Representaciones de la diversidad sexual
Los caminos del afecto
Daniel Balderston
Universidad de Pittsburgh
En un ensayo filosĂłfico de 1922, Borges escribe: «Todo estĂĄ y nada es» (1997, p. 157). PodrĂamos decir lo mismo de la producciĂłn queer latinoamericana anterior a, digamos, 1976, año de publicaciĂłn de El beso de la mujer araña, de Manuel Puig. Hasta ese momento hay una sobreabundancia de textos, pero no estĂĄn conectados entre sĂ; son escritos aislados hasta que comienzan a recuperarse, a citarse entre sĂ, a formar un conjunto. En un libro famoso, los historiadores Eric Hobsbawm y Terence Ranger hablan de The Invention of Tradition (1992) y dicen que muchas tradiciones que pensamos viejas âel ejemplo clave en el primer ensayo del libro es la falda escocesaâ no lo son. Las tradiciones se forjan al pensarse como tales. En la literatura, la herramienta mĂĄs importante en este proceso es la cita, a veces con comillas, a veces sin ellas, y la imitaciĂłn (lo que JosĂ© Quiroga y yo propusimos en Sexualidades en disputa [2005] al estudiar tres secuelas de El beso de la mujer araña). Pero para que esto ocurra tiene que haber dos cosas: una mirada queer que sepa reconocer las formas de un deseo que todavĂa no se nombraba como tal y un trabajo de archivo, porque muchos de los textos que importan no han sido reeditados o no han sido reconocidos por lo que son.
Acabo de publicar en el Instituto Caro y Cuervo de BogotĂĄ un libro sobre este tema, Los caminos del afecto (2015), que estudia una serie de recuperaciones: la de Porfirio Barba-Jacob por Fernando Vallejo, la de Salvador Novo por Carlos MonsivĂĄis, la de Teresa de la Parra por Sylvia Molloy y otras. No voy a repetir los detalles del libro. En vez de eso, quisiera especular un poco sobre algunos de los textos aislados que todavĂa no se forjaron en tradiciĂłn, tal vez por falta de relecturas.
Mi primer ejemplo serĂĄ un soneto de 1908 de un poeta anarquista uruguayo, Ăngel Falco (1885-1971). El libro en que aparece, Vida que canta, estĂĄ en Google Books, no ha habido reediciĂłn. El poema, llamado «Flor neutra» (1908, p. 87), dice asĂ:
Cuando beso tu rostro de Efebo o de Madona,
Siento que me arrodillan mis sadismos ateos,
Y cuando a mis abrazos tu cuerpo se abandonaâŠ
Tu incierto Sexo olvidan mis urgentes deseos.
En la Grecia antigua ceñirĂan corona,
Tus ambiguos hechizos que dan raros mareos;
ÂĄFueras Dios por hermoso, como aquel de Crotona,
Y el laĂșd te ensalzara del Anciano de ThĂ©os!
Tus sacras desnudeces, tus formas de ginandro,
El lujo hubieran sido del lecho de Alejandro
Que por ti desdeñara las hembras de Citeres;
Y como el Antinoo, el favorito de Adriano,
Lleno de gracia, ungido te hubiese un dios pagano,
Entre todos los hombres y todas las mujeres!
Este poema, que podrĂamos pensar como una de las primeras celebraciones de las identidades trans o intersex, demuestra una susceptibilidad a la belleza ambigua del hermafrodita y una conciencia de la tradiciĂłn homoerĂłtica antigua âAlejandro, Antinooâ que lo rodea.
Claro estĂĄ, su forma âel soneto modernista, lleno de referencias a la antigĂŒedad clĂĄsicaâ no participa todavĂa de la celebraciĂłn de la vida cotidiana de los obreros. Para eso tendremos que esperar muy poco, hasta la poesĂa de Evaristo Carriego y la narrativa de Salvadora Medina Onrubia, tambiĂ©n cercanos al anarcosocialismo. Pero ya estĂĄ la apasionada celebraciĂłn del cuerpo sexuado que Sylvia Molloy encontrĂł en Delmira Agustini y la fascinaciĂłn por la ambigĂŒedad de gĂ©nero que Ăscar Montero descubriĂł en JosĂ© Enrique RodĂł.
El libro abre con una serie de sonetos dedicados a escritores famosos: Dante, Petrarca, Goethe, Byron, Heine, Petöfi, Poe, Antero de Quental, MartĂ, Verdaguer y otros. A la vez, algunos de los poemas llevan dedicatorias: a JosĂ© Enrique RodĂł, a MarĂa Eugenia Vaz Ferreira, a Mariano Orta del Mayor, a Juan Zorrilla de San MartĂn (hay una serie de sonetos que narran hechos del poema nacional uruguayo, TabarĂ©), a ElĂas Regules, a Roberto de las Carreras, a Baldomero Lillo, a Florencio SĂĄnchez, a Delmira Agustini y a muchos otros. Le siguen poemas sobre otras figuras famosas: JesĂșs de Nazareno, Luis de Baviera (el mismo, claro, que es el tema del poema de CĂ©sar Moro sobre su «vida escandalosa»), Eleonora Duse y tambiĂ©n sobre las mujeres anarquistas SofĂa Perovskaya y MarĂa Spiridowna.
En «Heine en CorfĂș» Falco dice: «Es en CorfĂș, la Isla Novia del mar heleno,/ Donde alza su belleza de JesĂșs Nazareno,/ El bardo de los Lieder, el blondo ruiseñor» (1908, p. 14). En el poema sobre el paganismo, pone: «Y Safo era la Musa de aquel paĂs de Gloria» (p. 47). Queda patente la intenciĂłn revolucionaria aun en los poemas de temĂĄtica religiosa: «¥Yo soy el nuevo Cristo de la RevoluciĂłn!», escribe (Falco, 1908, p. 58), mientras en «Mi acusaciĂłn» habla sobre el «errante Nazareno/ que va cantando su Evangelio rojo» (p. 78). Uno de los poemas lleva una nota sobre su lugar de composiciĂłn: «CĂĄrcel correccional, 1907» (p. 63).
El amor libre, tema caro a los anarquistas (y de una antologĂa de textos de anarquismo rioplatense y universal de Osvaldo Baigorria, El amor libre: Eros y anarquĂa, publicada en 2006), aflora en otros sonetos del libro de Falco, como en el titulado «PanteĂsmo de amor» (p. 97):
Pleno Sol, primavera, claro cielo;
Risas, besos, amores sin congojas;
ÂĄLa poesĂa del ala entre las hojas,
Y la prosa del Ă©litro en el suelo!
La Tierra que se entrega; todo un velo
De luz, corriendo sus cortinas flojas,
Y cĂĄlices que se abren como rojas
Bocas, al tacto del primer anhelo!
Las hembras triunfan con la gracia plena,
Todo en la vida finge una cadena
De amor, uniendo sus fecundos nexos;
Natura y Sol, de un solo espasmo fremenâŠ
Y el polen cae como un ĂĄureo semen
En las flores abiertas como sexos!
Otro poema se llama nada menos que «Tu sexo en delirio», y concluye: «Cuando oprime febril mi mano aleve/ El botoncillo elĂ©ctrico que mueve/ Todo el brusco dĂnamo de tus nervios!» (p. 163).
Sin embargo, el «amor libre» que celebra Falco en sus poemas amorosos es de un machismo notable, lacrimĂłgeno («mis fiebres de varĂłn» [p. 155]) y misĂłgino (con tĂtulos como «Tu carne vencida»). Compara a la mujer amada con una estatua que solo Ă©l sabe tallar, dice: «tu cuerpo de pecado es hecho/ Solo para la Gloria de mis brazos!» (p. 162), incluso habla de «tu carne estuprada en mis vigores» (p. 162). Falco es un fiel discĂpulo de Julio Herrera y Reissig, quien en Los parques abandonados provocĂł rechazo en la sociedad montevideana mojigata, y de la poesĂa erĂłtica encendida de Delmira Agustini, quien tambiĂ©n escandalizĂł a sus contemporĂĄneos, segĂșn documenta entre otros JosĂ© Pedro BarrĂĄn en su gran Historia de la sensibilidad uruguaya.
Al final de La vida que canta hay un colofĂłn con otras obras de Falco: ÂĄAve Francia! (prosa y verso), Garibaldi (poema), Cantos rojos («versos revolucionarios», 1907) y con tĂtulos de algunas que pensaba escribir pero que aparentemente nunca publicĂł: Auroras atlĂĄnticas (descrito como «cantos Ă©picos al porvenir social de AmĂ©rica»), Arte revolucionario: teorĂa y crĂticas, AmĂ©rica libertaria («estudios de ambiente ...