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TeorĂa general de la historia del arte
Jacques Thuillier, Rodrigo GarcĂa de la Sienra PĂ©rez, Rodrigo GarcĂa de la Sienra PĂ©rez
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Jacques Thuillier, Rodrigo GarcĂa de la Sienra PĂ©rez, Rodrigo GarcĂa de la Sienra PĂ©rez
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SĂntesis lĂșcida de las principales ideas que han determinado la visiĂłn y el estudio del arte, este breve ensayo es una reflexiĂłn sobre el fenĂłmeno artĂstico -desde el paleolĂtico hasta las instalaciones contemporĂĄneas- y sobre los intentos de historiarlo y estudiarlo cientĂficamente, que encuentra con puntualidad los nudos de esa trama de ideas en el pensamiento de PlatĂłn, en la transformaciĂłn de la visiĂłn del artista en el siglo XVII y en la obra de Hegel, que, como reconocen otros historiadores del arte, resulta fundamental para comprender el nacimiento de la historia del arte en el siglo XIX.
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KunstgeschichtePRIMERA PARTE
EN BUSCA DE UNA DEFINICIĂN
DEL ARTE
I. EL VACĂO SEMĂNTICO
EN SĂ MISMA, en francĂ©s la palabra arte no implica ningĂșn elemento estĂ©tico. En realidad, designa una cierta capacidad y el Petit Larousse da como ejemplo de su sentido âposeer el arte de gustar, el arte de conmoverâ. Se trata con frecuencia de un dominio poco intelectual: âĂ©l posee el arte de halagar a las mujeresâ, y la calidad puede tornarse despectiva: âĂ©l posee el arte de mentirâ. La palabra designa tambiĂ©n una serie de preceptos que se deben poner en prĂĄctica: el arte de cocinar, el arte de la navegaciĂłn, el arte de la pesca⊠Solamente en segundo lugar remite el arte a un cierto dominio de la actividad creativa del hombre, sin definirlo en absoluto.
De hecho, esta ambigĂŒedad del tĂ©rmino es directamente heredada del latĂn. Ars significa habilidad, talento, e igualmente un conjunto de preceptos. El Gaffiot, por ejemplo, cita dos textos de Tito Livio, arte Punica (âcon la habilidad de los cartaginesesâ) y quicumque artem sacrificandi conscriptam haberet (âcualquiera que poseyere un tratado concerniente a los sacrificiosâ). Pero el latĂn es aĂșn mĂĄs vago que el francĂ©s con el plural, artes, que con frecuencia designa exclusivamente las cualidades intelectuales. En Salustio, bonae artes significa las calidades, las virtudes, y malae artes la habilidad negativa, los vicios. Si el tĂ©rmino llega a designar la actividad creadora, es sobre todo a propĂłsito del ars rhetorica, es decir, del arte de la oratoria. CicerĂłn lo utiliza ciertamente en relaciĂłn con estatuas; pero en un contexto que precisa el sentido. Las lenguas que tomaron la palabra latina heredaron sus ambigĂŒedades: lâarte, el arte, the art, arta, gozan mĂĄs o menos de los mismos significados que el francĂ©s; de la misma manera que los paĂses germĂĄnicos, aun cuando utilizan una raĂz diferente: Kunst, Konst, etc., calcan el sentido de los tratados italianos.
Sin embargo, el esfuerzo por establecer distinciones se deja sentir desde la Edad Media, la cual retoma la oposiciĂłn antigua entre artes liberales y artes mechanicae. Pero la palabra ars tampoco aquĂ debe desviarnos: se trata de una clasificaciĂłn de los principales dominios del conocimiento y de la acciĂłn, en la que no aparece el aspecto estĂ©tico. La separaciĂłn, con un fundamento social, casi no sobrevivirĂĄ a los profundos cambios de la cultura y de las costumbres. Por lo demĂĄs, dicha separaciĂłn aportarĂa una simple jerarquĂa, no una definiciĂłn.
Este intento ha reaparecido en la Ă©poca moderna, en la cual poco a poco se introduce el tĂ©rmino compuesto de bellas artes (beaux-arts). Cuando AndrĂ© FĂ©libien escribe en el prefacio de sus Entrevistas (1666): âAl ver cĂłmo Su Majestad se preocupa por hacer florecer en Francia todas las bellas artes, y en particular el arte de la pintura, me pareciĂł que estaba yo en la obligaciĂłn de exponer al pĂșblico lo que habĂa notado al respectoâŠâ, todo equĂvoco se ha disipado. La pareja de palabras se encuentra por lo demĂĄs en la mayorĂa de las lenguas: belle arti, fine arts, schöne KĂŒnste; podĂamos, pues, suponer que gradualmente terminarĂa por imponerse.
Desgraciadamente esa expresiĂłn carecĂa de singular: no se dice un âbello arteâ. Y el plural sugerĂa una nomenclatura que dio lugar a disputas acerca de los lĂmites: Âżlas artes decorativas, el arte industrial, la estampa, la fotografĂa, formaban parte de las bellas artes? El triunfo mismo del tĂ©rmino resultĂł nocivo para Ă©l. En Francia, la mayor parte de los museos se convirtieron en âmuseos de Bellas Artesâ; las antiguas academias fueron llamadas âescuelas de Bellas Artesâ; se creĂł una âsecciĂłn de Bellas Artesâ en el Instituto y una âdirecciĂłn de Bellas Artesâ en el Ministerio; la palabra fue acaparada por las instituciones,1 llegando incluso a designar un estilo mĂĄs o menos escolar. PrĂĄcticamente no funcionĂł bien en francĂ©s, ni en ninguna otra lengua.
No hemos hablado de la lengua griega, generalmente tan rica y tan precisa, la cual sin embargo no parece haber tenido a su disposiciĂłn mĂĄs que el tĂ©rmino ÏΔÎșΜη, que siempre remite mĂĄs o menos al saber del obrero, y ÏοίηÏÎčÏ, que concierne a la creaciĂłn; pero hablaremos mĂĄs adelante de este problema. Para las demĂĄs lenguas, confesamos carecer de experiencia. Pero si nos fiamos de lo que nos han dicho, antes de su apertura al Occidente, China y JapĂłn no disponĂan mĂĄs que de palabras que definĂan oficios; posteriormente, se dotaron de tĂ©rminos cuya acepciĂłn calcaba mĂĄs o menos fielmente las palabras europeas.
AsĂ, el historiador del arte no ha logrado hacer coincidir su objeto con una palabra precisa y, por lo tanto, con un concepto claro. Mientras que el naturalista o el quĂmico son capaces de definir bastante bien aquello que pertenece a su campo de estudio, la historia del arte o la Kunstwissenschaft pudieron aprovechar esa amplitud lingĂŒĂstica para tirar de su objeto en todas direcciones⊠y vaya que sĂ lo hicieron. No tengamos miedo de insistir: el historiador del arte no sabe bien de quĂ© estĂĄ hablando, pero acaso sea porque no ha sabido forjar palabras mĂĄs precisas que las del pasado.
Durante mucho tiempo esta paradĂłjica situaciĂłn no incomodĂł a nadie y parecĂa natural separar, al interior del vasto envoltorio del tĂ©rmino artes, una especie de campo reservado a esa creaciĂłn del genio que era por excelencia âel arteâ. Hoy, repitĂĄmoslo, ese consenso ha sido alterado por una serie de fenĂłmenos de ruptura, y la imprecisiĂłn de la palabra ha sido inmediatamente explotada, de lo cual resultaron tantos abusos que hoy se deja sentir una necesidad de contar con marcos de referencia. Ciertamente, la clarificaciĂłn puede llevar consigo una ârevisiĂłn desgarradoraâ; pero, despuĂ©s de todo, acabamos de asistir a otras revisiones âdogmas marxistas, dogmas freudianos, nacionalismosâ cuyas consecuencias no fueron menos gravesâŠ
1 Recordemos que todavĂa en 1955 Jeanne Laurent publicĂł un libro titulado La RĂ©publique et les Beaux-Arts (ParĂs, Julliard).
II. LA INSUFICIENCIA DE LOS GRANDES SISTEMAS FILOSĂFICOS
PARA PODER encontrar una definiciĂłn clara del objeto de estudio del historiador, lo mĂĄs sencillo pareciera ser volverse hacia la filosofĂa. Hace mĂĄs de veinticinco siglos que el fenĂłmeno llamado artĂstico ocupa un lugar privilegiado en la civilizaciĂłn occidental; serĂa, pues, imposible que estuviera ausente de la reflexiĂłn filosĂłfica propiamente dicha. La carencia lingĂŒĂstica de la que hemos hablado deberĂa haber llamado la atenciĂłn de los pensadores, y provocado al menos algunos intentos de soluciĂłn. Ahora bien, la bĂșsqueda ha resultado decepcionante.
Ciertos filĂłsofos, como Descartes, se preocuparon muy poco por lo concerniente al arte. Otros, por el contrario, estimaron que su sistema quedarĂa incompleto si no se tomaba en cuenta ese fenĂłmeno. Pero aquĂ interviene un hecho que bien debiera sorprender: mucho mĂĄs que la obra de arte o el artista, es lo Bello lo que llama la atenciĂłn de los filĂłsofos y lo que es comĂșnmente el objeto de sus disquisiciones. Al respecto, desde un comienzo aparece una ambigĂŒedad que habrĂĄ de dominar durante mucho tiempo toda la reflexiĂłn, ambigĂŒedad que aparece en el centro mismo de la doctrina platĂłnica y por doquier serĂĄ retomada y llevada hasta sus lĂmites.
1. LA DICOTOMĂA PLATĂNICA
Hemos perdido los tratados teĂłricos de PlatĂłn y se discutirĂĄ interminablemente acerca de lo que en sus diĂĄlogos debe considerarse relativo a la ficciĂłn, o lo que puede pertenecer al sistema filosĂłfico o teolĂłgico. Pero aquĂ eso sĂłlo importa a medias, puesto que gracias a los diĂĄlogos se difundiĂł su pensamiento. Ahora bien, en el Fedro, en el FedĂłn o en El banquete, el tĂ©rmino bello (Ï᜞ ÎșαλÏÎœ) o belleza (Ï᜞ ÎșΏλλοÏ) aparece en incontables pĂĄginas, pero generalmente se aplica a la belleza humana, a la belleza del amado, y no a la belleza artĂstica. Es cierto que esa belleza es capaz de suscitar el amor solamente por el hecho de ser partĂcipe de lo Bello absoluto, y por dejar entrever la idea misma de lo Bello, âla belleza divina misma, uniforme, pudiera contemplarâ;1 de la misma manera, segĂșn el mito largamente desarrollado en el Fedro, el delirio amoroso no es sino la reminiscencia de la Belleza entrevista dentro del cortejo divino (250.c-d). En lo que respecta al juicio estĂ©tico, PlatĂłn no se interesa en introducir semejante tĂ©rmino; a lo sumo encontramos esa palabra calificando el acorde musical de las cuerdas de una lira (âen la lira afinada la armonĂa es cosa invisible, incorpĂłrea, enteramente bella y divinaâ).2
Pero Platón aborda también el problema por el otro extremo: el del lenguaje del artista aplicado a reproducir las formas naturales. Al principio del libro X de L...