Conexiones perdidas
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Conexiones perdidas

Johann Hari, Antonio Lozano

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Conexiones perdidas

Johann Hari, Antonio Lozano

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Hari sufrió de depresión desde niño y comenzó a tomar antidepresivos cuando era adolescente. Como a toda su generación, le dijeron que la causa de su problema era un desequilibrio químico en su cerebro. Pero años mås tarde comenzó a investigar y aprendió que casi todo lo que nos han dicho sobre la depresión y la ansiedad es falso. Viajando por todo el mundo, Hari descubrió que los científicos sociales estaban descubriendo evidencias de que la depresión y la ansiedad no son causadas por un desequilibrio químico en nuestro cerebro, sino que son en gran parte consecuencia de problemas que tienen que ver con la forma en que vivimos hoy en día. Una vez identificadas nueve causas reales de depresión y ansiedad, Hari se dirigió a algunos científicos, que proponen soluciones radicalmente diferentes y que parecen funcionar.Conexiones perdidas nos lleva a un debate muy diferente sobre la depresión y la ansiedad, que muestra cómo, juntos, podemos acabar con esta epidemia. Un viaje épico que cambiarå nuestra forma de pensar acerca de una de las crisis mås grandes de nuestra cultura actual.

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Informations

Année
2020
ISBN
9788412182606
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05
Agarrando la bandera
(introducciĂłn a la
segunda parte)
Tras descubrir todo lo expuesto con anterioridad empecé a seguir el sendero que llevaba desde la investigación de George Brown y Tirril Harris a diferentes rincones del planeta. Quería saber quién mås había estudiado las dimensiones en apariencia ocultas de la depresión y la ansiedad, y lo que esto significaba a la hora de ver cómo podíamos reducirlas. Durante los años siguientes me encontré con sociólogos y psicólogos que, repartidos por todo el mundo, se habían dedicado a agarrar la andrajosa bandera de George y Tirril.[75] De San Francisco a Sídney, de Berlín a Buenos Aires, me senté a conversar con ellos y acabé consideråndolos una suerte de Célula Alternativa de la Depresión y la Ansiedad, consagrada a enhebrar una historia mås compleja y verdadera.
Solo despuĂ©s de haber escuchado durante muchas horas a estos sociĂłlogos reparĂ© en un elemento comĂșn a todas las causas sociales y psicolĂłgicas de la depresiĂłn y la ansiedad.
Todas son formas de desconexiĂłn. Todos son modos en que nos hemos visto apartados de necesidades innatas, las cuales hemos perdido en algĂșn punto del camino.
A estas alturas, despuĂ©s de haber investigado la depresiĂłn y la ansiedad durante varios años, he conseguido identificar nueve causas. Deseo subrayar que no estoy afirmando que se trate de las Ășnicas causas de la depresiĂłn y la ansiedad. HabrĂĄ otras pendientes de ser descubiertas (o que no se habrĂĄn cruzado en el camino de mi investigaciĂłn). Tampoco sostengo que el conjunto de las personas con depresiĂłn o ansiedad vayan a encontrarse con todos estos factores en sus vidas. Yo mismo, sin ir mĂĄs lejos, experimentĂ© solo algunos.
Pero seguir este sendero iba a hacer que reconsiderara algunas de mis convicciones mĂĄs profundas.
[75] Tirril Harris, Where Inner and Outer Worlds Meet: Psychosocial Research in the Tradition of George Brown, Londres: Routledge, 2000, pp. 27-28.

06
Primera causa:
desconexiĂłn de un
trabajo con sentido
Joe Phillips no veía el momento de que acabara el día.[76] Si hubierais entrado en la tienda de pinturas de Filadelfia donde trabajaba y le hubierais pedido un litro de pintura de una tonalidad específica, os hubiera indicado que la seleccionarais de una tabla y que él luego os la prepararía. El guion siempre era el mismo. Colocaba una muestra del pigmento en una lata, introducía la lata en una måquina con pinta de microondas y la måquina comenzaba a dar violentas sacudidas. De este modo conseguía nivelar el color de la pintura. A continuación os cobraría y diría: «Gracias, señor». Esperaría a que llegara el siguiente cliente y repetiría la operación de nuevo. Esperaría a que llegara el siguiente cliente y repetiría la operación. Todo el día. Cada día.
Atender un pedido.
Agitar la pintura.
Decir: «Gracias, señor».
Esperar.
Atender un pedido.
Agitar la pintura.
Decir: «Gracias, señor».
Esperar.
Otra vez. Y otra vez.
Nadie reparaba en si Joe hacĂ­a bien o no su trabajo. El Ășnico comentario que recibĂ­a de su jefe era para recriminarle a gritos que llegara tarde. Joe siempre pensaba lo mismo al salir del trabajo: «No creo haberle cambiado la vida a nadie». La actitud de sus empleadores, me contĂł, era: «Vas a hacerlo de esta manera. Y vas a presentarte a esta hora. Mientras sigas estas pautas, no habrĂĄ ningĂșn problema». Sin embargo, Ă©l se descubrĂ­a pensando: «¿Y la posibilidad de cambiar? ÂżY la posibilidad de crecer? ÂżY la posibilidad de dejar huella en la empresa para la que trabajo? Porque cualquiera puede llegar a la hora y cumplir con lo que le mandan».
La sensación de Joe era que sus pensamientos, conocimientos y sentimientos constituían casi un defecto. Pero tan pronto compartía conmigo cómo le hacía sentir su trabajo, mientras cenåbamos en un restaurante chino, de inmediato se reprendía a sí mismo. «Hay gente ahí fuera que mataría por este trabajo, y lo entiendo. Estoy agradecido». El sueldo era razonable: le permitía vivir junto a su novia en un lugar agradable; conocía a mucha gente que no disfrutaba de nada de esto. La culpa le remordía por sentirse así. Sin embargo, los sentimientos volvían a la carga.
Y agitaba mĂĄs pintura.
Y agitaba mĂĄs pintura.
Y agitaba mĂĄs pintura.
«La monotonĂ­a yacĂ­a en el hecho de que uno se sentĂ­a todo el rato haciendo cosas que no querĂ­a —me contó—. ÂżDĂłnde quedaba la alegrĂ­a? Mi intelecto no llega a poder explicarlo, pero la sensaciĂłn general era que
 [uno] necesitaba algo con lo que llenar ese vacĂ­o. Pese a que nunca conseguĂ­as sacar algo en claro sobre quĂ© era exactamente ese vacĂ­o».
Joe salía de casa a las siete de la mañana, trabajaba todo el día y regresaba a las siete de la tarde. Empezó a darle vueltas a que «si uno se pasa así entre cuarenta y cincuenta horas laborables a la semana, y si de verdad no lo disfruta, se dirige de cabeza a la depresión y la ansiedad. Y me cuestionaba los motivos por los que lo hacía. Tiene que existir algo mejor para mí». Empezó a sentir, me dijo, que «no había esperanza. ¿Qué sentido tiene?».
«Uno debe sentirse desafiado de un modo positivo —me soltĂł, encogiĂ©ndose un poco de hombros. Sospecho que le resultaba embarazoso hablarme de esto—. Uno debe saber que tiene una voz. Uno debe saber que si se le ocurre una buena idea, puede compartirla y cambiar algo». Nunca antes habĂ­a tenido un trabajo como aquel y temĂ­a no volver a tenerlo.
Si dedicas buena parte del dĂ­a a anularte de cara a sobrevivir a una nueva jornada laboral —me contó—, resulta difĂ­cil desconectar e interactuar con la gente que quieres cuando regresas a casa. A Joe le quedaban cinco horas para Ă©l antes de acostarse y volver a agitar pintura. Solo aspiraba a apoltronarse delante del televisor o a estar a solas. Los fines de semana solo deseaba beber mucho y ver un partido.
DespuĂ©s de escuchar algunos de mis discursos en lĂ­nea, e interesado en hablar del tema de mi Ășltimo libro, centrado en parte en la adicciĂłn, Joe se puso un dĂ­a en contacto conmigo. Quedamos en vernos y pasear un rato por las calles de Filadelfia, antes de sentarnos a comer. En el restaurante me contĂł una historia. Cuando ya llevaba años agitando pintura, cierta noche acudiĂł al casino con un amigo y ahĂ­ le ofrecieron una pastillita de color azul. ContenĂ­a treinta miligramos de Oxicontina, un analgĂ©sico basado en opiĂĄceos. Tras ingerirla, sintiĂł un entumecimiento agradable. Al cabo de unos dĂ­as pensĂł que aquello podĂ­a ayudarle en el trabajo. Tomarse esa pastillita conseguĂ­a evaporar los pensamientos que habĂ­an estado aflorando en su cabeza. Poco tiempo despuĂ©s, «me aseguraba de tomĂĄrmelas antes de salir de casa, me aseguraba de que no me faltaran en el trabajo para llegar hasta el final de la jornada, racionĂĄndomelas». Al volver a casa se tomaba algunas mĂĄs con unas cervezas mientras pensaba: «AguantarĂ© en esa mier...

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