1. RepulsiĂłn
Un ojo filmado, adherido a un cuerpo inconsciente. No ve nada porque la cĂĄmara ya le ha robado el poder de la vista. La mirada del lente anĂłnimo chupa el suelo como un detective sin gramĂĄtica. Una muñeca, otra muñeca, un florero, un cactus, una televisiĂłn, un cable, una canasta, la esquina de un sofĂĄ, un pedazo de alfombra, migajas de galleta, terrones de azĂșcar, una vieja foto de familia. AllĂ se ve a una joven que mira fijamente en diagonal hacia donde no hay nada. El ojo de la niña se hace cada vez mĂĄs grande, siempre se desdibuja mientras se enfoca, ahora parece una mancha sobre una hoja de papel. ÂżQuiĂ©n podrĂa saber despuĂ©s que alguna vez fue un ojo? La cĂĄmara retrocede lentamente. Junto a un sofĂĄ volcado hay un armario de cabeza, no se puede reconstruir ninguna historia de este paisaje en ruinas.
En esta pelĂcula, la vi por primera vez a USTED. Un año antes yo todavĂa estaba en el bachillerato de una escuela en Ho Chi Minh, que antes se llamaba SaigĂłn y que todavĂa con frecuencia era llamada asĂ. Los maestros me consideraban la mejor estudiante. Mis calificaciones eran insuperables. Esa primavera, nuestra escuela recibiĂł una invitaciĂłn de la RDA para que un estudiante fuera a BerlĂn a una reuniĂłn internacional de jĂłvenes. QuerĂan escuchar una voz autĂ©ntica sobre el tema de âVietnam como vĂctima del imperialismo estadounidenseâ. El director de nuestra escuela tenĂa una buena relaciĂłn con la RDA, tambiĂ©n habĂa estado allĂ. Nos habĂa contado varias veces sobre su estancia en BerlĂn y sobre un cierto âPergamonmuseumâ. âPĂ©rgamoâ sonaba como a nombre de ave de paso y nos gustaba la idea del cielo de BerlĂn donde ese pĂĄjaro aleteaba. En una sesiĂłn extraordinaria los maestros decidieron enviarme a BerlĂn. En general, yo escribĂa trabajos muy claros, ademĂĄs tenĂa una voz potente, de modo que durante los festivales deportivos o la recepciĂłn de invitados especiales, con frecuencia yo participaba en las presentaciones. Aparte, quizĂĄs entre los adultos daba la impresiĂłn de que no era fĂĄcil persuadirme.
Era la primera vez que volaba en mi vida. Me entusiasmaba el viaje y no podĂa imaginarme que algo peligroso pudiera pasarme. Pero ya que un cierto miedo transfiguraba los rostros de los familiares y amigos que me llevaron al aeropuerto, comencĂ© a preocuparme. QuizĂĄ me habĂan ocultado algo para no preocuparme. ÂżPero quĂ© podrĂa ser? Aunque no tenĂa idea de la mecĂĄnica de los aviones, estaba convencida de que el mĂo funcionarĂa bien. Nunca me habĂa subido a un transporte tan grande, tan sĂłlido y tan limpio. La motocicleta de mi hermano mayor, por ejemplo, no era mĂĄs que una muĂa llena de chipotes y rayones. QuiĂ©n sabe si tenĂa todos los tornillos en su lugar. En comparaciĂłn con esa motocicleta, el aparato de âInterflugâ, que seguramente era âmade in Germanyâ, me daba mucha confianza.
Cuando ajustĂ© con fuerza el cinturĂłn de seguridad, sentĂ un gran alivio porque a partir de ahora no era responsable de nada de lo que pudiera pasar. TomĂ© el agua que me sirvieron en un vaso y me quedĂ© dormida. De vez en cuando sentĂa el frĂo de la ventana en mi sien izquierda y despertaba.
En BerlĂn me recogieron dos jĂłvenes. Al principio me sorprendĂ un poco porque parecĂan norteamericanos. Pero cuando me saludaron en ruso me tranquilicĂ©:
âÂĄBienvenida! ÂżCĂłmo estuvo el viaje con nuestro Interflug?
Uno de ellos tomĂł mi maleta. PareciĂł sorprenderse quizĂĄ porque era inesperadamente ligera. El otro intentĂł meter los dedos Ăndice y medio dentro de los bolsillos delanteros, que en realidad no existĂan, de sus pantalones de mezclilla. Al mismo tiempo, observaba los botones de mi blusa blanca. Cuando nuestra mirada se cruzaba, sonreĂa en forma maliciosa. En ciertas calles de SaigĂłn habĂa jĂłvenes impertinentes que sonrĂan de manera similar y llevaban pantalones de mezclilla que estaban hechos en Tailandia o en la RDA, y que miraban todo el dĂa a los transeĂșntes en lugar de ir a trabajar. Yo me preguntaba si este hombre era realmente miembro del Partido. Nuestras miradas se encontraron de nuevo y Ă©l sonriĂł esta vez en forma mĂĄs decente.
BerlĂn era una feria de exposiciones de palacios antiguos. Si existiera la inflaciĂłn de ruinas como existe la de dinero se verĂa mĂĄs o menos asĂ. Edificios hermosos que se repetĂan hasta el cansancio y parecĂan pretenciosos y solitarios. A pesar de la belleza de la arquitectura, la ciudad no era rica porque no habĂa comida a la venta en la calle: no habĂa puestos de sopa de pasta, ni mercados de fruta, ni una vendedora de cocos. No olĂa a nada comestible. Mi tĂo me habĂa dicho antes de mi partida:
âÂĄLĂĄstima que no te han invitado a HungrĂa o la RepĂșblica Checa! En Bulgaria tambiĂ©n habrĂa sido rico. ÂĄPero en Alemania!
Al principio estaba un poco enojada por las palabras de mi poco confiable tĂo pero quizĂĄ tenĂa razĂłn. La gente en HungrĂa y RepĂșblica Checa sabĂa cĂłmo se produce buen pimiento y sabĂa cocinar bien. En Bulgaria no solamente se podĂan comer buenos pepinos, tomates y yogur, sino tambiĂ©n uno podĂa bañarse bien, con agua caliente o frĂa, como uno quisiera, dijo mi tĂo. El tenĂa una motocicleta checa muy ancha color marrĂłn que le habĂa comprado a un militar y que Ă©l mismo habĂa reparado. La limpiaba con regularidad y estaba muy orgulloso de ella. Sin embargo, mi hermano mayor les decĂa con menosprecio a sus amigos:
â ÂĄMiren, esta motocicleta es el Buda checo y gordo de nuestro tĂo!
Por su lado, mi tĂo despreciaba la pequeña y vieja Moped Honda que mi hermano habĂa comprado usada en el mercado. No era una moto para hombres, decĂa el tĂo.
Mi presentaciĂłn habĂa sido planeada para el dĂa siguiente. Yo estaba invitada para quedarme en el hotel durante otras cinco noches. Nunca habĂa visto un hotel tan enorme. Era como una colmena, habĂa incontables ventanas, de afuera no se podĂa ver si estaban abiertas o cerradas. Me acordĂ© de otro tĂo que habĂa estudiado agronomĂa aquĂ y que al regresar a casa habĂa muerto. Al lado del hotel se elevaba hacia el cielo una enorme estatua que parecĂa una flor de berro. Su esfera brillaba como el techo de un templo tailandĂ©s.
âEsta torre es cuarenta y cuatro metros mĂĄs alta que la torre Eiffel âdijo uno de los jĂłvenes anfitriones.
Y el otro añadió riéndose:
âPero su raĂz es corta.
âÂżHan estado alguna vez en ParĂs? âpreguntĂ©.
Los dos menearon la cabeza al mismo tiempo de izquierda a derecha. Luego los tres nos echamos a reĂr a carcajadas sin saber por quĂ©.
En la recepciĂłn del hotel trabajaba una mujer, que parecĂa directora de escuela. Nos dio la llave y explicĂł algo en alemĂĄn que inmediatamente uno de los hombres tradujo para mĂ en ruso.
âHoy hay un concierto de un grupo de rock ruso en el restaurante del hotel. Es gratuito. QuizĂĄ usted quiera asistir.
El me mostrĂł el final del corredor tenebroso donde debĂa estar el restaurante. Entonces nos despedimos hasta el dĂa siguiente. Mis cuidadores querĂan pasar por mĂ al hotel a las nueve para llevarme al lugar del evento. Yo tenĂa hambre. Apenas desaparecieron los dos por la puerta del hotel, me apresurĂ© hacia el restaurante. TodavĂa estaba cerrado. âAbierto de 18:00 a 22:00 horasâ. Incluso un hotel lujoso no podĂa permitirse aquĂ servir comida mĂĄs de cuatro horas durante el dĂa. El abastecimiento de alimentos no parecĂa funcionar en forma Ăłptima en este paĂs. Me fui a mi habitaciĂłn que se veĂa ordenada, limpia, aseada y pulida. OlĂa a limpiador quĂmico.
SaquĂ© mi manuscrito de la maleta. A pesar de haber practicado todos los dĂas durante una semana con mi maestro de ruso para leer en voz alta el ensayo, de repente no podĂa recordar una sola lĂnea. LeĂ todo el manuscrito en voz alta. En una tierra lejana la propia escritura parecĂa inverosĂmil.
A las seis en punto salĂ de mi habitaciĂłn para visitar el restaurante del hotel. La puerta del restaurante ya no estaba cerrada, pero todavĂa no habĂa ningĂșn huĂ©sped. DespuĂ©s de un rato un mesero malhumorado me trajo un menĂș bilingĂŒe, en ruso y alemĂĄn. Como ya no regresĂł me levantĂ© y caminĂ© hacia la cocina para buscarlo. Entre las grandes ollas y recipientes brillantes y plateados vi al mesero leyendo una revista.
âQuiero ordenar una sopa y una ensalada âle dije en ruso.
âNIET. No tenemos eso.
âÂżQuĂ© hay entonces ?
âBistec.
âPero no quiero comer carne. ÂżPuedo pedir sĂłlo papas?
El mesero se levantĂł y desapareciĂł en la parte trasera. No sabĂa si eso significaba esperanza o renunciar a las papas.
Sobre el escenario apareciĂł un hombre con caderas estrechas que parecĂa un marinero y empezĂł a afinar su guitarra elĂ©ctrica. Estaba vestido con un pantalĂłn acampanado verde y una camisa ceñida de material plĂĄstico que brillaba despreocupadamente, estampada con un diseño de girasol. Caminaba dando grandes zancadas, de otra manera quizĂĄs los cables que estaban sobre el piso como una familia de serpientes lo hubieran atrapado. Sus zapatos eran angostos, afilados y de un color blanco como el de una cierta clase de tofu dulce que se comĂa en China como postre. Otro mĂșsico de pelo negro apareciĂł. Era exactamente igual al Nikita ...