05
Agarrando la bandera
(introducciĂłn a la
segunda parte)
Tras descubrir todo lo expuesto con anterioridad empecĂ© a seguir el sendero que llevaba desde la investigaciĂłn de George Brown y Tirril Harris a diferentes rincones del planeta. QuerĂa saber quiĂ©n mĂĄs habĂa estudiado las dimensiones en apariencia ocultas de la depresiĂłn y la ansiedad, y lo que esto significaba a la hora de ver cĂłmo podĂamos reducirlas. Durante los años siguientes me encontrĂ© con sociĂłlogos y psicĂłlogos que, repartidos por todo el mundo, se habĂan dedicado a agarrar la andrajosa bandera de George y Tirril. De San Francisco a SĂdney, de BerlĂn a Buenos Aires, me sentĂ© a conversar con ellos y acabĂ© considerĂĄndolos una suerte de CĂ©lula Alternativa de la DepresiĂłn y la Ansiedad, consagrada a enhebrar una historia mĂĄs compleja y verdadera.
Solo despuĂ©s de haber escuchado durante muchas horas a estos sociĂłlogos reparĂ© en un elemento comĂșn a todas las causas sociales y psicolĂłgicas de la depresiĂłn y la ansiedad.
Todas son formas de desconexiĂłn. Todos son modos en que nos hemos visto apartados de necesidades innatas, las cuales hemos perdido en algĂșn punto del camino.
A estas alturas, despuĂ©s de haber investigado la depresiĂłn y la ansiedad durante varios años, he conseguido identificar nueve causas. Deseo subrayar que no estoy afirmando que se trate de las Ășnicas causas de la depresiĂłn y la ansiedad. HabrĂĄ otras pendientes de ser descubiertas (o que no se habrĂĄn cruzado en el camino de mi investigaciĂłn). Tampoco sostengo que el conjunto de las personas con depresiĂłn o ansiedad vayan a encontrarse con todos estos factores en sus vidas. Yo mismo, sin ir mĂĄs lejos, experimentĂ© solo algunos.
Pero seguir este sendero iba a hacer que reconsiderara algunas de mis convicciones mĂĄs profundas.
06
Primera causa:
desconexiĂłn de un
trabajo con sentido
Joe Phillips no veĂa el momento de que acabara el dĂa. Si hubierais entrado en la tienda de pinturas de Filadelfia donde trabajaba y le hubierais pedido un litro de pintura de una tonalidad especĂfica, os hubiera indicado que la seleccionarais de una tabla y que Ă©l luego os la prepararĂa. El guion siempre era el mismo. Colocaba una muestra del pigmento en una lata, introducĂa la lata en una mĂĄquina con pinta de microondas y la mĂĄquina comenzaba a dar violentas sacudidas. De este modo conseguĂa nivelar el color de la pintura. A continuaciĂłn os cobrarĂa y dirĂa: «Gracias, señor». EsperarĂa a que llegara el siguiente cliente y repetirĂa la operaciĂłn de nuevo. EsperarĂa a que llegara el siguiente cliente y repetirĂa la operaciĂłn. Todo el dĂa. Cada dĂa.
Atender un pedido.
Agitar la pintura.
Decir: «Gracias, señor».
Esperar.
Atender un pedido.
Agitar la pintura.
Decir: «Gracias, señor».
Esperar.
Otra vez. Y otra vez.
Nadie reparaba en si Joe hacĂa bien o no su trabajo. El Ășnico comentario que recibĂa de su jefe era para recriminarle a gritos que llegara tarde. Joe siempre pensaba lo mismo al salir del trabajo: «No creo haberle cambiado la vida a nadie». La actitud de sus empleadores, me contĂł, era: «Vas a hacerlo de esta manera. Y vas a presentarte a esta hora. Mientras sigas estas pautas, no habrĂĄ ningĂșn problema». Sin embargo, Ă©l se descubrĂa pensando: «¿Y la posibilidad de cambiar? ÂżY la posibilidad de crecer? ÂżY la posibilidad de dejar huella en la empresa para la que trabajo? Porque cualquiera puede llegar a la hora y cumplir con lo que le mandan».
La sensaciĂłn de Joe era que sus pensamientos, conocimientos y sentimientos constituĂan casi un defecto. Pero tan pronto compartĂa conmigo cĂłmo le hacĂa sentir su trabajo, mientras cenĂĄbamos en un restaurante chino, de inmediato se reprendĂa a sĂ mismo. «Hay gente ahĂ fuera que matarĂa por este trabajo, y lo entiendo. Estoy agradecido». El sueldo era razonable: le permitĂa vivir junto a su novia en un lugar agradable; conocĂa a mucha gente que no disfrutaba de nada de esto. La culpa le remordĂa por sentirse asĂ. Sin embargo, los sentimientos volvĂan a la carga.
Y agitaba mĂĄs pintura.
Y agitaba mĂĄs pintura.
Y agitaba mĂĄs pintura.
«La monotonĂa yacĂa en el hecho de que uno se sentĂa todo el rato haciendo cosas que no querĂa âme contĂłâ. ÂżDĂłnde quedaba la alegrĂa? Mi intelecto no llega a poder explicarlo, pero la sensaciĂłn general era que⊠[uno] necesitaba algo con lo que llenar ese vacĂo. Pese a que nunca conseguĂas sacar algo en claro sobre quĂ© era exactamente ese vacĂo».
Joe salĂa de casa a las siete de la mañana, trabajaba todo el dĂa y regresaba a las siete de la tarde. EmpezĂł a darle vueltas a que «si uno se pasa asĂ entre cuarenta y cincuenta horas laborables a la semana, y si de verdad no lo disfruta, se dirige de cabeza a la depresiĂłn y la ansiedad. Y me cuestionaba los motivos por los que lo hacĂa. Tiene que existir algo mejor para mĂ». EmpezĂł a sentir, me dijo, que «no habĂa esperanza. ÂżQuĂ© sentido tiene?».
«Uno debe sentirse desafiado de un modo positivo âme soltĂł, encogiĂ©ndose un poco de hombros. Sospecho que le resultaba embarazoso hablarme de estoâ. Uno debe saber que tiene una voz. Uno debe saber que si se le ocurre una buena idea, puede compartirla y cambiar algo». Nunca antes habĂa tenido un trabajo como aquel y temĂa no volver a tenerlo.
Si dedicas buena parte del dĂa a anularte de cara a sobrevivir a una nueva jornada laboral âme contĂłâ, resulta difĂcil desconectar e interactuar con la gente que quieres cuando regresas a casa. A Joe le quedaban cinco horas para Ă©l antes de acostarse y volver a agitar pintura. Solo aspiraba a apoltronarse delante del televisor o a estar a solas. Los fines de semana solo deseaba beber mucho y ver un partido.
DespuĂ©s de escuchar algunos de mis discursos en lĂnea, e interesado en hablar del tema de mi Ășltimo libro, centrado en parte en la adicciĂłn, Joe se puso un dĂa en contacto conmigo. Quedamos en vernos y pasear un rato por las calles de Filadelfia, antes de sentarnos a comer. En el restaurante me contĂł una historia. Cuando ya llevaba años agitando pintura, cierta noche acudiĂł al casino con un amigo y ahĂ le ofrecieron una pastillita de color azul. ContenĂa treinta miligramos de Oxicontina, un analgĂ©sico basado en opiĂĄceos. Tras ingerirla, sintiĂł un entumecimiento agradable. Al cabo de unos dĂas pensĂł que aquello podĂa ayudarle en el trabajo. Tomarse esa pastillita conseguĂa evaporar los pensamientos que habĂan estado aflorando en su cabeza. Poco tiempo despuĂ©s, «me aseguraba de tomĂĄrmelas antes de salir de casa, me aseguraba de que no me faltaran en el trabajo para llegar hasta el final de la jornada, racionĂĄndomelas». Al volver a casa se tomaba algunas mĂĄs con unas cervezas mientras pensaba: «AguantarĂ© en esa mier...