutivos pareciĂł gustarles la idea, tal vez porque estaba relacionada con la antigua tradiciĂłn de anuncios de pasta de dientes en los que salĂ­an estilizados hombres negros con dientes de un blanco deslumbrante. (De hecho, fue en esa Ă©poca mĂĄs o menos cuando una empresa inglesa lanzĂł la marca Darkie, en cuyo logotipo habĂ­a un sonriente hombre negro).[157]
Sin embargo, al margen de Pepsodent la idea encontrĂł oposiciĂłn de inmediato. SegĂșn contĂł mĂĄs tarde la revista Broadcasting, «otros anunciantes se rieron del temerario desconocimiento de la radio del que hacĂ­a gala [Pepsodent]». Todo el mundo sabĂ­a, escribiĂł la revista, que «la gente no escucha lo que dice la radio. Prefieren hablar ellos».[158] Cuando Templin fue a la NBC, sus gerentes le plantearon ...

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