Palabras que consuelan
MercĂš Castro Puig
- 168 pages
- Spanish
- ePUB (adapté aux mobiles)
- Disponible sur iOS et Android
Palabras que consuelan
MercĂš Castro Puig
Ă propos de ce livre
CĂłmo trascender el duelo y amar la vida. "Cuando muere una persona inmensamente querida con la que compartĂamos un proyecto de vida, nuestra realidad se rompe. Nos sentimos solos, desgarrados, vacĂos, sin tierra bajo los pies⊠AsĂ me sentĂ yo durante mucho tiempo cuando muriĂł mi hijo Ignasi en 1998. Durante la travesĂa de mi largo duelo he podido constatar que el amor es lo Ășnico que de verdad nos sostiene, que no es posible dejar atrĂĄs la rabia, el dolor, la culpa o la locura si no miramos, en silencio, en nuestro interior y dejamos ir con cariño el pesado lastre que arrastramos hasta quedar desnudos. EmpecĂ© a ver la luz al final del tĂșnel cuando tuve la certeza de que el perdĂłn nos libera, de que la alegrĂa no depende de lo que ocurre fuera porque el poder de vivir feliz y en paz estĂĄ dentro de nosotros y poco o nada tiene que ver con lo que nos suceda." Las palabras de este libro ayudarĂĄn al lector a trascender el dolor, crear ilusiĂłn y armonĂa en la familia y sentir que la vida vuelve a tener sentido.
Foire aux questions
Informations
Momentos mĂĄgicos
UNA HISTORIA DE AMORHe pasado muchas horas de mi vida mirando por los ventanales del comedor de mi casa, un tercer piso de un edificio situado en una esquina del Ensanche barcelonĂ©s, tocando al barrio de Gracia. Por esas generosas ventanas entra un trozo grande de cielo y calle. Para mĂ es una bonita perspectiva urbana enmarcada por enormes ĂĄrboles, que veo florecer desde hace treinta primaveras.Cuando mis hijos eran pequeños, para distraerles, nos ponĂamos agazapados junto a una de las ventanas y jugĂĄbamos a ver quiĂ©n veĂa primero circular un coche amarillo, rojo o verde. El juego tenĂa mĂșltiples variantes: contar taxis, perros, gente con o sin mochila⊠Hoy, que es domingo y me he levantado tarde, he hecho lo que suelo hacer cuando no voy con prisas: desayunar mirando por la ventana y no sĂ© cĂłmo resumir en palabras la emociĂłn que me ha producido la escena que he presenciado en una de las terracitas del edificio de enfrente.En el piso de esa terraza, un tercero como el mĂo, vive una mujer sola ya mayor a la que hace mucho tiempo se le muriĂł un hijo de unos treinta y cinco años; y poco despuĂ©s, el marido. Es una señora pequeñita, delgada, elegante, con mucha energĂa, a la que veo sacar desde siempre y cada dĂa el polvo de las persianas, a primerĂsima hora de la mañana.En mi vida he hablado solo unas cuatro o cinco veces con ella; sin embargo, sin saber casi nada la una de la otra, como suele ocurrir en las grandes ciudades, es como si nos conociĂ©ramos mucho y durante estos breves encuentros siempre nos hemos mirado con cariño.Pues bien, mientras yo desayunaba me he quedado ensimismada viĂ©ndola bajar con una manivela un toldo verde que tiene para proteger su casa del sol. Con sigilo, ha aparecido en la escena lo que yo interpreto como uno de sus nietos, un chico de unos trece o catorce años, alto (dos o tres palmos mĂĄs que ella), delgado, con cara de sueño y despeinado, y la ha rodeado con sus brazos por detrĂĄs en un abrazo tan amoroso, natural, Ăntimo, familiarâŠ, y la sonrisa que se le ha dibujado en la cara a ella ha sido tan enternecedora, cĂłmplice, dulce y bonita que a mĂ se me han cubierto los ojos de lĂĄgrimas. Ha durado un instante, los dos han entrado enseguida en casa. Pero si hubiera estado en el cine y hubiese aparecido despuĂ©s de esto la palabra FIN ningĂșn espectador hubiese dudado de que la pelĂcula tenĂa un final feliz. Hoy tengo la plena certeza de que la vida de esta mujer, con todos sus pesares, ha merecido la pena. Su felicidad abre las puertas a la mĂa.
MARIPOSAS DE COLORESSon las cinco y media de la mañana y acabo de tener una experiencia sobrenatural. ÂżCĂłmo explicar algo que no tiene explicaciĂłn cientĂfica?, ÂżcĂłmo explicar que mi hijo, que estĂĄ muerto, que hace dos meses que se fue, acaba de estar conmigo? Ha sido un momento breve, Âżminutos, segundos?, no lo sĂ©.Me mantengo con los ojos cerrados. Intento analizar quĂ© es lo que acaba de pasar. SĂ© quĂ© es, lo que yo he sentido. SĂ© que es Carlos el que ha estado conmigo. Pero⊠¿cĂłmo ha podido pasar?, ÂżcĂłmo explicarlo? Es tan grande la alegrĂa que siento que es lo Ășnico que quiero: estar con Ă©l. Es un amor Ășnico, incomparable, sublime, grandioso.De sĂșbito, se coloca sobre mĂ una especie de nube muy compacta que se mueve, vibra y me rodea el torso en un abrazo. Siento una impresiĂłn indescriptible. Nada mĂĄs notarlo, sĂ© que es Ă©l y comienzo a decir su nombre: «Carlos eres tĂș, Carlos eres tĂș, Carlos, CarlosâŠÂ». Le abrazo y, al hacerlo, no dejo de decir su nombre: «Carlos, CarlosâŠÂ», y «veo» cĂłmo de la nube surge su imagen. Una imagen que puedo abrazar, pero no tiene consistencia, solo noto la parte superior de su cuerpo, como si le faltaran las piernas.âSiento cĂłmo me abrazas y me besas. Mientras no dejo de decir tu nombre y de abrazarte, tĂș me has dicho que sĂ, que eres tĂș, sin verbalizar ninguna palabra. Nos comunicamos con el pensamiento.De sĂșbito, todo se transforma en un haz de cientos de mariposas de distintos tamaños y de bellos colores que se elevan y a travĂ©s de un agujero (que yo creo que es un paso al cielo) desaparecen.Y ahora quĂ©. ÂżMe he despertado? No. Estoy despierta. Lo he sentido y sĂ© que lo he vivido. SĂ© que no ha sido mi imaginaciĂłn. Que no tengo poder para sentirlo cuando yo quiero. Si asĂ fuera, si yo tuviera ese poder de imaginar, lo conseguirĂa cada dĂa, porque es lo que mĂĄs deseo en esta vida.Es a Ă©l a quien se le ha concedido el poder para hacerme saber que su espĂritu sigue vivo.
TE REGALO LA NIEVELas cenizas de mi hijo estĂĄn en Asturias, concretamente en los Picos de Europa. AsĂ lo quiso Ă©l, que le gustaba mucho la montaña.El año pasado en Semana Santa estuvimos allĂ. El tiempo era buenĂsimo, con un sol precioso y brillante que lo inundaba todo de luz. Pero el dĂa concreto que subimos hasta el punto donde esparcimos sus cenizas empezĂł a nevar y se cubriĂł todo el prado de nieve.Ăl sabe cuĂĄnto nos gustan los paisajes nevados, lo habĂamos comentado muchas veces; para mĂ la nieve es algo mĂĄgico, conmovedor. Y en aquel momento tuve la certeza de que con la nieve me estaba haciendo un regalo de bienvenida. Fue precioso.Lo que pensaba que serĂa un momento de suma tristeza se transformĂł en algo trascendente y hermoso.
EL VIAJE A ITALIAMi tĂo Nuni (se llamaba Juan, le llamĂĄbamos Nuni) muriĂł hace cinco años. Era como un padre para mĂ (aĂșn lo es, aunque en espĂritu). Fue sacerdote, luego lo abandonĂł, pero siempre fue muy espiritual y andaba en su bĂșsqueda personal todo el tiempo. Era profesor de literatura y con Ă©l aprendĂ sobre libros: desde espiritualidad hasta poesĂa.Mi madre era la hermana favorita de Nuni y estĂĄbamos muy unidos los tres. Somos de Puerto Rico y mi tĂo me llevĂł por primera vez a Europa cuando yo tenĂa dieciocho años, y uno de los paĂses que visitamos fue Italia. Hace unos meses estĂĄbamos celebrando el cumpleaños de mi madre en casa de mi abuela. Cuando Ăbamos de camino a casa de mi abuela ese dĂa, le pedĂ a mi tĂo que me diera una señal de que estarĂa celebrando con nosotros. Al cabo del dĂa, estĂĄbamos toda la familia. Me sentĂ© con mi sobrinita, que tenĂa tres años cuando muriĂł Nuni; ahora tiene ocho. EstĂĄbamos jugando y me dijo que le gustarĂa aprender italiano; como yo sĂ© un poco, comencĂ© a enseñarle a decir algunas palabras. Al final del «mini curso de italiano», le dije que cuando cumpliera dieciocho, la llevarĂa a Italia. Ella se emociona, y le digo que a los dieciocho años yo tambiĂ©n fui a Italia. Y le digo: «De hecho, Âżsabes con quiĂ©n fui?», y ella me contesta: «¥Claro que lo sĂ©!». La miro incrĂ©dula: es imposible que ella sepa eso, ni siquiera hay fotos que haya podido ver, y es un tema del que jamĂĄs habĂamos hablado. Y le pregunto: «¿Con quiĂ©n fui?», y me responde: «TĂo Nuni te llevó». En ese momento se me puso la piel de gallina, le preguntĂ© que de dĂłnde habĂa sacado eso y me contestĂł: «No sĂ©, me vino a la mente ese pensamiento».
LA PIEDRA DE SARACuando muriĂł mi hija Sara, incineramos su cuerpo y esparcimos una parte de sus cenizas en el cabo de Creus, en CadaquĂ©s. Era un lugar muy especial para ella. Desde entonces suelo visitarlo siempre que puedo. En julio de 2010, mi otra hija quiso ir a CadaquĂ©s antes de su boda. Yo en aquellos momentos sentĂa una dualidad de sentimientos. Por un lado, estaba feliz porque mi hija se iba a casar, y por otro, me sentĂa profundamente triste porque su hermana no pudiera estar presente. Cuando llegamos, era de noche. Dimos un paseo por el pueblo y, mientras caminĂĄbamos, se nos acercaron dos niñas que querĂan vendernos unas piedras planas en las que habĂan escrito nombres de personas. Me recordaron a mis hijas cuando eran pequeñas y se dedicaban cada verano a vender a los turistas objetos que ellas mismas habĂan elaborado: pulseras, collares, etcĂ©tera. Y por ese motivo me parĂ© y les comprĂ© una en la que estaba escrito el nombre de «Mar». Una de las personas que paseaban con mi hija y conmigo les preguntĂł si tenĂan una piedra con el nombre de mi hija. Las niñas contestaron que no, y luego una de ellas dijo: «AquĂ estĂĄ, Sara». Estas fueron exactamente sus palabras: «AquĂ estĂĄ, Sara». Y nos mostrĂł la piedra con el nombre de Sara. Me quedĂ© perpleja. Fue un momento muy especial, de alguna manera sentĂ que mi hija estaba allĂ con nosotras, y eso me ayudĂł a vivir esa visita a CadaquĂ©s con mucha paz y con mucho amor, y a disfrutar plenamente de la alegrĂa de mi otra hija en su boda.
EL VUELO DE LA GAVIOTASDespuĂ©s de la partida de RaĂșl, y visto ahora al cabo de seis años y tres meses, te dirĂ© que he tenido muchos momentos mĂĄgicos y que Ă©l siempre, siempre, me ha acompañado. Unos momentos especiales para mĂ son aquellos en los que junto con mi marido y su pequeña menorquina navegamos para ir justo al punto donde en el MediterrĂĄneo depositamos sus cenizas.Las primeras veces, los dos nos encerrĂĄbamos en nuestros pensamientos y ninguno podĂa evitar las lĂĄgrimas; ahora, en cambio, disfrutamos del paseo y, hasta hace muy poco creĂa que las gaviotas me hablaban. Un dĂa le preguntĂ© a mi marido: «¿Cariño, tĂș no oyes las gaviotas?». «Mira, escucha», le repito. Entonces Ă©l me dijo: «Cariño, no son las gaviotas, es el piloto automĂĄtico. Te aseguro que el sonido es tan similar que realmente parece que tienes una bandada en la barca». ParĂł el piloto y lo que yo creĂa que era un parloteo desapareciĂł. Me quedĂ© como cuando eres pequeña y descubres que los Reyes Magos no existen. Fue bonito mientras durĂł y quizĂĄs fue el tiempo que yo necesitĂ© para dejar volar alto a RaĂșl, tan alto como Juan Salvador Gaviota.
LA ABEJA MAYACuando estaba embarazada de mi hija Ăngela, siempre que me duchaba ella se movĂa, como inquieta, no sĂ© si era porque el ruido del agua le asustaba o no le gustaba, o eso pensaba yo. AsĂ que me dio por cantarle la canciĂłn de la serie infantil de La abeja Maya, y ella se tranquilizaba y dejaba de moverse.Cuando muriĂł mi pequeña, estuve buscando por muchos sitios un muñequito o un peluche de la abeja Maya para llevĂĄrselo, para que lo tuviera al lado de su lĂĄpida. Pero como era una serie que hacĂa mucho tiempo que no ponĂan, no lo encontraba en ningĂșn sitio. AsĂ pasaron los meses, incluso mĂĄs de un año. Hasta que un dĂa de viaje por Roquetas de Mar, donde solemos hacer alguna escapadita de fin de semana para recargar las pilas, al entrar en una tienda de chuches y muñequitos, al fondo, en un estante lleno de peluches, vi a la abeja Maya. Con su pelito rubio, sus rallitas, sus patitas amarillas y sus alitas. CuĂĄnto me emocionĂ©: en unos dĂas iba a ser su segundo aniversario y me hizo sentir una oleada de aire en los pulmones que me llenĂł de alegrĂa. Ahora estĂĄ allĂ con ella, acompañåndola.A pesar del dolor, mi hija me ha ayudado mucho a valorar mĂĄs las cosas, a ver lo bueno que me depara cada dĂa, a quedarme con las cosas positivas de la gente. AsĂ siento mĂĄs cerca a mi hija y a mi madre.
UNA ESTRELLA PARA LA VIDAEl desgarro por la muerte de un hijo no puede ser mayor. Nada serå ya igual y, aunque el tiempo no curarå «esta herida», la atenuarå si dejamos que nos alcancen sus «señales», sus «guiños». En mi caso, la primera «señal» llega en el preciso instante en que me notifican la muerte cerebral de mi hijo Pepe, de quince años de edad, tras sufrir un accidente y permanecer cuarenta y ocho horas en coma inducido a consecuencia de una ...